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La violencia nuestra de todos los días
En unos países más en
otros menos, la violencia va ganando las calles de América Latina: más delincuencia con
un origen marcadamente social, más delincuencia albergada en la policía, peores
cárceles sin posibilidades de reeducar. Esa es la tendencia que se va profundizando y
lesionando el tejido de la sociedad. |
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Esta nueva realidad social apenas figura en la agenda política, y sin
embargo el problema está en el orden del día. Los que pueden poner rejas intentan
separarse de los que quieren romperlas. Los que tienen dinero se separan de la
delincuencia de origen social mediante barrios exclusivos, policías privadas, sistemas de
seguridad. Lo que los estados no gastan en seguridad lo gasta el ciudadano, como un
impuesto a la ineficiencia y a la incapacidad del Estado por cumplir su función. Ese
gasto profundiza la separación de los sectores sociales: se cuida sólo el que puede.
María Silvera para Chasque
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El
mundo del revés |
Las víctimas
-voluntariamente- se ponen presas mientras andan libres los que delinquen. Tanto como se
multiplican las rejas, se suprime esa apreciable comodidad que son los `porteros
eléctricos`, lo que obliga a cada vecino de un edificio de apartamentos a bajar hasta la
puerta de calle para abrirla y cerrarla, mediante su respectiva llave (también, `de
seguridad`), cada vez que llega o se retira una visita. Y a propósito de seguridad, crece
como leche hervida la contratación de vigilancia privada en las cuadras de los barrios y
más aun todavía en las empresas. Antes, otros y en otras partes, vendían `protección`
(contra ellos mismos), ahora y aquí se volvió imprescindible la `seguridad`. Eso en las
casas. Pero, ¿y en las callesNULL Da pavor. De día, con ensañamiento, se golpea y se
arrebata a quien sea que camine cargando una cartera o con aspecto de llevar encima algo
más que el importe del boleto del ómnibus. Con furia se rompe lo que sea de un
automóvil estacionado para robar el vehículo o lo que se encuentre en su interior, con
la más que probable complicidad de los guardacoches, que ahora se parecen demasiado a
ìcampanasî de los ladrones. Con cobardía y abuso, desde una moto en marcha se arrebata
a quien camina o espera el ómnibus, o se rompe el vidrio de un auto detenido esperando el
cambio de luces para arrancar lo que sea que esté en el asiento o en el brazo de su
conductor. Revista Relaciones
Texto completo: http://uyweb.com.uy/relaciones/9703/violencia.htm |
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