Uruguay ha
sido considerado tradicionalmente un país excepcional en la región y el
continente
en lo que respecta a los indicadores de pobreza. Sin embargo, en los
últimos años
los acelerados procesos de exclusión y marginación social han conformado
una nueva realidad
nacional que coloca en la agenda política y social del país la necesidad
de aplicar
políticas de integración para la superación de las desigualdades.
“La incidencia de la pobreza extrema en 2003 ha crecido respecto de
1999, este efecto se
ha observado en el total del país urbano y también en cada área. Los
hogares indigentes
se caracterizan por estar compuestos por muchas personas, gran parte de
éstas menores y
por pocos perceptores de ingresos. Mientras un hogar promedio está
compuesto por tres
personas, de las cuales una es un niño o adolescente, los hogares
indigentes están compuestos
por más de cinco personas, de las cuales tres son menores de 18 años y
de éstas
dos son menores de 14”.
La pobreza excede las carencias materiales y/o de recursos económicos.
Su análisis debe
incluir la exclusión y vulnerabilidad social que se registran en las
distintas esferas de la
vida de las personas: en lo social, económico, político y cultural, en
lo subjetivo y en lo
simbólico; determinando una pérdida del bienestar general y la
restricción de los derechos
ciudadanos.
El empobrecimiento y la agudización de la exclusión social, afecta cada
vez más a amplios
sectores de la población, sobre todo a mujeres, jóvenes y niños/as. “La
pobreza afecta proporcionalmente
a más niños que adultos. Este efecto se agudiza cuanto menor es el grupo
de edades considerado. En 2003, casi el 31 % de las personas del país
son pobres y promedian:
el 57% de menos de 6 años, el 50% entre 6 y 12, el 43% entre 13 y 17, el
28%
de adultos y el 10% de personas en la tercera edad.”
El deterioro que se constata hoy tiene, sin embargo, varias décadas de
gestación. Algunas
de las razones que llevaron al incremento de la pobreza en nuestro país
son: el fracaso de
los modelos de desarrollo implementados, la defensa de una determinada
forma de crecimiento
económico; el desmantelamiento del sistema productivo y la centralidad
del sistema
financiero; las exigencias producidas por el endeudamiento externo; la
retracción y
debilitamiento del Estado en funciones que garantizan la justicia social
y la equidad. En
los últimos años, la crisis se profundizó y la población manifiesta una
sensación de irreversibilidad
y de desánimo que dificulta la visualización de cambios a corto plazo.
El país
sigue expulsando ciudadanos al exterior, en su mayoría jóvenes, con un
alto nivel socioeducativo
y buena calificación laboral.
“El perfil del indigente en el Uruguay es un hogar con seis o siete
integrantes, fundamentalmente
con mujeres jefas de hogar que no han alcanzado más que el nivel
primario, que
tienen 2 o 3 niños a su cargo y, generalmente, con problemas laborales,
porque están en
situación de precariedad laboral o no están trabajando. (...)
Según
datos del 2002, en el
Uruguay, una de cada dos mujeres jefas de hogar en las edades activas,
con niños de 0 a
5 años, son pobres… Indudablemente, la pobreza está más concentrada en
los hogares con
mujeres jefas con hijos. A los fenómenos de infantilización de la
pobreza y del surgimiento
de la indigencia debemos agregar el de la feminización de la pobreza,
que tiene dos elementos
asociados: las madres jefas de hogar con hijos y las madres
adolescentes.”
Es innegable que hombres y mujeres, adultos y niños/as viven la pobreza
y los procesos de
exclusión social de manera diferencial. La falta de autonomía económica
de las mujeres da
cuenta de la existencia de personas pobres al interior de hogares no
pobres. La imposibilidad
de acceder a ingresos propios y las relaciones de poder inequitativas
han ido en detrimento
de la igualdad y la autonomía de las mujeres contribuyendo a la brecha
de género
al interior de la pobreza. La incorporación de la perspectiva de género
enriquece cualquier
análisis sobre estos procesos de empobrecimiento. Ubicar a las mujeres
como las principales
responsables de la reproducción biológica y social, constituye una de
las formas de
exclusión política, económica y social frecuente. Esto restringe las
oportunidades laborales,
la participación política, el desarrollo y la construcción de diversos
proyectos de vida.
Situaciones que se agudizan cuando se suman otras formas de
discriminación por edad,
etnia, raza, orientación sexual y localización geográfica. En el caso de
niños/as, adolescentes
y jóvenes, se constata un incremento en la falta de identificación civil
que, además
de restringirles el acceso a servicios y políticas, constituye un
atentado al derecho a la
identidad.
Por otro lado, la inclusión de indicadores de género para la medición de
la pobreza permitirá
la mejor definición de políticas sociales que respondan a la complejidad
del fenómeno,
superando las actuales acciones asistencialistas y focalizadas.
RECOMENDACIONES
Se debe definir e implementar un modelo de desarrollo inclusivo y
equitativo que de cuenta
de la heterogeneidad estructural del país.
Para superar la situaciones de empobrecimiento y exclusión de cada vez
más amplios sectores
de la población, especialmente de mujeres y niños/as, deben garantizarse
e implementarse
medidas y programas que aseguren una redistribución equitativa de la
riqueza.
La formulación de las políticas sociales debe trascender acciones
asistencialistas y focalizadas
y garantizar programas integrales que respondan a las necesidades
específicas de los
sectores excluidos para que alcancen igualdad de condiciones para su
reinserción social.
PROPUESTAS
1. Formular políticas sociales con enfoque de género que promuevan
soluciones integrales
a los procesos de exclusión y pobreza. Estas políticas deben tener en
cuenta las diferentes
manifestaciones de la pobreza y atender tanto las carencias materiales
como los
aspectos subjetivos de las mujeres fomentando su autonomía en los
ámbitos sociales y
domésticos y en los sociales y económicos.
2. Desarrollar políticas activas de generación de ingresos hacia las
mujeres desde lo local,
especialmente dirigidas a hogares con niños/as en situación de pobreza,
articuladas
territorialmente con el conjunto de las políticas sociales de salud,
educación, cuidado
infantil y prevención de violencia doméstica y sexual.
3. Garantizar que las políticas públicas de emergencia social tengan
proyección en las posibilidades
futuras de inserción laboral y social de las mujeres.
4. Definir indicadores con perspectiva de género que permitan evaluar
las intervenciones y
redefinir políticas más adecuadas a corto, mediano y largo plazo.