Igualdad
en la diversidad
Derechos
de las mujeres
Intervención de
Lilián
Abracinskas (*)"Igualdad en la diversidad.
Derechos de las mujeres, discriminación racial y orientaciones
sexuales en la construcción de una sociedad democrática".
Mayo de 2004
Buenos días. Quiero comenzar por
agradecer la invitación, pero también por felicitar esta
iniciativa de la Vertiente Artiguista porque creo que es
sumamente importante, necesario e imperioso establecer la mayor
cantidad de puentes de diálogo que nos permitan abordar la complejidad de la
situación social del país desde diversas miradas y diversos
actores/as de la sociedad. Esto no sólo fortalece la vida
democrática sino que pronostica la construcción de un país
que respete y garantice los derechos humanos de toda su población
sin discriminaciones de ningún tipo.
Es
importante para la democracia, así como para las identidades
diversas, tener marcos que permitan que esa diversidad se
exprese y sea representada. Eso permitiría que la democracia
en tanto sistema perfectible sea modificada, complejizada
y enriquecida, otorgando mejores condiciones y garantías para
el ejercicio de la ciudadanía.
Esto es lo que nos une más allá de las diferencias y
las diversidades. Porque la diversidad no es solo un conjunto de
diferencias sino un valor al que deseamos otorgarle un impulso
de reconocimiento para enriquecer la convivencia y para que se
refleje de manera positiva y concreta en el desarrollo del país.
“Para
vivir la diversidad como valor positivo, las personas necesitan
contar con un marco social que les permita manifestar su
diversidad más allá del discurso, lo que implica un cambio
social de grandes dimensiones. La consideración de la
diversidad como valor positivo corre el riesgo de perder su
sentido si no se crean las condiciones sociales para que las
personas dejen de sufrir discriminación y opresión a causa de
sus diferencias.” (Declaración de Cuernavaca – Agenda
de la Sociedad Civil, México 1998)
Las
democracias en el mundo se encuentran hoy ante un verdadero
desafío que sólo podrán afrontar si dejan de engañarse con
la posibilidad de un consenso que eliminaría definitivamente la
diversidad. Se deben abordar las distintas identidades de una
manera nueva y a partir de una comprensión distinta de lo político
y de la política.
Si
definimos lo político como la dimensión del antagonismo entre
los seres humanos donde la identidad se establece por relación
y cuya condición de existencia es la afirmación de una
diferencia, es posible entender el surgimiento del antagonismo.
Y, si la política es la manera para establecer un orden y
organizar la coexistencia humana, ¿Cómo
hacer para que la diversidad elegida sea al mismo tiempo una
autoafirmación pero también un aprendizaje sobre las
diferencias vitales de los otros, que no son como uno o una pero
sí pueden coincidir en la construcción de una pedagogía de la
tolerancia? ¿Cómo hacer para que un trabajo político con la
identidad sea realmente significativo?
No
voy a centrar mi participación de hoy en abordar los aspectos
que hacen a la discriminación de las mujeres en nuestra
sociedad ni como esa discriminación se hace más compleja
cuando se mezclan otras dimensiones de la identidad como la
etnia, la raza , la orientación sexual o la edad. Tampoco voy a
profundizar o tratar de convencerles en lo importante y
sustancial que es incorporar la dimensión de género tanto para
mirar la realidad como para intentar cambiarla.
Aunque
sí quiero enfatizar que es fundamental analizar las relaciones
de poder que atraviesan toda forma de relación entre seres
humanos y cómo la
distribución no equitativa y la formas de ejercer el poder han
convertido las diferencias biológicas entre hombres y mujeres
en desigualdades sociales que han generado la exclusión y
marginación específica de las mujeres, más allá y junto con
la discriminación por clase social, etnia, raza, orientación
sexual, edad o capacidad diferente.
El
análisis de género nos permite también profundizar más en
las situaciones de discriminación que se dan al interno de los
propios grupos diversos. A las discriminaciones por ser negro,
indígena, joven, viejo, pobre y/u homosexual, se le suma
siempre el de ser mujer, agudizando aún más la situación de
discriminación. Hacer
evidentes las relaciones de poder que se dan entre e intra
diversos/as es un buen camino para evitar, también, identidades
esencialistas que impiden cualquier tipo de acuerdo social o político
para avanzar en la construcción de una sociedad más democrática,
que no pretenda homogeneizar a las personas pero sí
garantizarles igualdad de condiciones para ejercer esa
diversidad con igualdad de derechos.
Pero
les decía que hoy me interesa compartir con Uds. la experiencia
vivida desde la sociedad civil organizada en relación al Proyecto
de Ley de Defensa de la Salud Reproductiva porque creo que
es un buen ejemplo de construcción desde la diversidad. Desde
la pluralidad de razones se generó una acción ciudadana amplia
y concreta promovida desde una Coordinación de Organizaciones
sociales por la defensa de la salud reproductiva (1),
que concentró a una amplia diversidad de identidades en donde
no sólo fue trazado
un objetivo común sino que, fundamentalmente permitió el
enriquecimiento mutuo de las diferentes miradas y razones, y
también aportó más elementos a un debate tan complejo como el
del aborto y los derechos sexuales y reproductivos en tanto
derechos humanos.
La
Coordinación Nacional De Organizaciones por la Defensa De La
Salud Reproductiva que se consolidó a partir de la obtención
de la media sanción del proyecto de ley en Cámara de Diputados,
tuvo en su constitución una riqueza de diversidad que creo que
muy pocas veces se ha dado en este país, por lo menos en lo que
hace a la problemática del aborto y los derechos sexuales y
reproductivos. Fue mucho más que sumar gente distinta dentro de
un espacio común para hacer un proyecto común, fue un proceso
riquísimo de intercambio de miradas y de intercambio de
reflexiones que hace justamente a la convivencia de las
identidades distintas. Del aborto, la educación sexual, el
ejercicio de maternidades y paternidades deseadas y
responsables, del valor de la vida se habló en todos los
rincones del país. En las oficinas, las fábricas, en las zonas
rurales, en los partidos de basketball, en gran parte de los
medios de comunicación, se discutía sobre estos temas. Los y
las jóvenes, adultos/as de todas las clases sociales y niveles
socio-culturales pudieron decir abiertamente aquello de lo que
no se hablaba o se lo hacía en voz baja.
Es
de los temas de la agenda social que trascendió los límites
históricos del movimiento feminista y de mujeres para
instalarse en la prioridades de otros grupos sociales y llegar a
la opinión pública como nunca antes se había logrado:
63% de la opinión pública se manifestó a favor del proyecto
de ley. (2)
Pero
también me parece importante hablar de este proceso porque es
un buen ejemplo de cómo los niveles de consenso alcanzados
en la democracia participativa no se vieron reflejados en el
resultado de la votación, vía democracia representativa.
Las reflexiones de la Iglesia Valdense, los aportes de la
Iglesia Metodista, de la religión afro-umbandista, las miradas
desde el movimiento afro, desde la diversidad sexual, desde las
preocupaciones de los/las jóvenes, desde las católicas por el
derecho a decidir, desde las organizaciones feministas, fueron
de una riqueza infinitamente mayor que las argumentaciones
escuchadas en el Senado o la cobertura dada por los medios de
comunicación. Aquí, para muchos, fue intrascendente que la
Central de trabajadoras y trabajadores del país (PIT-CNT)
tomara posición pública a favor del proyecto de ley. Que
instancias como el Consejo Directivo Central de la Universidad y
el Sindicato Médico del Uruguay se posicionaran públicamente
sobre el tema, apoyando la aprobación de la ley.
La
tendencia o intención fue polarizar el debate: a favor o en
contra del aborto, a favor o en contra de la vida, jerarquía
católica versus feministas radicales, presión política
confundida con participación ciudadana. Y, vale la pena
enfatizar, que esa tentación de dicotomizar o de “meter todo
en el mismo saco” la tuvieron senadores que votaron en contra
del proyecto pero, también, algunos de los que votaron a favor.
Asimilar presión política por parte de jerarquías eclesiásticas
con el derecho ciudadano a la participación, nos parece grave.
Más aún si esa “confusión” viene de las filas
progresistas que promueven la participación popular.
La
“presión política” ejercida desde la Coordinación de
organizaciones sociales fue la de aportar argumentos,
reflexiones, resultados de encuestas, bibliografía e informar a
la población sobre el contenido del proyecto de ley. El
objetivo fue de ampliar masa crítica y hacer conocer a los y
las legisladores/as los consensos alcanzados en el ámbito
social. No fue desde estas filas que se llamó a la
desobediencia civil en caso de aprobarse el proyecto de ley, ni
desde donde se exhortó a no votar a los y las legisladores que
apoyaran el proyecto. Esa presión la ejercieron los grupos
religiosos contrarios al proyecto de ley.
Por
otro lado, muchas argumentaciones a favor del proyecto podrían
enmarcarse más en una razón asistencialista basada en la
victimización de las mujeres y no en el respeto y
reconocimiento de su ciudadanía. Cuesta reconocer que las
mujeres tenemos el derecho ciudadano a la autodetermiación,
y pesa enormemente generar las condiciones para la libertad
de elección. ¿Por qué razón pensarán los señores
legisladores que tienen más capacidad que las mujeres para
tomar decisiones responsables?
Coincidimos
totalmente con la diputada Percovich (quien ocupó la banca
senatorial en lugar del senador Couriel) que en el debate político
parlamentario no se reflejó ni la riqueza de la diversidad de
razones alcanzadas en lo social ni se logró responder a la
altura de las exigencias que hoy la democracia necesita. Por
ejemplo, cuando las mujeres reclamamos el derecho a decidir
sobre nuestro propio cuerpo ¿qué queremos decir? ¿Estamos
hablando de una reivindicación estética? No.
¿Estamos hablando de una reivindicación individualista?
No. Las personas, todas las personas, tienen una materialidad
esencial con la cual relacionarse con las otras personas, y esa
materialidad es su cuerpo. Mas allá que uno pueda creer en el
alma, en la conciencia, en la vida futura o en otras vidas; para
demostrar afectos, para demostrar capacidades, para relacionarse
con los otros, tenemos el cuerpo. Si sobre ese cuerpo puede
decidir el poder político, el poder religioso, el poder jurídico,
el poder médico, antes que uno mismo o una misma, es muy difícil
pensar que esa persona puede ejercer su ciudadanía con plenitud
y por lo tanto, gozar de sus derechos.
De
allí que vale la pena preguntarse cómo construir los puentes
de comunicación para que en los espacios de decisión políticos-partidarios
se incorporen y analicen los avances alcanzados desde una
sociedad civil rica en organizaciones diversas, en experiencias
y producción teórica que ha permitido profundizar en conceptos
como los de ciudadanía, de participación ciudadana, de derecho
a tener derechos y de maduración de propuestas que –muy
frecuentemente- chocan o no son asimiladas por el sistema político
institucional.
Construir
una cultura de respeto que asuma la tolerancia, no como
capacidad para soportar lo diverso sino como una práctica que
reconoce y respeta al otro/otra, necesita de una cultura democrática
que no oculte el conflicto por la diferencia sino que lo afronte
con respeto, aceptando la diferencia aún dentro de la
diversidad y evitando caer en el error de homogeneizar lo
diverso. O, de imponer modelos o creencias hegemónicas.
Consideramos urgente establecer un acuerdo político que
garantice reglas de coexistencia en el pluralismo.
Por
eso nos parecía sustancial, luego de este debate y de este
proceso de 2 años, generar nuevas formas de diálogo con el
sector político partidario, porque, de alguna manera ha quedado
claro que el sector político partidario adolece de la riqueza,
de la producción teórica y de la experiencia que ha acumulado
la sociedad civil organizada. Y esto no es menor cuando nos
enfrentamos a un nuevo debate electoral donde sería deseable
que las propuestas de próximo gobierno incluyeran los temas que
levanta la diversidad social.
Aparentemente
el Uruguay es un país que necesita tiempo para madurar cambios,
pero cuando los hace realmente son sólidos –así opinan
algunas personas. Pero tengamos claro que en algunas cosas, esos
tiempos se pagan muy caro. Se paga caro cuando no se da
respuesta al aumento de muertes maternas por aborto inseguro. Se
paga caro cuando no se garantizan condiciones para ejercer el
derecho a la educación sexual, el acceso universal a métodos
anticonceptivos, el promover maternidades y paternidades
responsables. Y convengamos, que el país perdió una
invalorable oportunidad de generar legislación que acoja la
diversidad de creencias, respete el pluralismo y de condiciones
para el ejercicio pleno de los derechos humanos.
Uno
de los objetivos que debe ser compartido por aquellas personas
convencidas de que la sociedad es diversa, debe ser preservar y
profundizar el laicismo de las instituciones públicas.
Redefinir y refrendar el laicismo debería ser un nuevo pacto
social en nuestro país si es que queremos profundizar en la
construcción de un país plural y con una convivencia
civilizada entre personas diferentes.
No
creo que los y las uruguayos/as nos sintamos hoy representados
en nuestra identidad con los cantos que rodearon el Palacio
Legislativo en la noche del 4 de mayo: “olé, olé, olé Jesús,
Jesús, Jesús, el
Diablo ha sido vencido”.
Por
eso queremos comprometer al posible próximo gobierno
progresista de este país, que en el primer año de la futura
legislación se apruebe un proyecto de ley basado y sustentado
en éste. Porque es una buena propuesta, es integral y cuenta
con el respaldo de la mayoría de la opinión pública.
Gracias
Lilián
Abracinskas, integrante de la organización feminista
Cotidiano Mujer, co-coordinadora de MYSU (Mujer y Salud en
Uruguay) articulación de organizaciones y personas por la
defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos, integrante del
comité ejecutivo de la Coordinación Nacional de Organizaciones
por la Defensa de la Salud Reproductiva
1)
La
Coordinación está integrada por: MYSU (Mujer y Salud en
Uruguay); CNS (Comisión Nacional de Seguimiento: Mujeres por
Democracia, Equidad y Ciudadanía; CLADEM Uruguay; Cotidiano
Mujer; Casa de la Mujer de la Unión; Mujer Ahora; Comisión de
Género y Equidad del PIT-CNT (Central Única de
Trabajadores/as); Consejo de Estudios y Difusión de las
Culturas y Religiones Africanas y Amerindias; Pastor Bolioli de
la Iglesia Evangélica Metodista del Uruguay; Católicas por el
Derecho a Decidir; Grupo de Bioética de la Iglesia Valdense;
Red Género y Familia; Red de Jóvenes DESYR; Juventud
Socialista y Juventud de la Vertiente Artiguista, Grupos de la
Diversidad Sexual.
2)
Encuesta de opinión contratada por
la Coordinación de Organizaciones Sociales a equipos MORI,
implementada los días 27,28 y 29 de abril 2004, días previos a
la votación en el Senado. Para consultar más información
consultar en aquí.
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