La persistencia de altas tasas de desempleo en los países industrializados, y las ingentes proporciones que ha alcanzado el subempleo en los países en desarrollo son argumentos de gran peso que fundamentan la necesidad, tanto económica como moral, de devolver al pleno empleo su carcter de objetivo político primordial.
El cuestionamiento generalizado de la utilidad del concepto de pleno empleo ha llegado a predominar en los círculos académicos y políticos de todo el mundo, así como la proliferación de expresiones eufemísticas (como "aumento de la falta de empleo", "fin del trabajo" y otras) tan en boga en la actualidad. Tales ideas carecen de fundamentos y no hay pruebas de que exista o pueda existir pronto una penuria de trabajo útil de tal magnitud que el pleno empleo deje de ser una meta factible. El incremento del desempleo obedece más a una merma de las tasas de crecimiento económico, que a un repentino aumento de la falta de empleo.
Las rigideces del mercado de trabajo no han sido una causa importante del desempleo y la solución a éste no reside en una mayor flexibilidad de aquél. Las rigideces del mercado de trabajo no han empeorado durante el período de aumento del desempleo, el aumento del desempleo no puede explicarse únicamente en función de factores relativos al mercado de trabajo. Más bien la menor progresión económica registrada de los países industrializados desde 1975 ha sido la principal causa de fondo del aumento del desempleo.
Por "pleno empleo" no se entiende una tasa de desempleo
igual a cero, sino que se trata ms bien de un nivel en el
que la gran mayoría de las personas en edad de trabajar,
capaces y dispuestas a hacerlo, pueden encontrar empleo
productivo, remunerado y libremente escogido. Desde este punto
de vista, la definición de pleno empleo como la inexistencia
de desempleo involuntario, o como la disponibilidad de puestos
de trabajo para todas las personas que busquen activamente una
ocupación sigue teniendo la validez de siempre. Históricamente,
esta definición ha correspondido a una tasa de desempleo
en el entorno de 2 a 3 por ciento, nivel que predominaba en la
mayoría de los países industrializados hasta comienzos
de los años setenta. En todo caso, el problema no se reduce
a darse por objetivo una determinada tasa de desempleo; adems,
estas cifras no tienen nada de sacrosanto, sobre todo si se tienen
en cuenta los abundantes cambios tecnológicos y económicos
registrados desde aquella época.
Modernizar la noción de pleno empleo
Hoy en día, un objetivo político debería ser la adecuación de un concepto prctico y progresivo Ðel de eliminación del desempleo involuntarioÐ a las circunstancias actuales, entre las que figuran la mundialización, la mayor rapidez del progreso tecnológico, la aparición de formas atípicas de trabajo, e incluso la transformación radical de la índole misma de la actividad laboral o de la actitud personal ante el empleo.
Se corre el riesgo de que el abandono de la meta del pleno empleo se convierta en una triste realidad en momentos en que el espectro de un futuro sin trabajo acecha a muchos millones de personas, a medida que empeoran las condiciones del mercado laboral. El "pesimismo con respecto al empleo" se extiende día a día, y el problema pudiera agravarse al crecer la confusión respecto a las verdaderas causas del desempleo y las posibles soluciones al problema.
Pueden detectarse dos variantes de este pesimismo. El primero
es el punto de vista según el cual los actuales niveles
de desempleo, junto con la revolucionaria transformación
de la tecnología y la mundialización del comercio
y las actividades financieras, llevan inexorablemente a la conclusión
de que, si bien las economías crecen, nunca se volvern
a crear puestos de trabajo en número suficiente como para
restablecer el pleno empleo. Si los escépticos que prevén
un futuro en el que no hay trabajo tuviesen razón, lo mejor
sería dejar el debate tradicional sobre la adopción
de políticas para reducir el desempleo y empezar a adaptar
las instituciones económicas y sociales a una futura escasez
de puestos de trabajo. Pero tales planes no son ni inminentes
ni viables. La mundialización no tiene la culpa de la adversa
situación del empleo, sino que, muy por el contrario, ofrece
mayores posibilidades e incentivos para aumentar la productividad
y el comercio, y puede servir de estímulo al crecimiento
económico necesario para alcanzar el pleno empleo.
El crecimiento crea puestos de trabajo
Por otra parte, la noción de "recuperación sin generación de empleo" es infundada. De hecho, las proporciones del empleo en el proceso de recuperación económica en curso son muy similares a las de años anteriores, y la creación global de puestos de trabajo (es decir, el crecimiento del empleo) se ha mantenido constante durante casi todos los últimos 35 años; sin embargo, el empleo ha tenido un ritmo de crecimiento bastante inferior al de la fuerza de trabajo. Más bien el crecimiento ha pasado a sustentarse en coeficientes de mano de obra más altos, ya que el ritmo de creación de puestos de trabajo se ha mantenido constante, a pesar de la drástica disminución de la tasa de crecimiento durante los decenios de 1970 y 1980.
Además, se ha estrechado la interdependencia entre el aumento del PBI y la creación de empleo. Es de notar que mientras que antes de la crisis del petróleo la economía de los Estados Unidos necesitaba de un crecimiento anual de 2 por ciento para comenzar a crear empleo (y que Europa necesitaba de una tasa de 4,3 por ciento), actualmente la creación de puestos de trabajo comienza cuando el crecimiento económico alcanza 0,6 por ciento (2,0 por ciento en Europa).
Tampoco cabe culpar de la pérdida de empleos a la tecnología. Los datos muestran que los horarios de trabajo totales en Canadá, Japón y los Estados Unidos, aumentaron notablemente en los últimos 30 años, no obstante los elevados niveles de innovación tecnológica de estos países. En el mismo período, los horarios de trabajo disminuyeron solo moderadamente en el Reino Unido, Francia y Alemania, independientemente del progreso técnico. Desde un punto de vista estático, resulta sencillo indicar los efectos negativos de las innovaciones que permiten utilizar menos mano de obra, pero desde un punto de vista adecuadamente dinámico, también hay que tomar en consideración todos los efectos indirectos de la innovación.
Las teorías que anuncian "el fin del trabajo"
se basan, en parte, en la racha de despidos masivos practicados
por grandes empresas en razón de las innovaciones tecnológicas
y los esfuerzos encaminados a aumentar la productividad. Pero
la credibilidad de los múltiples y sombríos augurios
extrapolados a partir de los casos de reducción de dimensiones
de determinadas empresas es limitada: las medidas de reorganización
que han entrañado la reducción del personal en grandes
empresas manufactureras no permiten explicar todo: también
hay que tener en cuenta lo ocurrido en las pequeñas empresas
y en otros sectores de la economía. Del mismo modo, tales
análisis pesimistas no toman en consideración los
efectos indirectos de la evolución tecnológica ni
los empleos que pueden generarse gracias al desarrollo de nuevos
productos y nuevas industrias. Lo ocurrido en ciertas grandes
corporaciones se invoca incorrectamente como casos representativos
de toda la economía, y los efectos directos de reducción
de la mano de obra ocupada en los procesos de producción
se presentan como única consecuencia de los cambios tecnológicos.
Socialmente inaceptables "tasas naturales"
La segunda clase de pesimismo corresponde al punto de vista que sostiene que todo intento por forzar la evolución de "la tasa natural de desempleo" fracasar invariablemente, al provocar el aumento acelerado de las tasas de inflación. Si los teóricos partidarios de las "tasas naturales" tuviesen razón, no habría motivo para preocuparse por el ingente volumen de desempleo de la actualidad, el que no sería sino una forma voluntaria de mantener el equilibrio entre los mercados de trabajo. Las actuales elevadas tasas de desempleo ciertamente no representan un equilibrio que sea tolerable según criterios sociales. Por otra parte, las patologías sociales que provoca el desempleo de larga duración pudieran tener costos insoportables tanto en lo humano como en lo económico; en efecto, los desequilibrios macroeconómicos se agravarían, al convertirse en estructurales los costos del desempleo y al resultar ineficaces los programas de prestación de subsidios.
Otras teorías que se nutren del pesimismo en materia de empleo postulan lo que se ha dado en llamar "el fin del trabajo": una característica fundamental de las sociedades posindustriales sería el incesante incremento de la productividad y de la riqueza, y la correspondiente reducción de la necesidad de trabajar, lo que dejaría un amplio margen para dedicarse a actividades de realización personal, aunque tal vez sin valor mercantil.
Esta perspectiva utópica se apoya en otros conceptos, como el que prevé terminar con la vinculación entre la percepción de ingresos y el trabajo, por ejemplo, sustituyendo los salarios por un "ingreso bsico del ciudadano", que pudiera incrementarse o disminuir al tomar éste parte en actividades laborales de tiempo completo, tiempo parcial o incluso ocasionales. La premisa bsica en este caso, a saber, que la economía ha alcanzado un grado de productividad suficiente que le permite sufragar tales disposiciones opcionales, es extremadamente discutible, y cabe dudar de la capacidad de tales mecanismos para incentivar el trabajo: a menos que sea inminente el paso a niveles de crecimiento superiores de resultas del empleo de nuevas tecnologías, la propuesta de desvincular los ingresos del trabajo se encontrará con un serio problema de viabilidad financiera.
También son escasas las pruebas empíricas que respalden
la creencia muy extendida que prevé la desaparición
de los "empleos vitalicios". Si fuera cierto que ha
desaparecido el empleo vitalicio, y que la movilidad laboral se
ha hecho cada vez más frecuente, las estimaciones acerca
de la permanencia en el empleo, en el conjunto de la economía
(o sea, la duración de la relación de trabajo con
un solo empleador), y las tasas de separación del servicio
(la frecuencia con que el trabajador deja sus empleos o es despedido)
deberían reflejar notables incrementos. En realidad, los
datos acopiados muestran que prácticamente no hay indicios
que traduzcan una tendencia general de mayor inestabilidad en
los principales países industrializados. Las personas empleadas
en la actualidad han ocupado su puesto de trabajo entre 6 a 12
años, según el país, y estas cifras no han
disminuido.
Mantener el rumbo
Basándose en los análisis ("El empleo en el mundo 1996/7. Las políticas nacionales en la era de la mundialización", OIT, Ginebra) se llega a la conclusión de que no hay motivos convincentes para descartar toda idea del pleno empleo basándose en que se han registrado cambios radicales en la demanda de mano de obra, la naturaleza del trabajo o las actitudes personales ante el empleo. Hay que reconocer que se han registrado transformaciones considerables en estas esferas, pero ello no basta para justificar una revisión drástica de objetivos e instrumentos normativos fundamentales, y, en particular, de las disposiciones que reglamentan el mercado de trabajo. Hoy es evidentemente más difícil lograr y mantener el pleno empleo; ello no obstante, en el marco de las políticas económicas y sociales clsicas, y sin adoptar programa utópico alguno, todavía es posible analizar las causas del elevado nivel de desempleo y los posibles remedios a este problema.
Economotropos
Artículos publicados en esta serie: (II) La trampa de la economía informal (Herbert de Souza, Nº 115) (III) La integración subregional ajusta el recorrido (Jorge Notaro, Nº 118) (IV) Interdependencia y desarrollo (David Ibarra, Nº 119) (V) Economía Global (David Ibarra, Nº 123) (VI)¿Hacia dónde va el mundo? (David Ibarra, Nº124) (VII)Dólares y Valores (Jorge Notaro, Nº127) (VIII)Adam Smith. El inventor de la mano invisible (Juan Manuel Rodríguez, Nº 133) (IX) Desempleados: números y sensaciones (Jorge Notaro, N¼ 139) (X) El año después (Jorge Notaro, Nº 144) (XI) Patrón monetario, Una lenta definición (Raúl Jacob, Nº146) (XII) Conflictividad laboral: un termómetro social, Nº149) |
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