Serie: Convivencias (LXIX)

La República de los Lacedemonios y la teoría política antigua

¿Por qué Esparta?

 

Pablo Ney Ferreira

La fama y el prestigio de la antigua Esparta han atravesado todos los límites de la historia y aun hoy se siguen investigando las singulares características del régimen espartano. Una buena muestra del interés que continúa despertando en los estudiosos actuales es el brillante texto de Elizabeth Rawson (*), investigadora en Historia Antigua del Corpus Christy College de Oxford, donde analiza los constantes debates que a lo largo de la historia, y desde Platón, Aristóteles o Plutarco, se desarrollan sobre la constitución política de Esparta, y más precisamente sobre su polémica estructura educacional.

ACAPITE "Los atenienses saben en qué consiste la virtud, mas los lacedemonios la practican. He aquí la filosofía moderna, y las costumbres antiguas."

Jean Jacques Rousseau

Las inquietudes y disputas sobre Esparta trascienden en mucho a los historiadores antiguos y si bien es cierto que la polémica comienza en la antigüedad, cuando se ve enfrentada a Atenas en lo que concierne a la organización de la polis, como paradigmas sociales y políticos fuertemente contrapuestos, la polémica se traslada a lo largo de la historia y reaparece cada vez que los hombres deciden recurrir a los ejemplos antiguos para organizar las sociedades modernas. Así, en el Renacimiento hay un debate acerca de la educación ciudadana, con gran consideración al caso espartano; en el siglo XVIII francés también hay un resurgimiento del patrón virtuoso de los espartanos, y más modernamente los nazis también tomaron como ejemplo el mito de Esparta para configurar su régimen totalitario.

Por otra parte, es imposible entender las controversias entre demócratas y laconizantes en la teoría política antigua sin tomar en cuenta las estructuras constitucionales de Esparta y Atenas, auténticos ejemplos de las respectivas formas aristocrática y democrática en el mundo griego.

¿Por qué razón se ha mantenido a lo largo de la historia el interés por la violenta Esparta? ¿Cómo funcionaba el régimen de gobierno y social espartano, modelo en amplias discusiones acerca de la ciudad deseable, desde Platón a Rousseau? ¿Por qué causas la antigua y polémica Esparta continúa seduciendo no solo a los investigadores que se dedican a la historia antigua, sino también a cualquiera que se adentre en el estudio de la filosofía política antigua, o aun a los más radicales partidarios de una visión aristocrática y conservadora del republicanismo de hoy en día?

Tradicionalmente, Esparta es mucho más conocida por el valor de sus soldados y por su poderío militar que por su constitución política. Pocos olvidamos las imágenes grabadas en la historia, de Leonidas y sus trescientos hoplitas instalados en el desfiladero de las Termópilas, aguardando a los cientos de miles de combatientes medos y persas comandados por el rey Jerjes, mientras peinaban sus largos cabellos, limpiaban sus armas y entonaban sus cantos de guerra esperando con toda calma su pasaje a una muerte segura.

En estas líneas intentaremos introducirnos en el mundo social y político de Esparta, buscando, si no alguna explicación, sí un conocimiento más profundo de la capital de Laconia. No hay mejor guía para tal travesía que Jenofonte, quién en su pequeña obra La República de los Lacedemonios, nos presenta a la sociedad espartana en todo su esplendor. De aquí en adelante nos adentraremos en la obra de este célebre discípulo de Sócrates, buscando conocer y responder a la pregunta que da título a estas líneas: ¿por qué Esparta?.

LA REPUBLICA DE LOS LACEDEMONIOS

Para empezar, ¿quién es Jenofonte? Diógenes Laercio cuenta que un día en Atenas, Sócrates encuentra al joven Jenofonte en una calle, y cerrándole el paso le inquiere ¿Cuál es el camino que lleva al mercado? Ante esta pregunta Jenofonte le señala el camino al mercado, pero rápidamente Sócrates le vuelve a preguntar: ¿Cuál es el camino que lleva a la virtud?. A partir del desconcierto que presentó Jenofonte frente a esta pregunta, comienza una relación discípulo-maestro que solo terminará con la desgraciada muerte de este último. De Jenofonte no sabemos mucho. Ciudadano de Atenas, de la aldea de Esquilo, nos enteramos de que Sócrates le salvó la vida en el combate de Delio. También, si seguimos a Diógenes Laercio, podemos afirmar que Tucídides le encomendó la publicación de su obra clásica: La guerra del Peloponeso. Emprendió junto a otro discípulo de Sócrates, Proxeno, una aventura persa a la corte de Ciro, la que contó con la aquiescencia de su maestro, dado el entusiasmo indisimulable del joven Jenofonte. En otra obra, la Anábasis o Retirada de los diez mil, refiere Jenofonte sus aventuras orientales, centrándose en la retirada de un contingente griego por un territorio hostil luego de haber participado de una guerra civil persa. A su vuelta a Atenas, se encuentra Jenofonte con la amarga noticia de la muerte de Sócrates, ante lo cual escribe la Apología y los Memorables o Recuerdos Socráticos, una de las mejores fuentes para conocer la vida del célebre maestro de Platón. Luego de esto viaja hacia Esparta, desde donde nunca regresará.

Desde un presumible gran conocimiento de la sociedad espartana es que Jenofonte nos dejará su panegírico, que sin duda nos es muy útil para acercarnos a una comprensión más completa de la cerrada sociedad lacedemónica.

Nos enfrentamos, claro está, a la principal fuente antigua sobre el funcionamiento de la sociedad espartana. Pero igualmente, y desde el vamos, también nos encontramos con una pregunta difícil de responder: ¿podemos atribuir este pequeño tratado a Jenofonte? Si bien existen algunas sospechas, parece existir un relativo consenso entre los especialistas en establecer la autoría de este texto a Jenofonte, y fecharlo alrededor del 395 AC. Las principales razones para datarlo en ese momento se basan en que él ya había estado en contacto directo con el modo de vida de los lacedemónicos, y participado junto a contingentes espartanos en la retirada de los Diez Mil, así como en la acción de Agesilao en Asia, donde pudo observar con claridad el funcionamiento del ejército de Esparta. A esta afirmación cabría objetar el contenido del sorprendente capítulo XIV, donde el autor interrumpe la apología de las virtudes espartanas para fustigar con dolor el comportamiento de la elite gobernante, lo que fortalece las objeciones que apuntan a declararlo capítulo espurio, ya que es el único lugar del texto donde Jenofonte cambia de tono en su exposición.

La estructura del tratado está lejos de ser sistemática y clara. Sin embargo, lo que resulta clara es la intención de Jenofonte para emprender su tarea: desde un primer momento aclara que lo que pretende es mostrar a qué grado de prosperidad llegó Laconia (o Lacedemonia) de la mano de Licurgo, y cómo la constitución (a él atribuida) establece el mejor régimen de gobierno que haya tenido jamás ciudad alguna. Sin embargo Jenofonte solo logra exponer esto en los primeros diez capítulos, y a partir del XI pasa a dedicarse en forma caótica a presentar, de manera por demás desordenada, algunas características de las instituciones militares que parecen haberle maravillado, seguramente por haber participado en ellas, combinando de esta manera tanto la apología del régimen espartano –un tanto inconclusa- como de su ejército, tan admirado como temido en el mundo clásico.

Jenofonte, autor de este pequeño escrito, es uno de los más famosos representantes del filolaconismo ateniense de fines del siglo V y comienzos del IV. En esa época Esparta vivía sus días de mayor gloria, y muchos de los más elevados exponentes de la intelectualidad ateniense veía, en su respeto por la tradición y por la educación colectiva de los ciudadanos, un ejemplo de lo que había que hacer en Atenas. Varios de los pertenecientes al círculo socrático, entre ellos Jenofonte, compartían estas ideas. El mismo Platón es pasible de adicción filolacónica, a través de su exposición de la república ideal, aunque también es dable subrayar que no le eran ajenas algunas de las características negativas de Esparta. Jenofonte, en cambio, salvo en el famoso capítulo XIV, nunca desfallece en su halagador cometido.

JENOFONTE Y EL FILOLACONISMO

Hombre hecho para la acción, Jenofonte participa en varias aventuras bélicas junto al ejército de Esparta. Así, lo vemos luchar en Queronea (394) frente a los propios atenienses, obteniendo por esto de manos de los espartanos una donación de tierras cerca de Olimpia, y por otro lado el ostracismo de Atenas, su ciudad natal.

El filolaconismo afectó no solo a algunos círculos filosóficos, sino también a parte del espectro político de Atenas, quienes veían que la solución a los males de la ciudad consistía en la adopción de un régimen similar al que poseía la victoriosa Esparta. Entre ellos estaba Critias, quien también escribió por entonces un texto en prosa y verso con el mismo nombre que el de Jenofonte y que alcanzó gran difusión entre los círculos laconizantes de Atenas, siendo leído con emoción por el joven Jenofonte. Ambos textos poseen algunas diferencias y algunas semejanzas: entre las primeras cabe destacarse el objetivo: hacer una apología de Esparta; utilizar como método expositivo la comparación de los usos y costumbres en Esparta y en otras ciudades y el hecho de comenzar la exposición con el tema de la procreación; entre las segundas, un punto de sumo interés histórico: Critias desconoce el papel fundador de Licurgo, mientras que Jenofonte hace de él el alma mater de Esparta.

Estamos entonces frente a una obra de gran valor, no solo histórico sino teórico: se trata de una de las pocas obras documentales de la antigüedad dedicada a describir a Esparta y a su régimen político; desconocer su valor para la historiografía antigua y para el estudio de la teoría política antigua sería una profunda injusticia.

LA CONSTITUCIÓN ESPARTANA

La respuesta a la pregunta sobre los orígenes de la constitución espartana no parece representar problema alguno para Jenofonte: Licurgo, que vivió en el tiempo de los Heráclidas, dicto las leyes que rigen Esparta, previa consulta al oráculo de Delfos. Con esta afirmación, Jenofonte contradice a varios autores, tanto de la antigüedad como contemporáneos, quienes proponen, cuestionar la propia existencia de Licurgo o negar el origen divino de la reforma. La existencia o no de Licurgo probablemente sea un problema similar al de Homero, y quizá jamás sepamos su respuesta. Jenofonte se saltea este problema y afirma no solo que el autor de la constitución espartana fue Licurgo, sino que nos refiere incluso cuándo: "en tiempos de los Heraclidas" (siglo VIII AC).

El primer problema que enfrenta Jenofonte en su texto es el de la procreación de los hijos y el de la educación de la mujer espartana Además de darnos datos sobre algunas curiosas leyes que presentan los espartanos para la vida matrimonial, muestra el texto una viva preocupación por la generación de nuevos ciudadanos que continúen con las tradiciones de la vieja Esparta; esto probablemente nos indique la intranquilidad de las elites espartanas ante la mengua de ciudadanos, fruto de las constantes guerras en que participaban. Aquí se mencionan algunas "reglas", entre las cuales cabe mencionar el desvelo por que los matrimonios fueran hechos en la flor de la edad, las medidas drásticas contra los matrimonios entre mujeres jóvenes y hombres viejos, y la renuncia al adulterio, cuestión completamente normal entre los espartanos. En Esparta no había adúlteros, y tal conducta no figuraba entre los delitos establecidos. Aparte de estos curiosos datos, Jenofonte resalta la severidad de la educación física a la que estaban sometidas las mujeres espartanas, pero no aporta demasiados datos que nos permitan confirmar el desfavorable retrato que de las mismas nos ha trasmitido Aristóteles en la Política.

A partir del capítulo II y hasta el IV incluido, enfrenta Jenofonte el problema de la forma de educación que Licurgo estableció para los jóvenes espartanos. Tal descripción aparece a los ojos de los críticos como demasiado simplista, indocumentada, y orientada sin más a la exaltación de la educación física de los novicios lacedemonios.

La educación estaba dividida en etapas, y el Estado era el único que se dedicaba a estos quehaceres: se iniciaba a los siete años de edad, hasta que a los doce años los muchachos pasaban a la segunda fase, que se denominaba efebia. Es en esta etapa donde aparece la famosa leyenda de la educación para el robo. Esto fue debatido de manera intensa por los historiadores, y no queda claro sobre su autenticidad; lo que está claro es que Jenofonte da por sentado que los jóvenes eran inducidos a robar, y que en caso de ser sorprendidos eran castigados, no por robar, sino por hacerlo mal. Luego de esto pasan a una nueva etapa que se caracteriza por la extrema dureza de la disciplina y del entrenamiento físico; aunque Jenofonte no especifica cuáles son los trabajos que estipuló Licurgo para esta etapa, sabemos que se trataba de una etapa llena de privaciones, y es probable que haya que situar –según los críticos- al arte de robar más en esta etapa de su entrenamiento que en la anterior.

En lo que insiste Jenofonte es en presentar tristemente a los jóvenes espartanos, dibujando una semblanza que se caracteriza por la sumisión de su carácter, la completa falta de naturalidad, y un silencio casi inconmovible. Luego de esta fase, el futuro ciudadano laconio, a los dieciocho años pasa a ostentar el grado de irén. Es de destacar la notable importancia de este pasaje para el joven espartano, ya que desde este momento su destino inmodificable es el de estar al servicio de la patria y consagrar casi su entera existencia al servicio de las instituciones militares. Este pasaje estaba repleto de ceremonias y pruebas de aptitud física, entre las que cabe citar a la tremenda diamastigosis, o flagelación de los jóvenes ante el altar de Ortía. También es cierto que además de esta terrible ceremonia tenían lugar otras celebraciones más agradables, como competiciones musicales y atléticas entre los jóvenes lacedemonios, a las que acudían numerosos extranjeros deseosos de admirar la extraordinaria fortaleza de aquellos. Nada de esto parece llamar la atención a Jenofonte, quien simplemente señala la portentosa reciedumbre física de los futuros militares de Esparta.

A partir de aquí, el joven es ya un combatiente, aunque de retaguardia. Es en este período en que comienzan los jóvenes espartanos con sus prácticas de pederastia, tan criticadas por Platón en las Leyes y por Aristóteles en la Política, ya que asumen la tutoría de niños a los que escogen como predilectos y de cuya educación se preocupa de manera "completa", claro está como lo ha indicado Licurgo. En el grado de irén permanece el joven durante unos seis años, hasta que pasa a constituirse en un soldado de primera línea. Aquí comienza el espartano su última etapa, que culmina a los treinta años, momento en el cual se convierte en un ciudadano completo, en un miembro pleno de los llamados Iguales. En esta etapa continúan los jóvenes su entrenamiento físico y su adiestramiento militar, y accedían a competiciones en las que intentan demostrar toda su pericia en el supremo arte de la guerra, objetivo y preocupación última de los Iguales.

LOS IGUALES

Ser un ciudadano espartano constituía un privilegio solo en los papeles, ya que era más bien una condición cargada de duros deberes, y posibilitada solamente mediante una educación férrea y una dedicación total al servicio militar, en la perfecta maquinaria bélica espartana. Es indudable que al espartano, educado en la escuela del esfuerzo continuo, no se le haría demasiado complicada la tarea de cargar con la vida de soldado: toda su educación estaba dedicada simplemente a eso, a crear un soldado perfecto, una elite de hoplitas capaz de destrozar cualquier formación de combatientes que se atrevieran a ponérseles enfrente. Pero el título de Iguales puede dar lugar a equívocos: los espartanos no eran "más iguales" que cualquier ciudadano de un régimen democrático actual; si bien eran iguales que otros griegos ante la ley, las diferencias económicas a su favor eran enormes, y su creciente codicia figura, según Aristóteles, entre las principales causas del declive de la virtuosa Esparta. Si bien es cierto que se hicieron grandes esfuerzos igualitarios, que permitieron en gran medida una cierta comunidad de bienes, favoreciendo a los que poseían menos, esto no fue suficiente y la referida codicia parece ser una de las razones que acabó por corromper su comportamiento público.

Los Iguales constituían una casta cerrada que en los papeles tenía el poder en la ciudad lacedemónica. Para ser uno de ellos era necesario haber nacido de padre y madre espartana, debían participar de las comidas publicas y contribuir a ellas, para luego someterse a la educación estatal ya mencionada. Entre estos Iguales solamente algunos estaban encargados de los asuntos públicos, constituyéndose en una minoría dentro de una minoría. Se discute si esta minoría era cerrada a su vez. Si hemos de creer a Jenofonte, cualquier ciudadano podía llegar a ocuparse de tales tareas; solo era necesario dedicarse de lleno al cultivo de las virtudes cívicas y al culto al honor; fueron tal vez un grupo selecto, pero es más que probable que ello no fuese por razón de nacimiento sino por su devoción a las responsabilidades públicas.

Esparta tenía dos reyes. Era una diarquía cuyos orígenes continúan siendo poco conocidos y que carecían de mayor poder, ya que estaban sometidos a la celosa vigilancia de los éforos; la realeza seguramente no pasaba de ser una jerarquía más, en cuanto a su autoridad. Los reyes debían rendir ante los éforos juramento a la constitución de Licurgo, y además los obedecían en todo. El poder real en Esparta estaba mediatizado no solo por los éforos, sino también por el Consejo Real, que en caso de guerra deliberaba junto al monarca y era, en suma, quien decidía sobre las operaciones militares. Este consejo nos es presentado por Jenofonte como una creación de Licurgo, aunque cabe aclarar que casi existe consenso entre los estudiosos en situarlo bastante más tarde. Dicho esto, parecería ser que el rey fuera un ciudadano más, pero esto no era así. Sobre todo el pueblo le tenía un aprecio muy especial, que le era expresado en los honores que le dispensaban, sobre todo a partir de su muerte.

En teoría, el rey de Esparta era la máxima autoridad, pero en los hechos eran los éforos y la Gerusía – a la cual Jenofonte dedica algunas líneas elogiosas en el capítulo X- quienes ejercían la autoridad. Jenofonte lo explica claramente. Como es sabido, uno de los reyes de Esparta acompañaba al ejército cuando estaba en campaña, pero incluso en ese caso dos de los éforos fiscalizaban las decisiones reales; aunque no intervenían directamente en las acciones bélicas, observaban las decisiones del rey con todo cuidado, relativizando al menos la autoridad real en el campo de batalla.

Extrañamente, la descripción de Jenofonte no refiere en ningún momento a ninguna Asamblea popular, que sabemos existió en Esparta, ni tampoco se detiene ante las funciones de ninguna otra autoridad.

Finalmente se dedica durante varios capítulos a describir el ejército y el espíritu del soldado espartano. Se trata de una descripción curiosa, ya que presenta una composición y explica cuidadosamente determinadas tácticas militares, completamente arcaicas en la época de Jenofonte. También habla de un ejército íntegramente compuesto por ciudadanos, cuando el mismo Jenofonte, que participó directamente en la retirada de los Diez Mil, contada en la Anábasis, sabía perfectamente que las tropas espartanas en ese momento estaban compuestas en su mayoría por mercenarios. Además dedica grandes elogios a la valentía, disciplina, formación y espíritu de combate de los soldados espartanos, cosa que, como sabemos, admiraba.

¿Cómo podemos explicar los errores y contradicciones en que cae Jenofonte? Su literatura debe ser entendida como una especie de didáctica moral. Esta forma de literatura idealizante busca, más que describir con exactitud, generar modelos basados en experiencias concretas, distorsionadas e idealizadas para que sirvan como ejemplo a seguir por el resto de las ciudades. A estos fines, conviene más una visión simplista y exenta de pretensiones críticas. La intención central del desterrado ateniense es educativa. También es posible que cuando Jenofonte escribió este texto no conociera bien al ejército espartano, y que más bien se basara en fuentes poco confiables o datos inexactos. De todos modos, para los fines panegíricos que presenta el autor, no era necesaria una descripción exacta, sino presentar un modelo moral que sirviera de ejemplo. Estos capítulos dedicados a la milicia espartana sorprenden, ya que era de esperar mayor exactitud y precisión por parte del autor, ya que él mismo formó parte de ella; por el contrario, nos encontramos frente a un mar de errores e inexactitudes, que solo quedan atrás gracias al entusiasmo marcial de Jenofonte al presentarlos, y por los pintorescos detalles que describe, del ejército espartano en campaña.

EL CAPITULO XIV

Anteriormente nos hemos referido al sorprendente contenido de este capítulo, donde Jenofonte interrumpe bruscamente el tono de alabanza hacia Esparta y se despacha con una crítica vivaz contra su elite gobernante. No tenemos una respuesta concreta a por qué Jenofonte cambia inesperadamente de actitud y expone una serie de críticas que no se encuentran en ningún otro lugar del texto, pero podemos suponer algunas cosas. Hay quienes afirman que este capítulo fue compuesto bastante después del resto de la obra; también hay quien dice que era en realidad el comienzo de la obra, y que la real intención de Jenofonte fue mostrar la decadencia de la República de Lacedemonia: la ruina presente frente al antiguo esplendor de sus virtudes cívicas y militares.

Otros críticos se preguntan si fue realmente Jenofonte quien escribió este capítulo o si se trata de una interpolación, cuestión que aun hoy es debatida. Nuestra opinión es en efecto lo escribió Jenofonte pero bastante tiempo después, quizás cuando se sintió desengañado por la decadencia de las costumbres de su amada Esparta.

En el polémico capítulo XIV es posible apreciar a un dolorido Jenofonte enumerando las tres lacras que habrían afectado al antiguo espíritu de Esparta: la codicia, la pérdida del viejo sentido de arraigo en la ciudad materna, y la incapacidad para el mando. Pero Jenofonte parece equivocarse en su diagnóstico, al considerar que el descrédito que recae sobre los espartanos nace de su desobediencia a las leyes de Licurgo; por el contrario, la inhumana represión que durante años sometió a los espartanos fue la causa que motivó su caída, en el momento mismo en que amanecía la soñada grandeza. Aristóteles opina de esta manera en la Política : "los lacedemonios se sostuvieron mientras guerrearon, pero se derrumbaron en cuanto alcanzaron la supremacía, porque no sabían disfrutar de la paz ni habían cultivado ningún otro ejercicio superior al de la guerra". En efecto, al establecer los espartanos, merced a su victoria, contacto con otras formas de vida, una rapidísima e insospechada evolución echó por tierra los cimientos de su propia existencia; incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones, Esparta se abatió bajo el peso de su propia gloria.

PARA UNA CONCLUSION

El texto de Jenofonte que acabamos de presentar alcanzó muy rápidamente una gran difusión, lo que no es de extrañar dada la curiosidad que experimentó el mundo antiguo hacia la misteriosa y violenta Esparta. Es probable que la obra no haya merecido tal gloria, y que su fama provenga de haberle atribuido su autoría a Jenofonte, uno de los más famosos discípulos de Sócrates. No obstante esto, es comprensible que en su tiempo, y hasta hoy en día, suscitara tanto interés, no solo por el tema que se proponía sino por la sincera devoción hacia Esparta que demuestra su autor. Su lectura ha atravesado los tiempos, y ya Aristóteles se valió de este texto al componer su Política. Su valor estriba en la escasez de textos antiguos que nos hablen de Esparta: por supuesto, no está de más aclarar que ni un solo espartano escribió algo que pudiera haber quedado sobre su ciudad.

El texto, al igual que la fama de Esparta, han ido siempre de la mano del nombre de Jenofonte, y la pujanza militarista y moralizante que pretende el texto indudablemente ha trascendido a lo largo de los siglos. Su imagen virtuosa, los ejércitos invencibles de hombres perfectos que presenta, su inconmovible razón de servicio a la patria y sus ejemplos vitales de moralidad militante, han servido de espejo a centenares de escritores y filósofos, que como quería Jenofonte, han tomado el mito como realidad, invitando a que perdure en el tiempo la imagen austera y marcial de la misteriosa Esparta.

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(*) The Spartan Tradition in European Thougth, Oxford, Clarendon, 1991.,

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