Carlos E. Caorsi
Es difícil exagerar la importancia de la filosofía de Quine. Sus aportes a la lógica, a la filosofía de la lógica, a la teoría del significado y a la epistemología, por nombrar sólo algunos de los más importantes, han marcado el desarrollo de la filosofía posterior tanto dentro como fuera de los Estados Unidos de América.
La importancia que tuvo la filosofía de Viena en el pensamiento de Quine puede hacer pensar que se trata de un filósofo analítico, fiel a la escuela neopositivista. Nada está más lejos de la verdad. Sin duda que Quine cumple un rol fundamental como bisagra entre el análisis filosófico del Circulo de Viena y la denominada filosofía postanalítica, de la cual Davidson y Putnam son dos representantes clásicos. Y tal es el papel cumplido por Quine que hoy se duda si debe ser considerado como el último analítico o como el primer postanalítico.
La filosofía de Quine
En los primeros años de producción de este pensador, luego de su regreso de Viena, el interés por la lógica y los fundamentos de las matemáticas, tan característicos del pensamiento vienés, es dominante. Sin embargo también juega un rol fundamental en estos intereses la influencia de Frege y Russell, y en particular la del denominado logicismo, iniciado por el primero.
El logicismo, como programa filosófico, se proponía dar un fundamento lógico a las matemáticas. La idea era deducir todas las matemáticas de unos pocos axiomas lógicos. Esta tarea es iniciada por Frege y continuada por Russell y Whitehead, con la publicación entre 1911 y 1913 de Principia Mathematica. Con la publicación de New foundations for Mathematical Logic en 1937 y Mathematical Logic en 1940, Quine se adhiere al programa de reducción logicista, con la diferencia de que propondrá una reducción de las matemáticas a la lógica y a la teoría de conjuntos, a la cual en su Philosophy of Logic (1970) no considera como parte de la lógica.
La influencia del neopositivismo sobre Quine, si bien es clara dado el papel que juega la lógica y los lenguajes formalizados en su pensamiento filosófico, está lejos de expresarse como una adopción de la totalidad de la doctrina. Y su corte más claro con el análisis vienés se observa en 1951, cuando publica su célebre Two Dogmas of Empiricism, donde socava los fundamentos de dos asunciones básicas del pensamiento neopositivista: la dicotomía analítico-sintético y el reduccionismo. También hay una ruptura clara con su maestro Carnap, en cuanto al lugar que asigna a los temas ontológicos (On what there is (1948), Ontological Relativity (1968) y al alcance que adquiere el holismo en su teoría de la ciencia y su teoría del significado.
Pero veamos un poco más detenidamente en qué consistió la ruptura de Quine con los dos supuestos centrales del análisis de Viena.
La crítica quiniana a los dogmas del empirismo
La distinción analítico-sintético y el reduccionismo constituían dos pilares fundamentales de la doctrina neopositivista, sobre los cuales se articulaba su concepción de la ciencia y de los criterios de justificación de la misma, así como su rechazo de la metafísica.
De acuerdo con la dicotomía analítico-sintético es posible distinguir, entre los enunciados verdaderos, aquellos que lo son en virtud del significado de sus términos (los enunciados analíticos) y aquellos que son verdaderos en virtud de los hechos (los enunciados sintéticos). Por esta razón, serán los enunciados sintéticos los que contengan información respecto del mundo, en tanto que los enunciados analíticos carecerán de todo contenido empírico; serán, usando una expresión de Wittgenstein, meras tautologías carentes de contenido.
Tal distinción, a su vez, permitirá introducir una distinción en las ciencias, entre aquellas denominadas "formales" (lógica y matemáticas), que sólo contienen juicios analíticos, y las llamadas fácticas (ciencias de la naturaleza), que contienen juicios analíticos y sintéticos. De acuerdo con esto las ciencias formales no informan acerca del mundo, función que cumplen únicamente las ciencias fácticas. Claro que esto no condenaba, en la doctrina neopositivista, a las ciencias formales (lógica y matemáticas) a ocupar un lugar secundario, dado que, pese a que carecían de contenido informativo, proveían la sintaxis para el lenguaje de las ciencias. Con ello las ciencias formales jugaban un papel fundamental en la constitución de la estructura deductiva de las disciplinas científicas.
Por otra parte, los enunciados sintéticos, que como dijimos eran verdaderos o falsos en virtud de la experiencia, adquirían su significado a través de sus condiciones de verificación. Es más: el significado de los enunciados sintéticos se va a identificar con sus condiciones de verificación. Claro está que los enunciados sintéticos que constituyen leyes científicas consisten en enunciados generales y no existen eventos generales en base a los cuales puedan adquirir su significado. Toda experiencia tiene carácter singular y por lo tanto no existen experiencias de lo general que puedan verificar y otorgar significado a gran parte de los enunciados sintéticos.
Esta dificultad encuentra su solución en la doctrina neopositivista del significado a través de los enunciados de protocolo. Estos son enunciados que describen experiencias y por lo tanto el método de su verificación está conformado en forma inmediata por el acaecimiento mismo de la experiencia. Así, estos enunciados protocolarios están en contacto directo con la experiencia, extrayendo de ahí su significado. El resto de los enunciados significativos obtendrán su significado por medio de una reducción lógica a enunciados de protocolo. Y con ello surge el segundo supuesto del neopositivismo criticado por Quine; el reduccionismo. De acuerdo con éste, todo enunciado significativo deberá ser reducible a enunciados de protocolo.
El lugar de la filosofia
Ahora bien, ¿qué lugar queda para la filosofía una vez asumidos estos principios? Un enunciado filosófico clásico, como "Dios existe" o "la sustancia segunda se dice de la sustancia primera", etc., por cierto que no se presenta como un enunciado analítico. Entre otras cosas, esos enunciados eran considerados por los filósofos como enunciados informativos acerca del mundo y, de acuerdo con la clasificación realizada, deben ser sintéticos. Pero en ese caso deberíamos dar su método de verificación, es decir, deberíamos poder reducirlos a enunciados de protocolo.
Como en principio los enunciados de ese tipo se resisten a semejante reducción, entonces son, de acuerdo con la doctrina neopositivista, "sinsentidos"; es decir, enunciados carentes de significado. De acuerdo con ello, toda la filosofía tradicional aparece condenada a ser un discurso no significativo.
Pero ¿qué lugar queda entonces para la filosofía? En opinión de los neopositivistas, la tarea principal de la filosofía consiste en el análisis lógico y epistemológico de las oraciones significativas. Y esta tarea incluye el análisis de su forma lógica, la determinación de los enunciados protocolarios que se deducen de ellos y a través de los cuales se verifican, así como las relaciones de dependencia lógica entre las diversas proposiciones de las teorías científicas. Así, pues, el papel de la filosofía será el análisis lógico del lenguaje científico.
Las críticas de Quine
Una vez visto en forma resumida el cometido de estos dos supuestos en la filosofía del Circulo de Viena, detengámonos ahora para esbozar las críticas de Quine a los mismos. Los enunciados analíticos son, como dijimos, verdaderos en virtud del significado de sus términos. En ese sentido, la clase de los enunciados analíticos es una clase más amplia que la constituida por la clase de las verdades lógicas. En realidad los enunciados analíticos pueden obtenerse a partir de un enunciado lógicamente verdadero, sustituyendo sinónimos por sinónimos. Así, de un enunciado lógicamente verdadero, como "Todos los solteros son solteros", puede obtenerse el enunciado analítico "Todos los solteros son hombres no casados", por medio de sustituir "soltero" por su sinónimo "hombre no casado". De esta forma podríamos decir que un enunciado analítico es el que se obtiene de sustituir, en una verdad lógica, sinónimos por sinónimos.
Al hacerlo así definimos la analiticidad sobre la base de dos nociones, la de verdad lógica y la de sinonimia. Respecto de la primera de ellas, la noción de verdad lógica, Quine no tiene reparos, sin embargo su actitud no es la misma respecto de la noción de sinonimia. El problema según Quine es que no tenemos una noción clara de sinonimia. Si, por ejemplo, intentáramos definir la sinonimia como intercambiabilidad "salva veritate", es decir, dos expresiones son sinónimas si podemos intercambiarlas sin que cambie el valor de verdad del enunciado en el cual ocurren, no logramos lo que deseamos. Y no lo logramos porque dicha intercambiabilidad nos garantiza que las expresiones intercambiadas tienen la misma extensión, es decir que son verdaderas respecto de los mismos objetos, pero no que tengan la misma intención, es decir que su significado sea el mismo, y esto último es lo que deseamos cuando hablamos de sinonimia. Así para usar un ejemplo de Quine, las expresiones "criaturas con corazón" y "criaturas con riñón" son verdaderas de los mismos objetos, y por lo tanto intercambiables salva veritate, pero sin duda no tienen el mismo significado y no diríamos que son sinónimas.
Luego de analizar otros intentos de caracterizar la sinonimia y obtener en todos los casos resultados negativos, Quine concluye que no tenemos modo de caracterizar con claridad la sinonimia y con ello de caracterizar la analiticidad.
Como resultado de ello Quine rechaza la distinción entre enunciados analíticos y sintéticos y, por lo tanto, la distinción entre enunciados verdaderos en virtud del significado de sus términos y enunciados verdaderos en virtud de la experiencia también se desvanece. Luego, los enunciados de la lógica y la matemática no carecen de vínculos con la experiencia, como suponían los neopositivistas.
En virtud de ello podrían, en principio, rechazarse por consideraciones empíricas. Su aspecto más resistente al abandono por razones empíricas no se debe a que posean un carácter especial no compartido por los otros enunciados que versan sobre hechos, sino a que ocupan un lugar más central en las teorías científicas.
Según Quine, una teoría científica es un todo interrelacionado de enunciados que está en contacto con la experiencia a lo largo de su periferia. Así los enunciados más periféricos, los que están en contacto más directo con la experiencia son los candidatos a ser abandonados cuando se dan experiencias recalcitrantes, mientras que los enunciados más centrales resisten mejor el embate de las experiencias que no se ajusten a la teoría. Sin embargo, la razón por la que esto es así es un principio pragmático que Quine llama la "máxima de mutilación mínima", y no algún carácter particular de los enunciados. Así los enunciados más centrales de la teoría, precisamente por su posición, están en contacto con muchos más enunciados de los que conforman la teoría, que los enunciados más periféricos.
En virtud de esto, al remover un enunciado periférico nos veremos obligados a desechar también otros enunciados que lo implican o son implicados por él, pero el número de los enunciados rechazados será menor que si desechara un enunciado más central, dado que las relaciones de implicación de este último se darán con una cantidad mucho mayor de enunciados. Así, si rechazo un enunciado periférico deberé desechar con él una parte mucho menor de la teoría que la que desecharía si rechazara un enunciado más central. Y eso es lo que prescribe la máxima de mutilación mínima: mantener la mayor parte de la teoría intacta. Esta es, según Quine, la única razón por la cual difícilmente renunciamos a algún principio lógico o matemático y por lo mismo preferimos renunciar a algún enunciado de observación cuando la experiencia no se ajusta a lo que dicta nuestra teoría.
Pero de acuerdo con estas consideraciones, ya no es un enunciado aislado el que se contrapone a la experiencia, sino la teoría como un todo. Es decir, el contenido empírico no es distribuible entre los enunciados que componen la teoría de un modo discreto, sino que pertenece a la teoría como totalidad. Y de igual modo un enunciado sólo tiene significado en el contexto de una teoría. La unidad de significación ya no es el enunciado aislado sino la teoría como totalidad.
Esta concepción holista del significado termina entonces con el segundo supuesto del empirismo discutido por Quine; es decir, con el reduccionismo. Y termina con él en tanto que este dependía de la noción de enunciados protocolarios, los cuales tenían su significado independientemente de la teoría. Ya no podemos tener un conjunto de enunciados básicos, con su significado independiente, sobre el cual edificar la teoría, y asignar significado al resto de los enunciados de la misma. Es la teoría como un todo la que se enfrenta al tribunal de la experiencia y no los enunciados aislados, sean estos protocolarios o de otro tipo.
Nuevos desarrollos
Estas críticas marcan el apartamiento de Quine de la doctrina neopositivista, aun cuando sigue compartiendo con ella el lugar central asignado a la lógica y al pensamiento científico, así como su profesión de fe empirista. Y será precisamente un discípulo suyo, Donald Davidson, quien intentará asestar un golpe definitivo al empirismo al señalar la existencia de un tercer dogma en la distinción dato-interpretación. Como señalamos, Quine había observado que el empirismo tradicional contenía dos dogmas, la dicotomía analítico-sintético y el reduccionismo, y se propuso la construcción de un empirismo expurgado de ambos.
Donald Davidson, en The Very Idea of a Conceptual Scheme, señala que el empirismo así modificado sigue conteniendo un tercer dogma, consistente en suponer la existencia de datos puros de la experiencia por un lado y esquemas organizadores de esos datos por el otro. De acuerdo con este dogma, nuestras teorías acerca del mundo serían el resultado del modo en que los esquemas conceptuales organizan los datos (o input sensorial) provenientes de la experiencia. Pues bien, las críticas de Davidson apuntan a señalar que esa distinción es insostenible y, claro está, si eliminamos esta distinción, que por cierto Quine parecía seguir aceptando, no queda nada a lo que podamos llamar empirismo.
El mismo Quine reconocerá el impacto de la crítica de Davidson, al menos al empirismo entendido como teoría de la verdad, aunque lo rescatará como teoría de la evidencia. Dirá Quine: "Si interpretamos el empirismo como una teoría de la verdad, entonces lo que Davidson le imputa como un tercer dogma está correctamente imputado y correctamente abandonado. En consecuencia, echamos por la borda el empirismo en cuanto teoría de la verdad. Eso está bien. Sin embargo, como una teoría de la evidencia, el empirismo sigue con nosotros, pero ciertamente, sin los dos viejos dogmas."
Sea como fuere, queda claro que a partir de Quine el empirismo ya no puede ser el mismo y algo similar habría que decir de la teoría del significado y del análisis filosófico. Porque Quine termina con los significados en tanto que entidades, ya sean de carácter platónico, mentalista o como los objetos mismos denotados. Así, para Quine el tradicional problema del significado se transforma básicamente en dos problemas, el de igual de significado, o sinonimia, y el de ser significativo; es decir, el término significado ha dejado de tener carácter de sustantivo para pasar a tener carácter de adjetivo. No hay significados, hay conductas significativas. Será en virtud de ello que Davidson dirá que Quine nos enseñó cómo hacer semántica sin significados.
Las críticas de Quine a la concepción sustancialista del significado se apoyan, entre otras cosas, en lo que se conoce como su Tesis de la indeterminación de la traducción. Un ejemplo clásico del propio Quine aclara el contenido de esta tesis. Supongamos que dos lingüistas de campo, cada uno por su lado y en forma independiente, se proponen construir un manual de traducción de una lengua perteneciente a una cultura hasta el momento desconocida. Para realizar la traducción, los lingüistas deben observar la conducta lingüística de los hablantes nativos, esbozar hipótesis sobre cómo segmentar las ristras de fonemas que estos profieren cuando hablan, a los efectos de determinar cuáles son las palabras en ese lenguaje, y al mismo tiempo construir hipótesis respecto de a qué se refieren y qué significan esas palabras, basados en la observación de la situación de emisión y en las conductas de asentimiento y disentimiento de los nativos. Luego pondrán a prueba estas hipótesis interactuando lingüísticamente con el hablante nativo y observando su conducta frente a las proferencias que el lingüista realice de acuerdo con lo que sus hipótesis de traducción le dictan.
Pues bien, lo que Quine sostiene es que los dos lingüistas podrían construir dos diccionarios que fueran incompatibles entre sí y que, sin embargo, fueran ambos compatibles con la totalidad de la conducta lingüística observable de los hablantes nativos. Si este es el caso, señala Quine, no tendremos modo de saber cuál de los dos diccionarios es el correcto, ya que lo único con lo que contamos para determinarlo es la observación de la conducta lingüística de los nativos, y ambos diccionarios son perfectamente compatibles con ésta.
Ahora bien, decir que no podemos saber cuál es el correcto, es de alguna manera adherir a la vieja doctrina de que lo dicho por los nativos tiene un significado, el cual obviamente sólo puede ser captado por uno de los dos manuales de traducción incompatibles. Pero Quine va a dar un paso más y dirá que la pregunta misma, preguntar cuál de ellos es el correcto, no tiene sentido; ambos son correctos en tanto se adaptan a la totalidad de la conducta observable y eso es todo lo que hay que elucidar. Si no hay significados en el sentido de entidades, no tiene sentido decir que un diccionario recoge el significado correcto y el otro no. Así, lo que la tesis de la indeterminación de la traducción sostiene es que dos manuales de traducción incompatibles pueden ambos hacer justicia a todas las disposiciones verbales y en tal caso, no hay ningún hecho que indique cuál de los dos manuales es el correcto.
Ahora bien, como corolario de esta tesis, tampoco es determinable a qué entidad se refiere un hablante nativo cuando utiliza un término singular, porque mientras conforme a un manual de traducción un término nativo se referiría a una entidad de cierto tipo, de acuerdo con otro se referiría a una entidad de otro tipo, y con ello la referencia del término nativo resultará, en última instancia, inescrutable, tal como lo propone la Tesis de la inescrutabilidad de la referencia.
Las tesis de Quine de la indeterminación de la traducción y la inescrutabilidad de la referencia, han marcado profundamente la semántica filosófica, a punto tal que podrán adoptarse o discutirse, pero no ignorarse.
La filosofía de Quine es sin duda una referencia ineludible en la filosofía del siglo XX. En tal sentido podría asumirse la dedicatoria con la que Donald Davidson encabeza su libro Inquiries into Truth & Interpretation, "To W.V. Quine, without whom not".
Willard Van Orman Quine
El pasado 25 de diciembre de 2000. murió en Boston, a los 92 años, el Profesor Quine, uno de los más importantes filósofos del siglo XX. Había nacido en Akron, Ohio, el 25 de Junio de 1908. En 1932 obtuvo su PhD en la Universidad de Harvard bajo la dirección de A. N. Whitehead y partió hacia Viena en usufructo de una beca, a fin de proseguir sus estudios en lógica matemática con los miembros del Círculo de Viena.
En Viena no sólo conoció a Carnap, a quien más tarde considerará su maestro en cuestiones filosóficas; también se enfrentará con preocupación a las primeras manifestaciones del nazismo. A propósito de esa época dirá: "Fue el nazismo el que despertó en mí un sentimiento político." Antes de 1932, no leía los periódicos todos los días. Luego comencé a preocuparme". Esta estancia en Viena tuvo gran influencia en la filosofía posterior de Quine y también importantes consecuencias para la filosofía norteamericana de posguerra. La impronta dejada por el neopositivismo es decisiva en Quine, quién reconoce explícitamente la influencia de los "analíticos" de Viena y no de los analíticos de Oxford (la escuela del lenguaje corriente). Porque si bien es cierto que recibió la influencia del pensamiento británico, esta se produce en Quine a través de la filosofía de Russell, quien de algún modo es, al igual que Wittgenstein, un puente entre el análisis vienés y el análisis de Oxford.
Como señalamos, su pasaje por Viena fue decisivo para su filosofía y también para el giro que tomará en unos años la filosofía norteamericana. En 1933 Quine, ya de regreso en Harvard, obtiene un puesto de investigador en la Society of Fellows, y comienza una carrera proselitista a favor de las ideas de Carnap.
De hecho, la influencia de las ideas neopositivistas en Estados Unidos se hará sentir unos pocos años más tarde. En 1936, a raíz del asesinato de Schlick en las escalinatas de la Universidad de Viena a manos de un estudiante nazi, los más importantes miembros del positivismo lógico emigraron a Estados Unidos. En este proceso migratorio se apoyaron fundamentalmente las universidades, a través del esfuerzo que mediante éstas realizaron Quine (desde Harvard), A. Chruch (desde Princeton) y Ch. Morris (desde Chicago).
De este modo se producía un trasplante de la escuela analítica vienesa al nuevo continente, en el cual sus miembros más importantes continuaron su producción teórica. El efecto que produjo este traslado sobre la filosofía norteamericana la marcó de forma definitiva. Y a tal punto lo hizo, que se ha vuelto un lugar común oponer la filosofía "analítica" norteamericana e inglesa a la filosofía "continental" desarrollada en el continente europeo. Antes de la guerra ambas modalidades filosóficas se desarrollaban fundamentalmente en Europa; en forma paralela al auge del Círculo de Viena encontramos el de la fenomenología de Husserl y el del existencialismo de su alumno dilecto y sucesor en la cátedra, M. Heidegger. Como efecto de la política nazi, Heidegger sucede a Husserl, quien es expulsado de su cátedra, y el Círculo de Viena es expulsado de Europa.
La estancia de Quine en Viena no sólo le
proveyó de los contactos personales que facilitarían luego el de los miembros
del Círculo de Viena, sino que además, como él mismo lo reconoce, despertó
en Quine un sentimiento político. La necesidad de asumir una posición activa
frente a la amenaza del nazismo lo llevó a enrolarse como voluntario en la
marina de Estados Unidos, en plena segunda guerra, trabajando en el
desciframiento de los mensajes de los submarinos alemanes. Respecto de esa
época, recordará que durante tres años no leyó ni una sola línea de
filosofía ni de lógica. Finalizada la guerra volvió a su carrera en Harvard,
donde obtuvo en 1946 su cargo de profesor de filosofía, que ejerció hasta su
retiro en 1978. Fue nombrado profesor emérito de filosofía y matemáticas de
la misma Universidad y continuó con su producción filosófica hasta el día de
su muerte.
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