Humor, amor y muerte en la novela negra
Juan Carlos Capo
Borges, adicto a la novela negra, no dudaba en rezongar contra la extensión de las novelas policiales. Eso no le impedía manifestar sus reservas y admitir que un autor puede seguir escribiendo con entusiasmo -y el lector seguir leyendo con parecidas energías- el cuento que, insensiblemente, a través de la existencia de gozosos ripios, viró a novela. Si bien la "solución" del enigma ya se adivinaba, el libro empero no se cerraba, pues ni autor ni lector habían puesto el pie todavía en las arenas que ponían fin al relato.
El hecho de leer el libro hasta el final no sufría por esta postergación. Lector y autor coinciden en "que si hay un agrado especial en la perplejidad y el asombro, lo hay también en seguir la evolución de un proceso previsto".
Lo anterior puede ser una suerte de exordio -un poco extenso- quizás adecuado para introducir a quien lea estas líneas en las complejidades de la novela negra. Ella constituye un género que los americanos contrapusieron a los ingleses, más adeptos a reunir en sus tramas a víctimas y victimarios educados, no tan violentos, y también más aburridos.
Teoría de la novela negra. La novela de detectives configuró un género, teorizó Raymond Chandler -un creador literario mayor- género donde los académicos nunca pusieron encima sus muertas manos. (…)
Género que ha producido "más arte malo que ningún otro tipo de ficción, con la posible excepción de las novelas de amor, y, probablemente, más arte bueno que ningún otro (…) que goce de similar aceptación".
Dos tipos duros. Raymond Chandler y Dashiell Hammet, padres literarios de Phil Marlowe y Sam Spade, renovaron la novela de detectives, que desde entonces se presentó de un modo radicalmente distinto. Ellos atravesaron sus tramas con un lenguaje cortante como bisturí, le agregaron balaceras, golpes, patadas, en fin: un caldero hirviente y duro ("hard-boiled") donde cocieron sus relatos.
El estilo "hard boiled" dio lugar, tanto en Chandler como en Hammet, a una estructura más elaborada, compleja, poética e impredictible, como podía no gustarle al lector-masa de las pulp fiction originales de las colecciones Black Mask y Dime Detective, de las que Raymond Chandler y Dashiell Hammet procedían.
Un adelanto de realismo sucio. Los detectives de Hammett y Chandler si bien hacían uso -como sus colegas británicos- de sus facultades mentales, y daban su lugar a la razón, la deducción, y más especialmente a la intuición, se abocaron a abrir los sacos de los deshechos de la ciudad.
Una tarea deslucida y sucia donde se hizo frecuente la aparición de sangre, sudor, vómitos, y hasta la descarga de epilepsia y el chorro de orina.
El detective hace fuego. Los detectives de Hammet y Chandler se caracterizan por ser lacónicos, sin perder un lado tierno, son seductores a pesar de ellos mismos, pero no vacilan a la hora de proceder, y "liquidaban" de ser preciso a más de uno, dado que actuaban en un medio desigual y hostil.
Un universo literario. En "El sueño eterno" (The Big Sleep, 1939), típica muestra representativa del nuevo modo de narrar, el lector puede encontrar el paradigma de cómo es y cómo actúa el antihéroe Philip Marlowe, inmortalizado por el novelista Raymond Thornton Chandler, nacido en 1888, en Chicago, escritor ganado para la literatura -tardíamente- en la que entró por la puerta grande a los cincuenta años, cuando escribió su primera novela, y setenta cuando acabó la última.
El poeta Luis Cernuda y el novelista y ensayista André Gide -que si una vez se equivocó con Proust, no lo hizo en cambio con la novela negra- pueden atestiguar lo dicho.
La literatura "dura y pura" de Chandler. En ella se asiste a la infiltración de la estofa policial por la metafísica de la poesía, por la punzada del humor, por la inefabilidad de la belleza, por el quebradero de cabeza de la estética, incrustados en la literatura policíaca, un estuche en apariencia pobre para albergar los iridiscentes reflejos de una perla negra. Y a Chandler no le importó este parentesco bastardo; al contrario, no renegó de él, lo ahondó, lo buriló, lo enriqueció y lo convirtió en literatura de primera clase.
Si no se duda que su literatura es, también, policíaca, no lejos se estará en convenir que también la carga de literatura que ella ostenta es algo que trasciende al género que envuelve.
Más allá de la siembra de cadáveres, del enigma de la identidad de los asesinos, de las revelaciones finales, del avance de la acción en base a múltiples personajes, conversando en una variedad de hablas que reflejan submundos diferentes, Chandler se juega en esta escritura por un lanzamiento a fondo. Fue la suya una apuesta literaria de enjundia y dio en el blanco, y también cayó en el centro de la escena con una elegancia digna de un ser humano " triste, solitario y final", como caracterizara a uno de sus personajes.
Influencias mayores. Las sombras tutelares de Hemingway y de Scott Fitgerald fueron -a no dudarlo- de inspiración señera para la consolidación de la escritura de Chandler (y quizás valga esto también para Hammett).
En dos de las mejores novelas de Chandler, que estas líneas pretenden enfocar más de cerca, el lector podrá encontrar referencias al poeta Marlowe, a Frazier (con su Rama dorada cargada de frutos mitológicos), a Proust, a Flaubert, a Shakespeare, a Eliot.
Los personajes podían no entender de qué se trataba: por ejemplo, si un personaje se permitía desechar el ofrecimiento de un libro de Eliot por haberlo leído ya, o por no entender un pito de El canto de amor de J. Alfred Prufrock donde Eliot escribe: "Por la habitación las mujeres van y vienen hablando de Miguel Ángel".
Pero un fiscal de distrito podía acudir a una cita de Hamlet, para desplegar sus chicanas, lo que obligaba a que un periodista a su vez le replicara con otro parlamento de la misma tragedia.
La respiración novelística de Chandler se tornaba en cada nueva novela que entregaba, más poderosa, sugerente y libre de fórmulas sobadas, cocidas, reconocidas.
La ciudad maldita. La novela negra está abierta y encuentra su reserva ecológica y su polución básica imprescindible -para que germine el mal que contamina a sus criaturas- en las madrigueras de la ciudad, donde se hallan los ámbitos de una policía venal, de una justicia acallable, una prensa manejable, un capital de largo alcance, y unos políticos y agentes inmobiliarios coligados.
En fin, un establishment en el que no se puede confiar y contra el que sus héroes tienen que luchar con más astucia que violencia, con más humor que amargura, con más decencia que acomodos.
Ya se trate de la pesadillesca y ficcional Poisonville (en Hammet) o la propia y real ciudad de Los Angeles en Chandler, con su expansión edilicia hacia el oeste, asentada en la incipiente y aprovechable división de los terrenos fiscales y flores negras anexas: petróleo, drogas, chantaje, sobornos y asesinatos.
Un todo fangoso y reluciente, como estrellas malignas en un cielo estelar de garitos, clubes nocturnos, hoteles de todo tipo, oficinas fiscales y policiales.
Una democracia ululante, una filosofía voraz, una ley endiablada, son los elementos de la escenografía donde se pueden contar con los dedos de una mano los personajes en quienes Marlowe (y el lector) podrán confiar.
¿Adiós al universo carcelario? Pero no solo hay sabiduría en la descripción de la lozanía decadente y perversa de una sociedad ( y una ciudad) en expansión.
La aptitud reflexiva del autor asoma a raudales cuando Chandler describe una cárcel:
-"Una buena cárcel es uno de los lugares más tranquilos del mundo". (…) "En la cárcel la vida está en suspenso, no tiene propósito ni significado".
Pero otro personaje dará una visión suplementaria y no tan poética y apaciguante de ese mundo concentracionario: cuando a la cárcel se entra, hay hombres de todas las medidas, de todas las formas, pero salen de la misma medida…pequeña, y de la misma forma…vencida.
La lozanía decadente de un mundo sin salida. Una de las novelas, El sueño eterno (1939) trata de un general multimillonario, excéntrico, enmarcado por el narrador en un invernadero, con carnívoras orquídeas como fieles acompañantes de tan poderoso y - paradójicamente- débil personaje. El calor reinante mantiene con vida al anciano, y el escenario descrito anuncia una historia caliente de atmósfera envenenada.
"Las plantas llenaban el lugar formando un bosque, con feas hojas carnosas y tallos como los dedos de los cadáveres recién lavados".
Chandler hace hablar al viejo:
-"Parece que existo sobre todo por el calor, como una araña recién nacida; (…).
Y sobre las orquídeas, que a Marlowe no le interesan demasiado, dice su interlocutor:
-"Son asquerosas. Su tejido es demasiado parecido a la carne de los hombres, y su perfume tiene la podrida dulzura de una prostituta".
Las heroínas de Chandler deambulan por estos laberintos enajenantes, habitados por insospechados minotauros.
Ellas parecen las herederas de un legado célebre, shakespeariano y freudiano. A Carmen, la hija menor del general, Chandler la presenta de este modo:
"tenía dientes pequeños y rapaces, tan blancos como el corazón de la naranja fresca y tan nítidos como la porcelana. (…) Su rostro carecía de color y no parecía muy saludable".
Hay una hermana mayor, Vivian (y ya tenemos a las dos hijas del general) que, junto a la secretaria de un chantajista (boca de distribución de droga -en aquel tiempo: láudano y éter-) y ambas responden a un cierto tipo de eterno femenino con el mismo leit motiv musical en fuga: la bruja, la puta, la intrigante, cuando no la asesina.
Una aspirante a suicida, habla así: "El tiempo transforma todo lo bello en algo vil, gastado y ruin. La tragedia de la vida (…) no es que las cosas hermosas mueran jóvenes, sino que envejezcan y se envilezcan".
Un mirador freudiano. El binomio arquetípico: -padre poderoso, decrépito, casi agonizante, ligado a hijas extraviadas- es un esquema que aparece en "El sueño eterno" (The Big Sleep, 1939) y luego Chandler lo hará reaparecer en "El largo adiós" (The Long Goodbye, 1953).
Las muchachas recuerdan a las heroínas freudianas, uncidas a padres agonizantes no menos despóticos y a destinos no menos inevitables de vida de mujeres baldadas en un discurrir libidinal fallido, ligadas a una relación esclavizante, mórbida, y remontable a un tiempo de fantasía, de sufrimiento, de infancia.
La droga y el tedio. Las heroínas de Chandler ceden baudelairianamente al demonio del Tedio. Por lo menos así se justifica una de ellas, Vivian, en la primera de las novelas nombradas, y es descrita por Marlowe en términos no menos crueles de como describió a la hermana menor:
"Los labios de Vivian se separaron lentamente hasta que sus dientes reflejaron la luz y brillaron como cuchillos".
Vivian se explica:
"Fue en un momento de ocio, cuando nada agradable venía a mi mente. Todos tenemos esos ataques. Montones de dinero, ¿sabe? Un yate, una finca en Long Island, otra en Newport, otra en las Bermudas. Fincas aquí y allá, por todo el mundo probablemente, sólo separadas por una buena botella de whisky."
Ellas salen con niños bonitos por la noche, pierden a la ruleta, beben alcohol, tienen los sesos en blanco, aunque ofrecen su sexo, como un juguete que llega apenas a ser erótico.
Chandler, en palabras de un Fiscal, caracteriza a estas mujeres de un modo drástico y escéptico, casi cínico (un punto de vista misógino, ciertamente, aunque no necesariamente equivocado):
-"Esas mujeres no deberían dejarlas sueltas por ahí".
El deseo de los ricos (amor y pobreza) -o quizás no solo de los ricos, si nos atenemos a hablar del deseo en términos más adecuados que convienen a esta materia humana subjetiva, evanescente, trágica, pero no superestructural , con su lastre de pobreza constituyente, armazón patético, y una riqueza inventiva, extraviada e insana- se aloja en estos personajes, pero eso no los libra de la pugna inútil que llevan adelante, atropellándose unos a otros como ratas enloquecidas, en un laberinto del que pugnar por salir, sea como sea.
"No es una verdadera diversión, pero los ricos no lo saben. Nunca desean algo con todas sus ganas, excepto tal vez una esposa ajena, y ese es un deseo muy pálido comparado con la forma en que la mujer del fontanero quiere comprar cortinas nuevas."
Poesía y muerte en la novela negra. Chandler sabe, llegado el momento, bajar el tono, y su prosa exhala de pronto una ternura inesperada, y con instrumentos de otro cordaje describe el mar en la noche de una ciudad mexicana, y ahí la sutileza lírica que alcanza, contrasta con la violencia de los bloques anteriores:
-"El oleaje es tan suave como una anciana cantando himnos".
En El sueño eterno, la muerte merece más de una consideración breve, rigurosa y seca. El autor reflexiona sobre la muerte. La poesía vuelve entonces a hacerse presente en la prosa de Chandler al escribir sobre el enigmático y abrumador silencio del más allá que a todos espera, y que el autor pronto alcanzaría, no sin antes entregar su obra mayor: El largo adiós.
La reflexión es pasmosa, poética, casi necrofílica:
"¿Qué importaba dónde uno yaciera una vez muerto?
"¿En un sucio sumidero o en una torre de mármol en lo alto de una colina? Muerto, uno dormía el sueño eterno y esas cosas no importaban. Petróleo y agua eran lo mismo que aire y viento para uno. Sólo se dormía el sueño eterno, y no importaba la suciedad donde uno hubiera muerto o donde cayera".
Raymond Chandler no pudo, o solo pudo dar un feliz, interrumpido y accidentado adiós a su personaje, antes que el sueño eterno lo alcanzara a él, el 25 de marzo de 1959, en su aislado reducto de La Jolla, California.
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