Serie: Mitos y Ritos (XXVII)

El eterno retorno de lo mismo

Andrea Díaz Genis

Los griegos vinculaban el tiempo con el devenir y el cambio, lo cual lo relacionaba a su vez, con el sentido de los acontecimientos y de la propia vida. El tema del eterno retorno es explícitamente retomado por Nietzsche partiendo de los griegos, de Platón y Aristóteles (sobre todo), y además y principalmente, de los presocráticos, como, por ejemplo, Anaximandro.

Para Nietzsche es un malentendido creer que para Anaximandro el verdadero ser lo constituye el infinito: el verdadero ser es lo indeterminado, porque lo que posee alguna cualidad determinada debe tener un origen y, como todo lo que tiene un origen, tiene que tener un fin. En esto consiste el primer principio pensado por Anaximandro: lo indeterminado que no posee ninguna cualidad destinada a transformarse y perecer. Está por encima del devenir y garantiza el curso libre del devenir. Para Anaximandro todas las cosas nacieron en el "apeiron" y volverán a él, dando también la idea del eterno retorno de lo mismo, característica del tiempo mítico (cfr. Eliade, 1972).

SENTIDO DEL TIEMPO

En la concepción cristiana, la existencia, tal como aparece en el campo del devenir, sólo puede tener una justificación en tanto expiación de culpas pasadas. De otro modo ¿qué sentido podría tener "esa expresión dolorosa y trágica en la faz de la tierra?". En este contexto es forzosa la pregunta por el sentido de la existencia, porque si nuestra existencia no tiene valor ninguno, ¿por qué existimos?

Exactamente vivimos, para Nietzsche, para que vivamos nuestra vida de tal manera que se peda repetir. Si la vida vuelve, tiene sentido vivirla, pero no de cualquier forma, pues nadie va a querer repetir el dolor, la mediocridad, el aburrimiento, el tedio. Sólo el que es feliz querrá repetir su vida. De esta manera, ser feliz no será simplemente una elección, sino una necesidad. Por otro lado, sólo en un mundo en que ya no se pensara en el marco de la temporalidad lineal sería posible un hombre feliz.

La afirmación fuerte de Nietzsche es que, dentro de una concepción lineal del tiempo, la vida no tiene sentido alguno. La temporalidad lineal es aquella que se articula en presente, pasado y futuro, donde cada momento es irrepetible, es irreversible, y sólo tiene sentido en función de los otros. Nietzsche entiende el tiempo "edípicamente": en el tiempo cada instante sólo es si mata al anterior, su padre, para inmediatamente ser igualmente muerto por el siguiente; el pasado y el futuro no son más que un sueño y el presente, por su parte, es el límite inextenso e inconsistente entre ambos. En esta concepción se puede llegar a la idea de la total inconsistencia de todo lo real, pero la noción del eterno retorno nos salva de tal inconsistencia.

El tiempo en un sentido lineal es característico de la concepción judeo-cristiana: cada división del tiempo no tiene valor por sí misma, es "para otro", relativa, y por lo tanto carece de sentido en sí misma. Sin embargo, creemos que vale la pena aclarar que es precisamente la concepción del tiempo judeo-cristiana secularizada, la que carece de sentido. Dado que, en su contexto religioso, el tiempo tiene sentido y se unifica en la historia como historia de salvación, ello significa que es Dios mismo el que habla a través de la historia.

Sin embargo, aunque los momentos históricos son irreversibles, irrepetibles, el ascenso lineal de la historia nos lleva a un momento donde esta misma cesa (y aquí también cumple con el legado antihistórico del mito), donde se supone que después de un juicio final los justos pasarán a vivir eternamente con Dios. El proceso encadenado se da en los términos de creación, pecado, redención y fin de los tiempos.

La idea del eterno retorno adquiere mucho más sentido en el contexto espiritual de la época tal como la percibe Nietzsche, influido entre otras cosas por el desencanto del romanticismo alemán. El "Dios ha muerto", es sustituido por una especie de nihilismo flojo, débil, que perpetúa un conformismo en lo efímero del presente, o sea que el hombre ha renunciado a sus posibilidades más altas. Ya no es válida la idea de la condenación eterna que influyó durante siglos en las mentes de la gente, obligándolas a adoptar determinadas conductas. Aquí el hombre no puede ser feliz, pero tampoco lo es en el tiempo secularizado, en un tiempo dividido, carente de sentido, sin trascendencia.

Tampoco la alternativa (que se presenta como tal en esa época) es el socialismo, donde según el filósofo "lo efímero del individuo quiere alcanzar la dicha por la socialización". Aquí también nos encontramos con una espera vana de la dicha en un futuro ilusorio. La lógica del tiempo del cristianismo se mantiene. La alternativa del tiempo cíclico se presenta como una propuesta muy exigente desde el punto de vista ético. La repetición, como ya dijimos, hace necesario el desarrollo pleno del individuo, no en aras de un más allá incierto, o de un premio futuro. Aquí no hay condena para quien no elige esta concepción de vida; tan sólo incurre en un error que lo perjudica gravemente, que le impide desarrollar toda su potencialidad como ser humano. ¿Y por qué hablamos de elegir una concepción de vida? Como si se pudiera elegir una u otra concepción del tiempo, independientemente de lo que sea el tiempo realmente. Veamos esto más de cerca.

Las dos dimensiones del eterno retorno

La idea del eterno retorno tiene dos dimensiones en Nietzsche. Una es la que ya hemos mencionado: la dimensión ética, que se puede resumir de la siguiente forma: "vive tu vida de manera tal que la quieras volver a vivir". Pero también tiene una dimensión cosmológica: la cantidad de fuerza que obra en el universo es determinada, no infinita como comúnmente se pensaba, si bien el tiempo en el que esta fuerza se desarrolla es infinito. Por lo tanto, esta fuerza se repite en un tiempo infinito, dado que es eternamente igual y eternamente activa.

El retorno de lo mismo, el círculo de repeticiones de la fuerza en un tiempo infinito, es una idea que mucho tiene que ver con el pensamiento aristotélico acerca del tiempo, en el que se habla de un tiempo infinito en la rueda de un movimiento limitado, finito. No hay crecimiento ni progreso, sólo repetición. La idea básica subyacente a esta concepción es la siguiente: en un mundo en el que los átomos son indestructibles y finitos, las infinitas combinaciones de éstos pueden producir infinitos mundos, en los cuales habrá infinitos movimientos iguales.

Hasta aquí la idea básica presentada por Nietzsche. Pero ¿cuál es el estatus de esta idea?¿Es acaso la pretensión de un fundamento científico de la idea del eterno retorno, de tal manera que nosotros al aceptarla debemos vivir de acuerdo a ella? Nietzsche pretendía darle una base científica, cimentar sus ideas acerca del eterno retorno. Pero aunque esta fundamentación cosmológica pueda ser refutada, la idea del eterno retorno seguirá en pie, pues no es el sentido cosmológico su fuerte, sino su basamento moral. Es decir, aunque sólo sea como posibilidad, esta idea es transformadora. Parafraseando al Wittgenstein del Tractatus, no sólo cambia los "límites de mi mundo", sino en esta medida, el mundo mismo, es decir, la relación del hombre consigo mismo y con todo lo que lo rodea.

Para Nietzsche las ideas determinan nuestras realidades, las formas de vida que tenemos, debido a que no hay una estructura verdadera, metafísica del mundo. La pregunta es, en todo lo que te dispongas a hacer: "¿Es esto de tal naturaleza que yo lo quisiera hacer toda una eternidad?, esta es la más grande fuerza". La idea del eterno retorno debe entenderse como una metaidea de toda idea, metadiscurso de todo discurso; es la idea más transformadora y más exigente que Nietzsche ha podido concebir. Para comprender más esto tenemos que remontarnos a otros textos del autor, que nos ayuden a comprender la idea del eterno retorno dentro de la obra general del filósofo.

Así hablaba Zaratustra

Así hablaba Zaratustra (1999) es una obra que inaugura una nueva etapa en la filosofía de Nietzsche, mencionada por el autor como "la filosofía del mediodía", en relación con la etapa anterior de su obra, que trataba de la "filosofía del amanecer". A partir de esta obra, Nietzsche tiene como meta central de toda su filosofía la idea del eterno retorno. Esta idea no sólo supone una transformación del contenido relevante de su obra, sino también una idea que supone ser reveladora y transformadora para la humanidad. Esta obra está anunciada en la Gaya Ciencia (1986), que empieza donde había finalizado el recorrido de la filosofía del amanecer.

Esa finalización supone el término de una etapa de la filosofía europea, desde el punto de vista de Nietzsche: la eliminación de la idea de un mundo verdadero; y con esta eliminación, también, la supresión de un mundo aparente. Ello significa reconocer entre otras cosas la anulación de la metafísica como estructura verdadera del mundo (y por lo tanto la anulación de las ideas aparentes del mundo), al no existir criterios de verdad, sino tan sólo interpretaciones, justificadas en "la voluntad de poder", y en la "muerte de Dios". Esto anuncia la hora del mediodía, la hora sin sombras en la cual Zaratustra anuncia su doctrina fundamental, que es la idea del eterno retorno, tal y como la hemos presentado. Según el filósofo, la idea del eterno retorno sigue en pie como posibilidad transformadora de la humanidad, así como lo ha hecho la idea de la condenación eterna.

Porque Nietzsche no busca para nada una adhesión pasiva a esta idea que no implique una decisión. Es decir, una adhesión del tipo de la que existía cuando reinaba la estructura metafísica del mundo verdadero y de Dios. En suma, la idea de que las cosas son así, y entonces debemos aceptarlas así. Esto es locura para Nietzsche, o de lo contrario, una forma superficial de ver las cosas. La redención con relación al tiempo, que es lo que implica la metaidea del eterno retorno, es el resultado de una idea radical de cambio con respecto al tiempo; no es en absoluto una aceptación de lo que es de hecho, sino un reconocimiento del poder creativo de la voluntad. No se trata de que si"es así" entonces "así debe ser", sino de que es así "porque así lo quise yo". El eterno retorno está ligado entonces a la voluntad del poder, como reacción frente a diversos nihilismos que tienen su origen en la moralidad cristiana. Esto supondría entonces un retorno a la visión antihistórica griega. Sería el resultado de la misma degradación del concepto judeo-cristiano de la historia. En los apuntes de verano de 1887 acerca del "nihilismo europeo", el autor habla de varias etapas del nihilismo: entre ellas un primer nihilismo que es el que surgiera de la conciencia del caos y del devenir que la moral cristiana ayuda a superar.

Dentro del contexto del judeo-cristianismo, la historia tiene sentido como historia de salvación. Cada suceso, cada momento tiene sentido en tanto revelación o diálogo personal de Dios con el hombre. El problema aparece cuando esta idea se vacía de contenido y verdad. El segundo nihilismo ocurre cuando la moral cristiana, aplicada hasta el infinito, descubre que la moralidad es mentira, es decir, una especie de ficción que sirve a fines vitales como el de la supervivencia, pero carente de fundamento, de verdad. Este nihilismo consiste en que ningún valor es capaz de superar la desconfianza que la misma moralidad ha generado. Así el mundo aparece sin un sentido ni finalidad, sin racionalidad. Pretender valores fundados en la verdad, tal como lo ha pretendido el judeo-cristianismo, oculta el sentido mismo de las posturas de valor, en tanto resultado de la voluntad de poder, de las decisiones del ser humano.

De lo que podemos hablar es de lo que está a nuestro alcance, es decir, de los "límites del mundo" (Wittgenstein), y no de las estructuras verdaderas del mundo o de Dios. La constatación de que Dios ha muerto nos desnuda ante el hecho de que, sin fe, el mundo se transforma en una serie de hipótesis y perspectivas. Un mundo así sólo puede ser tolerado por el superhombre. Como aquel hombre que por excelencia vive al mediodía, como la hora de perfecta redondez y plenitud del mundo, como aquel que, conciente del poder, se presenta como pura "hybris"(orgullo sacrílego, impiedad). Este hombre, más que afirmador de un mundo verdadero, de una moralidad verdadera, o de una fe, es el que intenta disolver una serie de valores y sentidos del mundo fundados en esas ideas. El superhombre es voluntad de poder, es fuerza, creatividad, que es otra manera de decir que es arbitrariedad, pero en un mundo en el que no puede haber otra cosa que arbitrariedad, porque "Dios ha muerto" y con él toda la estructura metafísica de la verdad. Se trata de vivir activa y voluntariamente la experiencia del nihilismo: no es que el sentido de mi vida se adecue a los acontecimientos, sino que los acontecimientos están en concordancia con el sentido de mi vida, en tanto que "yo lo quise así".

Todos estamos obligados a tomar partido, no existen ya los débiles y los fracasados de la protección moral, que sirven de base para criticar a los fuertes. Todos nos quedamos a la intemperie de la existencia, sin ninguna fe que nos resguarde, con el único instrumento que nos pertenece. La suprema energía, la suprema fuerza que tiene el superhombre, es asumir el eterno retorno de lo mismo como decisión. Este es el sentido profundo de la metaidea del eterno retorno.

El Enigma del Eterno Retorno

La idea del eterno retorno aparece en Así hablaba Zaratustra en los capítulos titulados "De la visión y el enigma" y "El convaleciente". En el primero de estos textos, Zaratustra se encuentra con el espíritu de la pesantez (una especie de gnomo) que le murmura, con desdén, las siguientes frases: "Todo lo recto miente (...) Toda verdad es torcida; el tiempo mismo es un círculo" (1999:120). A lo cual contesta Zaratustra: "¡Espíritu de la pesadez!-exclamé con ira- ¡no tomes a la ligera la cosa!"(:120).

Ésta es entonces, para Zaratustra, la visión superficial del eterno retorno, concepto al que vuelve en "El convaleciente". Allí los animales de Zaratustra cantan un estribillo que comienza así: "¡Oh! Zaratustra, dijeron los animales (...) Todo se va y vuelve; eternamente gira la rueda del Ser" (:167)

Para Zaratustra esta manera de enunciar el eterno retorno es superficial; le falta algo a la idea para que adquiera su verdadero sentido. Los animales de Zaratustra presenciaron un hecho sumamente importante que vamos a detallar ahora, y a partir de allí elaboran un estribillo, una actitud demasiado simple y que sigue sin captar la actitud central del nihilismo activo. Veamos cuál es el enigma a interpretar: "Nunca antes había visto yo tanto asco y pavor reflejados en un semblante humano. Se había dormido el Joven, y en tales circunstancias la serpiente le penetró en la garganta e hincó en ella el diente. Mi mano tiró de la serpiente con toda la fuerza, pero en vano; no logré arrancar la serpiente de la garganta. Entonces algo en mi gritó: ¡Arranca la cabeza de un mordisco! ¡Muerde! Mi horror, mi odio, mi asco, mi compasión, todo mi bien y mi mal brotó de mí en un solo grito. ¡Intrépidos que me escuchan! ¡Buscadores, tentadores y los que con artera vela han puesto proa a mares inexplorados! ¡Amantes de los enigmas!

¡Descifrad el enigma que yo vi entonces!" (121)

Zaratustra vive con mucha fuerza la idea del eterno retorno, con alma de visionario, como si realmente estuviera anunciando una teoría que va a transformar a la humanidad toda, presentando la filosofía no sólo como transformadora de los valores, sino como generadora de nuevos valores. No se trata solamente de criticar los errores de la moral y la religión, sino de legislar en vista de una renovación radical de la civilización.

Aquí la metaidea del eterno retorno está puesta como un enigma. De alguna forma, su sentido profundo está vedado a los más, es decir al pueblo. El eterno retorno no puede ser una aceptación de su estatus cosmológico, o de su situación de hecho: "todas las cosas rectas mienten", "el tiempo es un círculo", "curvo es el sendero de la eternidad". La redención (véase: 104) que pretende Nietzsche es la del espíritu de venganza, que es la reacción del hombre de la situación cristiana, es decir, un hombre encerrado en la concepción lineal del tiempo. El querer que libera es aquel que puede superar el determinismo del tiempo. El límite del querer en la estructura lineal del tiempo es la imposibilidad de retroquerer. De ahí nace toda la concepción de culpa y castigo del cristianismo (como una forma de venganza que pretende limpiar las conciencias desde el punto de vista nietzscheano). Este es el "rechinar de dientes" (aquella famosa imagen a la que recurre el cristianismo para connotar el infierno), la impotencia del hombre con relación al tiempo. Esta concepción niega de plano al superhombre, la posibilidad de un poder creador y renovador de la vida.

Esta condición de sumisión del hombre con relación al tiempo, que genera una respuesta de venganza o castigo, no es la que busca el hombre que está en relación con el eterno retorno. Porque el eterno retorno, sin el poder de la voluntad y la decisión, se transforma en la más radical forma de nihilismo, como ya vimos: ell eterno retorno como la forma más extrema del nihilismo, la falta de sentido eterno. Cuando Nietzsche anuncia la idea del eterno retorno, el ser humano que escucha por primera vez esta concepción puede tener dos actitudes: se puede arrojar al suelo maldiciendo al demonio que le habla de esa forma, porque todo lo que es y se ha hecho se va a repetir, es la condenación por toda la eternidad.

El tiempo puede no tener sentido para el hombre dentro de la concepción lineal del tiempo, una vez caído en la cuenta de la mentira de la moral, pero mucho menos sentido tiene si este sin sentido se reitera eternamente. Pero si este mismo hombre (segunda actitud) toma el mensaje del eterno retorno como algo divino, entra en una dimensión de la temporalidad que tendrá un peso y un cambio fundamental sobre su vida: deberá preguntarse en cada acto si éste es de tal naturaleza que lo querrá vivir eternamente. Deberá amar a la vida y a sí mismo, como termina diciendo, para desear esta sanción eterna. La idea de fondo es, a nuestro parecer, que no se puede padecer la idea del eterno retorno, sino que ésta se transformará en eterno padecimiento. La serpiente, que es un símbolo de la circularidad y del anillo eterno. Ver atragantado al hombre por la idea de la circularidad, es verlo atravesado por la peor desesperación. Lo grande y lo pequeño se va a volver a presentar (como dice en El Convaleciente); es decir, el dolor, el sufrimiento (que cuando más dolor y más sufrimiento sea, más del lado de lo grande estará para Nietzsche), retornarán junto a lo efímero, la vulgaridad, el sin sentido.

El Hombre, el superhombre triunfa sobre el tiempo, sobre el nihilismo pasivo y angustiante, cuando logre cortar el cuerpo de la serpiente, es decir, cuando pueda decir: así sucedió, pero así lo quise yo. El propio Nietzsche interpreta la figura del nihilismo pasivo como representado en el hombre atragantado por la serpiente: "El gran hastío del hombre –he aquí lo que se me introdujo en la garganta, así que estuve en trance de perecer asfixiado; amén el vaticinio del adivino: ‘Todo da igual; nada vale la pena; el saber ahoga’" (1999:168). Pero ocurre que eternamente vuelve el hombre que está hastiado, el hombre pequeño. Nos queda sólo la alternativa de los fuertes, del poder, de la voluntad que soporta todas y cada una de sus decisiones. Que está a la altura de sus sufrimientos y sus avatares, porque, como ya vimos, cuando más sufre el hombre más a la altura de su condición se encuentra.

El hombre que se venga de los demás infligiéndole toda clase de sufrimientos a través de la moral, la religión y la ascesis, deberá invertir esa energía en ser el creador y por lo tanto el responsable de su propia vida, sin el respaldo de ninguna moral, metafísica, o fe que lo justifique. Si ha pasado una infinidad de tiempo, como dice Nietzsche en su fundamentación cosmológica del tiempo, ya todo ha sido decidido, y lo que ya ha sido decidido va a repetirse, entonces el tiempo se torna irreversible. Según Vattimo el artificio retórico usado por Nietzsche en "Así hablaba Zaratustra" es un recurso profético: no solamente se debe a una lección estilística sino a la impensabilidad de sus contenidos.

Podemos decir que el recurso a la idea del eterno retorno como metaidea adquiere su valor y su potencia como recurso hermenéutico-interpretativo. Es decir, tan sólo, valga la redundancia, como recurso, como interpretación de la realidad (no pudiéndose fundamentar metafísicamente su superioridad sobre otros, en tanto que no pretende ser una estructura verdadera del mundo). Los criterios usados por Nietzsche para demostrar la superioridad de su teoría sobre otras, también forman parte de las esferas de las decisiones o interpretaciones del mundo: fuerza sobre la debilidad, creatividad sobre resentimiento, actividad sobre pasividad, salud sobre enfermedad, etc. Estos criterios son denominados por Vattimo como "fisiológicos".

Nosotros creemos que Nietzsche no puede soportar la derrota del hombre, o su debilidad ante el nihilismo en que cae tras descubrir la mentira de la moral. La mentira de la moral, la muerte de Dios, no tiene por qué significar el empequeñecimiento del hombre. Todo lo contrario: debe resaltar su fuerza específicamente humana, decisiva y creadora en el marco del destino y el tiempo.

REFERENCIAS

Obras de Nietzsche consultadas:
La Gaya Ciencia (1986), México, Fontamara.
Así hablaba Zaratustra (1999), México, Ed. Mexicanos Unidos. El eterno retorno
Obras de Nietszche consultadas en Obras Completas (1951), Madrid, Aguilar:
La filosofía de la época trágica de los griegos
Aforismos
Apuntes de verano de 1887
El nihilismo europeo
Otras obras:
Vattimo, Gianni (1987) Introducción a Nietzsche, Barcelona, Península
Eliade, Mircea (1972): El mito del eterno retorno, Madrid, Alianza.

 

Mitos y Ritos

Artículos publicados en esta serie:

(I) Las llamadas (J. Cohen y L. Peluso, Nº104/105)
(II) Los nuevos mitos (Graciela Evia, Nº 106)
(III) El dominio de las mujeres (Yubarandt B. de Consens, Nº107)
(IV) Vida y muerte en las culturas precolombinas (Leopoldo Muller, Nº108)
(V) Tango, un mito de las orillas (Germán Schneller, Nº 109)
(VI) Despedida de soltera (José E. Finol, Nº 111)
(VII) Cómo sabe el mito que sabe (Leopoldo Muller, Nº112)
(VIII) El fútbol y su ritual (Jorge Cohen y Leonardo Peluso Nº116/117)
(IX) Mitos, mitologías, mitólogos.(Daniel Vidart, Nº 131)
(X) Murgas aquí y allá (Alicia Martín, Nº 140/41)
(XI) El diablo en la encrucijada (Mario pontes Nº 143)
(XII) El Golem. Eternidad del "Hombre artificial" (Orna Stoliar, Nº 155)
(XIII) Esperando a los héroes dormidos (Omar Karaman, Nº 159)
(XIV) La Biblia (Leopoldo Müller, Nº 162)
(XV) Los paraísos celtas (Omar Karamán, Nº 163)
(XVI) El tabaco, la embriaguez seca (Juan Fernández Romar, Nº 164/65)
(XVII) Cortinas de humo (Daniel Kliman, Nº 166)
(XVIII) Sobre el "Génesis" (Leopoldo Müller, Nº 169)
(XIX) Agua ardiente y vital (Juan E. Fernández Romar, Nº 170)
(XX) La magia como encrucijada (Richard Kieckhefer, Nº 172)
(XXI) Alcohol: placer y fuerza (Juan E. Fernández Romar, Nº 174)
(XXII) Caza de brujas (Marcos Aguinis, Nº 180)
(XXIII) El mito en el siglo XX (Christoph Jamme, Nº 184)
(XXIV) Presencias del Paraíso (Marilia Martins, Nº188/89)
(XXV) El gran edén (Leopoldo Müller, Nº 191)
(XXVI) Juegos y ritos (Daniel Vidart, Nº 193)
(XXVII) Los mundos habitados ¿cuántos? (J. O. Meira Penna, Nº 199)

 


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