Hay grandes dramas, más o menos clásicos o en vías de serlo. Después están esos relámpagos en medio de la oscura existencia cotidiana que llamamos "noticias". Se trata de la crónica menuda, que puede ser política, policial o miscelánea. Sus héroes no brillan como los de Esquilo o Shakespeare, con luz propia y deslumbrante, por su capacidad de despertar deseos de emulación o terror. Sin embargo, espero demostrar que los protagonistas de la muy pequeña saga del Cuerpo-que-Habla en la Tierra de lo Incorpóreo, el Uruguay moderno, también son capaces de despertar inquietudes, con sus módicas apariciones en el horizonte acotado de la noticia cotidiana.
Para hacerlo, voy a detenerme en
algunas declaraciones de figuras que pasan por cámaras
o micrófonos de los medios masivos, durante apenas un momento.
Sin duda, sus palabras y gestos desaparecen como por arte de zapping,
al poco tiempo. A pesar de su carácter efímero,
o a causa de éste, sostengo aquí que si seguimos
el breve e intenso itinerario de estos sonidos, palabras e imágenes
por radio, televisión y prensa, gracias a sus huellas o
efectos, podemos delinear una interesante cartografía de
la comarca que es mucho más duradera y relevante que la
actuación concreta de estos famosos esporádicos
que ocupan el proscenio sólo un rato, para brillar luego
por su ausencia y para siempre.
Estética, ética y lógica
para una crónica casi-roja Las reflexiones que siguen son una continuación o un corolario de otras que publiqué en los últimos años (Andacht 1992, 1996, esp. cap. I y IV), y que podrían incluirse bajo la rúbrica de estudios de estética, ética y semiótica enfocados en la cultura uruguaya contemporánea, pero con pretensiones más generales. Mi enfoque sigue los lineamientos de la teoría lógica "ampliada" que elabora el pensador C. S. Peirce (1839-1914) sin descanso, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera década del presente. El atributo "ampliada" obedece a la inclusión en el campo teórico de la lógica de lo que Peirce llama las tres ciencias normativas, de las cuales la semiótica o lógica -la primera es un sinónimo de la segunda- forma parte, pero que no agota. Las otras dos ciencias normativas son, según Peirce, la estética y la ética. Lo sorprendente es que al final de su larga vida como estudioso del universo lógico-matemático, el pensador postula una jerarquía poco plausible para la arquitectónica de las ciencias en cuestión, especialmente viniendo de la pluma de un especialista e innovador en el desarrollo de formas de medición exacta de las ciencias naturales ñparticularmente la geodesia y la astronomía. La lógica, escribe Peirce en 1902, se fundamenta en la ética, la que a su vez depende para su convalidación de la estética: "La estética, aunque la he dejado terriblemente de lado, parece ser posiblemente la primera propedéutica de la lógica, y la lógica de la estética parece ser una parte diferenciada de la ciencia de la lógica que no debe ser omitida (CP 2.199). La discusión de ciertos eventos recientes en la vida política uruguaya a la que voy dedicar este trabajo parece encajar mejor en una página periodística que en las de una publicación académica como relaciones. Sin embargo, esta clase de reflexión encuentra su sitio, con comodidad, en el marco de las tres ciencias normativas antes referidas. El objeto de la estética es, a mi entender, la pasión -definida como cualidad absoluta, como summum bonum que no presupone razón alguna, pero que exige en todo momento el concurso de razones para que, así, se pueda desarrollar una ética, entendida como un comportamiento aceptable para una comunidad determinada. De ese modo, el cuerpo social se vuelve capaz de desarrollar en la dimensión temporal ese "feeling" (Peirce) o cualidad absoluta del sentir. Hablo de un sentimiento antes de que se encarne en nadie concretamente y que, como tal, se encuentra fuera del tiempo. La estética estudia un tipo de cualidad del sentir que normalmente no percibimos, ya que en eso precisamente consiste lo normal, lo que sin pensar sentimos como más adecuado. Para el semiótico eso es la pasión implícita, la ocupación central de la estética, y no las obras llamadas "de arte", sea cual fuere su valor moral para la colectividad. Lo estético así definido excede en mucho un ámbito tan especializado del quehacer humano -la producción de obras artísticas- y abarca cualquier acción o significado, ya sea cotidiano o fuera de lo común, en su dimensión puramente cualitiva. Sólo después de haber terminado mi libro sobre los efectos de la pasión en el ámbito cotidiano local (uruguayo) tal como son representados en los medios masivos, descubrí la obra del filósofo español Eugenio Trías dedicada enteramente a pensar la pasión. Quizá fue afortunado que así ocurriera, porque es probable que luego de leer su soberbio ensayo, el mío me hubiera parecido aún más vulnerable de lo que, de hecho, es. Lo cierto es que los signos una vez que han actuado sobre nosotros, ya no se olvidan, y el impacto de ese Tratado de la pasión fue muy grande. La discusión que realiza Trías del tema me fascinó, y enriqueció mi propio proyecto, aun si éste ya estaba terminado y publicado. La idea del español que cito ahora bien podría haber servido como epílogo o prólogo de lo que expongo desde el rincón caprichoso o fatal de la cultura que me ha tocado en suerte, la de un "pequeño país modelo" (dixit José Batlle y Ordóñez, 1908). El texto que voy a citar es extenso pero provechoso: "... el punto de partida verdadero no puede ser, en este sentido, político sino estético, o el cruce genuino debe ser entre estética y epistemología y no entre epistemología y teoría política. Dicho de otro modo, la cuestión subyacente es el poder y su entrecruzamiento con la pasión, pero una cosa es pensar en el poder de la pasión, entendiendo el poder como poder propio, otra partir de una pasión por el poder que deja impensada a aquélla y que reduce a éste a una cuestión de dominio. Y bien sólo la estética introduce un criterio de diferenciación en el orden del poder por vía de la cualidad, permitiendo por lo mismo plantear el problema del conocimiento desde sus propias raíces físicas, como potencia de conocer, y como conocimiento de una singularidad. " (Trías, 1991: 94, énfasis agregado, F.A.) Para su exposición, Trías elige ejemplos literarios célebres. Los míos más que ejemplos conforman la trama misma de mi reflexión, y no provienen de ningún canon occidental, de nada de eso que excele a nivel artístico, y que llega a adquirir el codiciado rango de "clásico" atemporal. Por el contrario, los materiales con que trabajo en mi libro sobre la pasión (Andacht 1996) y en este artículo provienen del más banal cantero textual imaginable: la crónica menuda y efímera, tal como la presentan los medios masivos -televisión, prensa y radio- día tras día. Dudo que mis héroes y heroínas consigan arrancar suspiros admirativos en el lector; ellos no son parte del ensueño colectivo que hoy asedia las pantallas grandes y chicas, y que mucho antes regenteaba los marcos elegantes o las páginas novelescas. Los personajes que traje aquí son (ex)funcionarios del Estado, hoy extras en la gris superproducción de la sociedad civil. Su poder es el del escritorio, público o privado; su donaire, si lo hay, estriba en la discreción diligente con la que, en buenos burócratas, llevan a cabo los trámites y gestiones que tiene a su cargo. Pero no puedo dejar de pensar que también sus vidas poseen un ribete semi-divino cuando la pasión explícita las roza, cuando esa fuerza golpea estas almas anónimas hasta dejarlas en un estado de fuerte vibración que, por unos instantes, las vuelve memorables, y por eso mismo dignas de aparecer durante unos minutos o por algunas tapas y titulares, en los Grandes Medios, término que me recuerda a las Grandes Maravillas de la Antigüedad.
Cierro esta introducción con
otra cita extraída de la sugerente obra de Trías
(1991: 95): "Hay, pues, formación de Idea en tanto
hay padecimiento, pasión generadora, por lo tanto de acción
y conocimiento. Desde un empirismo más radical que el de
Spinoza se puede concluir que acción y razón [son]
efectos de la pasión." De eso precisamente hablo en
mi Paisaje de Pasiones, pero lo hago desde un enfoque estético,
ético y semiótico. Por eso, postulo allí
la continua interacción de pasión, razón
y cuerpo en la vida humana, una tri-relación de sentido
en la que la ruta a seguir la sugiere, absoluta y levemente, la
pasión, y que se lleva a cabo en el mundo real gracias
a un cuerpo informado, es decir, uno capaz de seguir lo más
fielmente que puede, las razones que encuentra más justas
o adecuadas.
Efectos tempranos y conmovedores
del cuerpo que habla Todo comienza en mi relato cuando, hace justo siete años, a fines de 1989, una mujer llamada Julia Pou de Lacalle irrumpe con su inconfundible corporalidad en el discurso político local. Ella lo hace en ese entonces como la mujer del candidato. He elegido el término "mujer", y no el más habitual de "esposa", en atención al modo en que hace aparición su cuerpo dentro del tranquilo y previsible paisaje de Mesocracia, nombre pasional del Uruguay. Ella surge en medio de la flagrante ausencia de lo femenino, de una atonía de esa clase de diferencia (y no de la político-partidaria, por ejemplo). La llegada de Julia Pou señala la presencia indiscutiblemente del Otro, de la mujer, dentro de un discurso no muy diferente al que defendía encarnizadamente un personaje de historietas de los años 60 de nombre Tobi. Ese niño misógino tenía un club cuya finalidad más evidente, visto a la distancia de más de tres décadas, me parece ser la de excluir con celo incansable a las niñas, inclusive a la "Pequeña Lulú", la heroína que daba nombre a aquella tira cómica, y fundar así un santuario sólo para varones. El caracter de Club de Tobi de la política uruguaya aparece con nitidez por contraste o en negativo, cuando comienza a dar testimonio en un programa televisivo alguien que no se refugia en el usual "nosotros". Lo que es aún más conmovedor, esa mujer habla en 1989, con inaudita soltura, de su enamoramiento de ese hombre que "por arte y milagro de la pasión evocada se convierte en amante" (Andacht, 1992: 92), y no sólo o principalmente en el candidato de aquella campaña electoral. Un inocente talk show televisivo de ese entonces ("Hablemos" en Canal 10) sirvió, a mi entender, de escenario ideal para que se desplegase, a todo color y elegante escenografía, un elemento subversivo para el canon político local, una forma de sentir y de expresarse en público que contrastaba y colidía notoriamente con la hasta entonces utilizada, con la norma invisible y eficaz. Que esto ocurriera así poco y nada tiene que ver con intenciones, buenas o aviesas, calculadoras o simplemente antojadizas. El enfoque de la lógica de los signos al que me afilio supone que nuestros signos tienen "una autonomía de vuelo" suficiente como para generar interpretaciones y efectos generales y de efectividad creciente en el comportamiento social, que los signos escapan a la voluntad de quien se hace cargo de la emisión puntual de ellos, en un momento y lugar dados. Como también escapa al designio de los agentes semióticos el coincidir en sus efectos de sentido con quienes, a nivel conciente y explícito, nada o muy poco tienen en común. Esto precisamente sucedió con la ex primera dama uruguaya y el ex intendente montevideano de aquel período, de un modo no poco llamativo. A fines de los 80, aparece otra presencia corpórea inquietante en el paisaje pasional uruguayo: es la figura de Tabaré Vázquez. El oncólogo y la organizadora de beneficencias terminan unidos, más allá de sus voluntades expresas o tácitas, por una encuesta que los corona como "la pareja del año". Guardo en el recuerdo el llamado de una emocionada oyente radial, de edad avanzada, que interviene en un programa para opinar, o para difundir su anhelo, de que el entonces intendente y la primera dama del momento "fueran una (verdadera) parejita" (verano de 1994). Las encuestas no mienten, reza el resignado refrán moderno tardío. Sus resultados se aproximan tendencialmente a lo real, tal como lo hacen los signos en su camino falibilista y evolutivo, siempre y cuando ciertas condiciones metodológicas estén dadas, así en la ciencia como en la vida. Entonces podemos tomar como buenas las cifras que da una empresa encuestadora para el primer mes del año 1994; los datos apoyan empíricamente una especie de cuento de hadas demócrata y republicano, pero con más que un tinte de realeza y magia. Se trata del casal del año, la parejita más popular según el vox populi medido por una encuesta (la Gallup) para todo el país, por segundo año consecutivo: Julia Pou de Lacalle y Tabaré Vázquez. La improbable pareja ha sido reunida por aclamación popular, de creer en los resultados de Gallup que publica en la edición del día 4 de enero de 1994 el diario La República. ¿Qué significa este resultado? Entre otras cosas que la pasión hegemónica no es monolítica, que tiene fisuras. Hay algo en esas dos presencias tan disímiles que encanta incluso a los habitantes de la tierra mesócrata. Lo que ambos personajes tienen en común, además del gran poder al que están estrechamente vinculados, es el encanto singular de sus imágenes, de lo que representan, en nítido contraste con una tradición que tendió a omitir al individuo y a consagrar al colectivo de rostro casi anónimo. Es en las fisuras del sentir social donde registramos el movimiento imperceptible pero real del cambio, no tanto del sujeto económico o político, sino del sujeto pasional, al decir del filósofo Trías.
Hasta aquí los antecedentes
de una fuerza del querer heterodoxa que años más
tarde vuelve a golpear las pesadas puertas de la plena normalidad
uruguaya, y a marcar así presencia. Su mayor impacto es
el remover nuestra certeza de vivir en el mejor de los universos
cualitativos y sentimentales posibles. En una palabra, nos trae
otra estética.
El difícil paso del propio
cuerpo singular por las calles de Mesocracia Hay un cuento incansablemente repetido y disfrutado por cientistas sociales de toda estirpe, aunque ellos no lo sepan. La fábula de la que hablo exalta los afanes de aquellos en tanto grandes desmistificadores del mundo de la vida. Se trata de un relato que parece extenderles, desde una edad remota, un certificado mítico de poder y relevancia social. El cuento en cuestión trata sobre el impacto desvastador causado por un niño ingenuo y sagaz que, en medio de un silencio casi sacro grita, entre divertido y asombrado, que ese rey que marcha grandilocuente, bajo el auspicio de las miradas de veneración popular está en cueros, que el soberano no luce ni una mísera prenda sobre su pobre humanidad, que él aparece definitivamente común, risible, y que, por eso, nada hay que admirar en ese triste cuero desnudo. Eso precisamente es lo que intentan hacer sociólogos, antropólogos, cientistas políticos y otros congéneres, incluyendo algún convidado reciente como los semióticos: dejar en evidencia lo evidente pero inadvertido, lo olvidado o tolerado ya sin gran esfuerzo, eso que de tan frecuente se ha vuelto invisible a los ojos del habitante común y no mitoclasta. El cuerpo se parece un poco, si se lo mira con especial cuidado, a ese niño indiscreto y destroza ilusiones de la fábula. Nuestro cuerpo siempre nos recuerda sobre límites seguros y proezas inciertas, sobre audaces ensanches y rutinas apacibles. Por más que uno se empeñe en disimularlo, en rodearlo de argumentos o sonetos, diagramas o manifiestos, el cuerpo indudablemente tiene lo suyo, y resiste. Voy a hablar de un cuerpo social duramente conmovido por obra de un cuerpo insistentemente individual en sus planteos, y por eso mismo atípico, muy difícil de disimular. Pertenece a alguien no demasiado destacado o saliente, a quien sólo una suma de circunstancias extraordinarias han puesto en un lugar de gran atención, sobre el escenario del interés ciudadano. Hablo de la secretaria privada del ex-presidente L. A. Lacalle, y de sus dichos. Del asunto mismo que involucra a estos agonistas en un drama de gran notoriedad en tiempos muy recientes, nada voy a decir. Dicha cuestión tiene que ver con el universo jurídico-legal, y mi interés en estos sucesos es de tipo semiótico y estético, exclusivamente. El día martes 29 de octubre de 1996, en horario central de la la mañana (9), quien fuera secretaria privada del máximo jerarca uruguayo entre 1989-1994 es entrevistada en una radio de Montevideo durante casi una hora. De esa muy extensa nota periodística, me limitaré a extraer apenas algunos materiales, los necesarios para desarrollar este enfoque. Por razones de espacio, pondré mi énfasis en una de estas dos perspectivas sobre el sentido, la estética. Voy a analizar el lugar de la pasión en un discurso tan tradicional como lo es la declaración política, que en esta ocasión recibe a un huésped nada común: el cuerpo que habla de sí mismo, la voz de la singularidad máxima y del sentimiento explícito, encarnados en una mujer. En Uruguay, incluso artistas e intelectuales no se salen de la raya pasional, más bien lo opuesto; sus declaraciones de prensa podrían pasar por las de un político a secas, porque carecen de todo derrame personal o emotivo individual. Para describir esa estrategia mayoritaria y admirada en Uruguay he recurrido en otro trabajo a una figura fantástica pero del todo plausible, cuyo retrato coincide con la pasión nacional: el Gaucho Desconocido (Andacht, 1996: 54-56). El testimonio de esta mujer llamada Martha de Fuentes es tan insólito en el paisaje pasional dominado por las cualidades de ese Gaucho ascético, viril y corporativo, como lo es el protagonismo plenamente femenino dentro del universo político. Digo "plenamente" para destacar una manera de expresión propia del género más habitualmente excluido del quehacer político. Puede ocurrir, desde el presente enfoque, que una mujer (biológica) que desempeñe su cargo político, o que se destaque desde el género no marcado o normal, es decir, el masculino. Ninguna contradicción hay en ello; en todo caso, parece ser la opción más probable, por ser la que encuentra menos oposición o extrañeza en la opinión pública, es el signo que tiene menos riesgos. Difícil que algún libro de teoría política o educación cívica del futuro registre el paso de aquella suerte de Lady Godiva telegénica sobre la briosa montura de su desparpajo corporal, en una ya olvidada épica electoral de fines de los años 80 en Uruguay. Sin embargo, son irrupciones temerarias como la que protagoniza esa mujer, Julia Pou de Lacalle, en aquel momento, las que hacen entrar a escena elementos cuyo exilio sólo se siente con fuerza una vez que éste ha terminado semi-oficialmente, por la inclusión inesperada e innegable de lo que hasta entonces brillaba opacamente por su ausencia. No creo casual que hace casi una década haya sido una mujer quien introdujo los signos prohibidos, y con ellos la pasión minoritaria de lo corpóreo-singular dentro de la multitudinaria expresión corporativa y anónima regida desde siempre por hombres, que se han comunicado con el grueso de la sociedad, desde el centro mismo de la pasión hegemónica, y que por ende no es sentida como tal (pasión).
De nuevo, es una presencia femenina
la que, siete años más tarde, reintroduce el cuerpo
prohibido al templo. Ella trae consigo lo que no se dice o siente
en público, y mucho menos cuando se habla de lo más
sagrado en la comarca de la mítica medianía que
es el Uruguay contemporáneo, es decir, de lo Político
mayúsculo, del Poder a secas. Julia Pou, esposa de un candidato
presidencial en el '89, y Martha de Fuentes (MF, de aquí
en más), secretaria del que fuera presidente hasta el año
1994, son las dos figuras de la pasión minoritaria, insólita
y conmovedora que convoqué a este análisis.
Las cosas del querer: un strip tease
inesperado y conmovedor Todo profesional de la información que se precie de tal, suele iniciar su contacto con el público, sea aquel escrito, televisado o amplificado electrónicamente de un modo no muy diferente al que utiliza un sacerdote: se anuncia cuidadosamente lo que se habrá de recibir en ese encuentro. Se trata de un instante sacro, pues nuestras expectativas no son sólo cognitivas; en ese marco definido y ritualizado por el oficiante, se decide y define nuestra identidad durante el intercambio de dones: su manejo mediático a cambio de nuestra atención. El conductor del programa "En Perspectiva", un periodístico matinal emitido de lunes a viernes por CX 14, no es una excepción a esta regla. Lo usual es que haya cada día un entrevistado central, típicamente un político, o un personaje del mundo empresarial que, coyunturalmente, sea noticia. El día 29 de octubre de 1996, el conductor anuncia al personaje que presentará en ese espacio, de un modo distinto, como preparando al público habitual para una desilusión que, probablemente, él mismo haya sentido. No se trata de que no será una entrevista "en vivo y en directo" (fue grabada, nos dice), ni que la persona invitada sea una mujer. Lo atípico es el resultado obtenido, tal como lo evalúa el propio Emiliano Cotelo (EC, de aquí en más), ya que de él se trata. Surgen pocos datos de ese encuentro, nos dice un par de veces en el prólogo, pues hubo mucha "reticencia". Advierte sobre un "testimonio" escueto o hermético. Opino que se trató de una ocasión informativa muy elocuente, pero no en el sentido habitual, ortodoxo y casi obvio, según el que recibimos el formato entrevista; de allí proviene la evidente desazón parcial, eso que el presentador juzga como un logro incompleto. La supuesta "reticencia" de la entrevistada a la que alude el entrevistador radial es, espero demostrar, contundente elocuencia, pero no con los signos habituales, sino con otros más inquietantes. El periodista de estilo político-económico ha partido como acostumbra, pertrechado con una escopeta de grueso calibre, pues su presa es la caza mayor en esta comarca: lo Político. Ese botín de caza sólo tiene un sexo y una encarnación discursiva: sea de derecha o de izquierda, radical o moderada, la Política en el país es masculina e incorpórea, es decir, habla siempre desde un discreto y unánime nosotros que expresa estéticamente a la Corporación, al cuerpo colectivo más poderoso del país, desde toda la modernidad. Todas las citas que siguen ahora, salvo indicación contraria, se refieren a la entrevista que realiza el periodista radial E. Cotelo (EC) a M. de Fuentes (MF). Todo lo que en esas citas sea destacado, corre por cuenta de quien esto escribe. El cuerpo de la evidencia . "La Sra. de Fuentes prestó testimonio ante el juez el 28 de noviembre de 1995", relata, a modo de introducción formal, EC a su público. Eso justamente es lo que ocurrirá en la radio, prestar testimonio, pero no del tipo usual o esperado, es decir, una buena cantidad de datos e información de la llamada fidedigna o fáctica. Esa mañana, la testificación la va a hacer el propio cuerpo que es presentado por la protagonista como su más contundente evidencia. Asistimos al testimonio de la singularidad suprema, la que brinda un sí mismo conmovido que es conducido por su dueña, con obvio esfuerzo, hasta el micrófono de la radio, para difundir algo inédito, sus "sensaciones", como dirá luego enfáticamente, la entrevistada. Al anunciarnos qué es lo que hará concretamente en ese espacio MF, el periodista dice también que ella vino al programa "para explicar el por qué de su participación en este tema [= la denuncia judicial sobre irregularidad que habrían sido cometidas durante la gestión del anterior Poder Ejecutivo]." Por fin, EC llama la atención sobre "el mucho cuidado que (MF) puso en manejar la menor cantidad posible de nombres. En esa reticencia suya pesaban ... los rumores que circularon estos días sobre juicios de difamación." Tengo dos reparos sobre la forma de presentarla. Primero, ella no va a explicar nada durante esa larga entrevista, MF se limitará a "contar sensaciones" como lo dice explícitamente al final, y como lo demuestra en todo momento. Explicar es lo que se hace en Uruguay desde el previsible y seguro "nosotros" de la voz política, esa que vive y reina en toda clase de discursos e intervenciones públicas en el Uruguay moderno. Desde la música popular, pasando por el Parlamento e incluyendo a médicos y comentaristas de fútbol, rige unánime la pasión incorpórea que nos lleva a eludir, irresistiblemente, el cuerpo personal, el propio sentir, en favor de una compacta corporación sin rostro ni nombre. Segundo, la participación de MF esa mañana fue todo, menos "reticente"; sólo si se limita abusivamente el testimonio a datos (nombres, fechas, lugares), podemos hablar con justicia de que hubo allí "reticencia ". Por el contrario, espero demostrar que lo más notorio de la entrevista fue la efusión de signos insólitos, de una estética anómala y desacomodadora. Asistimos pues a un verdadero strip tease de un cuerpo que habla, que cuenta aquello que, por norma, aquí se calla, y cuyo silencio es muy apreciado, por coincidir con la pasión local. Ni explicativa ni reticente, la entrevistada nos abrumará con su locuaz diferencia inocultable. Estoy de acuerdo, en cambio, con el final de la introducción, cuando, no sin una módica resignación EC anuncia que MF "habla sobre sus sentimientos, sus intuiciones, sus miedos, sus dilemas, su manera de actuar, sus convicciones, sus frustraciones y también sus satisfacciones." No sería raro que para el oyente habitual del adusto EC, lo que se le ha presentado así le parezca una nota de la revista Caras, y no de ese muy formal programa matinal, con sus crónicas políticas y financieras, con su escrutinio minucioso de la realidad más real, la del Poder.
No obstante, ese es uno de los momentos
más reales de ese día, cuando el entrevistador parece
aceptar que también aquí se puede hablar en público
de "eso", de lo innombrado e innombrable, para lo
cual ni siquiera se dispone en el país de artistas o divos
que lo puedan o quieran encarnar con gusto. Hacia esos sentimientos
voy ahora.
La fuerza del cariño: una
presencia dura de disimular Desde el comienzo el planteo pasional de MF es explícito, y no intenta siquiera cubrirse púdicamente con los ropajes estéticos convencionales. Fueron "quince años de trabajo, de amistad, de mutuo cariño. Bueno, por lo menos de cariño mío hacia el Dr. Lacalle", nos dice con entera tranquilidad. Enseguida, surge algo que al lector puede parecerle menor, pero que considero un indicio de esa diferencia radical que llamo la pasión corpórea, la cualidad que se separa nítida y llamativamente de lo que se siente en conjunto, en esta sociedad. Ella hace una pausa en sus declaraciones, y conversa con su entrevistador, sobre la manera más adecuada de hablarle: "...como te consta Emiliano - yo ya soy una señora de edad y te puedo tratar de tú al aire como te trato fuera de micrófono." Salvo algún programa juvenil de rock, humor o de deporte, la norma aquí es otra. Seremos tratados a distancia o no seremos nada, reza la inscripción en la primera página de la Carta Magna Pasional no escrita, pero plenamente vigente en esta república, tan tempranamente moderna e ilustrada. ¿Cómo mantener siquiera las apariencias de normalidad cuando el Cuerpo, ese completo ausente del escenario público uruguayo, irrumpe del modo más notorio posible, cuando no queda ninguna duda de que hay alguien irremediablemente diferente detrás del micrófono, esa mañana no tan apacible de octubre? "Yo soy, tu sabés Emiliano, soy una asmática imponente, lamentablemente, y las crisis son muy fuertes. Yo estaba muy cansada... prácticamente no podía zafar de ellas... estaba estancada allí." Yo y mi cuerpo doliente, propio, intransferible, de eso le habla MF, agitada, al serio entrevistador. ¿Cómo refugiarse en un cordial "nosotros", cómo hacer de cuenta que ella no dijo "nosotos sufrimos", o "se debe tener en cuentra que nuestra salud"? Cabe preguntarse, ¿cuándo, fuera de una columna de ayuda sentimental, o psicológica, hemos escuchado algo así, en un medio de comunicación local? Y mucho menos cuando la temática es la política, cualquiera sea su faceta. Por eso, se puede calificar de muchas maneras la intervención de la entrevistada de ese día, creo, pero nunca de "reticente" o "hermética". Por el contrario, lo suyo es un fluir incontenible de lo que se calla u oculta desde hace tanto que parece siempre, de lo que de este modo no encuentra nunca salida pública, lo que equivale aquí a decir "política". El poeta hace que una de sus heroínas más memorables se pregunte con ansiedad "¿qué hay en un nombre?"; parafraséandolo, vale la pena preguntarnos "¿qué hay en un pronombre?" En esa muy pequeña pieza semiótica hay mucho más que una mera cuestión gramatical o de etiqueta verbal. Allí puede volverse visible la manifestación pública de la pasión que nos rige desde antes de nacer. Y también esa otra que pugna por salir, una y otra vez, a lo largo de esta entrevista radial insólita. ¡Cuánto pesa un "nosotros" llevado con solemnidad, dicho con la mirada distante o tranquila y la voz estentórea! Ese pronombre es un auténtico acorazado local. Su protección es la que le brinda al ciudadano bien educado sentimentalmente, una sociedad entera que se atrinchera en la ausencia flagrante de cuerpo propio, individual, para toda manifestación pública y política. De eso se jacta negativamente, con una masiva descarga de modestia indirecta, más que falsa (Andacht 1996:226-243). Lo otro, lo privado e íntimo queda para puertas bien adentro. Del cariño o del querer de uno mismo no se habla allí, en el Máximo Escenario Nacional; eso otro se reserva para el acá más guardado. Algo muy inusual ocurre hacia el final de la entrevista. El serio entrevistador EC le dice a su invitada: "Justamente, Martha, hay algo que llama la atención que Ud. haya puesto en conocimiento del juez y luego de la opinión pública". La entrada al estudio radial de esta pasión infrecuente, excluida por ley no escrita pero implacable del ámbito público, no deja las cosas en su lugar. Su efecto sedicioso ya se hace ver en el cuerpo del propio entrevistador. Por un momento, EC abandona su habitual atuendo de Gaucho Desconocido, el mismo que comparte con otros líderes de la comunicación radial como Néber Araujo, y le dice "Martha" a la mujer que entrevista. La casi-tutea, le expresa su propia emoción de un modo muy poco mesócrata, le habla desde otra pasión. Eso es lo que le ocurre a un muy correcto súbdito de la pasión incorpórea por convivir, durante un buen rato con una estética del todo ajena, con un sentir disímil al que reina en la mayor parte del territorio pasional uruguayo. Puede ocurrir que la manifestación gramatical no coincida con la expresión pasional. Otro elemento discursivo tan propio de nuestra manera estética de estar en el mundo es la tercera persona de la exclusión: "él", "ella" o "lo". Su uso habitual marca el distanciamiento espacial de quien no está presente, en oposición al cara a cara de las dos primeras formas pronominales ("yo"/"tú"), y además genera una ajenidad propia de la crónica, del impersonal relato histórico. Pero la fuerza explícita del cariño que impera en esta entrevista radial consigue transformar el grado máximo de distancia, en un cálido tuteo, en un efecto de innegable intimidad. El periodista le pregunta sobre los tiempos finales de su vínculo laboral con Lacalle, sobre la tarea específica que desempeñaba MF en el despacho de su jefe. Ella detalla sus obligaciones para con el entonces presidente de la república así: "No (me cruzaba con él), porque incluso viajó. El, después de la elección había planificado, yo incluso lo tengo en la agenda todo marcado. (...) Pero lo cierto es que no me fue a ver a la sociedad (médica donde estaba internada)..." La estética rige la lógica comunicacional: MF dice "él", no hay duda, y la sintaxis obedece sin más esta reacción gramatical. Pero hay en este uso un efecto de gran cercanía, de intimidad, que me lleva a interpretar ese pronombre de la lejanía como si fuera el del mano a mano, ese que nos conduce a la mirada en el diálogo. Más que una declaración política o jurídico-política, esta entrevista bordea a menudo la balada de amor; lo suyo es el afecto explícito y removedor en una tierra de mesuras como le complace verse a sí misma a la sociedad uruguaya. Por eso ese "él" tiene el efecto interpelante de un "tú"; todo ocurre como si MF dijera "tú no me fuiste a ver cuando yo estaba internada". Esta postura del discurso se corresponde bien a la función de una guardaespalda del afecto, como después se describe a sí misma la entrevistada misma: "Yo le recuerdo que yo tenía una relación con mi jefe muy cercana. Yo, realmente, consideraba que el hecho de ser su secretaria privada era algo así como un ser que estaba (...) no tanto para pasar una carta a máquina, que no era mi tarea, sino un poco para cuidarle la espalda.". Esa autodefinición suena tan insólita como el hablar del cariño en estos términos, desde el lugar del poder supremo en Uruguay. Una cosa es un programa de consejos o de búsqueda de afecto, y otra muy distinta, el lugar donde aparece regularmente el mayor poder que es. Describirse (y criticarse) a sí misma como la encargada de suministrar cariño protector o sobreprotector, como hace MF, no es nada usual. Según mi análisis, ella afirma que "le/te" cuidaba la espalda al jerarca. Esa oscilación entre el distante y oficial "le" (de Ud. ), y el "te" intimista es lo que le confiere un clima de alto riesgo y novedad a este evento mediático de fines de octubre de 1996. La forma gramatical "él" con la que MF se refiere al entonces presidente Lacalle es un tú virtual, y como tal se opone drásticamente al pronombre en apariencia idéntico que usa el abogado Daniel Cambón para describir su miseria personal, en una entrevista que hace la misma radio, desde la prisión, pocos días antes. Las dos formas pronominales se contraponen como lo íntimo-personal frente a lo impersonal. El entrevistado afirma en esa oportunidad que es algo terrible lo que se le imputa a ese personaje llamado "Dr. Cambón", y que "nosotros" (= el propio Cambón en el diálogo periodístico), desde nuestra posición de (ex-) funcionario de ese cuerpo público, debemos negar. La actitud incorpórea va bastante más allá que la conducta propia o típica de un abogado, la profesión de este detenido. El gesto implica un situarse en el corazón mismo de la pasión hegemónica uruguaya; creo que el Gaucho Desconocido no lo hubiese hecho mejor, en circunstancias semejantes.
Vale la pena considerar por un instante
el otro extremo de esta pasión desencajada, que no tiene
un lugar bien dispuesto, y que aparece entre los resquicios de
la Pasión Oficial, incorpórea anónima, y
fatalmente plural. Vamos hacia la manifestación más
normal imaginable de esa cualidad estética.
Del Nosotros majestuoso al Singular
impersonal: el abogado-prisionero no se rinde. Como se estila en la actualidad, un medio masivo desciende hasta los infiernos jurídico-penales, y accede a la propia cárcel, para desde allí traernos noticias subterráneas. Cuando ese descenso temible involucra a altos personajes de la política o del mundo empresarial, el público salta raudo desde la página roja, así sea una radio, como es este el caso, a la mucho más tenue y elegante página de la política. Un periodista (Luis Custodio, de El Espectador) llega entonces hasta el personaje célebre y de gran notoriedad periodística reciente (Daniel Cambón), para entrevistarlo en su mala hora. ¿Qué esperamos que ocurra en un momento tan aciago? Que el protagonista de esa peripecia infausta revele su más hondo sentir, o que nos hable de su propio pesar, de ese mal que lo rodea por completo, como sucede siempre que una institución total (Goffman) se encarga de alguien. Si esperábamos una voz angustiada, un relato autobiográfico conmocionado, grande es nuestra desilusión como oyentes de un intimismo que brillará por su ausencia. Por momentos, llegamos a olvidarnos de que estamos en la cárcel, y no es difícil creer que hemos llegado al plácido despacho de un jerarca o de funcionario de cierto rango, o por lo menos a la oficina de alguien que en su momento lo fue, y que gentilmente nos ha concedido una audiencia para expresar con cortesía y altura sus opiniones.
Uno de los ex-jerarcas más
cercanos a la máxima jerarquía durante el gobierno
anterior, a la presidencia de la república, el abogado
Daniel Cambón, no sólo no nos habla en la
primera persona singular de la revelación personal y próxima,
sino que incluso llega a abandonar esa segura ribera del "nosotros"
corporativo y tradicional uruguayo, para asentarse varias veces
en la aún más solemne y elevada altura del impersonal
absoluto: la tercera persona del singular ("el Dr. Cambón").
Escuchamos sorprendidos cómo a preguntas de innegable corte
intimista -cómo se encuentra este detenido, qué
siente hacia los que en otras épocas fueron sus aliados-
las respuestas oscilan entre un apacible "Nosotros creemos",
"Nosotros no pensamos que... "Estamos seguros de...",
y un menos usual "El Dr. Cambón no hace eso".
"El Dr. Cambón no acostumbra ... " o "El
Dr. Cambón es ajeno a..." Como oyentes radiales llegamos
a dudar sobre la identidad de quien siente o vive esa experiencia;
todo ocurre como si algún vocero oficioso u oficial del
prisionero estuviese concediendo esta entrevista para informar
sobre el estado de ánimo de su representado.
Fainá con espumante: en busca
de una legitimidad ausente Luego de escuchar esta demostración de normalidad casi anómala en su ejemplar imperturbabilidad estética, pues se mantiene incólume aún en las condiciones más adversas, se entiende o capta más claramente lo que, de hecho, logra esa mujer, casi desconocida, llamada Martha de Fuentes, durante la larga entrevista. Ella consigue socializar un afecto minoritario, una cualidad del sentimiento con escasísimo respaldo local. Tan poco es su apoyo, que la ex-secretaria privada del ex-presidente uruguayo va a traer en su auxilio un testimonio del Otro. Ella introduce una evidencia argentina, algo formulado desde una sensibilidad social y política muy diferentes a la que deseamos creer sigue imperando en nuestro país. Esto ocurre de un modo inesperado. El entrevistador cuenta sobre una entrevista previa, pactada y frustrada con MF, y a modo de explicación de su no cumplimiento, ella alude a su lectura de un libro sobre los escándalos que rodean al actual presidente argentino Carlos S. Menem. La alusión al libro Pizza con champagne es menos enigmática cuando hemos escuchado a un detenido hablar en un "Nosotros" imperturbable, e incluso frecuentar un "El" distante y poderoso, a pesar de que la situación en que esta persona -no el personaje- se encontraba. La conclusión es que la pasión resiste a los hechos y busca imponer su sentir en toda circunstancia, aún la más adversa. Otro tanto vale para la entrevistada cuyas palabras discuto aquí. Ella nos cuenta su hallazgo de aquella obra argentina: "Me habían regalado un libro que se llama Pizza con champagne, y yo me había pasado toda la noche leyéndolo, y me habían impresionado las cosas que allí se decían. No todo el mundo conoce el libro. Y me impresioné, pensé no haré lo mismo. Quién soy yo. Lo que tenía que decir... ahí hasta me arrepentí, por qué hablé a la revista yo. Fui al juzgado, dije en un medio idóneo lo que tenía que decir..." Agrega luego que ella no dirá más nombres (implicados en su denuncia ante el juez) pues éstos "están allí dichos en una sede judicial, y ahí yo tengo la seguridad de que los dije en el lugar indicado." Creo que la clave de esta entrevista entera es precisamente eso, la ubicación del decir y sentir en un lugar determinado, es decir, en el lugar más indicado, idóneo o justo. Pero ¿cuál es para decir lo sentido en público y en político? La respuesta que propongo aquí es que no hay ninguno, al menos en la actualidad. La estrategia legitimadora de MF al mencionar ese libro argentino se asemeja a lo que hacemos a diario cuando, al hablar, introducimos una expresión que no nos parece del todo acorde con nuestra dignidad o decoro. La atribuimos explícitamente a algún otro enunciador. El efecto buscado es entrecomillar y alejar lo dicho por nosotros de nuestro propio cuerpo, por ejemplo, decimos: "Este programa me "copa", como dicen los chicos. La ideoneidad inexistente en el serio programa de radio donde acude MF, un espacio mucho más proclive a lo político-financiero que al discurso de las "sensaciones", como describe su testimonio MF, se logra gracias a ese trabajo enunciativo de la mujer. Conciente de ello o no, poco importa para la presente discusión, el traer a colación ese libro en el que se hace la crónica detallada y estridente del colorido séquito de farándula y dineros que rodea al menemismo, opera como una coartada discursiva, como un precedente que vuelve menos temerario el ponerse a hablar así, el dar rienda suelta al cuerpo para que haga lo que normalmente no se hace en este lugar del mundo. De ese modo, puede MF mostrarse a sí misma sin protector (el poderoso "nosotros"), sin la elisión de lo que ella misma siente, y sin tener debajo la ubicua red corporativa sobre la que todos vivimos y nos movemos a diario, en el ámbito público. Dadas las notorias diferencias a ambos márgenes del Plata, diría que eso que MF ha venido a contarnos con su cuerpo ese día, de figurar en un hipotético libro uruguayo, bien podría titularse, por la moderación que nos caracteriza, Fainá con espumante. Considerado desde este ángulo, el temor que MF dice le causó la lectura de Pizza con champagne es bastante menos curioso como justificación de su no concurrencia a ese encuentro previo, algo pactado y anunciado, según el periodista. Lo que es en apariencia incoherente, la mención de esta investigación periodística que conoció cierta celebridad en la otra orilla, es un elemento central de la declaración de MF. Su referencia a ese libro posee la fuerza de un verbo performativo: la sola mención del famoso antecedente en un país cercano -tanto en geografía como en cultura- crea a través de ese mismo acto, un antecedente. Si hay precedente, eso confiere un mínimo de legitimidad interna al discurso que nos trae MF, algo que antes no existía. Esto le permite a ella convertir en idóneo el lugar menos apropiado para sus insólitas expresiones del sentimiento propio, un medio masivo, serio y político (casi sinónimos en el Uruguay moderno). Ella lo dice con gran claridad en dos ocasiones, con un tono confesional tan poco común como el resto de la entrevista: "...es muy difícil contar sensaciones, porque las sensaciones las tiene que experimentar una, yo sentía cosas porque conocía demasiado a la gente que me rodeaba." Luego lo repite casi textualmente, como si necesitara recordárselo a sí misma, y a la audiencia del programa: "Emiliano es muy difícil contar sensaciones... Cuando Ud. entra en un lugar y alguien ya no le sonríe o no.. Ud. ya... Simplemente Ud. empieza a notar cosas, sensaciones." Sucede que no hay, en Uruguay, sitios idóneos para contar "sensaciones" como las que narra en primera persona corporal MF esa mañana. Las cosas por su nombre. He venido a contar sensaciones, nos dice MF, como si en ese preciso instante recayera sobre ella toda la fragilidad del régimen de verosimilitud que la ampara. Recién entonces, parece, ella llega a verse a sí misma tan lejos del acogedor y amplísimo "nosotros" político, una suerte de gran poncho patrio y generoso sobretodo cívico que ha guarecido, por generaciones, a los personajes gauchescos más destacados de nuestra política, en su pasión colectivizante y anónima, sustrayendo pasionalmente de la mirada intrusa de los demás, sus cuerpos singulares, y sus sentimientos propios.
Seguramente todos los habitantes
de esta sociedad mesurada hasta la desmesura que es la uruguaya
contemporánea sentimos sensaciones, pero no las
exponemos ante micrófonos, cámaras o vertimos en
columnas de la prensa. Para la pasión imperante, esa cualidad
sentimental es impresentable, es un sentir para puertas adentro
solamente. Nuestros cuentos en público, y en político
mucho más, ellos, como sus narradores, son "públicos,
laicos y gratuitos", al decir de un ingenioso sociólogo
y amigo (Andacht 1996:182).
¿Qué nos está
pasando con la-mi pasión? La pregunta que dejo abierta al final de esta excursión por el poco frecuentado territorio de las pasiones locales es: ¿hacia dónde va el cuerpo social en la Tierra de lo Incorpóreo? No creo que mi planteo pueda figurar como título de una monografía o de una investigación plausible y, por ende, convalidable por alguna fundación local. De todos modos, creo que es una pregunta lícita y relevante. Preguntarse por la pasión, pensar crítica y analíticamente sobre el crecimiento del significado social no sólo desde la lógica o semiótica, es decir, desde la construcción argumentativa que va en busca de la producción de verdad y falsedad, sino también desde su estética. Esta otra perspectiva muy poco atendida, nos revela cuál es la cualidad que rige a una comunidad, aún si ésta no lo sabe, durante todas las horas del día en todo su territorio, a lo largo del tiempo. Para implementarse una cualidad absoluta y monádica, es decir, pasional, ésta necesita constantemente, del sostén de razones.
Este principio vale tanto para la
pasión silenciosa y masiva de lo Incorpóreo, el
paisaje hegemónico pasional en el Uruguay moderno, como
para esa otra pasión que he intentado esbozar en este trabajo,
y que, en oposición, denomino la pasión corporal.
Esta le sugiere a la razón la singularidad de una sensación,
el sentir explícito de un cuerpo que no se pretende ni
representa a sí mismo como una Colectividad Anónima,
casi-estatal, sino como una presencia inequívocamente única-individual,
y por ende inquietante.
REFERENCIAS Andacht, Fernando Signos reales del Uruguay imaginario , Montevideo: Trilce 1992 Andacht, Fernando Paisaje de pasiones. Pequeño tratado de las pasiones en Mesocracia, Fin de Siglo: Montevideo, 1996. Peirce, Charles S. The Collected Papers of Charles S. Peirce, Edit. por C. Hartshorne, P. Weiss y A. Burks. Cambridge: Harvard University Press, 1936-58 (Sigo la convención de citar esta obra con la notación "CP x.xxx", referida a volumen y parágrafo)
Trías, Eugenio Tratado
de la Pasión, México: Grijalbo, 1991. Volvamos al texto |
Portada |
Revista al tema del hombre relacion@adinet.com.uy |