Democracia y ética del fauno

Roberto Harari

"¡ pueblo! - Siempre simple y siempre maravillado,
sobre un escenario a su costa decorado,
contempla en otros su destino representado".

V. Hugo (Cromwell)

"¿Qué es un cínico? Es un hombre que sabe el precio de cada cosa, pero que no conoce el valor de ninguna".

O. Wilde (El abanico de lady Windermere)

"Hay algo amenazador en un silencio demasiado grande".

Sófocles (Antígona)

Comencemos mediante la siguiente caracterización de A. Piscitelli: "Henos a finales del siglo XX posindustrializado, en el apogeo de la superproducción y el hiperconsumo en el Norte y la correspondiente hiperpauperización en el Sur. Es el tiempo de las revoluciones nuclear, bioingenieril y electrónica encadenadas, momento en el que asistimos al reciclaje de las ideologías y/o al fin de la historia, donde se esboza un primer ensayo de reconfiguración y abolición de las fronteras y cuando el advenimiento de lo inmaterial promete cambiarlo todo... Estamos llegando al punto donde la tecnología termina cambiando la estructura del modo de producción capitalista, arrojando a la periferia todas sus excrecencias, pues hace posible una vertiginosa circulación de los datos y los objetos que redundan en un uso intensivo de las máquinas de información. (...) el sistema tradicional 'avanzado' está en plena quiebra",(1) y, por eso, los procesos mundiales de ajuste económico no sólo amenazan, sino que ponen en entredicho la primacía -presuntamente indiscutida- de los procesos democráticos o en vías de democratización. En efecto, acota por su parte Lasch, la "declinación de las industrias, con la consecuente disminución del empleo; la reducción de la clase media; el número cada vez mayor de personas pobres; el incremento del índice de criminalidad; el floreciente tráfico de drogas; la decadencia de las ciudades -las malas noticias no se detienen ahí. Nadie tiene una solución plausible para esos problemas incurables, y casi todo lo que pasa por la discusión política no se refiere a ellos. Se plantean violentas batallas ideológicas en torno de cuestiones periféricas. Las élites, que definen las cuestiones, perdieron contacto con el pueblo. (...) El carácter artificial, irreal, de nuestra política refleja su aislamiento de la vida común, junto con la secreta convicción de que los problemas reales son insolubles".(2)

Lacan: una anticipación psicoanalítica

Sin tremendismos apocalípticos ni tecnofobias galopantes, esta parece ser una pintura adecuada de los tiempos que corren. Empero, ciertas coordenadas fundamentales de esta actualidad -ninguna de las referencias aludidas cuenta, al presente, con más de dos años- fueron ya precisadas, hace casi medio siglo, por el rigor de Lacan. En efecto, en La agresividad en psicoanálisis -de 1948- adopta una discriminación previa, y que fue tornándose clásica en el orden del pensamiento: se trata de la división entre la sociedad tradicional y "el orden social actual". En este ítem, un cartabón definitorio radica en la degradación creciente de las que llama "formas orgánicas", que abarcan tanto a "los ritos de la intimidad cotidiana" como a "las fiestas periódicas en que se manifiesta la comunidad". Así, ambos rubros han desdibujado sus contornos, hasta el extremo de permanecer como una rémora caduca, burlesca y/o fútil. Incluso, al abolir la que denomina como "polaridad cósmica de los principios macho y hembra", se había introducido -en ese entonces- el capítulo de "la lucha de los sexos". Y esto es lo que, modernamente, se conoce como la problemática del "género", según la cual el sexo no es sino una construcción social; por ende, relativa, variable e indefinible.

En suma, la comunidad se rige por la "anarquía 'democrática' de las pasiones", la que resulta desesperadamente nivelada por la "tiranía narcísica". De tal forma todo ello conduce, al estar de Lacan, a la "promoción del yo", a la "concepción utilitarista" que le es propia, y, en fin, al "aislamiento del alma, cada vez más emparentado con su derelicción original".(3)

Pues bien, en lo que sigue procuraremos centrarnos en algunas notas -quizás las primordiales- del referido trípode: yo, utilitarismo, aislamiento. (Sin duda, los temas que revisaremos tenderán a cubrir zonas comunes en su espectro abarcativo).

El proyecto del goce reflexivo del yo

Si nos referíamos al peligro que corre la democracia, no debe pasársenos por alto un señuelo, su sucedáneo de lo que aquélla implica como régimen político. Aludimos, con Lasch, a la democratización de la autoestima,(4) merced a la cual cada quien goza de una presunta capacidad electiva -entre innúmeros sistemas de pensamientos abstractos y "expertos"- para definir su estilo de vida -en tanto relato cronicado sobre la imagen de sí- a los efectos de "estar bien con uno mismo". Forcluyendo cualquier hiancia fundante subjetiva y diferencial, la biblioterapia de autoayuda, que "paratodea",(5) se encuentra al alcance de quien se interese en mejorar. Si alguien "está mal", es porque lo quiere así: de tal forma, el yo recepta la direccionalidad pulsional libidinal llamada por Freud como "voz media reflexiva",(6) consistente en un "yo me". El yo, de ese modo, goza con la pretendida ilimitación de su condición refleja y potencialmente autotransformadora. Así, una propaganda fílmica reciente comienza mostrando sucesivamente a un chico glotón y algo lelo, a una jovencita kitsch tilinga y parlanchina, y a una señora madura hosca y gruñona. ¿Quiénes son? Respectivamente, el hermano, la prima y la suegra de la hermosa joven de quien la propaganda predica, resignadamente, que a ellos no los podrá cambiar; en cambio, sí puede cambiarse -a voluntad, y muchas veces- la interesada su color de pelo, debido a las bondades de la tintura allí publicitada. La reflexividad no deja de involucrar, desde ya, a todo tipo de transformación corporal, anorexia incluida; así, diremos, con J. Sours -citado por Giddens- que se trata, en ella, de un "morir de hambre en un mar de objetos".(7)

Recordemos, al hablar de democracia, que ésta ha sido definida como "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Ahora bien, ¿qué se hizo, entre nosotros, del vocablo "pueblo"? Tomemos, como ejemplo, a dos de las consignas que solían escucharse cuando se lo esgrimía como cántico de la muchedumbre: "¡ éste no es el pueblo, el pueblo dónde está!" y "¡ pueblo, unido, jamás será vencido!" Veamos, entonces, qué se desprende del texto de este recorte del imaginario social: "si éste no es el pueblo" indica presencia de los cuerpos, co-presencia obvia y numéricamente masiva, constituyendo una multitud sin rostro. Señala, también, un carácter de exclusión, por cuanto segrega proyectivamente, en los ausentes a esa reunión, el rasgo de no-pueblo; además, narciza un factor veritativo -derivado de la cantidad- porque "el pueblo -tercera consigna, ahora- nunca se equivoca". Por otro lado, enfatiza -ya en el segundo cántico- el valor de la unión solidaria y fraterna, dando cuenta de que el pueblo se encuentra embarcado en "la lucha" (como trazo inherente). Por eso, lo de "jamás será vencido". Y la lucha es tal porque "el pueblo" suele connotar a los desposeídos, a los humildes. Entonces, ¿cómo se alude hoy día a la ciudadanía a los habitantes genéricos? Precisamente con un vocablo que metaforiza con impiadosa exactitud la antítesis puntual de cada una de las notas que aislamos en "pueblo". ¿Cuál es ese término? No otro que "la gente"; es cuestión, en ella, de la imagen reflexiva y cuidada de cada quien. Este ítem contrarresta cualquier unión, cualquier lucha, cualquier muchedumbre. A diferencia de ésta, en la Gente privan las Caras, que, quioscos de revistas mediante, dicen seductoramente ¡! La complacencia con el Ideal, la procura del bienestar prometido por éste a través de la reflexión yoica, instalan una cabal razón cínica, según la lograda expresión tituladora del libro de Sloterdijk. ¿Servirá esta razón, entonces, para sostener a la democracia, vista la disolución mundial progresiva del S1 conocido como Estado?

¿Para qué sirve?

Precisamente los fetiches sociales, en esta modernidad avanzada, cimbran de continuo en sus cimientos. Un cartesianismo a ultranza pone en duda, infatigablemente, a los sistemas expertos que codifican nuestra cotidianeidad.

La omnipresencia del espíritu histérico-científico, a cuestas del paradigmático falsacionismo popperiano, va arrinconando el pensamiento hacia una condición contrafáctica, por cuanto la inhibición constituye el obvio coronamiento de la parálisis dubitativa. El provisoriato de los sistemas, por otro lado, se regula de modo heterónomo (Concepto al que cabe diferenciar -con referencia a su par antitético conformado por lo autónomo- del heterónimo), habida cuenta del "desenclave" (Giddens) de los centros de decisión. ¿Qué es lo que sirve? ¿Ya no sirve más? O ¿ahora para qué sirve?, parecen ser las frecuentes expresiones aleladas de un sujeto al que las múltiples y contradictorias opciones seudoequivalentes embotan en cuanto a la postergada pregunta por su implicación en orden a las cuestiones que atañen a su existencia.

¿Un "magnífico" aislamiento?

Ha sido Ray Oldenburg -de acuerdo con la referencia de Lasch- quien pergeñó la noción de "tercer ambiente".(8) ¿De qué se trata? Pues de un lugar que no es ni el "útero" familiar ni el ámbito donde se despliega el estrés laboral. Definido ahora no por la negativa, digamos que denota a los sitios para conversar, esos que, como el bar o el café, se muestran propicios al estímulo de la habilidad y la pirotecnia verbal, a los juegos de palabras, a la mayor desenvoltura, no menos que al chiste y a la risa, y donde los interlocutores hablan sin más restricciones que las autoimpuestas. Para Emerson es tan decisiva esta circunstancia que la estima como la razón de ser de las ciudades; de otro modo, cabe decir que la conversación es un ítem consular, de la vida cívica democrática. ¿Sorprende, entonces, que un movimiento que encarna lo mejor de la tradición antidemocrática haya acuñado el slogan: "De casa al trabajo, y del trabajo a casa", forcluyendo así, en su dictum superyoico, los terceros ambientes? ¿O que haya engalanado el porteño Obelisco con un cartel gigantesco donde se leía el diktat: "El silencio es salud"? (Esta alusión, obvia para un argentino, requiere de una precisión para el lector uruguayo: me refiero al peronismo o justicialismo.)

Cabe decir, por otro lado, que tales sitios -en cuya existencia centramos, según un texto previo,(9) uno de los pilares de la instalación del psicoanálisis en Argentina-, tales sitios, decíamos, van siendo gradualmente desplazados por los veloces fast-food; especialmente, los instalados en los shoppings. Estos, denominados certeramente como "no-lugares" por M. Augé, contienen amalgamas fluctuantes de "no-sujetos"; por otra parte, la omnipresencia estridente de la música llamada "popular" impide el acceso a la conversación (incluso, en los terceros ambientes donde ella podría desenvolverse).

La ética del psicoanálisis

Nuestra disciplina, una vez más -¿como siempre?-, parece marchar a contrapelo de la bocetada tendencialidad vigente. Sin duda casi-todo, en el marco de la modernidad avanzada, propende al cierre de lo inconciente; empero, la "cuarteadura o grieta (lézarde)" del sujeto -llamada así por Lacan-(10) da cuenta de un carácter estructural, y no coyuntural. Por eso, para encararla, nuestra ética no es tan solo la del deseo, sino muy especialmente la del bien-decir, la del saber del sinsentido, porque el saber de lo inconciente no se conoce, sino que se inventa. Y lo inventa el analizante, no menos que el analista, mediante la propuesta, la acuñación inscritora, de significantes nuevos; de ahí que sea una faunétique,(11) palabra-valija por cuyo intermedio Lacan -en homofonía con lo phonétique, con lo fonético- enseña que la ética es faunesca. Porque el fauno, como se sabe, sólo existe como significante. Se dirá: ¿y eso para qué sirve? ¿Pura invención logomáquica, lucubradora, masturbadora mental? Concluyamos respondiendo a través de esta lúcida puntuación de Piscitelli: "Por tecnología... entendemos todas aquellas conversaciones que ocurren a nuestro alrededor, en las cuales inventamos nuevas prácticas y herramientas para conducir las organizaciones y la vida humana (...) Estas conversaciones abren nuevas posibilidades de acción, innovación y especulación en lo que concierne a nuestras prácticas estándares y a las herramientas que necesitamos para llevarlas a cabo". ¿Dónde localizamos estas nuevas posibilidades de acción? Tal como en el psicoanálisis, "este diseño ocurre en el lenguaje".(12)


Referencias

1. A. Piscitelli. Ciberculturas. Paidós, Buenos Aires, 1995, pp. 70/71.
2. Ch. Lasch. A revelião das elites e a traição da democracia. Ediouro, Rio de Janeiro, 1995, pp. 11/12.
3. J. Lacan. "La agresividad en psicoanálisis", Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975, p. 85. Traducción modificada y bastardillas del original.
4. Ch. Lasch. Op. cit., p.15.
5. J. Lacan. Séminaire "Encore", 20, Seuil, París, 1975. p.68.
6. S. Freud. "Pulsiones y destino de pulsión". Obras Completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1980, to. XIV, p.123.
7. A. Giddens. Modernidad e identidad del yo. Península, Barcelona, 1994, p.138.
8. Ch. Lasch. Op. cit., pp. 139/152.
9. R. Harari. "El psicoanálisis, la Argentina", Psicoanálisis in-mundo, Kargieman, Buenos Aires, 1994, pp.27/29.
10. J. Lacan. "La agresividad..." (cit.), p.87. Traducción modificada.
11. J. Lacan. "Joyce le Symptôme", AA.VV., Joyce et Paris. Université de Lille III, C.N.R.S., París, 1979, t.I, p.13.
12. A. Piscitelli. Op. cit., p.63, bastardillas del original.
Este texto corresponde a un capítulo del libro "Las disipaciones de lo inconciente" próximo a publicarse (Ed. Nueva Visión, Buenos Aires.)


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