"The Purple Land"
La aventura hípica como cronotopo
Daniel Vidart
"...yo apenas intervenía en la conversación, que únicamente se refería a los caballos [...] cuando puse atención, me extrañó que la charla no siguiera insistiendo en el tema favorito de los caballos, que había prevalecido durante la noche entera."
G. H Hudson. La Tierra Purpúrea
Esta contribución al estudio del relato desarrollado en La Tierra Purpúrea -The Purple Land (1) - se limita al somero análisis de una experiencia hípica por el Uruguay de tierra adentro como fuera la de Richard Lamb, el personaje principal de una novela inspirada sin duda en el viaje de Hudson por el interior de nuestro país. Digo de paso que lamb significa borrego o cordero en inglés, nombre quizá intencionalmente urdido por el autor de esta novela de viajes y aventuras. En efecto, el peregrino, que se presenta como británico, ignora al iniciar su cabalgata lo que hallaría en el carozo mediterráneo del Uruguay, un país que, al ascender por vez primera al Cerro que dio su nombre a la ciudad de Montevideo, consideró como el hogar de un pueblo que no merecía tan bello sitio terrenal, puesto que "ha sobrepasado en crímenes a todos los de la antigüedad y los tiempos modernos".
Pero muy pronto se hará cargo de una realidad distinta a la propuesta por la retórica de su inicial desprecio. Ello sucede en el curso de un viaje que lo obligará a convivir con hombres bravíos y mujeres intensas, y a tal punto, que finalmente se convierte en un wandering wolf, en un desarraigado merodeador de horizontes y corazones, en un alma gaucha a la jineta .De regreso a Montevideo sube otra vez al Cerro y, dueño de una experiencia memorable que rectifica su desprecio inicial, se despide de aquella hermosa tierra de sol y de tormentas, poblada por hombres y mujeres más auténticos y sinceros, pese a sus defectos, que los hijos de la civilización industrial y los degradados campesinos europeos : " ... may the bligth of our superior civilisation never fall on your wild flowers, or the yoke of our progress be laid on your herdsman - careless, graceful, music-loving as the birds - to make him like sullen abject peasant of the Old World !
En la primera edición de la obra el autor la subtitula Travels and Adventures in the Banda Oriental, South America ( 2 ), y si bien travel en su primigenio sentido se refirió al trasladarse a pie de un lugar a otro a lo largo de una jornada, esto es, de la mañana a la noche, prontamente adquirió el significado genérico de viaje en cualquier tipo de transporte, ya por la comarca, ya por el mundo.
Escenarios y personajes
Viajes y aventuras pues, itinerarios, desplazamientos por el espacio que generan tiempo - y de ahí la voz cronotopo ( 3 ) -, ritmo alterno entre el camino y la posada. Pero no se trata de un viaje pedestre ,como el de los peregrinos europeos medievales, ni de un recorrido en diligencia, carreta u otro vehículo a tracción animal, como se estilaba en esa época, sino a caballo, de acuerdo con el común denominador en el campo rioplatense a partir del Coloniaje. Teniendo en cuenta que quien esto escribe vivió hasta los veinticinco años una continuada experiencia ecuestre y contempló a lomo de caballo las verdes extensiones por donde deambuló Lamb, alter ego de Hudson - perpetuo jinete pampeano hasta los 33 años de edad -, este ensayo centrará su mira en la presencias, vivencias y experiencias del universo ecuestre y el complejo cultural del ganado vacuno, condicionantes externos de los géneros de vida, los estilos de vida y las concepciones de la vida que caracterizaron a los dispersos pobladores de nuestro campo ganadero en los siglos XVIII, XIX y principios del XX.
Dicho enfoque estaría incompleto si no se señalaran, siquiera como telón de fondo, los rasgos predominantes del escenario geográfico por donde transcurre la acción, o sea aquellos paisajes del Uruguay profundo, ricos en ganado y pobres en hombres, tal cual fueron vistos, descriptos y ensalzados por la trashumante criatura pergeñada por Hudson. En efecto, Lamb es el sosías literario del autor del relato, un insaciable contemplador de la fauna y la flora de los ecosistemas del entorno, cuyo espíritu panteísta, enamorado de la naturaleza y su recatada hermosura, planea sobre todo el relato. A ello, que no es poco, debe sumarse la galería de personajes de la ruralia - en particular los femeninos - aposentados en los sitios donde Lamb desensilla. Un tratamiento plenario de cada uno de estos aspectos conduciría a una exposición harto extensa, apta para dar vida a las páginas de un libro. Importa tambien señalar la reiterada comparación expresada o rumiada por de Lamb entre el mundo tradicional - la "barbarie " al decir de Sarmiento o la "cultura bárbara" según Barrán ( 4 ) - y el sometido a las complejidades del maquinismo y la sociedad industrial moderna - la " civilización" o " el disciplinamiento"- ( 5 ), cuyo contraste surge de la comparación entre la libertad y espontaneidad reinantes en la vida campestre rioplatense, muy distinta a la campesina europea, y la coactiva cuanto desnaturalizante rutina que impera en las ciudades, donde, en el juego enajenado de la civitas, se hace carne y espíritu aquel viejo dicho baconiano magna urbs, magna solitudo.
Esta antítesis merodea de continuo el talante de Hudson, un primitivo contemporáneo, un humano fragmento de la naturaleza que ha cobrado conciencia de sí misma ( Engels )en los sentimientos y los pensamientos de un criollo pampeano nacido hacia el año 1841 en estancia Los Veinticinco Ombúes, provincia de Buenos Aires.
Sobre la aventura
Quisiera hacer algunas luces etimológicas acerca de los distintos y correlacionados sentidos que tiene la voz aventura, ya que ellos concuerdan con los sucesos, unos apacibles y otros estremecedores, que acompañan al jinete Richard Lamb en el recorrido de un itinerario circular que se cierra sobre sí mismo Si nos atenemos al significado esotérico de la serpiente Kundalini ( 6 ) o su réplica occidental, el uroboros ( 7)., esta re - volución o regreso al punto de partida nos remite a las dimensiones de lo mágico y lo maravilloso, propias de un romanticismo tardío ( 8 ), corriente a la que, consciente o inconscientemente, se afilia el genio literario de Hudson..
El vocablo aventura ,que deriva de la voz venir, viene o pro - viene, con perdón de la redundancia, de una muy lejana fuente. Dejando de lado las raíces indoeuropeas y el gámati - él viene - del sánscrito, encontramos que el bainó griego y el venire ( supino ventum) latino son las manidas inmediatas del término español. La voz latina origina toda una significativa familia de palabras entre las cuales figuran advenire ( llegar, como Lamb lo hacía en sus nocturnos apeaderos, ranchos o casas de estancia ) ; adventicius ( extranjero, como lo era nuestro héroe echado a cabalgar por aquel campo crudo, plagado de degüellos) ; eventum (acontecimiento, al estilo de los " sucedidos" que salpican la odisea de quien se dice inglés y es en puridad un argentino pampeano, suscitando asi una querella de identidades semejante a la que gravitó sobre la vida de Hudson aquende y allende el Atlántico ) ; invenire ( descubrir, como acontece con los hallazgos de racimos de almas y fragmentos de mundos acaecidos en el transcurso de la ruta que, de a poco pero insistentemente, modifica la primera y peyorativa opinión del viajero acerca de la gente de la campaña ganadera ); conventus ( reunión, como aquella donde los cuentos de luces malas resultaban verdaderos y el Palacio de Cristal y la niebla negra londinenses venían a ser, para los narradores criollos, una burlona fantasía del peregrino). Y no sigo, para no aburrir estableciendo correspondencias entre las otras voces entroncadas con el venire, antecedente lingüístico de esta aventura por la Banda Oriental que hoy constituye el objetivo de nuestra conventio, es decir, de esta virtual asamblea de espíritus que a los 100 años de la publicación de The Purple Land honra el talento narrativo de Guillermo Enrique Hudson y su extraordinaria novela, a la que es lícito considerar como el testimonio de una persistente memoria autobiográfica.
Y a todo esto ¿ por qué aventura ? Aventura proviene del latín adventurus, un derivado de advenire, que significa acontecimiento imprevisto, caso fortuito, casualidad. Pero tambien menta el riesgo, el peligro, tal cual expresara Cervantes : " con todo eso no quiso poner el negocio en aventura". Y es tambien un hecho extraño, llamativo, curioso, como lo señala un dicho del adrede citado Cervantes en uno de sus frecuentes retruécanos :" ... alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura ." Y bien, de lo que tambien cuenta y enseña Cervantes en su Quijote, surge el sentido del andar al azar ,al garete de la voluntad, conducido por el instinto de la bestia y el llamado del horizonte, cuando el caballero que murió cuerdo y vivió loco se echa al campo de Montiel " sin llevar otro camino que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras".
No cabe equiparar las intenciones y propósitos de Lamb con los del Quijote, aunque si conviene emparejarlos en su odisea hípica, que por momentos es épica, dado que cumplen con el destino del caballista el uno y del caballero el otro, y tanto en este último caso, que en los designios del personaje cervantino brillarán los consejos que Raimundo Lulio ordenó en un libro memorable ( 9)
Lamb no sale al azar como el Caballero de La Triste Figura ; cabalga hacia la Estancia de la Virgen de los Desamparados, que Hudson ubica in so warlike a department as Paysandú.( en un departamento tan belicoso como Paysandú) para obtener allí trabajo, dado que se le han cerrado las puertas laborales en la pacata y adusta Montevideo. A la ida y a la vuelta le salen al paso las aventuras, las venturas y las desventuras diseminadas a lo largo del camino indiferenciado que era nuestro campo, aún sin alambrar, en las vísperas de la Guerra de las Lanzas, la famosa revolución del 70 comandada por Timoteo Aparicio.
A caballo
Como no podía ser de otra manera, Lamb realiza su viaje a lomo de caballo. No había por entonces mejor ni más rápida manera de trasladarse de un lado a otro. La abundancia de yeguarizos, la lejanía existente entre las islas humanizadas que se diseminaban en aquel ondulado mar de hierbas, la cultura ecuestre imperante en una zona de ganadería extensiva y el apego de Hudson al sino y al signo de los jinetes, ya que él durante su residencia rioplatense fue un cabal hombre de a caballo, conceden especial extensión y atención a los servicios y caracteres del Equus cavallus
Cuando parte desde Montevideo a buscar trabajo en la lejana estancia sanducera de la Virgen de los Desamparados sabe que su viaje será prolongado y dificultoso pues no cuenta con recambios." Era un largo viaje y me aconsejaron que no lo iniciara sin contar con una tropilla de caballos. Pero cuando un gaucho expresa que no puede viajar doscientas millas [ setenta leguas ] sin una docena de caballos, sólo quiere decir que no se puede efectuar ese trayecto en dos días ; porque le resulta difícil suponer que alguien pueda contentarse con recorrer menos de cien millas en una jornada. Yo viajé con un solo caballo y, por consiguiente, el viaje insumió varios días" Y a renglón seguido, efectuando un salto en el tiempo, Lamb confiesa que en el transcurso de las aventuras acaecidas en nuestro suelo se sintió en los pagos orientales " tan en mi casa como durante tanto tiempo me había sentido en los argentinos" Esta afirmación del personaje debe trasladarse a la esfera psíquica del autor. En efecto, el dúo espiritual Hudson - Lamb lleva a cuestas el perpetuo conflicto entre el medio campestre rioplatense que acriolló al novelista desde su nacimiento en estas latitudes y el impacto de la cultura familiar trasmitida por unos padres estadounidenses entrañablemente unidos a las tradiciones británicas. A ello se une también el aparente desencuentro - que yo considero feliz conjunción - entre un espléndido estilo literario, adscripto al reino del arte, y la vocación e idoneidad de un naturalista, calidad que lo afilia al dominio de la ciencia.
Camino adelante
Durante la primera etapa del viaje, esto es, una jornada, el jinete atraviesa el Departamento de Canelones y penetra en el de Florida, donde hace noche en el " solitario rancho de barro de un viejo pastor" Ya se verá luego, en el capítulo dedicado en mi prometido libro a las construcciones del área ganadera, las diferencias existentes entre el rancho de paredes de barro, o sea el de paredes de haces de ramas o cañas recubiertos con " azote" o " fajina", y el levantado con " tepes" de terrón.
Pues bien, al llegar a este rancho los perros se precipitan sobre el derrengado caballo, al punto que uno se prende de la cola " arrastrando a la pobre bestia de acá para allá", haciéndola tambalear, mientras que otro " tomó las riendas con su boca". El "canoso pastor" recibe con la proverbial hospitalidad criolla al forastero, a la que supo adornar con una " gran cortesía", y este se apresura a aclarar que, motivado por tan ceremonioso tratamiento, entonces desensilla y suelta el caballo para que paciera.
Señalo este detalle porque en todas sus llegadas y partidas, así en sus cabalgatas, Lamb no cesa de referirse a sus montas, unas de mancarrones y jamelgos, otras de fletes briosos y diestros, configurando así un continuo de recuerdos y atenciones para con sus serviciales bestias de transporte.
A la otra mañana, luego del terrible relato hecho por su anfitrión acerca de un salvaje lanceamiento de un hombre apeado e inerme y otros episodios de degüellos, Lamb reinicia la marcha pero hace pocos progresos porque " el tiempo se hizo caluroso y mi caballo anduvo más sobón que nunca. Despues de recorrer unas cinco leguas descansé un par de horas, y luego proseguí al trotecito hasta que, mediada la tarde, desmonté al llegar a una pulpería..." Allí encuentra al domador Lucero, quien lo invita a pasar la noche en su humilde vivienda pues el ojo diestro del chalán comprueba que el caballo del forastero es " gordo y remolón". Y, siempre a flor del tema ecuestre, resultó que esa cabalgata según Lamb, una y otra vez atento a los casos y cosas del universo hípico, fue una de las mas extrañas que hubiera realizado nunca.
Como la bestia montada por Lucero era un redomón, lo más mañero " que se pudiera pedir", se entabló " entre el caballo y el hombre durante todo el recorrido una fiera lucha por el predominio : el caballo se erguía sobre las patas traseras, encabritándose, corcoveando y recurriendo a todas las mañas imaginables para librarse de su carga ; mientras que Lucero le metía rebenque y espuela con sañuda energía al tiempo que brotaban de su boca torrentes de groseras interjecciones" Mientras el caballo se desmandaba, su jinete, que había comenzado una muy atractiva narración, no renunciaba a proseguirla, ya desde lo alto de un corcovo que le cortaba el resuello, ya desde la lejanía de una disparada que apenas permitía escuchar su voz, emitida a todo pecho.
Pero lo importante de esta escena radica en algo que no se dice expresamente Se trata del trato dado por el hombre de Occidente y su descendencia transatlántica de las llanuras ganaderas al caballo durante la doma y el diario trajinar. El domador criollo, descendiente del peninsular guerrero de la Reconquista, un personaje tambien de a caballo - manes del Cid -, se impone a la bestia quebrándola, castigándola, hiriendo sus ijares, curtiéndolo a sotera, maltratando su boca, humillándola sin respeto ni misericordia. Muy distinto era el proceso de domesticación entre los indios, al que describí en una obra centrada en este tema ( 10 ) El propio Hudson advierte en otro de sus libros que la identificación " del hombre con el caballo no es tan íntima entre los gauchos como entre los indios de las pampas.. Un obstáculo para que no se desarrolle entre el gaucho y su caballo una camaradería muy estrecha es que los caballos son tan baratos que un infeliz de pata en el suelo puede poseer una tropilla " ( 11 )
En cambio el indio se entiende mejor con su dócil auxiliar al par que este tambien entiende mejor a su amo. No se trata de que el indio posea menos personalidad que el gaucho, como dice nuestro autor. Se trata, en cambio, de una distinta concepción del mundo, de un tuteo fraterno con la vida animal, de una secreta unión centáurica del (mal) llamado salvaje con la bestia. De tal forma el caballo no es domado a golpes, súbitamente, dramáticamente, sino que se le va aindiando de a poco, si cabe el término, a partir de su nacimiento en un ruedo humanizado. Ello se logra merced a continuas caricias, a suaves manoseos, a la incorporación del potrillo a la toldería, a la vecindad de los niños que juegan con el pequeño bagual, adormeciendo sus instintos rebeldes, refrenando su brío, amansándolo " de abajo ", desde la región de los ijares o verijas, allí donde los "vacíos ", puntos sensibles si los hay, sudan y tiemblan.
Entre lo lírico y lo grotesco
Al finalizar el capítulo II (Paseant Homes and Hearts), el que nos ha proporcionado materia para el iniciar el estudio y glosa de este discurso hípico, que por otra parte sobrenada todo el texto, se menciona la utilización de la cabeza de un caballo, ya puro hueso pelado y reluciente, como asiento - " parte del mobiliario habitual en los ranchos orientales " - desde donde el cantorcito Luciano, nieto de Lucero, menta poéticamente en unas endechas plañideras al flete que lo llevará campo adentro, donde será lindo morir y tal vez soñar entre los altos pastos pisoteados por el ganado cimarrón.
Al abrirse el capítulo III ( Materials for a Pastoral) el héroe de la aventura dice que al abandonar el rancho de Lucero " continué cabalgando sin prisa, al trotecito, durante todo el día y, dejando atrás el departamento de Florida, me interné en el de Durazno"
Alli hace noche en una casa donde, intentando conciliar el sueño, lo acribillan las picaduras de las vinchucas coloradas - las amarillas son las que trasmiten el triatoma infestans de la enfermedad de Chagas, la del ojo hinchado al decir de los paisanos - y a la mañana, cuando procura ensillar y huir de ese nido de infernales chupasangre encuentra rengo a su caballo, y tanto, que regresa a la casa para aguardar la mejoría de la pobre bestia ,ya agotada y dolorida de tanto trote y galope por zonas pedregosas. Claro que por donde cabalgaba Richard Lamb, el abierto campo oriental aún sin los alambrados que aparecerían unos pocos años después - ( 12 ) - si es que el viaje data del 1868 ( ¿ o del 1860 ? ), como se supone - constituía por ese entonces una ruta indiferenciada, una plenitud de rumbos que franqueaban al viandante el acceso a los cuatro puntos cardinales acostados en el horizonte. Pero ya existía desde hacía mucho tiempo atrás, determinada por las divisorias de aguas, los valles abiertos y las cimas enjutas de las cuchillas, una red de sendas tradicionales, de rutas maestras, de abras, vados y pasos consagrados por el antepasado deambular del nomadismo de la prehistoria indígena y las rutas habituales de los medios de comunicación - caballos, carretas, diligencias - propios de la economía y la sociedad criollas .
Sigamos con el relato. La imposibilidad de proseguir el viaje, dado el calamitoso estado del caballo, determina la permanencia forzosa del viajero, quien, durante la segunda noche de su estada, pese a haber trasladado sus pilchas a la cocina para dormir sobre ellas, sufre esta vez el doble embate de las vinchucas y las pulgas. No hay que sorprenderse : este tipo de torturas nocturnas era muy común en el campo de otrora y las anotaciones que nos ha legado Beaumont al respecto son por demás elocuentes. ( 13 )
Tienta Lamb proseguir su derrotero por segunda vez pero su monta sigue en pésimas condiciones. Entonces su anfitrión le regala un caballo para que pueda continuar. Poco valían los equinos en esa época, a tal punto que el paisano más pobre tenía tropilla de un pelo. Es un lindo caballo, de buena estampa, especialmente elegido por el dueño para honrar a su huésped. Este transfiere entonces el basto y los demás enseres al nuevo compañero de ruta, que es todo un flete, y sigue norte arriba.
Viaja por las extensiones engramilladas de Durazno, vadea el " pretty River Yí ", penetra en el Departamento de Tacuarembó que por ee entonces se extendía hasta la frontera brasileña ( el departamento de Rivera fue creado, a costa de la porción septentrional de Tacuarembó en el año 1884 ), atraviesa los " two very curiosly named rivers" Salsipuedes Chico y Salsipuedes Grande para arribar finalmente a la Estancia de la Virgen de los Desamparados, en el oriente del Departamento de Paysandú. Allí no encuentra conchabo, como esperaba. Policarpo Santierra de Peñaloza, el capataz - y no " Mayordomo or manager", - si bien lo recibe con buenas palabras solo le ofrece la decepcionante perspectiva de convertirse en un agregado más de aquel " vagabonds ´ rest "
Cuando Lamb concibe la peregrina idea de ordeñar una vaca chúcara, pues en la estancia no se consumía leche, se inicia una serie de grotescos episodios ecuestres que terminan con un lazo ajeno cortado y un caballo corneado en el vientre. Epifanio Claro, su compañero de correría, oficia entonces de cirujano montaraz, cosiendo con crin la herida del pobre bruto en una operación que no tiene desperdicio, tanto por la habilidad del improvisado albéitar como por su comentario final .En efecto, cuando Lamb le pregunta si el caballo vivirá con esa tremenda herida el veterinario improvisado le contesta con indiferencia " ¿Y yo que sé ? Yo solo me conformo si me allega hasta las casas, sin importarme si después muere" El caballo pertenecía de la estancia, y esto equivale a res nullius, lo que es de nadie y a la vez de todos. Pero la rotura del lazo prestado obligará a Lamb a andar a las cuchilladas con su dueño, al que hiere fieramente, desfigurándole el rostro con una terrible cuchillada..
No obstante lo anecdótico, lo que interesa retener de esta escena confirma aquel dicho del cónsul francés Baradère quien, al espantarse del mal trato proporcionado a las bestias por los paisanos, dijo que el Uruguay era un paraíso para los jinetes y un infierno para los caballos.
De nuevo el caballo es el protagonista de una desaforada aventura cuando los integrantes de aquella recua de ociosos y borrachines ingleses, cuyos descendientes andan todavía por esos y vecinos pagos, decide, según se cuenta en el capítulo V ( A Colony of English Gentlemen), realizar una caza del zorro al estilo británico. El consiguiente alboroto y desbande del ganado vacuno atrajo la presencia del capataz de la estancia invadida quien, luego de reprochar delicadamente a los escandalosos ebrios la estampida de las vacas les ofrece otro tipo de caza, al estilo criollo. La peonada se abalanza a todo galope sobre una manada de vacas, los habilidosos paisanos enlazan, desgarretan y degüellan la gorda vaquillona elegida y luego esos sangrientos restos se disponen sobre el manto ardiente de un pequeño infierno donde, gracias a la baquía de un grasiento y tiznado demonio - esto es, el veterano fogonero de la estancia, ducho en el arte de preparar la carne a las brasas con leña de monte y salmuera criolla - se dora un delicioso asado con cuero.
Cansado de los extravagantes ingleses Lamb se enhorqueta de nuevo su caballo, que por ser regalado " no hay que mirarle el diente", y, de a poco, sin quererlo, se deja tentar por el íncubo del merodeo oriental, ese misterioso llamado que obliga a los " pasianderos ", como se les decía durante la Colonia a los vagos y malentretenidos, a errar de rancho en rancho, de pulpería en pulpería y de estancia en estancia, teniendo por compañía la libre respiración de una naturaleza que se cuela cuerpo y alma adentro y que ,sin que el " vagamundo" lo demande, concede al viandante el íntimo gozo de una libertad sin límites. Lamb comienza entonces a coronar cuchilla tras cuchilla ,poseído por fatum del deambular gauchesco que lo arrastra por la verde panoplia de la penillanura. El jinete, durmiendo a cielo abierto sobre las garras, pitando su cigarro de tabaco negro, cabalgando caballos propios, regalados o robados, y en todo momento indiferente a las celadas del azar y la necesidad, no espera otra cosa que las emociones y los lances que habrán de depararle los islotes humanizados donde, entre canto y cuento, se dan mutuo calor los corazones solitarios.
Un demorado regreso
Lamb decide retornar a Montevideo dando un gran rodeo por los departamentos de Minas, Rocha, Maldonado y Canelones, ruta colmada de peleas mortales, amoríos y embelesos pasajeros, raptos consentidos - el caso de la fuga de Demetria -, contemplación deleitosa y conmovida de la naturaleza inmediata y no del gran paisaje de fondo donde dialogan y a la vez combaten los dioses uránicos con los dioses chtónicos. El viajero, víctima del hechizo de la penillanura, si bien supone que a lo largo de su deambular hallará trabajo en algún establecimiento ganadero, no se arraiga ni se deja arraigar por los reclamos afectivos de la posada. El jinete errante, en vías de reencontrarse con el antepasado gauderio se sentirá entonces, a partir del vespertino aflojar de las riendas, tanto de su caballo como de su alma, atraído una y otra vez por el perfume y el encanto de las mujeres que le salen al paso en los socavones hospitalarios de las noches, cuando comienza a pesarle el camino.
De tal modo, ya bien entrado en el Departamento de Florida, rumbo a las ásperas cuchillas y serranías de Illescas y Mansevillagra, da con la bella Margarita, quien, como se cuenta en el Capítulo VII ( Love of the Beautiful ) aparece bajo un sauce llorón, vecino al rancho limpio y acogedor de Batata., como si fuera un ser de otro mundo Su belleza no arrasaba como el pampero sino que tenía la dulzura de un spring wind, como el que sopla en la Primavera de Boticelli. Lamb, un muchacho lleno de bríos y sueños, custodio de una insaciable ternura, descubre con sorpresa su debilidad ante la eterna gracia femenina, no obstante las reiteradas invocaciones a su amor por Paquita, la esposa que lo aguarda en el lejano sur. Y es justamente en esa humilde vivienda donde el tío de aquella niña caída tal vez de una estrella, el acicalado Anselmo, se entrevera sin remedio, naufragando en un desopilante galimatías sin pies ni cabeza, cuando narra la compra de los nueve malacaras a Manuel el Zorro. Lamb podría haber obviado este intranscendente cuanto descabalado episodio, concediendo mayor importancia y espacio a los sentimientos que le inspirara Margarita, la esplendorosa adolescente, pero recae en el inevitable tema caballar, o caballuno, que como una hebra de cuero crudo, de guasca sin curtir, atraviesa su relato de punta a punta.
Es en la casa de Batata donde aparece un extraño forastero a quien el anfitrión, con raro comedimiento, le ofrece un caballo de refresco, y es a las órdenes de este paisano, quien dice llamarse Marco Marcó, un falso apelativo tras el cual se esconde la persona del revolucionario Santa Coloma, perteneciente a partido blanco, que Lamb emprende una serie de aventuras que lo llevan a participar en una algarada ecuestre cuyo desastroso final da motivo a una diatriba del viajero contra el partido colorado. Dicho encono se manifiesta capítulo tras capitulo, por un motivo u otro, y siempre rodeado por un séquito de improperios : de Rivera para abajo, según Hudson-Lamb, todos los colorados son unos miserables degolladores. Esto no era así : por aquellos tiempos de guerras civiles el degüello era el común denominador en las prácticas de ajusticiamiento, y en ellas participaban por igual los blancos y colorados.
Durante las andanzas de nuestro personaje, su pasión y curiosidad van hilvanando un disperso archipiélagos de mujeres - la citada Margarita, Dolores, Candelaria, Cleta, Demetria, con la excepción de la fogosa matrona Toribia, quien carga a paso redoblado contra el juvenil vagabundo, espantándolo - pero el telón de fondo, que por momentos se adelanta hacia los primeros planos dejando de lado las bambalinas de la naturaleza, a la que Lamb-Hudson es perpetuamente sensible, muestra las artes y partes del hombre señorial, el que debe matar en combate sin temor a morir para ser tenido por varonil y entero. Y ese hombre de a caballo al cabo lo es por gracia del equino que va cosiendo con los puntos suspensivos de sus cascos los retazos emocionales de un alma, la del jinete,, que junta la hípica con la épica, que transforma las demoras en el espacio en las pulsaciones de la duración, aquella metáfora bersogniana del tiempo.
Pero no se trata de un tiempo cualquiera, sino el impuesto por los aires de marcha del caballo, por el desarrollo dinámico del tapiz paisajístico, por el proceso de aprehensión espacial de la objetualidad circundante .Desde el elevado sitial del jinete, que está más arriba y ve y va más lejos que el hombre apeado, esto es, el patán que camina a pura pata, el peón tributario de los dirty jobs consustanciales a las faenas pedestres, se trenzan las hebras de los anacronismos del presente con las anticipaciones del pasado, del sincronismo de la marcha con el isocronismo de los ritmos vitales.
Este tipo de tiempo ecuestre que transcurre entre los tironeos opuestos de la morosidad y la premura - según los aires de marcha del caballo que trota o que galopa, que va al paso o se desliza en la asíntota inferior de un suave sobrepaso - confronta el tempo vivido por los hombres con el tiempo congelado en los objetos, la sacralidad y seguridad del pago con los peligros profanos de la travesía. Y de tal modo, alternando refugios con intemperies, ascendiendo de lo concreto de la existencia a las abstracciones de la esencia, el gran tiempo metafísico, herido por la finitud de la natura naturata de todas las criaturas de este mundo, abdica ante el tiempo teológico que, como alguien dijo, es la paciencia de Dios.
No quisiera terminar estos apuntes sin remitir a quienes hayan leído el relato de las tribulaciones y felicidades de Lamb en La Tierra Purpúrea, a las páginas dedicadas por Hudson en su libro The naturalist in La Plata a las relaciones entre los montados y sus cabalgaduras. Allí, en el cap.XXIII ( The horse and the man ) nuestro autor nos cuenta sus experiencias de juvenil jinete y habla largo y tendido sobre las sensaciones de libertad y plenitud, de armonía interior, de comunión cósmica, convocadas en el alma de quien cabalga por la fuerza y docilidad de la bestia que permite al jinete vencer el pathos de la lejanía, reinante en las cuchillas y llanuras rioplatenses, con la téjne virtuosa de la equitación. ( 14 )
Cabría agregar que si nos atenemos a los sentidos con los que la psiquis personal se comunica con el mundo exterior, los utilizados habitualmente por Hudson-Lamb pertenecen a la tipología del hombre táctil y no a la del hombre óptico. No le atraen, como a los lakistas ingleses, la belleza lejana del paisaje, la melancolía crepuscular de los perfiles remotos, sino la flor que se toca - ¿ quien podría olvidar aquella cabalística verbena blanca que pensaba ofrecer a Margarita?- el pájaro inmediato que trina, la sombra fresca del árbol bajo el cual se tiende, el secreto pulular de los insectos entre las hierbas que refrescan su espalda de insaciable contemplador yacente.
Colofón
Quiero finalizar estas páginas con el recuerdo de un amigo, ya muerto, con el que participé en un acto fundacional del espíritu. criollo, que tan intensamente nos unía. Hacia el año 1956, invitados por el Dr. Alfredo Palacios, por entonces Embajador de Argentina en el Uruguay, Ezequiel Martínez Estrada y yo compartimos una fabulosa semana de cómplices avenencias y vehementes disidencias, y sobre todo de poderosa fraternidad, cuando, alternadamente, leímos, glosamos y explicamos los episodios contados en La Tierra Purpúrea a un puñado de jóvenes y atentos estudiantes de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Me acuerdo, entre otras minucias, que negué que se jugara al Pato en la Banda Oriental, hecho que Hudson afirma y Ezequiel apoyaba. Pero fuera de los minúsculos desencuentros entre quien conocía a fondo los escenarios orientales por haberlos vivido y cabalgado y quien escribiera tal vez el más inteligente y penetrante libro sobre aquel argentino trasterrado desde la plataforma de una fuerza conceptual y una gracia estilística inolvidables ( 15 ), predominó nuestra común admiración y cariño por la obra de Hudson. Juntos fundamos una utópica República Libertaria de la Tierra Purpúrea y así quedó escrito por Ezequiel y firmado por ambos en un ejemplar del libro a viva voz leído y comentado que guardo como recuerdo de aquellas jornadas otoñales - corría el mes de mayo - que el sortilegio de La Tierra Purpúrea convirtió en doradas tardes de primavera.
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