Curar la muerte

Mauricio Langón

Merece traer a la reflexión el pertinaz sueño de curar la muerte que atraviesa la historia y las culturas, desde la simple inocencia de Gilgamesh (o desde un mucho antes que no dejó huellas), hasta el irónico escepticismo de un fugaz graffitti montevideano.

Buscando todavía curar la muerte

a cuatrocientos años de Descartes:

buscando todavía curar la muerte

(Mauricio Langon)

"Ur-shanabi, es ésta una planta de maravilla,

gracias a ella el hombre renueva la vida.

La llevaré a Uruk, la bien cercada, la

compartiré, la daré a comer,

su nombre será "El Viejo Rejuvenece". Después,

volveré a mi pasada juventud pues también yo

de ella comeré".

(Cantar de Gilgamesh)

Un día, no moriremos jamás

(Graffitti en Av. Uruguay casi República)

Dice Descartes en la sexta parte del Discurso del Método: "Pero, tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales de la física (...) y que advertí hasta dónde pueden llevarnos (...) creí que no podía tenerlas ocultas, sin pecar grandemente contra la ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres en cuanto esté en nuestro poder. Porque estas nociones me han hecho ver que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, se puede encontrar una práctica, por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los otros cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, los podríamos emplear del mismo modo en todos los usos a que sean propias, y así hacernos como amos y poseedores de la naturaleza (nous rendre comme maîtres et possesseurs de la nature). Lo que no es solamente de desear por la invención de una infinidad de artificios, que harían que se gozara, sin ninguna pena, de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que hay en ella, sino también principalmente por la conservación de la salud. (...) Podríamos librarnos de una infinidad de enfermedades, tanto del cuerpo como del espíritu, y hasta posiblemente también de la debilitación y de la vejez, si tuviéramos suficiente conocimiento de sus causas, y de todos los remedios de que la naturaleza nos ha provisto.

Dice Bill Gates: ÒSoy un firme creyente en la tecnología de la información (...). Pero sería difícil discutir que la floreciente revolución médica encabezada por la industria de la tecnología sea menos importante para el futuro de la humanidad. También capacitará a la gente y elevará el nivel de vida (...) Creo que terminaremos por inventar terapias para la mayor parte de las enfermedades, un logro que, antes o después, mejorará la vida de casi todo el mundo. Se tardarán muchas décadas, quizá incluso varias generaciones, en alcanzar ese objetivo, pero todos los progresos que se hagan a lo largo del camino son extremadamente útiles. (...) Una de las razones por las que me atrae la industria de la biotecnología es que aprovecha muy bien la tecnología de la información (...) Con la ayuda de Internet y de otros modernos instrumentos de información, un equipo formado por científicos de Darwin, entre otros, tardó sólo ocho meses en descubrir un defecto genético que puede llevar al envejecimiento prematuro. Es emocionante ver que las computadoras y las tecnologías de la comunicación se utilizan con tanta eficacia y con tan buenos propósitos. Aunque los PC e Internet sólo sirviesen para impulsar la investigación médica, todo lo que hemos invertido en estos instrumentos de información habrá merecido la pena."

La idea básica era doble pero simple: mirar por arriba del hombro la infantil ilusión que aúna al padre de la modernidad con el genial símbolo de una posmodernidad computacional que, seguramente sin saberlo, repite un sueño que cumple cuatrocientos años: que mediante técnicas será posible, un día, no morir jamás; que la ciencia y la tecnología modernas -ya que no la Gracia de Dios- nos regalarán la inmortalidad; más exactamente, la eterna juventud (sueño de viejos).

Si cierta sonrisita sarcástica se instala en nuestros labios, seguramente responde a que vemos el absurdo de la progresión infinita cuyo sentido era prolongar la vida. O retrasar la muerte.(1)

Ahí se me apareció el aburrido Fosca de Simone de Beauvoir, desgraciado inmortal; y el pobre héroe de mi cuento, contento de regalarle a la humanidad algunos milenios más de mortalidad. Pero, sobre todo, el infeliz inmortal de Borges buscando con afán -a través de la historia y de las culturas- recuperar la mortalidad, y alcanzarla al fin "incrédulo, silencioso y feliz": "soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres (...) en breve seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto".(2)

Me pareció cerrada la cuestión con la sabiduría de Borges: ÒSer inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible es saberse inmortal (...) La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres".(3).

La muerte, mal o condición

Pero la obstinada ilusión me pareció todavía peor cunado el imán me trajo el recuerdo de una lectura del Génesis que viene vía Ricoeur y Dussel: no es tanto que sea una ilusión querer la inmortalidad, es una tentación: es querer lo que no es bueno, es querer quedarse solo, es querer no tener límites, es querer ser como Dios, es querer matar al hermano.

La serpiente que tienta a Eva hace patente la mortalidad de Abel y posibilita a Caín. También obliga a fijar los límites que permiten la condena de Caín; lleva a constituir las normas que fundan la posibilidad de una convivencia de mortales: "no es bueno que el hombre esté solo"; "no matarás"; "ama a tu prójimo"...

Me pareció ver una sabiduría análoga en el Gilgamesh. El héroe no aceptaba límites, por eso no era exactamente humano sino semidiós: un mortal que no quiere serlo. Quiere gozar, pero no puede hacerlo porque morirá; la muerte lo impregna todo de sinsentido. Quiere luchar contra el mal, que se le hace que es la muerte. Debajo de esta hybris corre la verdadera paideia: el héroe aprende. Aprende sufriendo que es mortal, que hay que aceptar morir para que la vida tenga sentido. Así puede ser preferible una vida breve y gloriosa a otra larga y gris. Sabe morir y sabe vivir porque cree en su finitud. Aprende que admitir la mortalidad es aceptar el desafío de saber qué hacer con la vida, de ganar la vida. Después de muerto resucita transfigurado; después de muerto "cada día canta mejor".

Es la misma serpiente bíblica -o su abuela- la que roba la planta de Gilgamesh. Le roba las ilusiones y lo obliga a darle sentido a la vida en común, a construir sólidamente, desde los cimientos, los muros (los límites, las normas de convivencia) de la ciudad de los mortales que aprenden sufriendo, que comparten sus experiencias y que, aunque "no volverán jamás", dejarán grabadas en estelas sus proezas, para que otros puedan seguir conviviendo sus vidas falibles: "Sube, Ur-shanabi, a la muralla de Uruk, camina por su terraza, mira los cimientos, observa el muro, cómo está construido, dime: ¿no es acaso de la mejor arcilla, de ladrillo cocido?, ¿no ves uniendo las hileras siete capas de asfalto? (Es como si los cimientos fuesen obra de los siete sabios)."

Fue también obra de Gilgamesh, el rey; él fue quien vio el fondo de todas las cosas, conoció todos los países del mundo, todo lo supo, todo lo enseñó, compartió su experiencia cada uno la aprovechó.(...) Su vida fue un largo viaje, aprendió sufriendo y, volviendo de lejanos trabajos, grabó sobre una estera todas sus proezas. (4)

Es que aceptar la mortalidad como condición humana, no como mal, es aceptar como tal al límite; y por tanto, aceptar como tal al otro. Aceptar que hay límites (o construir los límites) -es decir, aceptar la muerte- es condición humana en este preciso sentido: es condición de posibilidad de construcción de una comunidad humana.

Muerte y sentido

Pero, ¿qué pasa con un mundo que se precia de tirar todos los muros, de abolir todos los límites? ¿Está en condiciones de generar una cultura, una convivencia humana?.

Descartes, Bill Gates, la ciencia y la tecnología, la vieja idea de progreso, ¿cimientan límites -por amplios y ampliables que sean- para construir en su interior (reconociendo exteriores y otros) las normas de una convivencia mejor para todos?, ¿o niegan la muerte y no admiten límite alguno, exterior alguno, alteridad alguna?

Afuera de Uruk, la bien cercada, campea la muerte; pero más acá de sus murallas (o construyendo y extendiendo sus límites) se trabaja en construir una vida en común para todos los con-finados. Quiero decir que si Gilgamesh terminó por construir los muros de Uruk (es como si los cimientos fuesen obra de los siete sabios), lo que construye el héroe civilizador son las condiciones (es decir, las posibilidades porque pone los límites) de su cultura.

Descartes, en cambio, no se ocupa de límites, se pone a construir desde los cimientos una obra aparentemente modesta pero ilimitada, que espera ir progresando indefinidamente "para el bien general de todos los hombres".

Y Bill Gates tiene ese bien más al alcance de la mano. Internet ha hecho inextensa la res extensa, ha abolido los límites espaciales: todo está al alcance del modem. El tiempo es dinero, el dinero acelera al tiempo; hay que convencer a los inversionistas: Áapueste a la cura de la muerte!, ¡invierta ya!. La planta de la eterna juventud (sueño de viejos) está a la vuelta de la esquina, la biotecnología la rescatará finalmente de todas las míticas serpientes.

¿No recaerá en la ilusión? ¿No se funda el progreso ilimitado en dar por sentado que lo bueno es prolongar la vida, que lo malo es no estar eternamente solo? ¿No se instalará en un momento presocial: "puesto que hemos de no morir un día, gocemos"; momento previo a descubrir el sentido de la convivencia puesto que me creo mortal? (5)

Tal vez, al postergarse la muerte, se abandona la reflexión sobre el sentido de la vida y se pierde el sentido de la convivencia. Gilgamesh compartirá; Descartes procura el bien general de todos los hombres; Bill Gates cree que mejorará la vida de casi todo el mundo. Me preocupa ese casi.

Quizás estemos ante otro fundamento cultural: el de una sociedad donde algunos sean casi inmortales y "puedan gozar sin ninguna pena de los frutos de la tierra y de todas sus comodidades" y otros sigan atrayendo buitres desde el vientre de su madre. Quizás estemos ante el fundamento antisocial de un individuo que amplía constantemente sus límites a costa de los demás; que sueña en una plenitud sin el otro. Tal vez estemos ante una "sociedad" muy mal cercada, en que pueden preverse sinsentidos, suicidios, revoluciones, masacres...

El vivir con

También me sembró una semillita maldita un libro de Alejandro Piscitelli que me hizo ver que:

a) Tal vez no se esté tan lejos (o no sea tan imposible) poder vivir sanos y jóvenes, digamos, 500 años;

b) Que no tiene sentido ponerse a ponerle límites a la tecnología: ¿quién dirá que la plantita famosa es un mito cuando esté ahí, recuperada de la serpiente?, ¿quién podrá decir a priori que es imposible? En otros términos: que no podemos poner límites de ningún tipo (ni siquiera éticos) a los avances científico-tecnológicos y que no tenemos éticamente derecho a poner límites; con lo cual parece que estamos necesariamente ante la necesidad de repensar las condiciones de posibilidad de la convivencia humana;

c) Que el problema de fondo ni se resuelve ni se disuelve, pero se transformará interesantemente y se radicalizará si alguna gente pasa a poder vivir mucho más...

Aunque creemos que todos los hombres son mortales, no sabemos si la tecnología no logrará que algunos hombres lleguen, en un futuro más o menos próximo, a prolongar algunos siglos sus vidas; esperemos que en buenas condiciones de salud física y mental. Eso no los hará infinitos. Pero obligará a replantearse el sentido de la convivencia que es condición de sobrevivencia humana. Si es cierto que las comunidades humanas se fundan en la toma conciencia de que los límites individuales no son el mal, sino la condición que genera el mandato ético de construir modos de vivir con, se tratará de colaborar en la construcción de los cimientos de nuevos muros:

Para hacer una muralla

juntemos todas las manos

(Nicolás Guillén)

1 Era Antonio Prieto en "Reloj, retrásame la muerte".

2 Borges, Jorge Luis: El inmortal; en Nueva antología personal, Barcelona, Bruguera, 1980, p.160 y 162.

3 Id., p. 157.

4 Cantar de Gilgamesh. Buenos Aires, Galerna, 1977.

5 En un momento me pareció que esta modernidad o posmodernidad es postheroica; que no hay heroísmo en la época burguesa, que no lucha contra la muerte, que sólo se trata de conocer, buscar las causas, descubrir las técnicas, para que los seres humanos podamos, sin pena ni trabajo, sentarnos, cómoda e indefinidamente, junto a un fuego que cuidan los robots. Después me pareció ver un héroe moderno en Pasteur, que no conoce descanso en su angustiada lucha. Pero trabaja dentro de los límites: no lucha contra la muerte sino contra esa muerte concreta que segará la vida de ese niño. No pretende darle vida eterna, sólo librarlo de ese mal, para que siga siendo hombre, siendo mortal. Y en ese mejorar y prolongar vidas mortales encuentra el sentido de la suya -modelo para otras-; y reafirma un sentido de convivencia. Descartes y Bill Gates trabajan instalados en el momento pueril de inocencia presocial que cree que es posible e importante, a nivel individual, curar la muerte y gozar la vida; y cree que luego, naturalmente, esa cura y ese goce se generalizará para casi todos. El médico anónimo, el trabajador social, saben de los límites, curan (cuidan) y mejoran la convivencia social. La primera línea, tal vez, hace imposible toda comunidad humana, o sea, toda vida humana; la segunda supone una comunidad de mortales y trabaja por hacerla más vivible.


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