Adicciones y "malestar"
Cinco son los Escritos sobre la cocaína (1884) que le valieron a Freud el reconocimiento en algunos medios científicos de su época. Que también le valieron la oposición de Erlenmeyer, quien lo consideró un "peligro público" por haber desatado el cocainismo en Europa.
Una serie de experiencias con animales llevaron a Freud a proponer siete aplicaciones de la cocaína en la actividad médica: 1) como estimulante, 2) en los desórdenes estomacales, 3) como tónico en las enfermedades con degeneración de tejidos, 4) en el tratamiento de la adicción al alcohol y a la morfina, 5) en el tratamiento del apunamiento y el asma, 6) como afrodisíaco y 7) como anestésico local.
Pocos meses después de la publicación del ensayo
Sobre la coca, C. Koller aplicaba la cocaína como
anestésico en cirugías oftalmológicas con
resultados sorprendentes. Pero las fuertes acusaciones de Erlenmeyer
en relación a su uso en la curación de la adicción
a la morfina, acallaron a Freud. Aun cuando después de
esta serie de escritos no volverá a desarrollar el tema,
Freud no dejó de referirse al consumo de narcóticos
y a la cura por abstinencia en muchos de sus trabajos posteriores.
Adicciones y neurosis actuales
En La sexualidad en la etiología de la neurosis (1898), al abordar el tema de la deshabituación en el tratamiento de la neurastenia (recordemos que ésta se produce por acumulación de energía física sexual no ligada psíquicamente, teniendo como causa principal una conducta onanista compulsiva), nos dirá que la deshabituación del onanismo, como en todas las otras cura de deshabituación, debe llevarse a cabo en un establecimiento médico y bajo continua vigilancia del terapeuta, derivando la sexualidad por otro camino. Cuando el médico se limita a quitar al enfermo el medio narcótico, sin ocuparse de la fuente de la que surge el acto imperativo, la cura de abstinencia obtiene resultados positivos aparentes y efímeros. No todos los individuos que han tenido ocasión de tomar durante algn tiempo morfina, cocaína, etc., contraen la toxicomanía correspondiente. Una minuciosa investigación nos revela que estos narcóticos están destinados a compensar -directa o indirectamente- la falta de goces sexuales, y en aquellos casos en los que ya no es posible restablecer la vida sexual normal puede esperarse con seguridad una recaída.
Para las Neurosis Actuales (neurastenia y neurosis de angustia) Freud concibe la sexualidad como un tóxico. Esta sexualidad no aparece elaborada psíquicamente y por esto mismo sus síntomas no se pueden descomponer analíticamente. En otras palabras, estas formaciones quedan por fuera de la dimensión del sentido. Es importante, de todos modos, tener en cuenta que si bien Freud no abandonó esta idea a lo largo de toda su obra, puntualizó que una neurosis actual es siempre núcleo y fase de toda psiconeurosis.
La relación establecida por Freud entre la neurastenia y las adicciones nos permite plantear una hipótesis: aunque descriptivamente puedan aparecer como sintomáticas, las adicciones no implicarían al cuerpo en el circuito represión-retorno de lo reprimido, quedando del lado de aquellas formaciones psíquicas a las cuales no se les puede aplicar las leyes significantes de sucesión y de sustitución, donde el acento está puesto en el hacer sin saber lo que se hace y no en el decir.
En una carta a Fliess (1897), le comunicaba que la masturbación
era el "primero y único de los grandes hábitos",
y que todas las demás adicciones (alcohol, morfina, tabaco)
serán sustitutos de aquélla. La masturbación
-como goce que se basta a sí mismo- será entonces
el modelo de toda transformación narcisista posterior.
De esta manera las posteriores adicciones serán consideradas
reproducciones de esta obsesión masturbatoria. Esto mismo
es lo que nos va a decir a propósito de la adicción
al juego en Dostoievski y el parricidio (1927).
De ilusiones vive el hombre
A propósito de la pregunta por la posibilidad del hombre de prescindir del consuelo de la ilusión religiosa, vuelve a referirse en el Porvenir de una ilusión (1927) al tema de la deshabituación: Me parecería insensato querer desarraigar de pronto y violentamente la religión (recordemos que los creyentes parecen gozar de una protección contra ciertas enfermedades neuróticas como si la aceptación de una neurosis general los relevara de constituir una personal). Sobre todo, porque sería inútil. El creyente no se deja despojar de su fe con argumentos ni prohibiciones. Y si ello se consiguiera en algún caso, sería una crueldad. Un individuo habituado a los narcóticos no podrá ya dormir si le privamos de ellos. Esta comparación del efecto de los consuelos religiosos con el de un poderoso narcótico puede apoyarse en una curiosa tentativa actual emprendida en Norteamérica. En este país se está procurando sustraer al individuo de todos los medios de estímulo, embriaguez y placer, saturándole, en cambio ,de temor a Dios, a modo de compensación. (Ley seca.)
La relación que establece entre el consuelo de la religión y el de los narcóticos, contemplando la posibilidad de que un consuelo sustituya a otro, lejos de quedar referida a ese pasado norteamericano del que nos habla, se puede escuchar hoy en muchas instituciones que en nuestro medio se dedican a la cura de adictos intercambiando droga por estampitas.
Considerar -como lo hace Freud- el uso de narcóticos o
las adicciones, como cumpliendo una función compensatoria
y de consuelo, parece estar bastante alejado de la lógica
de aquellos discursos que la nombran como flagelo. Cada época
parece marcar un modo privilegiado de relación al cuerpo
y a la enfermedad, hoy son las adicciones las que convocan a las
diferentes disciplinas a decir algo sobre ellas, tramándose
así un entrecruzamiento discursivo complejo. La política,
la ley jurídica, la religión, la medicina, el psicoanálisis,
sostienen una lógica diferente del bienestar para el hombre
y por lo tanto el accionar de cada uno de ellos no deja de ser
efecto de esa diferencia.
Malestar en la cultura, cultura del malestar
La vida impone a los humanos preguntas y desafíos no siempre fáciles de resolver, algunas alegrías pero también sufrimientos, resultando a veces demasiado pesada. En su búsqueda de la felicidad, el hombre se encontrará irremediablemente enfrentado a esa condición irreductible de la que nos habló Freud en El malestar en la cultura (1929). Y frente a este malestar, el hombre no podrá prescindir de alguna muleta. Las hay de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas que las reducen, narcóticos que nos tornan insensibles a ella. Alguno de estos remedios nos es indispensable. Que un sujeto tome uno u otro camino estará siempre determinado por su economía libidinal, por eso ninguna regla al respecto vale para todos.
Si consideramos ahora las diferentes fuentes de este malestar,
a saber: 1) la relación del sujeto con el propio cuerpo,
2) con la Naturaleza y 3) con los otros, las adicciones serán
un ÒremedioÓ posible cuando la relación "siempre
incómoda" del sujeto con su cuerpo se transforma en
insoportable sufrimiento que hay que acallar.
es evidente
que existen ciertas sustancias extrañas en el organismo
cuya presencia en la sangre o en los tejidos nos proporciona ciertas
sensaciones placenteras, modificando además las condiciones
de nuestra sensibilidad de manera tal que nos impiden percibir
estímulos desagradables.
El acto adictivo
En cada acto adictivo existe un repliegue narcisista con una búsqueda de la satisfacción inmediata de carácter alucinatorio. Hay un retiro de las catexias de objeto y una investidura del propio cuerpo que hace que el adicto se dedique incesantemente a él, experimentando sus límites; como si en cada acto adictivo intentara borrar las fronteras del adentro y del afuera del cuerpo, al tiempo que en ese mismo acto se van constituyendo. Esta práctica sobre el cuerpo parece estar al servicio de sostener una ilusión: separar al cuerpo de los efectos del discurso, desnudarlo de toda metáfora hasta convertirlo en carne viva. En la lucha por sostener esta ilusión, creyendo disponer y administrar directamente su cuerpo ficcional (aquel que incluye inhibición, síntoma y angustia), sino tan solo de un cuerpo ficticio.
Cuando trabajamos con adolescentes -grupo en el que el imaginario social deposita el "flagelo de la droga"- escuchamos que existe una diferencia entre quien recurre al uso de drogas y aquel otro en el que algo del ser se abrocha en ese producto que lo representa: ser adicto. Ambos parecen experimentar con su cuerpo un incesante juego de fort-dá, pero mientras para el primero aún existe el hilo del carretel, para el segundo sólo queda el carretel-cuerpo gozando en cada acto de desaparición-aparición.
La compensación de una falta de goce sexual, la función consoladora, la reproducción del modelo de investidura libidinal narcisista, la satisfacción alucinatoria y la relación a un cuerpo ficticio son los ejes alrededor de los cuales se entramará una lectura psicoanalítica de las adicciones.
Los Drogos
Artículos publicados en esta serie: (I) El discurso de la droga (C. B. Muñoz, P. Rocca, G. Del Signore´, Nº 76) (II) Imágenes de la droga (B. Muñoz, G. del Signore, P. Rocca, Nº 79) (III) Fase de influjo; fisura y secreto (C. B. Muñoz, G. del Signore y P. Rocca, Nº 80/81) (IV) Drogas: El demonio moderno (Gabriel Eira - Juan E. Fernández Romar, Nº 142) (V) Familia y prevención (Eliseo González Regadas, N¼ 144) (VI) Inserción laboral del recuperado (Oscar Corvalán, Amparo Espinosa, Nº 148) |
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