Serie: Pensamiento (XXXII): Desde la física y la fisiología a la metafísica biológica del arte

Nietzsche, el retorno

María Noel Lapoujade

Una mirada filosóficamente educada encuentra que el pensamiento de Nietzsche desde el ángulo de la lógica es contradictorio.

Nietzsche “escribe con la sangre” y la circulación de la sangre no se rige por los principios parmenídeo-aristotélicos de la identidad y la no-contradicción. Tampoco por el principio heraclíteo-hegeliano de la sí contradicción.

Como la sangre que expresa, el pensamiento de Nietzsche circula. Es más, se ha filtrado en la historia como un líquido disolvente, corrosivo. Corrosivo en un buen sentido, en cuanto solvente de los anquilosamientos, verdaderos quistes de pensamientos, valores y actitudes ante la vida.

Dice Nietzsche: “De todo lo que está escrito yo amo solo lo que alguien escribe con su sangre. Escribe con sangre y tú experimentarás que la sangre es espíritu. No es precisamente fácil de comprender la sangre ajena: odio a los ociosos que leen.”(1).

Una mirada filosóficamente formada incluye un diagnóstico con base en la retórica.

Entonces el pensamiento de Nietzsche expresa una filosofía en clave hiperbólica, porque navega en el reino del oxímoron(2).

De este modo la retórica es compartida por surrealistas y místicos. Nietzsche vive el oxímoron; “sabe” del “fuego helado” San Juan, como de “esta oscura claridad que cae de las estrellas” de Corneille.

Nietzsche sabe de la profundidad en las alturas, del dolor gozoso de los nacimientos metamórficos, de la libertad necesaria de la creación artística, de la plenitud del vacío, de la hipérbole sensorial del nirvana, del punto donde bien y mal conviven, de la alegría sufriente de la vida, de la jovialidad trágica griega… en fin, la lista es larga porque toda su filosofía es un gran oxímoron, como la vida misma.

Nietzsche encontró avant la lettre ese punto central, la piedra filosofal del Surrealismo. André Breton transmuta en surrealismo estos aspectos medulares del pensamiento de Nietzsche, no sin desconocer a la vez su filiación eckhartiana. Cito un pasaje del Segundo Manifiesto, para ilustrar esa presencia ciertamente mucho más expandida, persistente y radical que el alcance de una referencia(3).

Dice Breton en un fragmento nietzscheano por excelencia: “Desde el punto de vista intelectual se trataba, se trata aún de experimentar por todos los medios y de hacer recorrer a toda costa el carácter artificial de las viejas antinomias destinadas hipócritamente a prevenir toda agitación insólita por parte del hombre… Todo lleva a creer que existe cierto punto del espíritu donde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo dejan de ser percibidos contradictoriamente.

Entonces, sería en vano buscar en la actividad surrealista otro móvil que la esperanza de determinar este punto(4).

Por su parte Georges Bataille reivindica en su propio enfoque como también en Nietzsche la tesis que el problema central a resolver es “el hombre total”, uno no fragmentario, aquel que recupere, integrándola, su unidad perdida(5).

Una mirada filosófica cortante, al estilo de Occam, como lo es la mirada de Kant, no deja de advertir la hybris que nos acomete cuando el ojo humano aspira a penetrar lo suprasensible. Entonces, lanza afirmaciones absolutamente indemostrables sobre la trascendencia. Las modalidades son ciertamente diferentes, pero todas adolecen de la misma osadía, en cuanto constituyen aseveraciones sobre lo que, en tanto trascendente, escapa a los alcances epistémicos de la mirada. Esta actitud se manifiesta ya sea bajo la forma del oscurantismo, léase Swedenborg, en Los sueños de un visionario; ya sea, a través de las patologías de la mente, como Kant escudriña en su Antropología del punto de vista pragmático; o ya sea en la forma filosóficamente aceptable de la metafísica y de la ontología.

En todos los casos se pretende emitir un juicio verdadero, bajo la forma aristotélica S es P.

Llámese el sujeto: Dios, vida, esencia, sustancia, verdad, lo real, u otro.

El escepticismo teórico se disuelve en una apuesta a la trascendencia, salto al vacío, cuyos únicos frutos viables son: un acto de fe o la creación artística.

La trascendencia para la especie humana se salva en la mística o el arte

Así deviene trascendencia en la inmanencia. Es el camino hacia una hiperbólica meta-física inmanente, hacia donde se orienta la crítica kantiana de la metafísica, y hacia dónde se encamina el pensamiento de Nietzsche. Camino compartido por Nietzsche y Kant.

Una mirada filosófica seria conlleva la exigencia de saber de qué premisa se parte. Cuál es el suelo sobre el cual se traza el camino del pensar. Si esta enorme complejidad se reduce a una fórmula a fin de alcanzar el nivel de la comunicabilidad afirmamos:

La filosofía de Nietzsche es un tejido orgánico cuya nervadura arranca de una metafísica biológica y termina en una metafísica fisiológica del arte. Sin embargo, su pensamiento no acaba en la filosofía sino que ella misma se sobrepasa, gracias a la estética, la cual en tanto un salto en el vacío, un impulso vertical ilimitado, nos devuelve la imagen de un Nietzsche que, como un monje taoísta, deviene el místico en busca de la disolución de la individualidad y el nirvana en la fusión con el todo, lo uno primordial. Este es nuestro itinerario aquí.

El arte es la manera humana más plena de “preservar en el ser”, conato afirmador de la vida. En este sentido, aunque Nietzsche reniegue explícitamente y en este punto preciso, de su filiación spinoziana, su propio pensamiento culmina la filosofía de Spinoza de manera muy peculiar(6).

Esta es la culminación de su filosofía, ¿cómo se llega a ella?

En lo que sigue, propongo trazar un camino, recorrer un itinerario nietzscheano. En términos de biología la filosofía de Nietzsche se ensambla como un gran organismo viviente. Su pensamiento es vivo, orgánico. Es un tejido hecho con materiales extraídos de lo viviente, pues su filosofía hunde sus raíces en la vida. El ovillo acurrucado del hilo con el cual se teje la vida se llama voluntad de poder. La voluntad de poder, afirma Nietzsche en La genealogía de la Moral, “se despliega en todo acontecer” y, agrega, ella es “la esencia de la vida”(7).

Traducido al lenguaje de la física puede decirse que la fuente puntual de la que brota la vida, es un núcleo de energía pujante, fuerza que estalla, avasallante, en la irrupción del nacimiento. Ese núcleo originario de energía que en su despliegue va asumiendo formas, es decir, crea; se llama voluntad de poder.

Al respecto solo una referencia. En La voluntad de Poderío sostiene: “El concepto triunfal de ‘fuerza’ con que nuestros físicos crearon Dios y el mundo, no tiene necesidad de integración: se le debe añadir una voluntad interior definida por mí como ‘voluntad de poderío’ o sea deseo insaciable de mostrar potencia, o empleo, ejercicio del poder como impulso creador, etc… Todos los movimientos, todos los fenómenos, todas las leyes se deben tomar como síntomas de sucesos internos y servirse de la analogía de los hombres a este fin. Al animal le resulta posible derivar sus instintos de la voluntad de poder; y así también, de esta única fuente, todas las funciones de la vida orgánica.”(8).

Voluntad de poder es potencia, fuerza, energía cósmica primordial, lo uno primordial. Voluntad de poder es una manera de nombrar la vida y la vida es el todo. En este sentido podríamos, haciendo escala en Giordano Bruno(9), regresarnos a la cosmología de Platón en el Timeo. La totalidad es un gran organismo vivo.

Al respecto un breve pero fundamental paréntesis. Estas tesis nietzscheanas son asumidas con una toma de distancia fundamental. La veta kantiana de Nietzsche acepta que es éste un supuesto no demostrado, entonces, instala su certidumbre -si bien no siempre de manera explícita- al nivel del como si, y sostiene: “Suponiendo, por último, que se llegase a explicar toda nuestra vida instintiva como el desarrollo interno y ramificado de una forma fundamental única de la voluntad -de la voluntad de poder, es mi tesis-, … habríamos adquirido el derecho de llamar a toda energía, cualquiera que fuese, voluntad de poder(10).

Esta postura es la que defiende de manera radical en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Este texto auroral, es ratificado por su obra póstuma La voluntad de poderío(11).

En Sobre verdad y mentira, Nietzsche sostiene el origen de los lenguajes en los impulsos nerviosos, los cuales por transmutación se convierten en imágenes, conceptos, etc. Pero ni lenguaje, ni conceptos aprehenden -dice Nietzsche textualmente- la “cosa en sí”, esto es “totalmente inalcanzable”. El lenguaje “se limita a designar las relaciones de las cosas respecto a los hombres y para expresarlas apela a las metáforas más audaces” y agrega: “Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas que no corresponden, en absoluto, a las esencias primitivas. Del mismo modo que el sonido configurado en la arena, la enigmática x de la cosa en sí se presenta en principio como impulso nervioso, después como figura, finalmente como sonido…

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son…”(12).

Este concepto estéticobiológico de la verdad es el partenaire perfecto para su metafísica biológica del arte. Esta concepción de la verdad es la piedra de toque de su metafísica a la que se acopla con rigurosa exactitud.

Hecha esta precisión, continuemos nuestro itinerario. Nombrar la vida incluye la muerte como una de sus transmutaciones, abarca -¡como si alguien pudiera ignorarlo!- sufrimientos de nacer y morir; goces inauditos del vivir. Todo, en la trama de un pensamiento orgánico y alquímico como el que en este sentido comparten Nietzsche y Novalis.

La voluntad de poder, este “magma originario”, esta “lava primordial” brota con fuerza incontrolable (naturaleza salvaje de Kant) del núcleo candente de la tierra. Entonces, llega a la superficie, sale, se desparrama hirviendo, informe, devastadora hasta que logra serenarse enfriándose en formas, piedras vivientes que contienen calor (como quería Hildegarda de Bingen).

Esta fuerza avasalladora, ciega, hirviente, que se derrite por caminos no elegidos, por donde puede derramarse, y forzosamente se derrama en sus configuraciones móviles, se llama instinto.

El lenguaje biológico de Nietzsche lo expresa así: “Los fisiólogos deberían reflexionar antes de afirmar que el instinto de conservación es el instinto primordial del ser orgánico. El ser vivo quiere ante todo dar libre rienda a su fuerza. La vida misma es voluntad de poderío(13).

El instinto en Nietzsche es la fuerza hacia la salud, la cual comienza con la higiene

En el nivel de la física ahora: ese núcleo de energía es el punto de arranque de un vector. El cosmos de Nietzsche, como el de Leibniz -con quien, por otra parte las afinidades son notorias- desde el punto de vista de la física puede representarse como una infinita trama de vectores, fuerzas direccionales en movimiento(14). Esos vectores, son desde el punto de vista de la biología, fuerzas vivientes. Por ende, la fisiología adquiere una importancia fundamental, en cuanto ciencia que busca estudiar los funcionamientos de los aparatos vivientes.

Nietzsche como antes Kant siguiendo a Locke, toman el modelo de la fisiología, pues se ocupan con funcionamientos, operaciones, sistemas vivos. La fisiología establece que un buen funcionamiento orgánico empieza por la higiene. De ahí que nuestro médico-filósofo busque la higiene, física, mental, filosófica. Anticipando el final de esta reflexión, cerrando el círculo prematuramente, es preciso notar que esa exigencia de higiene se vincula inmediatamente con el otro extremo: el de la búsqueda apologética del aire puro de las alturas. En tal sentido parafraseo su título: El filósofo como médico de la civilización.

Su filosofía procura la higiene como medio para alcanzar la salud. La filosofía de Nietzsche es una filosofía de la salud(15). Ello no significa de ninguna manera que Nietzsche fuera sano, sino que precisamente encarna la sabia sentencia de Heráclito: “es la enfermedad lo que hace agradable la salud”(16). La condición necesaria, aunque no suficiente de la buena salud, es la geografía y el clima, por su incidencia en el metabolismo como condición para la salud del pensamiento y del cuerpo. Luego, una alimentación adecuada, para procurar una buena digestión. El agua basta a la salud, aunque repasa los “valores” del vino, el té, el café, el chocolate, etc. Pero además, la salud exige movimiento corporal. Para Nietzsche, el cuerpo es espiritual y el espíritu se manifiesta como cuerpo.

Vaya un pasaje primordial, no exento de humor: “Estar sentado el menor tiempo posible; no prestar fe a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con libertad, a ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos. Todos los prejuicios proceden de los intestinos. La carne sedentaria … es el auténtico pecado contra el espíritu santo(17). La salud exige aceptar la vida como es.

Nietzsche piensa desde y para la vida

La vida entendida como la physis de los presocráticos, tal como la describe Heidegger(18). En este sentido, el pensamiento de N. está muy cerca de los presocráticos, a quienes nuestro filólogo admira, porque como ellos es fisiólogo.

Esta fuerza asume las más diversas formas vivas constituyendo todo lo que espontáneamente se da, es decir lo natural, fijado en la rigidez del concepto de naturaleza, en el sentido posterior a los presocráticos.

El paso del caos al cosmos se da, inicialmente, en la coagulación de la vida en formas, clasificadas y estudiadas por todas las ciencias, los mitos, la magia, la técnica, etc.

Las formas, configuraciones particulares de la energía primordial (voluntad de poder), en cuanto son fuerzas vivientes, necesariamente y en el sentido más literal, se transfiguran, se transforman.

La filosofía de Nietzsche gira en torno al eje de las metamorfosis. Es decir, cambio, transformación (metá), de la forma, apariencia (morphé). La noción de metamorfosis es nuclear en la filosofía de Nietzsche. El fundamento de esta afirmación arraiga en su concepción cósmica de la energía viva en expansión, llamada voluntad de poder. Las metamorfosis cósmicas están determinadas con una necesidad intrínseca por esa plástica fuerza viviente. Entre todas las metamorfosis Nietzsche se detiene en las metamorfosis humanas. Entre las metamorfosis humanas el arte propicia un tránsito fundamental. El hombre es un puente. En el extremo está el artista, el creador. El artista encarna el hombre pleno, porque crear es salud, crear es voluntad de poder coagulada en formas, crear libera el cuerpo, redime.

¿Cómo alcanzar este extremo? Alcanzar el extremo final del artista implica para Nietzsche una concepción del hombre cuyo analogoon biológico está en las metamorfosis del gusano de seda. Con base en lo anterior, Nietzsche plasma una filosofía de las metamorfosis de la vida humana. Con este concepto accedemos al núcleo ígneo de la filosofía de Nietzsche: las metamorfosis, la transmutación humana. El pensamiento de Nietzsche es un exuberante ejercicio de alquimia. Su pensamiento mira el cosmos como procesos de metamorfosis, de facto y de juris. Considera que el papel fundamental del filósofo es el de provocar las metamorfosis en el hombre y afirma: “El filósofo no busca la verdad, sino la metamorfosis del mundo en los hombres…”.

La concepción del hombre es una descripción de sus metamorfosis, expresada en una sintaxis de metáforas. Esas metamorfosis son otras tantas conversiones del cuerpo espiritualizado que, en una vertical ascendente, conducen a la plenitud. En este sentido, el pensamiento de Nietzsche recupera del platonismo el movimiento de conversión ascendente. Pero al final de esta vía, Nietzsche propicia una última metamorfosis, la conversión que le conduce a recuperar para sí de la antigua sabiduría china, el ideal taoísta del sabio, modelo de humanidad.

El punto de partida puede establecerse en el espíritu de rebaño. En la historia de Occidente hasta su tiempo el “hombre masa” de Canetti, el “hombre gris” de Michel Ende, el “unidimensional” de Marcuse, es el que “se deja ir”, “se deja vivir”. La vida pasa por él, pero no la asume.

En el tramo que va de Nietzsche a nuestros días, el espíritu de rebaño se ha contagiado de una plaga llamada “globalización”. Primera metamorfosis. El espíritu puede devenir camello, símbolo del tipo humano que carga, fuerte, manso, sometido; obediente se arrodilla para recibir el peso, adherido a la tierra, espíritu de pesantez. Y sin embargo, su resistencia pasiva le permite seguir con vida, cruzar el desierto. Su fuerza de resistencia le evita su muerte, a secas, para hacer posible su otra muerte, la metamorfosis, con su significado inicial de morir a ese estado para renacer de sus propias cenizas, ahora convertido en león.

La segunda metamorfosis. De la alquimia del espíritu camello nace el espíritu león. El proceso de nacimiento a esta nueva vida, surgido de haberse consumido el camello en su propia llama, por calor pues, como buena alquimia, se engendra un espíritu con una fuerza nueva, diferente. La fuerza del camello, fuerza resistencia constante, de soportar la acción externa sobre su dorso formado para poder transportar la carga, fuerza pasiva, saca de sí su reacción, transmutándose en fuerza activa en el espíritu león.

En términos estratégicos, el león representa una “fuerza de choque”, de combate. Encarna la fuerza que lucha, destruye y aniquila hasta triunfar. Espíritu violento, orgulloso, dominador, rebelde, apologeta feroz de la libertad. Sin embargo, el ejercicio de su libertad, como la del amo hegeliano kantiana, requiere del esclavo respecto del cual se conquista. El amo libre depende, para serlo, de su siervo esclavo.

¿Qué amo sería tal sin su esclavo? El amo es esclavo de su esclavo. Encarna la libertad de la opresión, la violencia negadora, anonadadora del otro. El espíritu león reacciona, vence, derrota, es un espíritu erguido.

La tercera metamorfosis. El león tiene la fuerza para lograr la alquimia de su espíritu, desligándose de las amarras de su acción avasallante, entonces la actividad podrá centrarse en sí misma. El movimiento tendrá como eje el propio cuerpo, los giros libres de ese espíritu transmutan la acción del guerrero, en movimientos sin un fin extrínseco. Entonces, la fuerza de vida asume movimientos plásticos por excelencia, luego, aparecen como muestras de una actitud esencialmente estética que, tomando prestada a Kant la expresión, podríamos llamar por extensión: finalidad sin fin.

La cualidad de esta nueva fuerza es siempre necesariamente, éticoestética, en la medida que estos movimientos expresan una suerte de puesta en obra natural, de ejercicio espontáneo del imperativo categórico que respeta al otro, no lo avasalla, lo toma como fin y no como medio, todo lo cual, podría resolverse a la manera de Schiller: como impulso de juego, movimientos lúdicos del niño.

La presencia de la tradición kantiano schilleriana surge una vez más, en el pensamiento de Nietzsche, transmutada por la alquimia de su genio. De esta metamorfosis nace el espíritu niño, que juega y ríe en su libertad primordial.

Sin ataduras, más allá del bien y del mal, no conoce la duplicidad ni la simulación en su espontaneidad. En rigor, su única atadura es su instinto, la inmediatez con su propia naturaleza, pedazo de naturaleza al fin. Encarna la libertad, el goce, el espíritu lúdico, la risa.

El espíritu niño culmina las metamorfosis

¿Por qué? La respuesta se deja recibir, aunque hay diferencias entre ambas, en la tradición del pensamiento taoísta. Es entonces a la luz de las enseñanzas de Lao Tzé como adquiere su calado más profundo esta faceta del pensamiento de Nietzsche.

Sabio es quien llega a ser niño, porque el niño vive en unidad instintiva sin fisuras con la naturaleza y consigo mismo. Sus movimientos son libres, sin ataduras, ni pesos ni dificultades. Encarna el esplendor de la salud de la vida humana.

Juega, goza, no se apresura, vive sin tiempo. En la filosofía taoísta el grado máximo de plenitud está antes todavía. Antes del niño, en el recién nacido, porque “lo blando y débil vence a lo duro y fuerte.”(19). La verdad metafórica lo explica así: No hay bajo el cielo cosa más blanda y débil que el agua.Sin embargo, en su embate contra lo rígido y duro, nada la supera, es irreemplazable(20).

El agua, líquido puro, incolora e insípida, es informe, esto es, puede recibir cualquier forma, color y sabor. Es la posibilidad absoluta para toda determinación. Matriz universal indeterminada. Así, el recién nacido, es un espíritu virgen, informe, la indeterminación espiritual misma. Ergo, cualquier forma puede emerger de él. Es la libertad de indeterminación.

Traducido a Hegel, el pensamiento avanza desde lo indeterminado, en el sentido de la determinación y la concreción, pasando de la idea, entendida como pensamiento general, al concepto, que en este contexto se entiende como pensamiento determinado.

Traducido a San Ignacio de Loyola es la metáfora del estado espiritual de “disponibilidad”. Para Ignacio, disponibilidad a los designios de Dios. En Meister Eckhart el “despojamiento” el “desasimiento místico que coloca al espíritu en el vacío, oscuridad donde recibir la luz y la palabra de la Divinidad. En Lao Tsé, se trata del vacío de Tao, la Vía, vacía y oscura, de la que brota la totalidad diversa y se difunde la luz. Hasta aquí Nietzsche anuda con Lao Tsé en lo que respecta a la indeterminación y la flexibilidad. La metáfora sólida es la de un árbol flexible. En el pensamiento occidental puede establecerse la correspondencia con el junco de Pascal, o la fábula del roble y el junco de La Fontaine. La fortaleza del roble se vence, y finalmente cae. La debilidad del junco, en su ágil flexibilidad sobrevive. Lo vivo es flexible. El niño es flexible; el viejo esclerótico; la muerte, rigidez.

Señalo un fragmento interesante en cuanto contiene convergencias y divergencias, en el cual Lao Tsé dice: El hombre es, blando y débil; al morir, queda duro y rígido. Las plantas y los árboles, al nacer, son tiernos y frágiles, al morir, quedan secos y enjutos. Por eso lo duro y rígido va camino a la muerte, lo blando y débil va camino a la vida(21).

Nietzsche desprecia la blandura. Es claro cuando afirma: “Hoy no vemos nada que aspire a ser más grande, barruntamos que descendemos cada vez más abajo hacia algo más débil, más manso, más prudente, más plácido, más mediocre, más indiferente, más chino, más cristiano…”(22).

Por su parte Nietzsche está más próximo a Calicles, véase el Giorgias de Platón, más cerca de la dureza del creador que él admira, encarna el diamante lúcido y traslúcido que corta sin ser cortado. “Para una tarea dionisíaca, la dureza del martillo, el placer mismo de aniquilar forman parte de manera decisiva de las condiciones previas. El imperativo ‘¡Endureceos!’, la más honda certeza de que todos los creadores son duros…”(23).

Y yo pienso, dicho sea de paso, que Nietzsche enfermó de dureza, de inflexibilidad. La dureza prístina del diamante lo vuelve una soledad. No hay fusión posible con un diamante, ¿quién osa acercarse?, ¿quién pretendería acoplarle un calor? ¿Qué cuerpo humano, blando y flexible se amoldaría a las aristas cortantes de un diamante? Las enfermedades de Nietzsche, pienso son las quejas sintomáticas de su solitaria naturaleza diamantina.

Nietzsche no regresa como Lao Tsé hasta el recién nacido. Para nuestro filósofo la última metamorfosis es la del espíritu niño, disponible, en una incipiente determinación, es capaz de inventar, es el momento de la vida de mayor creatividad, el esplendor de la segregación de formas. 

El niño es flexible y duro a la vez.

Flexible pues su impulso a la vida lo lleva a crear formas, juegos, movimientos nuevos, inéditos, cambiantes, fluyentes como el curso del agua. Espíritu en estado líquido. Libertad.

Duro, en cuanto se rige por su instinto que lo lleva a irse configurando necesariamente como su fórmula biológica le dicta. Su dureza deriva de su unicidad con el instinto. Necesidad.

Al artista concilia dureza y flexibilidad, determinación y disponibilidad, rigor y aventura, imaginación y razón. El artista es la hipérbole del niño.

La más alta metafísica es pues la del niño artista. La forma suprema es aquella que brota de la capacidad humana de configurar, de trabajar con sus manos las formas brutas, que asume la lava cuando se enfría.

Así, como describe Plotino comparando la forma de la piedra bruta con la escultura, la máxima humanidad es la donadora de formas, esto es, cuando la voluntad de poder se realiza como voluntad de crear, voluntad de poder como arte.(24)

Cuando el hombre deviene artista, el arte que él segrega de sí, es la máxima perfección. El arte surge cuando el hombre ejerce su poder de crear formas. En Kant como en Nietzsche, cuyas filosofías se encaminan hacia la estrella de la libertad, encuentran en el artista la máxima posibilidad de devenir libre.

El arte es el reino de la libertad.

En la Crítica de la facultad de juzgar leemos: “El poeta se atreve a sensibilizar ideas racionales de seres invisibles: el reino de los bienaventurados, el infierno, la eternidad, la creación, etc., o también lo que ve… es presentado de modo sensible, saltando por encima de los límites de la experiencia por una imaginación que quiere rivalizar con el preludiar de la razón en la obtención de un máximo…”(25).

La creación del arte por la imaginación desbordante del genio es la única actividad legítima en su transgresión a la experiencia posible.

El arte de volver visible lo invisible, vuelve sensible en las obras, lo que el artista imagina como suprasensible. Kant siembra la simiente para una metafísica del arte, que Nietzsche prolonga y vuelve explícita con estas palabras: “el arte y no la moral es la actividad propiamente metafísica del hombre … solo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo”(26). Y en el Prólogo a Richard Wagner agrega: “el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida…”(27).

La estética de Kant porta el germen de una afirmación elíptica en su obra, pero de la que se infiere sin forzar el texto. A partir de Kant puede sostenerse que el arte es una actividad metafísica legítima.

¿Por qué?

Porque cada obra es una propuesta imaginaria, que vuelve sensible lo suprasensible al nivel del como si. La obra de arte, sin pretensión de verdad, ni pretensión de rasgar el velo del misterio, antepone una forma inmanente, visible, fenoménica, nacida de la imaginación del artista, para lo trascendente. Cada obra es una propuesta, como si ella representara la trascendencia que expresa.

Nietzsche formula el arte como metafísica, como la quintaesencia de la metafísica. No obstante ello hay un punto crucial en que se marca una diferencia. Una divergencia entre ambas radica, en el tema de la libertad del artista.

Para Kant, el arte es el reino de la libertad más absoluta a la que puede acceder esta especie, la humana. Es la libertad de la imaginación del genio, sin absolutamente ninguna ley, ni aún la de la autonomía.

En lo que respecta a la libertad, el arte va más allá que la moral, la estética que la ética. El artista no tiene una voluntad santa -poco importa- pero tampoco imperativo alguno. La imaginación del genio no requiere de la razón que le dicte una ley de autonomía diciéndole como a la voluntad en el terreno práctico: “sé libre”. La imaginación del genio segrega de sí las ideas estéticas que revolucionan siempre necesariamente el arte de cualquier tiempo.

Por su parte Nietzsche, en este punto está más cercano a la concepción spinoziana de la creación de Dios, como asimismo a la concepción de la creación en el arte, de Rilke, con la que también coinciden Freud y van Gogh.

Si bien en todos ellos las diferencias son tajantes, siendo los más próximos Nietzsche, Rilke y van Gogh, sin embargo por distintas vías todos comparten una concepción de la libre necesidad en la creación.

El artista es libre de crear según necesidad. La creación surge de la necesidad de crear. Más aún, el artista no puede crear y no es libre de crear de otra manera que como crea. La energía creadora, la voluntad de poder que él particulariza lo lleva a crear de determinada manera, porque la creación de una obra es la manera cómo ese artista se exterioriza, se manifiesta, se expresa. Si en la creación artística según Kant se trata de la “libertad libre”, en Nietzsche se trata de la “libre necesidad”.

En este salto a la trascendencia en la inmanencia; en este salto a lo suprasensible en lo sensible, este salto a la metafísica que el hombre, imaginando, transpira; … en él, ya inicia el acto de trascenderse a sí mismo.Acto del que dice Novalis: “El acto de trascenderse es sobre todos el más alto, al punto originario, la génesis de la vida.”(28). El artista pleno en su creación trasciende lo humano potenciándolo.

A través de la creación del arte, el hombre se lanza hacia más allá de sí, en el “último extremo” de lo humano. Su mirada ya está puesta en el horizonte de lo supra humano.

El artista avizora el superhombre.

Es el ser capaz de sobrepasar la especie. A través del arte profundiza la transmutación de sí mismo y de su especie en él. En este sentido el hilo que une los pensamientos de Kant y de Nietzsche se vuelve invisible, una vez más.

Una artista, una creadora, un espíritu grande, portadora de la humanidad en grado máximo, quien provocó una radical metamorfosis de la danza clásica, es quien se declara deudora a la vez de Kant y de Nietzsche.

Isadora Duncan acude al llamado a la danza de Zaratustra, y revoluciona la danza propiciada por la Crítica de la razón pura. Dice Isadora: “Mis danzas eran objeto de las polémicas más violentas y encarnizadas. Continuamente aparecían en los periódicos columnas enteras en que se me proclamaba el genio de un arte recientemente descubierto, o se me acusaba de destruir la verdadera danza clásica, esto es, el ballet.

Al volver de aquellas representaciones en que el público deliraba de alegría me sentaba con mi túnica blanca y, frente a un vaso de leche, me pasaba las noches leyendo la Crítica de la razón pura, de Kant, de la cual, Dios sabe cómo, creía yo que había extraído inspiración para aquellos movimientos de pura belleza, que eran todo mi afán. Entre los artistas y los escritores que frecuentaban nuestra casa, había un joven de frente grande y ojos penetrantes, con gafas el cual decidió que tenía por misión revelarme el genio de Nietzsche Únicamente por Nietzsche -me decía- llegará usted a la plena revelación de la expresión que usted busca en sus danzas. Venía todas las tardes y me leía Zaratustra, en alemán, explicándome todas las frases y palabras que yo no podía comprender. La filosofía de Nietzsche estremecía mi ser, y aquellas horas que Karl Federn me consagraba diariamente asumían una fascinación tan poderosa que accedí con enorme pena a los deseos de mi empresario y marché de mala gana a Hamburg, Hannover, Leipzig… Deseaba estudiar, continuar mis investigaciones crear una danza y unos movimientos que entonces no existían…(29).

Los últimos estadios de las metamorfosis humanas exigen que el hombre, en cuanto humus, todavía apegado a la tierra, debe caminar, recorrer mundos, peregrino, nómade de humanidad. La humanidad primigenia, en su originalidad es, para N., trashumante. En su sentido estrictamente y bellamente literal… transhumus. Transgresor del humus, para trascenderlo.

Después, es preciso aligerarse, volverse un homérico Aquiles, “el de los pies ligeros” y, comenzar a correr. Correr hacia horizontes de posibles, de mundos nuevos por descubrir y crear. Pero ello no basta, el pie debe crear el arte del movimiento musical del cuerpo, el hombre puede devenir bailarín, y así sobresalir en su humanidad.

La humanidad puede, pues le es inherente, danzar. Música, canto y danza, el antiguo espíritu dionisíaco irrumpe con su fuerza avasallante. El arte, ese impulso a la trascendencia, es un verdadero salto al vacío.

Por ello es bellísima la imagen con que Paul Klee lo representa. Es una flecha ascendente, un vector disparado hacia la trascendencia. En el arte se trata de una trascendencia inmanente, que va de lo imaginado, en cuanto cogitatum, a su obra, en cuanto concreción sensible(30).

El arte ciertamente es sí, “la actividad más propiamente metafísica de la vida”, porque cada artista crea en su obra una metafísica. Cada obra de arte expone una metafísica inmanente.

En fin, hemos llegado así al otro extremo del puente. Para concluir, anudemos los extremos. En un extremo el espíritu de rebaño, el hombre masa, de Elías Canetti, el unidimensional de Marcuse, el gris de Ende, etc., el hombre horizontal, sedente o arrodillado.

En el otro extremo, el hombre que arriesga y crea, entonces deviene artista. Ahí reina la soledad, el hombre erguido sobre su propio eje, vertical, el que marcha como la escultura de Giacometti, corre, danza. En este extremo está el filósofo bailarín, el filósofo artista. En esta cima, el filósofo artista es la encarnación suma de la humanidad afirmativa.

De pie, en la cima de un Himalaya cualquiera, aguza el oído a la silente música cortante del aire helado, y alza los ojos al cielo para escrutar la transparencia. Entonces, solo un deseo lo impulsa, la última transmutación de su instinto, entonces debe volar. El gusano de seda se transmuta, al fin, en mariposa.

El vuelo es la última metamorfosis deseada de lo humano

Pero volar es ya trascender lo humano, alcanzar el aire puro de las alturas, entonces en el vuelo deja atrás la cima más alta de la montaña.

Entonces el animal supremo es el águila por su vuelo en las alturas, libre, fuerte, solo(31). A nivel simbólico el superhombre es un águila. Pero cuidado un águila sin rapiña, un águila sui géneris, generosa en su sobreabundancia, que surca el cielo libremente en las alturas, desde donde domina todo lo que existe, pues todo queda a sus pies.

No hay vuelo sin aire. Nietzsche es un poeta del aire.(32) Es este punto brilla Nietzsche iluminado por Bachelard. Pero dejémoslo ahora como una promesa no escrita, para continuar nuestro itinerario.

Paradojalmente, el lugar del aire, elemento más lábil, más sutil, menos material, exige una vida de despojamiento extremo. Ahí en la máxima ligereza, liviandad, en la casi inexistencia, donde reina la nada, el ser que la habita debe tener una extrema dureza.

La dureza de la absoluta austeridad.

En las alturas el aire frío es cortante. Ahí la vida en la total higiene se vuelve pura, austera. Allí, no hay olores, ni sabores, ni colores, ni sustancias al tacto, ahí en la transparencia de la luz. Allí en el vacío pleno de aire informe, Nietzsche se transmuta en un monje taoísta y nos conduce hacia la vía redentora, la vía de la salud eterna en el nirvana radical(33).

Ahí, la vida se vuelve mística; la esthesis cotidiana se anonada, dejando paso a una sensibilidad superior, aguda, fina, pura, sublimada, que se alcanza en el nirvana. En ese estado de la más plena sensibilidad sutil, se alcanza finalmente la serenidad absoluta, la paz, se alcanza, cerrando el círculo, la indeterminación de lo uno primordial.

Se cierra así, el anillo del eterno retorno.

Así la vida humana recorre infinitamente el anillo que parte y llega a lo uno primordial, y todas sus metamorfosis lo van acercando a su disolución, a la indeterminación originaria, la protooscuridad, de la que brota la vida y la luz.

Finalmente el alfa y el omega se encuentran en ese punto en que se cierra el anillo, terminándose un ciclo que comienza otra vez, y otra vez, y otra más, en su eco silente de infinitud.

 

Referencias

  1. Así hablaba Zaratustra. Editores Mexicanos Unidos, México, 1984. Del leer y escribir, p. 42.

  2. Georges Molinié. Dictionnaire de rhétorique. Le livre de Poche. Librairie Générale Française, París 1992. El oxímoron es un caso de la caracterización no pertinente, en cuanto establece una relación de contradicción entre dos términos que dependen uno del otro o que son coordinados. Cfr. p. 235.

  3. Evito deliberadamente la palabra “influencia” porque es un comodín vacío de alguna determinación que lo singularice. Es un término tan extendido como estéril. Lo sustituyo por “presencia” pues la demostración de la presencia sale sobrando cuando la evidencia brota de dos pasajes sonando al unísono.

  4. André Breton. Manifiestos del Surrealismo. Punto Omega, Guadarrama, Madrid, 1974. Cfr. pp. 162-163.

  5. Georges Bataille. Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte. Taurus, Madrid, 1989. Prefacio 6.

  6. Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal. Biblioteca Edaf de Bolsillo. Madrid, 1985. Parág. 13, p. 50.

  7. F. Nietzsche. La genealogía de la moral. Alianza Editorial. Madrid, 1983, 12, pp. 89-90.

  8. La voluntad de poderío. Biblioteca Edaf. Madrid, 1981. II. 1, 611, p. 343.

  9. Platón. Oeuvres Complètes, Timée, Vol. II, La Pléiade, Gallimard, Bruges, 1950. Cfr. 29e, 30 a-c. Giordano Bruno. Mundo, magia y memoria. Taurus, Madrid, 1973. Sobre la causa, principio y uno. Diálogo II. Teófilo, p. 85.

  10. Más allá del bien y del mal. 36, p. 71.

  11. María Noel Lapoujade. Filosofía de la imaginación. Editorial Siglo XXI. México 1988. Cfr. pp. 206 a 212.

  12. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Tecnos, Madrid 1990. Cfr. pp. 22 a 25.

  13. Op. Cit., 13, p. 49. Cfr. nota 9.

  14. Entre otras afinidades pueden señalarse las nociones de perspectiva o puntos de vista, la presencia de todo en todo, nociones como la de fuerza, energía, el papel de la diversidad y la diferencia, la pluralidad, etc. Cfr. Leibniz, La Monadologie. Librairie Delagrave, París 1983. Confessio Philosophi, Vrin. París 1993, etc. Leibniz, como Spinoza, Kant, Novalis, Schiller, Goethe, Hegel, Schelling, Hölderlin, etc. son presencias nítidas a lo largo de toda la obra nietzscheana. En los estrechos límites de este texto me limito a subrayar algunas muestras.

  15. Nietzsche. Le livre du philosophie comme médecin de la civilisation. GF-Flammarion. París 1969.

  16. Cfr. Fragmento 111 de Heráclito en Penseurs grecs avant Socrate. GF-Flammarion, París 1964, p. 80.

  17. Ecce Homo. Alianza Editorial, Madrid 1984, p. 39. He desarrollado el tema del cuerpo en la ponencia Cuerpo redimido, presentada en la FfyL, UNAM, 1992.

  18. M. Heidegger. Introducción a la metafísica, I, p. 49 y ss. Nova. Buenos Aires, 1956.

  19. Lao Zi. Libro del curso y de la virtud. Ediciones Siruela, Madrid 1998. Cfr. XXXVI p. 101.

  20. Op. cit., LXXVIII, p. 185.

  21. Id., LXXVI, p. 181.

  22. La genealogía de la moral. 12, p. 50.

  23. Ecce Homo. Así habló Zaratustra, 8, p. 106. Las cursivas están en la versión alemana.

  24. La voluntad de poderío. La voluntad de poderío como arte. 788 y ss.

  25. I. Kant. Crítica del juicio. Losada. Buenos Aires, 1961. La cita está tomada de esta versión al español.

  26. Cfr. Ensayo de autocrítica, 5, p. 31. Cfr. El nacimiento de la tragedia 5, p. 66.

  27. Cfr. Prólogo a Richard Wagner, p. 39.

  28. Novalis. Aphorismen. La presencia del pensamiento de Novalis en Nietzsche dista mucho de ser circunstancial y esporádica. El pensamiento de Novalis alimenta el pensamiento de Nietzsche al cual está integrado como consustancial.

  29. Isadora Duncan. Mi vida, pp. 154-155. Isadora Duncan es un faro para los críticos. Puede preguntarse: ¿Isadora entendió Kant? Entonces entramos al terreno más estéril de la filosofía, el de las discusiones sin fin. El papel más digno para la filosofía es el convertirse en un acicate para la creación. Es preciso regresar una vez más a Bacon cuando sostiene que el valor de una teoría se mide por sus frutos.

  30. Es imposible saber si Isadora entendió, ni cómo, la Crítica de la razón pura, o el Zaratustra, hecho absolutamente irrelevante; sin embargo comprobamos con su obra que revolucionó la danza clásica y creó una nueva danza encontrando inspiración en Kant y Nietzsche. Vaya lección para la crítica filosófica.

  31. Paul Klee. Bases para la estructuración del arte. La Nave de los locos. Premia editora. México 1981. Cfr. La flecha, p. 57. Gilles Deleuze. Nietzsche. P.U.F. 1965. Cfr. Dictionnaire…

  32. Gaston Bachelard. L’air et les songes. Essai sur l’imagination du mouvement. Librairie J. Corti, París 1943.

  33. François Jullien. Éloge de la fadeur. Biblio-essais Editions Philippe Picquier. París 1991.

El enfoque y varios análisis tienen como antecedente María Noel Lapoujade, Filosofía de la imaginación. Editorial Siglo XXI, México 1988.

 

 

Pensamiento

Artículos publicados en esta serie:

(I) Supratemporalidad de las Humanidades (María Noel Lapoujade, Nº 148)
(II) La idea de problema (Mario Silva García, Nº 149)
(III) Filosofía, camino y experiencia (Mario A. Silva García, Nº 150)
(IV) ¿Crisis de la racionalidad científica? (Ezra Heymann, Nº 151)
(V) Lo natural y lo artificial (Roald Hoffmann, Nº 154)
(VI) Herder y el origen de la lengua (Mario A. Silva García, Nº 156)
(VII) Vico y Joyce (Jo´se Guilherme Merquior, Nº 157)
(VIII) Un modelo dialógico del pensar. Reflexiones a partir de un espacio de diálogo intercultural. Mauricio Langón, Nº 158)
(IX) A propósito del dualismo cartesiano. ¿Quién tiene el cuerpo? (Massimo Desiato, Nº 159)
(X) Verdad y mentira en el lenguaje (Mario A. Silva García, Nº 160)
(XI) Habermas y la hermenéutica (Gianni Vattimo, Nº 162)
(XII) Avatares de la imaginación (Maria A. Silva García, Nº 163)
(XIII) ¿Comprender o explicar? (Alberto Chá Larrieu, Nº 164/65)
(XIV) Los arquetipos (Mario A. Silva García, Nº 167)
(XV) Arquetipos y pensamiento colectivo (Mario A. Silva García, Nº 169)
(XVI) Emanuel Levinas (Efraim Meir, Nº 170)
(XVII) Los arquetipos en el pensamiento filosófico (Mario A. Silva García, Nº 174)
(XVIII) Etica y moral (Mario A. Silva García, 176/77)
(XIX) Nietzsche Un polémico legado (Pablo Ney Ferreira, Nº 179)
(XX) La gran fisura (Francis Fukuyama Nº 182)
(XXI) La gran fisura (Francis Fukuyama, (INEDITO) Nº 182)
(XXII) La casa (Mario A. Silva García, Nº 182)
(XXIII) Especulación trascendente acerca de La supuesta intencionalidad en el destino individual (INEDITO) (Arthur Schopenhauer, Nº 183)
(XXIV) Una confidencia (Mario A. Silva García, Nº 183)
(XXV) Estética contra ética (Amelia Valcárcel,.Nº 184)
(XXVI) Revisión de la analogía (Oscar Luis Sarlo, Nº 186)
(XXVII) Etica y estética (Ezra Heymann, Nº 190)
(XXVIII) Realismo ontológico, relativismo epistemológicoLa mirada médica (José Portillo, Nº 192)
(XXIX) Schopenhauer y Nietzsche (Rüdiger Safranski, Nº 194)
(XXX) El “Ariel” de Rodó (Mario A. Silva García, Nº 195)
(XXXI) La realidad ¿inventada? (José Portillo, Nº 196)

 

Volvamos al comienzo del texto


Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org