.Página Inicial > Informes Anteriores > Informe del Viernes - 12/11/1999 |
Maestros: Vittorio de Sica - Cinemateca Uruguaya Cantante popular, actor de teatro y cine, finalmente director cinematográfico que portaría algunos de los films italianos fundamentales de la postguerra, la trayectoria de Vittorio De Sica se extendió a lo largo de más de medio siglo. Nacido en Sora (Italia) el 7 de julio de 1901, hijo de un magistrado, su infancia transcurrió en Nápoles. Su familia se trasladó a Roma cuando Vittorio contaba con apenas diez años y allí se diplomó en contabilidad, aunque desde muy joven se sintió atraído por el mondo del espectáculo. En 1918 dio sus primeros pasos como actor en el film Il proceso Clémençeau, protagonizado por Francesca Bertini. En 1922 ingresó en el elenco teatral de Tatiana Pavlova y luego formó parte de otras compañías hasta consagrarse (hacia 1928) en la de Sergio Tofano, con textos de Pirandello, Achard y otros. En 1933 se organizó una compañía entre Tofano, Rissone y De Sica, dirigía por el primero, y dos años después otra integrada por Rissone, Meinati y De Sica, dirigida por este último. En 1931 había aparecido en el cine en calidad de actor en La vecchia signora de Amleto Palermi, y a partir de ahí sus interpretaciones para el cine se harían muy frecuentes. En 1940 debutó como director cinematográfico junto a Giuseppe Amato en Rose scarlate, y de inmediato asumiría la realización en solitario de Maddalena, zero la condotta. Seguirían varios films menores hasta la eclosión neorrealista a la que aportaría en 1943 I bambini ci guardano y al amparo de la cual (y con la frecuente colaboración del libretista Césare Zavattini) aportaría títulos del calibre de Lustrabotas (1946), Ladrones de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1950), Umberto D (1951). La colaboración de De Sica y Zavattini se revelaría como una de las más fecundas de la historia del cine: había una ``química`` particular entre el realizador y el libretista, y no es difícil sospechar que el primero aportaba el elemento emotivo mientras Zavattini contribuía con una mayor preocupación testimonial y un peso conceptual más significativo. Entre ambos y en medio de los desgarramientos italianos de la inmediata postguerra repasaron los sinsabores del desempleo y la insolidaridad (Ladrones de Bicicletas), se ocuparon de la infancia (Lustrabotas) y de la vejez (Umberto D) y hasta cultivaron un tono de fábula (Milagro en Milán) que se alejaba del neorrealismo ortodoxo. Su ciris fue la del movimiento cinematográfico que encarnaron idealmente: a comienzos de la década del cincuenta el neorrealismo había muerto, acaso no de muerte natural. La censura se molestaba cuando el cine hablaba de pobres o gente con problemas, la industria descubrió que la frivolidad era más vendible, y el público pidió comedias y melodramas. Se inventó el neorrealismo rosa (Renato Castellani) y De Sica se vio obligado a descender de sus niveles de exigencia para sobrevivir. Como actor hizo un poco de todo, a menudo con brillo. Como realizador se fue hundiendo progresivamente en la inoperancia, aunque hubo elementos de interés en Indiscreción de una esposa (1952), El techo (1956) o Dos mujeres (1960). Esos elementos serían más raros en films posteriores como El juicio universal (1961), Los condenados de Altona (1963) o El Boom (1963 y prácticamente no existieron en Ayer, hoy y mañana (1963), Matrimonio a la italiana (1964) y Un mundo nuevo (1965), para no decir nada de las penosas La persecución del zorro (1966) o Refugio para amantes (1968). Entre meros ejercicios comerciales (Siete veces mujer, 1967) colaboraciones para films en episodios (Boccaccio 70, Las brujas) y otros trabajos de encargo, la obra de De Sica conoció una breve recuperación en 1970 cuando hizo El jardín de los Finzi Contini, hundiéndose luego nuevamente en la atonía. Murió en 1974, dejando a sus espaldas una obra extensa e irregular. |
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