Serie: Ser Urbano (XXIV)

Del concepto de territorio: del habitar

Juan Pedro Urruzola

Un territorio sin habitantes que reivindiquen su soberanía sobre el mismo no puede serlo por definición. Sería una aporía, pues el propio concepto de territorio incluye al ser humano. Sin embargo, no se trata de un ser humano abstracto. El territorio ‘contiene’ habitantes, es decir hombres y mujeres cuya característica básica es habitar. ¿Pero qué es habitar?

 

Hace 50 años Martin Heidegger se planteó esta pregunta e intentó responderla con una reflexión que, casi sin mencionarlo, puso nuevamente al territorio en el centro de nuestra existencia material y espiritual. (1) "El modo como tú eres, yo soy, la manera según la cual los hombres somos en la tierra es el Buan, el habitar. Ser hombre significa estar en la tierra como mortal, significa: habitar" (Heidegger, 129). Apelando al significado original de bauen el filósofo observa que de él derivó hacia su significado moderno, construir, en tanto este último representa la manera habitual de estar en la tierra.

En esta deriva filológica interesa considerar que el significado moderno de bauen es "al mismo tiempo abrigar y cuidar; así, cultivar (construir) una viña. Este construir solo cobija el crecimiento que, desde sí, hace madurar sus frutos (...) no es ningún producir. La construcción de buques y de templos, en cambio, produce en cierto modo ella misma su obra. El construir (bauen) aquí, a diferencia del cuidar, es un erigir" (129). Por lo tanto, no habitamos porque construimos. Muy por el contrario nuestra condición de habitantes se expresa en nuestra necesidad de edificar (en tanto producir) y cultivar (en tanto cuidar la tierra). Ellos son los medios a través de los cuales existimos o, dicho de otra manera, habitamos. Lo habitual, por lo tanto, terminó ocultando el origen. Y con ello sucedió que el fin, es decir el habitar, finalmente fue sustituido por los medios que nos permiten alcanzarlo, es decir el construir.

Heidegger también supone la unidad originaria donde se desempeña ese hombre que sólo puede existir como habitante. Construye un territorio que tiene todos sus atributos y se conforma en términos unitarios. Esta unidad, a la que llama Cuaternidad, se integra con la tierra, el cielo, los divinos y los mortales. En ella cada uno de sus cuatro componentes cumple un rol preciso.

La tierra "es la que sirviendo sostiene" y "floreciendo da frutos" (131). Por tanto, es asiento y es recurso. Los mortales habitan en la medida en que la salvan y salvan la tierra abriendo el camino a su esencia. "La salvación no sólo arranca algo de un peligro; salvar significa propiamente: franquearle a algo la entrada a su propia esencia" (132). El cielo de Heidegger "es el camino arqueado del sol, el curso de la luna en sus distintas fases, el resplandor ambulante de las estrellas, las estaciones del año y el paso de una a otra..." (131). Es un camino, un recorrido, una luz ambulante, el paso de las estaciones... Es un cielo en constante movimiento, como la propia naturaleza. En este constante transcurrir del tiempo Heidegger encuentra el sentido mismo de la existencia humana. "Los mortales habitan en la medida en que reciben el cielo como cielo. Dejan al sol y a la luna seguir su viaje; a las estrellas su ruta; a las estaciones del año, su bendición y su injuria; no hacen de la noche día ni del día una carrera sin reposo" (132). Los divinos, que son los mensajeros de los dioses, nos hacen señas y "los mortales habitan en la medida en que esperan a los divinos como divinos... No se hacen sus dioses ni practican el culto a ídolos. En la desgracia esperan aún la salvación que se les ha quitado" (ídem). Será dios o serán los sueños de los hombres, en cualquier caso son los encargados de darle sentido a la existencia humana. Finalmente están los mortales, es decir los hombres, así llamados pues deben morir. "Los mortales habitan en la medida en que conducen su esencia propia –ser capaces de la muerte como muerte- al uso de esta capacidad, para que sea una buena muerte" (ídem). Nuestra conciencia de la muerte, justamente, es la que nos hace profundamente humanos.

El territorio que define Heidegger, donde se desarrolla nuestro desempeño en tanto ‘habitantes’, es más exigente que el que define el diccionario. Su primer ingrediente, la tierra, se nos ofrece a la vez como soporte útil y como generosa ofrenda de recursos. El cielo que la cubre, que evidencia el inevitable transcurrir del tiempo, los mortales lo reciben respetuosos. Ni modifican ni intentan cambiar su paso, saben que en su transcurrir (histórico) está la esencia de la existencia. El tercer ingrediente del territorio ‘heideggeriano’ proviene de esa capacidad manifiesta de los mortales para soñar y construir alternativas que proyectan al futuro una ‘salvación’ posible o necesaria. Finalmente están los hombres, cuya "buena muerte" será la expresión esencial de una vida digna que iluminará su habitar.

Partiendo de este territorio, Heidegger intenta responder su segunda pregunta: ¿en qué medida el construir pertenece al habitar? Para ello pone en evidencia que el construir, en tanto edificar, deriva en la cualificación del espacio real en tanto lugar. El hombre, construyendo, obtiene plazas que hacen sitio a la Cuaternidad y crea lugares previamente inexistentes. Las construcciones son el fundamento de esos lugares, los hacen existir relacionando espacios. "Este construir erige lugares que avían una plaza a la Cuaternidad. De la simplicidad en la que tierra y cielo, los divinos y los mortales se pertenecen mutuamente, recibe el construir la indicación para su erigir lugares" (ídem, 139). Los lugares, a través de las construcciones, humanizan el territorio y llevan el habitar a su esencia. Para Heidegger las construcciones mantienen la Cuaternidad y a su modo la cuidan, siendo ésta "la esencia simple del habitar". El rol de las auténticas construcciones, por lo tanto, consiste en cobijar esta esencia. "La esencia del construir es el dejar habitar. La cumplimentación de la esencia del construir es el erigir por medio del ensamblamiento de sus espacios. Solo si somos capaces de habitar podemos construir" (ídem, 140-141). En esta dirección de pensamiento, el filósofo alemán concluye señalando la trascendencia de esta búsqueda y cuánto se ha perdido por no hacer del habitar y el construir algo digno de ser interrogado y, por tanto, de ser pensado. Justamente aquí sitúa Heidegger el desafío mayor de su tiempo, afirmando que "la auténtica penuria del habitar no consiste en primer lugar en la falta de viviendas... La auténtica penuria del habitar descansa en el hecho de que los mortales primero tienen que volver a buscar la esencia del habitar, de que tienen que aprender primero a habitar" (ídem, 142). Y concluye, con indiscutible pertinencia, que lo harán el día que "construyan desde el habitar y piensen para el habitar" (ídem).

Los habitantes habitan un territorio determinado y con ello lo conforman. Habitando existen: es su manera de estar en el mundo. Los seres humanos existen como habitantes y por ello necesitan construir. Construyen edificando y construyen cultivando. Transforman al territorio en un lugar: lo humanizan, lo cargan de significados e historias. Lo hacen suyo y lo construyen. Tal es la condición esencial del ser humano como habitante.

El habitar como problema político

A propósito de las distintas actividades sociales e individuales que derivan del habitar, el ser humano realiza una serie de contratos y códigos que le permiten existir en tanto sociedad más o menos organizada sobre / en esa parte de la superficie terrestre que ocupa. Es un componente fundamental de la definición de territorio, decisivo en la regulación de las relaciones del ser humano con su entorno. Se propone ‘ordenar’ esa relación. Hacia afuera y hacia adentro. El Estado, como ya fue señalado, representa una de sus expresiones más claras.

En su primer artículo la Constitución uruguaya define a la República como "la asociación política de todos los habitantes comprendidos dentro de su territorio". Según esta definición, entonces, nuestro habitar en el mundo se fundamenta en el grupo humano que somos, en la asociación que conformamos y en el territorio que nos comprende. El territorio, por lo tanto, comprende a los habitantes. Es decir que, según el diccionario, los "abraza, los contiene, los incluye en sí". Y éstos, los habitantes, conforman una asociación política que, por naturaleza, los hace existir como colectivo en ese territorio (tal lo que llamamos Uruguay).

En esta definición constitucional aparecen dos proyecciones fundamentales del concepto: aquella que define a los habitantes en función de su pertenencia a un territorio definido (que los abraza o comprende) y aquella que los hace asociarse políticamente, dándoles un modo de existencia colectiva que se vincula, en primer lugar, al propio territorio.

En el primer caso -que abraza y contiene- el territorio es el sustento básico del ser humano. Como asiento -"sirviendo sostiene"- y como recurso -"floreciendo da frutos" -. Supone, por lo tanto, un habitante-residente, o sea constructor y un habitante-colono, o sea cultivador. Supone, por lo tanto, dos ámbitos territoriales específicos: el urbano y el rural. Y una relación cambiante entre ambos, que se inicia con el nacimiento de la ciudad en la Mesopotamia y concluye provisoriamente en el presente, con la preocupante urbanización generalizada del planeta.

Cuando Heidegger sostiene que los hombres deben salvar la tierra aclara que "salvar la tierra no es adueñarse de la tierra, no es hacerla nuestro súbdito, de donde sólo un paso lleva a la explotación sin límites" (132). La tierra es parte de nosotros mismos, nos sostiene y nos alimenta. Salvarla es salvarnos. Con ella habitamos, sin ella no existimos. Nuestra conciencia de existir "en la Cuaternidad" parece indicar que la tarea de llevar el habitar a la plenitud de su esencia implica salvar la tierra, básicamente, de nuestra propia irracionalidad social.

En el segundo caso, el territorio es la traducción política de la territorialidad humana. El concepto de soberanía, más allá del actor que la protagonice (rey, emperador, señor, estamento, ciudadanía, nación, etc.), representa su traducción fiel. Definida como el ejercicio de la autoridad suprema y formalmente establecida sobre un territorio preciso, la soberanía aparece claramente explicitada en todas las constituciones, modernas o no. Siendo el territorio el asiento donde la sociedad construye su devenir, es evidente que sus ordenamientos políticos pueden favorecer o condicionar o determinar ciertos comportamientos o participaciones o intereses. Vincular el territorio y lo político es natural ya que son parte de la misma problemática.

En este sentido, un aspecto decisivo de la existencia y desarrollo del territorio es la definición precisa de su territorialidad, es decir del estatuto que define el ejercicio de la autoridad en ese preciso lugar. La política, justamente, es la práctica de la territorialidad que desarrollan los humanos desde la aparición del Estado. Cuando Aristóteles define al hombre como un animal político supone que su propia existencia está asociada al ejercicio de esa actividad comunitaria que es característica de la polis. O sea que define al hombre como un animal cuya condición de existencia, necesariamente, es territorial o, dicho de otra manera, política. Los griegos llamaron idiota a quien no participaba en los asuntos de la polis. Sabían con certeza que habitar es nuestra forma de existencia y que las relaciones territoriales que los hombres establecen habitando son eminentemente políticas. Así como el animal político que es el hombre lo vuelve obligado habitante de un territorio, su inevitable habitar en la tierra lo hace obligado actor de sus asuntos políticos, es decir de su territorio.

 

Comportamiento animal y territorio

La etología es la ciencia moderna que se ocupa de investigar las pautas y los patrones de comportamiento de los animales. Para ello estudia la base genética de sus conductas y las respuestas que procesan frente a los estímulos exteriores. Estudia las formas del aprendizaje, el instinto y los distintos mecanismos que intervienen en el comportamiento social de los animales. (2) Se detiene particularmente en el caso de los vertebrados, ya que representan la expresión más sutil y refinada de la vida animal. En todos sus estudios la etología pone en evidencia la trascendencia del territorio en el comportamiento animal.

*

Desde el más elemental organismo unicelular hasta el más sofisticado miembro de cualquier grupo de vertebrados, todo animal necesita relacionarse con su entorno para poder garantizar su supervivencia. Esta relación está determinada por la complejidad de su sistema nervioso y la sensibilidad con la cual éste reacciona a los diversos estímulos que recibe del entorno. Aunque los animales, es bueno no perderlo de vista, no son meros receptores. También actúan y a través de esas acciones tienen la capacidad de alterar su medio.

Los comportamientos animales tienen dos mecanismos básicos de funcionamiento, que son el instinto y el aprendizaje. El instinto puede definirse como el mecanismo que los hace responder de manera innata a un estímulo determinado. Tiene fundamentos genéticos y se trasmite por herencia biológica. El nido que realizan los pájaros o su inmediata huída si alguien se aproxima demasiado cerca ilustran claramente este mecanismo. El aprendizaje, por el contrario, permite modelar un comportamiento a través de la experiencia. Las investigaciones desarrolladas por Pavlov son un buen ejemplo, ya que pusieron en evidencia la asociación que realiza el animal entre ciertos estímulos y ciertos comportamientos. La imitación, el premio o el castigo pueden permitir el desarrollo de ciertos aprendizajes.

Konrad Lorenz introdujo hacia los años ´30 el concepto de imprinting (impresión). Con él pretendía dar cuenta de la herencia que el joven animal recibe de sus progenitores y a través de la cual se proyectan aspectos sustanciales del comportamiento adulto. El imprinting proviene de los distintos estímulos que los padres ejercen sobre las crías y éstas interiorizan en su proceso de adaptación a las pautas de comportamiento características de su especie. Herencia biológica y aprendizaje social se combinan para generar una matriz que define (imprime) la estructura básica del comportamiento. (3)

*

Conforme se avanza en la escala evolutiva animal aparecen comportamientos cada vez más sofisticados. Los vertebrados, señores indiscutibles de la vida animal, constituyen su cumbre. Un aspecto decisivo de su comportamiento radica en su funcionamiento social. Para ello es necesario que los individuos se comuniquen y que esta comunicación se mantenga o tenga continuidad en el tiempo y en el espacio. Dependiendo de las especies, las formas de comunicación pueden ser muy variadas (señales, lenguajes, olores, colores).

La etología se ha encargado de poner en evidencia que las estructuras sociales de los vertebrados han evolucionado bajo la influencia básica de dos factores. Por un lado, para asegurar la alimentación, el abrigo, la reproducción o la crianza y educación de los más jóvenes, tienden a multiplicar los contactos y las relaciones entre los individuos de una misma especie. Por el otro, los recursos disponibles y su capacidad para proveer a cada uno lo necesario, condicionan decididamente la relación entre los individuos del grupo y su dispersión por el territorio.

Los grupos sociales permiten asegurar mayor protección de la especie para su supervivencia (frente a ataques exteriores, para alimentarse, etc.). Sin embargo, los contactos individuales que establecen los vertebrados se fundan en el hecho de que cada uno mantiene en su entorno un ‘espacio de seguridad’ donde ningún vecino o extraño es aceptado. Según la especie, la estación, el lugar o las circunstancias en juego tal espacio de seguridad puede variar mucho.

Los grupos que responden a esta doble presión funcionan con el principio de la distancia crítica. Esta se manifiesta bajo la forma de dos modalidades principales: la jerarquía y la territorialidad. La primera define, en los grupos nómades, un sistema de relaciones basado en la subordinación y el dominio (la elección del itinerario, el acceso a las hembras o a las fuentes de alimentación, etc.). El sistema permite canalizar, primordialmente, la violencia o agresividad que pueda existir entre los miembros del grupo, ‘institucionalizando’ una estructura que ‘ordena’ su ejercicio. En estos grupos aparecen ‘individuos dominantes’ que según las necesidades (alimentación, reproducción, abrigo, etc.), podrán cambiar.

La segunda modalidad, la territorialidad, expresa una relación de dominio que un grupo, familia o individuo establece con un territorio preciso. Se trata de un sistema, por lo tanto, que refiere a grupos o individuos sedentarios y establece mecanismos de defensa de su territorio frente a cualquier presencia extraña. Aquí ya no se trata de individuos dominantes, sino de individuos acantonados (residentes) en un lugar preciso cuyo acceso vetan a otros (de la misma u otra especie).

*

Esta doble tensión entre el individuo y el grupo social probablemente encuentre su expresión más densa y sofisticada en el comportamiento de la especie humana. No se trata, sin embargo, de un equilibrio inalterable. Desde las antiguas sociedades autocráticas de la Mesopotamia a las contemporáneas sociedades liberales de Occidente se han producido transformaciones sustantivas en los equilibrios imperantes entre lo colectivo y lo individual.

Aún en la democracia clásica griega el individuo no deja de ser un instrumento que sólo puede servir a la empresa colectiva. Entonces la condición humana no es generadora de ningún derecho, el hombre sólo los tiene en la medida en que forma parte de un grupo social y actúa en función del mismo. El sistema jurídico romano lo ilustra a la perfección. En él los derechos de cada uno provenían de su condición ciudadana e implicaban, por lo tanto, un deber supremo de entrega al Estado o la ciudad.

Habrá que esperar al siglo XVIII para que el hombre se reconozca derechos humanos e individuales, independientemente de su condición política o religiosa. La revolución francesa los tradujo jurídicamente, asignando como "finalidad de toda asociación política (...) la conservación de los derechos naturales e inalienables del hombre". La aparición, consolidación y trabajosa expansión de tales derechos individuales tuvo su motor más potente en la imparable expansión del capital comercial, primero, y del capital industrial, después. La contundente afirmación de la propiedad privada entre los nuevos y fundamentales derechos individuales básicos fue su mejor respaldo.

Referencias bibliográficas

HEIDEGGER Martín (1954): "Conferencias y artículos", Barcelona, Oidós, 1994.
MORIN Edgar (1999): "Los siete saberes necesarios para la educación del futuro" , Paris, Unesco, 1999.
(1) Refiero en particular a la conferencia "Construir, habitar, pensar" desarrollada en 1951 para un público de arquitectos germanos. En un contexto caracterizado por las destrucciones de la guerra, la derrota del nazismo y la necesidad de la reconstrucción, el filósofo alemán desarrolló una reflexión que intentó responder dos ‘sencillas’ preguntas:¿qué es habitar? ¿en qué medida el construir pertenece al habitar?
(2) Puede considerarse que los primeros antecedentes de la etología aparecen en los trabajos del francés Geoffroy de Saint-Hilaire, a principios del siglo XIX, y con más razón aun en el trabajo de Charles Darwin de 1859 "El origen de las especies". Su desarrollo sustancial, sin embargo, se produjo en el siglo XX: primero con los aportes del ruso Pávlov (reflejos condicionados) y del británico Sherrington (sistema nervioso de los animales); luego con los aportes de los austríacos Karl von Frisch (que descubre el lenguaje de las abejas) y Konrad Lorenz (que estudia el comportamiento de las aves) y del holandés Nikolaas Tinbergen (que se detiene particularmente en el instinto y en el comportamiento social de los animales). Estos últimos tres investigadores compartieron en 1973 el premio Nobel de medicina y fisiología.
(3) Partiendo del concepto introducido por Lorenz, Edgar Morin sostiene que en el caso de los humanos "todas las determinaciones sociales-económicas-políticas (...) y todas las determinaciones culturales convergen y se sinergisan para encarcelar el conocimiento en un multi-determinismo de imperativos, normas, prohibiciones, rigideces, bloqueos. Bajo el conformismo cognitivo hay mucho más que conformismo. Hay un imprinting cultural, huella matricial que inscribe a fondo el conformismo y hay una normalización que elimina lo que ha de discutirse...El impinting cultural marca los humanos desde su nacimiento, primero con el sello de la cultura familiar, luego con el de la escolar, y después con la universidad o en el desempeño profesional" (E.Morin, 8).

NOTA

Con la publicación de este artículo se completa la serie elaborada por el Arq. Juan Pedro Urruzola. Los artículos precedentes aparecieron en los números 269 y 270 de relaciones.

 

Volvamos al comienzo del texto


Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org