Juvenal

¿Poeta impúdico o maestro de vida?

Vicente O. Cicalese

Decimus Iunius Juvenalis, quien vivió entre los años 60 y 140 (d.C.), aproximadamente, es el más vigoroso, el más actual de todos los poetas romanos. No fue un revolucionario del orden público, al que nunca atacó. Si los senadores se mantienen firmes en las mores maiorum (las costumbres de nuestros mayores) y los instituta veterum (las instituciones de los antiguos), necesariamente los emperadores se amoldarán a los mismos principios y, al no encontrar asidero en las mansiones señoriales, desaparecerán de Roma los desvergonzados orientales que la están corrompiendo.

En ese sentido cabe decir con Víctor Hugo que Juvenal es "el alma de las viejas repúblicas muertas".

- Ejerció la muy romana profesión de abogado, en la que brilló su elocuencia. Sólo en reuniones de amigos dio a conocer algunas sátiras.

- Tuvo siempre una holgada posición económica y social; no necesitó ni reclamó nunca el apoyo de nadie.

- Sufrió el despotismo sanguinario de Domiciano (81-96); celebró el advenimiento liberador de los Antoninos (Nerva, 96-98; Trajano, -117). Pronto advirtió que el iletrado Trajano, obsesionado por la guerra, respetaba formalmente al Senado pero retenía la totalidad del poder y no castigaba ni a los senadores que colaboraron con Domiciano acusando y condenando a sus mejores colegas, ni a los que esquilmaban las provincias confiadas a su gobierno.

- Al morir Trajano declama y publica su primer libro de sátiras (I a V). Sabe que Adriano, su sucesor, odia a Trajano, que es hombre de letras y las protege. La sátira I es un duro ataque a Trajano y al Senado trajaneo. Ellos le provocan su célebre "indignación", que se superpone aquí a la temática que le es propia: "cuanto hacen los hombres: sus deseos y temores, su cólera, sus placeres, sus dichas y sus peripecias" será la materia de su poesía, que se rebela contra la obsesión mitologizante de la literatura contemporánea.

- Con una sensibilidad sin precedentes en el mundo antiguo se identifica con las gentes honradas y dignas, así sean esclavos; su amistad con Marcial -y sin duda con muchos otros poetas menesterosos- le revela las cotidianas amarguras de los ingenios agarrotados por la indigencia.

- Es bondadoso y alegre; hace suya muy de veras la gran ley humanística "nada de lo humano me es ajeno". En particular conmueve su ternura con los niños.

- No es posible superar la crudeza con que, sin mengua de su refinamiento estilístico, pinta los excesos de la lujuria, ya ataque con implacable minucia a Mesalina, la ramera imperial (sátira VI), ya los furores homosexuales de los patricios (sátira II), ya las tribulaciones del joven Névolo al servicio de un sodomita avariento (sátira IX). En esos cuadros ni un soplo de morbosa delectación, ni la más leve insinuación libidinosa.

Es notoria la presencia de Juvenal en los dos primeros apologistas cristianos de lengua latina, Tertuliano y Minucio Félix (finales del s. II). Ausonio lo cita y lo alude reiteradamente, como también Lactancio y San Jerónimo. En la segunda mitad del siglo II Frontón, árbitro indiscutido del mundo literario y acérrimo enemigo de cualquier escritura moderna, se vio obligado a apoyarse en el "pan y vino" juvenaliano, tanta era la popularidad de Juvenal. Ammiano Marcelino (s. IV) afirma que estaba en manos de todos sus contemporáneos. Esa popularidad se mantuvo intacta hasta el derrumbe del mundo antiguo, como lo prueban las numerosas citas de los padres de la Iglesia.

La Edad Media lo leyó con fruición y no menos los grandes humanistas del Renacimiento. En España, Bartolomé Leonardo de Argensola, que intercaló en sus obras no pocas versiones o imitaciones de Juvenal, escribía: "Pero cuando a escribir sátiras llegues/ a ningún irritado cartapacio/ sino al del cauto Juvenal te entregues./ Porque nadie a los gustos de palacio/ tomó el pulso jamás con tanto acierto/ (con permisión de nuestro insigne Horacio)". Quevedo lo ensalzó por encima de todos los poetas, lo tradujo en prosa y en verso, y lo comentó incansablemente. Juvenal fue el ídolo de los grandes románticos: Lord Byron, Víctor Hugo, que lo ponía como máximo representante del alma romana, a la par de Homero como representante de la griega, de Dante como representante de la italiana, de Shakespeare para la inglesa y de Beethoven para la alemana.

En nuestro siglo se han multiplicado los estudios sobre Juvenal; hay dos versiones españolas recientes de toda su obra muy recomendables y el licenciado Gustavo Magariños hizo un aporte a nuestras publicaciones solventes de filología latina al publicar su "Juvenal y su tercera sátira" (Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, 1956)

Un género muy romano

La sátira, creación literaria propia y exclusiva de Roma, asumió los valores sustantivos de la espiritualidad romana.

Sabemos que Roma rehuyó las lucubraciones ideológicas y aun cualquier empeño metafísico; conocemos en cambio su capacidad de comprensión de hombres, pueblos y culturas diferentes, su habilidad para armonizarlos y lograr una convivencia civilizada entre las más diversas modalidades, tendencias, tradiciones.

Aquella primitiva metrópoli del Lacio, asilo de desheredados, amalgama de pueblos etruscos, sabinos, samnitas, mantendrá siempre con la integridad latina su generosa capacidad de asimilación que logrará aunar a todos los pueblos, transformando las vastedades heterogéneas del orbe en la plenitud armónica de la Urbe.

Esa capacidad, esa vocación, tiene un hombre: humanitas. Esta es la forma mentis de Roma,es la paideia romana, el sistema educativo, la básica y medular certidumbre que reconoce la dignidad de cada hombre, que tutela el derecho de cada hombre.

Por eso podemos decir que la máxima expresión literaria de Roma es el corpus iuris, su colosal codificación de los derechos y deberes de cada hombre como individuo y como ciudadano, y por eso podemos decir que el colosal testimonio de su humanitas son las carreteras y los acueductos.

Esa humanitas esplende precisamente en la sátira del viejo Lucilio; en Horacio, hijo de un liberto, es decir de un ex esclavo, que gracias tan solo a su innato sentido de la elegancia, al prodigio de su afinidad con la belleza, logra cautivar a la corte de Augusto y erigirse en maestro de las más refinadas sociedades europeas; en Persio, que legitimó con su juventud inocente el afán filosófico, respetado en la medida en que perfeccionaba la antigua austeridad romana; en la vivacidad bulliciosa de la Apokolokyntosis ("Zapallización" de Claudio, por Séneca) y en el despilfarro de primores que desborda el "Satiricón"; en la picardía de Marcial, que con "mi página tiene sabor a hombre" plasmó el signo y la cifra de la sátira romana que alcanzará en la humanitas de Juvenal una dimensión de nobleza y solidaridad no imaginables, y consagrará, para decirlo con palabras de Pierre Grimal, a la sátira como "la más humana de las literaturas".

Qué es la sátira

- Sátiras, farsas y buen gusto

Saturare es hartar (de comida), saciar, rellenar, embutir, saturar,

Satura, forma arcaica que en el siglo I se fijó en satira, nombra:

a) una miscelánea de variados frutos;

b) un plato de cocina que entremezcla diversos manjares al modo de nuestros guisos, cazuelas o potajes;

c) un texto legal que incluye providencias de diversa índole;

d) figuradamente toda mezcolanza y, en uso adjetivo o adverbial, abigarrado, sin orden, indistintamente;

e) género literario plasmado por Lucilio y perfeccionado por Horacio.

Este antiguo nombre latino pasó de la cocina a la literatura tal como en francés farce: relleno (de farcir, rellenar, derivado del latín farcire, ídem) pasó a nombrar la pequeña pieza cómica que se introducía en la solemne representación de los misterios cristianos.

Traslado semejante se da con "buen gusto", expresión de puro cuño español que transporta los deleites del paladar a la esfera de la belleza espiritual o artística, y que se ha propagado a otras lenguas cultas.

- Juvenal imprime a la sátira su significación moderna

Quien haya leído la primera sátira de Juvenal la reconocerá como una demostración de la naturaleza y alcances de la sátira tal como la define el Diccionario de la Real Academia: "Composición poética u otro escrito cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo a personas o cosas. Discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a este mismo fin."

Efectivamente: solos, en tropel, en oleadas, se suceden en ella los granujas, los corrompidos, los criminales; la implacable recensión se cierra una y otra vez con imperativa cólera: sátiras, eso es lo único que se puede escribir.

¿Cómo entretenerse cantando fábulas y mitos en deliciosos versos, nos dice Juvenal, sean ellos elegíacos, trágicos o épicos, cuando "todos los vicios han llegado a su colmo"?

Poeta de la indignación, únicamente escribirá sátiras. Surgiría pues inequívoca la naturaleza de un género "cuyo objeto es censurar acremente o poner en ridículo a personas o cosas".

La verdad es que esta definición es correcta en castellano; en latín no.

Que se haya impuesto en las lenguas modernas se debe a la presencia de la obra juvenaliana a lo largo de toda nuestra historia cultural, y en particular a la eficacia expresiva de la primera sátira, tan lúcida, tan vigorosa:

"¿Cómo diré la ira que abrasa mi hígado reseco cuando arrolla al pueblo con sus rebaños de clientes éste que despojó a su pupilo hasta reducirlo a la prostitución, o este otro condenado por una sentencia vana? ¿Qué importa la infamia si estáa salvo el dinero? Mario exiliado disfruta de la cólera divina; bebe desde las dos de la tarde mientras tú, provincia vencedora, lloras. ¿No creeré que estas cosas son dignas de la antorcha venusina? ¿No las atacaré? Pero ¿hay algún tema mejor?

"¿Cantaré las hazañas de Hércules o de Diomedes o el mugido del laberinto o el mar donde cayó el niño (Ícaro) mientras volaba el artífice (Dédalo), cuando recibe los regalos del amante, pues la mujer no puede legalmente hacerlo, ese marido proxeneta, experto en mirar el artesonado, experto en roncar junto a su copa con nariz vigilante? ¿Cuándo cree tener derecho a esperar el mando de una cohorte ése que prodigó sus bienes a las caballerizas y nada retiene del patrimonio de sus mayores, mientras, juvenil Automedón, vuela en su carro a toda velocidad por la vía Flaminia? Pues Nerón mismo empuñaba las riendas cuando se pavoneaba ante su amiga varonil.

"¿No le entran a uno ganas de borronear grandes carillas en medio de la calzada cuando aparece, portado por seis cervices en una litera abierta de ambos lados y casi descubierta, imitando los aires voluptuosos de Mecenas, un falsario que se hizo rico y feliz gracias a unas pequeñas tablillas testamentarias y su sello húmedo?"

Realismo en perspectiva literaria

El mundo en que vive Juvenal, los hombres y mujeres que han de oír y recitar sus sátiras, están impregnados de literatura. En las obras nuevas aprecian y saborean las alusiones, recreaciones o felices inserciones textuales de autores antiguos, modernos o contemporáneos.

Es decir que el realismo juvenaliano, auténtico y vigoroso sin duda, se mueve en una perspectiva en que realidad y literatura son inescindibles.

Los filólogos extreman su pericia para relevar ecos literarios en pasajes que un inexperto estimaría como traslación directa de un acontecer contemporáneo.

No faltaban en tiempos de Juvenal los maridos complacientes pero no desinteresados que, ubicadas sus esposas junto a candidatos promisorios, no veían escarceos y arrumacos mientras no los intentara algún petimetre impecune.

Recuérdense los amplios lechos en los que se recostaban tres o cuatro comensales, lo que facilitaba los galanteos durante los esparcimientos que prolongaban las cenas. Comprenderemos el disgusto de Juvenal ante el marido rufián que mira el techo o se hace el dormido mientras un magnate enardecido se propasa con su cónyuge. [Véase la cita de la sátira I, más arriba]

Estos versos ¿fueron trasladados por el auditorio a tal o cual prominente cabrón de todos conocido? ¿Esa fue la intención de Juvenal?

Doscientos años antes de que Juvenal declamara su primera sátira, Lucilio se burlaba de un tal Cipio, que se hacía el dormido para facilitar los amoríos interesados de su cónyuge pero con la advertencia que se hizo proverbial: non omnibus dormio, "no estoy dormido para todos".

Ese proverbio de todos conocidos relampagueó de inmediato en la mente del auditorio ante su feliz transfiguración en vigilanti stertere naso, "roncar con nariz vigilante". Cicerón recuerda dos veces aquel proverbio en su correspondencia.

Son innumerables estos juegos literarios que encantan a los especialistas y entusiasmaban a los romanos; hoy sólo corresponde registrarlos cuando resultan significativos. Debe sin embargo atenderse a esta exigencia estilística si se pretende apreciar exhaustivamente un fragmento.

La perspectiva literaria es constante, y a veces expresa.

Aun sin la sonoridad caudalosa de los hexámetros latinos, imposible olvidar el incendio que hunde en la indigencia al mísero inquilino del desván de una casa de apartamentos (Sátira III). Juvenal se detiene afectuoso a registrar uno a uno los petates de Codro: no tenía nada y toda esa nada la perdió.

"Vivamos en un lugar donde no haya que temer incendios y sobresaltos nocturnos. Ya clama por agua Ucalegón y saca sus trastos: ya el tercer piso humea y tú lo ignoras, pues si la alarma cunde desde los pisos inferiores arderá último el que sólo está protegido de la lluvia por las tejas donde ponen sus huevos las tiernas palomas".

La melancolía de estos versos se estremecía al evocar con la anáfora del ya, ya y un mero nombre, el fatal incendio del que Eneas logró salvar el paladión de Troya: "Me despierto sobresaltado, subo al techo... ya la gran mansión de Deifobo se derrumbó arrasada por el fuego; ya arde el vecino Ucalegón" . ("Eneida" II)

En esa misma sátira III presenciamos regocijados el desahogo del mocetón insomne que se encontró ¡por fin! con un noctámbulo al que pudo aporrear a gusto. Una secuencia cinematográfica.

Pero la alusión a la "Ilíada", que a nosotros no nos dice nada, realza el inicio proyectándolo al dramático comienzo del último canto, que todos sabían de memoria. Leamos a Homero en la versión de Segalá:

"Aquileo lloraba, acordándose del compañero querido, sin que el sueño que todo lo rinde pudiera vencerle: daba vueltas acá y allá, y con amargura traía a la memoria el vigor y gran ánimo de Patroclo... ya se echaba de espaldas, ya de pecho, y al fin, levantándose vagaba inquieto por la orilla del mar..."

Sería injusto escatimar el proceso de este encuentro nocturno entre el forajido y el peatón, máxime a quienes corren hoy parejos riesgos en las megápolis modernas.

"Un borracho pendenciero que todavía no le ha roto los huesos a nadie, se atormenta y pasa una noche ansiosa como el Pelida que llora la muerte de su amigo. Se acuesta boca abajo, en seguida se vuelve boca arriba, es inútil, no podrá dormir. A algunos una buena pelea les concilia el sueño..."

Las lecturas públicas

Las lecturas públicas, sobre todo de poesía, eran una costumbre arraigada en la Roma imperial. Se realizaban ya en los auditorios de las grandes mansiones, ya en locales adaptados a tal uso, en los salones de las bibliotecas públicas, en las termas, en los pórticos y en el transcurso de las cenas. Adriano dio gran impulso en Roma al "Ateneo", que brindaba aulas para la docencia y salones para los recitales literarios.

Las horas más propicias eran las primeras de la tarde, aunque abundan los testimonios de lecturas que abarcan un día entero, como lo dice el propio Juvenal. De ordinario cesaban en los meses estivales, pero Plinio organizaba lecturas en el mes de julio con el pretexto de que los tribunales entraban en receso. En la sátira III Juvenal enumera entre las calamidades que Umbricio no puede soportar a "los poetas recitando en pleno mes de agosto".

Nos consta que Juvenal escribió su primera sátira después del año 100, y fundadamente podemos creer que ya pasaba de los cuarenta años. Que no se había dedicado a la poesía se confirma porque su amigo Marcial, que murió hacia esa fecha, le dedica tres epigramas sin aludir a su actividad poética, y en cambio lo llama facundus, epíteto usual de los oradores, aunque también se aplicó a los poetas.

Las lecturas públicas, iniciadas en la época de Augusto, desarrollan de inmediato una actividad intensísima, quizás abrumadora. Naturalmente tal hecho responde a la exuberante vitalidad de la literatura, y en particular de la poesía, en ese siglo y medio que se inicia con Augusto y llega, sustancialmente idéntico en sus características, hasta el reinado de Adriano. La vida de nuestro satírico se extiende precisamente en la segunda mitad de ese período.

La recensión de algunos hechos contribuirá a la comprensión de la bulliciosa realidad a que alude Juvenal en los versos 17 y 18 de la sátira I: "por todas partes te tropiezas con tantos poetas", que podría parecer hiperbólica, máxime por la intensidad expresiva que le da el poeta superponiendo dos adverbios al final de un verso: tot ubique, "tantos, por todas partes".

1.- Los seis emperadores de la dinastía Julio-Claudia cultivaron personalmente la literatura. Julio César comparte con Cicerón el principado de la prosa latina; Augusto, Tiberio y Nerón fueron poetas; Calígula y Claudio prosistas.

De los emperadores que les sucedieron ni Vespasiano ni Trajano mantuvieron relación con el quehacer literario, pero Tito, Domiciano y Nerva se ejercitaron asiduamente en la poesía, y Adriano fue un vivaz cultor de la prosa y el verso.

Compárese esta serie con la correspondiente de cualquier Estado moderno y se tendráun signo ilustrativo del prestigio que alcanzó la literatura en el mundo social que aquellos emperadores reflejaban.

2.- Julio César proyectó la fundación de la primera biblioteca pública de Roma; su propósito fue convertido en realidad por Asinio Polión. Augusto crea dos, y sucesivamente se abren otras hasta culminar este activo proceso con la gran biblioteca Ulpia, alma y signo del foro colosal erigido por Trajano como el más grandioso monumento a la obra civilizadora de Roma.

El número de esas bibliotecas públicas se elevó a 28, y su actividad se vislumbra por el complejo cuerpo de funcionarios que le estaba asignado en la doble función técnica y administrativa.

3.- Vespasiano, severo administrador de los fondos públicos, funda la enseñanza oficial en Occidente, dotando con una suma muy importante cátedras de retórica griega y latina. Quintiliano ocupa una de esas cátedras por espacio de veinte años.

4.- Inspirándose en varios precedentes, Domiciano crea en el año 86 un certamen quinquenal en honor de Júpiter Capitolino, en el que el propio emperador ceñía una corona de roble al poeta vencedor. Esta coronación fue hasta el final del imperio la suprema aspiración de todos los poetas.

5.- En la colección de "grafitti" pompeyanos nos encontramos con testimonios de que la alusión a pasajes poéticos, la cita textual de versos, o su adaptación intencionada era un fenómeno corriente; cuarenta citas de Virgilio bastan para probarlo.

Piénsese en los "grafitti" de cualquier ciudad moderna, y se tendrá un válido indicio de la diferencia que nos separa de aquella sociedad saturada de poesía.

Juvenal y Adriano

Adriano llegó a Roma el 118 y se mostró de inmediato favorable a artistas y escritores. Al iletrado Trajano sucede pues un refinado literato que se preocupó de instalar cursos estables y salones de lecturas públicas en su renovado Ateneo, dotándolo de recursos. Al guerrero infatigable, un celosísimo cultor de la paz; al jerarca complaciente con los senadores asesinos y los procónsules rapaces, un riguroso fiscal de los extravíos en que pudieran incurrir los gobernadores provinciales.

Juvenal, ya quincuagenario, se ha dedicado al foro -en el que sus formidables dotes oratorias le han reportado prestigio y desahogo económico- sin dejar de deleitar a sus amigos con la lectura privada de diversos temas satíricos.

Es evidente que la sátira IV fue declamada públicamente no bien murió el odiado Domiciano, y que las otras quince fueron objeto de una redacción en extremo minuciosa dentro del amplio programa que mantuvo a lo largo de toda su obra: rechazo de la omnipresente mitología y adhesión exclusiva a la realidad humana circunstante: sueños y desventuras, inquinas, amores, reveses y alegrías de todos y de cada uno.

¿Cuántos años le requirió la elaboración de la enorme sátira VI con sus variadísimos cuadros de impudicias o desatinos, perversidades o impertinencias femeninas? ¿Cuántas veces declamó en privado este o aquel fragmento?

Muerto Trajano, Juvenal abandona las fatigas del foro y se decide a declamar públicamente. Ahora podrádar rienda suelta a su indignación, provocada específicamente por la impostura que caracterizó al gobierno de los dos primeros Antoninos, y su complacencia con los senadores criminales y los procónsules inicuos.

Liberado de este atosigamiento que avinagró su espíritu naturalmente benévolo y festivo, declama su primera sátira en la que sobrepondrá su indignación contra Trajano y el Senado a su temática permanente; a la sátira II -que enrostra la corrupción con que la nobleza traiciona sus fundamentales deberes cívicos- le añadiráun cáustico final de vilipendio contra Trajano.

Publicado el libro primero, que comprende las cinco primeras sátiras, Juvenal se apresura a publicar el libro segundo, dedicado a las matronas, que sería muy del gusto de Adriano, pederasta notorio, de quien dice Esparciano que "también murió entonces su esposa Sabina, rumoreándose que había sido Adriano quien le había dado un veneno".

La sátira VII registra las penurias de todos los servidores de la cultura, pésimamente retribuidos por los magnates incapaces de asumir la más honrosa de sus atribuciones.

En ese cuadro desolador ha despuntado la benevolencia de Adriano, y Juvenal, que ha comprendido mejor que nadie a los talentos desvalidos, puede exclamar por fin: "¡Al trabajo, oh jóvenes! O está mirando, os estimula y busca una ocasión para favoreceros la benevolencia del príncipe." Unica referencia elogiosa al emperador, al que ni siquiera aquí nombra; evidencia flagrante de que "el pobre mendicante, fracasado y resentido" que obstinadamente se pretendió mostrarnos nunca necesitó ni solicitó la ayuda o la protección de nadie.

Con el beneplácito de Adriano, Juvenal completó su obra en el transcurso de los diez años siguientes.

Las bailaoras andaluzas

La cena romana se prolongaba habitualmente con libaciones amenizadas con diversos entretenimientos: declamaciones, lecturas, habilidades circenses, cantos y danzas que en los salones mundanos eran exclusividad de las "cantaoras" gaditanas, es decir andaluzas, y el "cante jondo" con sus meneos y sus castañuelas (que los romanos llamaban crótalos).

Marcial, Plinio y el mismo Juvenal convencerán al lector de que no desvariamos.

Teletusa, dice Marcial (Epigrama VI), "es diestra en ofrecer posturas lascivas al son de las castañuelas de la Bética, y en bailar según los ritmos de Cádiz".

Plinio (Cartas, I, 15) reprende cortésmente a un invitado que no concurrió a su cena: "Pero tu has preferido en casa de no sé quién, ostras, carnes exquisitas, peces raros y bailarinas españolas".

A un amigo invitado a cenar, Juvenal le anuncia los entretenimientos que amenizarán la velada:

"Quizá esperes que una ícantaoraí gaditana comience a estremecerse en medio de un coro restallante y, estimuladas por los aplausos, las íbailaorasí hagan vibrar sus nalgas bajándolas hasta el suelo.

"Jóvenes esposas recostadas junto a sus maridos contemplan esto que cualquiera se avergonzaría de contar en su presencia. Son incentivos de una lujuria mortecina y estimulantes enérgicos de los ricos.

"Pero este placer es mayor en el otro sexo que se excita más vivamente, y pronto el deleite que les entra por los oídos y por los ojos les provoca orgasmos.

"Mi humilde domicilio no se presta a esas frivolidades. Oiga ese repiqueteo de castañuelas, acompañado de expresiones que evitaría la esclava que se prostituye desnuda en el fétido lupanar, y regodéese con esos alaridos obscenos, y con todo ese refinamiento del placer, quien empapa con sus vómitos el pavimento de mármol lacedemonio puesto que le perdonamos tales excesos a su fortuna.

"Los dados son inmorales, y es inmoral el adulterio en gente de condición modesta; cuando los ricos hacen todo esto los consideramos graciosos y elegantes.

"Nuestro banquete nos brindará hoy otros esparcimientos. Nos declamarán al autor de la Ilíada y cantos del sublime Virgilio que hacen difícil discernir la palma. Poco importa la voz que recite tales versos." ("Sátira" XI)

En suma, en sus cenas y en sus sátiras Juvenal se atiene a la norma de Cicerón que fue tan amigo de burlas y agudezas:

"La obscenidad no sólo es indigna del foro sino que apenas puede tolerarse en los banquetes de personas ilustradas". ("Pro Caelio")

Es decir que un primer contacto con la intimidad doméstica de Juvenal nos lo acerca como hombre morigerado, de costumbres sencillas y decentes.

Sin embargo ¿qué calificativo denigrante se le escatimó a su desvergüenza? ¿No se han omitido en muchas ediciones tres de sus sátiras a causa de su intolerable impudicia?

La verdad es que la crudeza de Juvenal en materia de sexo es simplemente total. Nada se deja de decir, y ¡cómo se lo dice!

No hay mujeres honestas

En la sátira VI enfoca las andanzas de una senadora, Epia, que huye con su amante, un gladiador, a las escandalosas playas de Egipto. El regocijo estalla ahora en irreprimible carcajada: "al marido, le vomitan encima; con un galán comen entre los marineros..."

Juvenal prolonga la diversión, pero no sin subrayar la condición social de la desvergonzada: esposa de un senador, madre de varios hijos y nacida ella misma en "cuna de oro". ¿Puede darse mayor impudicia? ¿Mayor afrenta para la dignidad de Roma?

"Epia, casada con un senador, acompañó a un gladiador hasta la isla de Faros y el Nilo y las famosas murallas de Alejandría. La misma Canopo condenó las monstruosas costumbres de Roma. Sin tener en cuenta su casa, su esposo ni su hermana; sin importársele nada de su patria, abandonó despiadadamente a sus hijos llorosos y, para dejarte atónito, los juegos circenses y al pantomimo Paris.

"Aunque desde su infancia había dormido en la opulencia paterna, en los plumones de una cuna incrustada de oro, despreció el mar; antes había despreciado su reputación, cuya pérdida apenas si se toma en cuenta en los blandos sillones de las damas. Las olas tirrenas y el mar Jonio que resuena a lo lejos, tantos mares diferentes, los afrontó pues con pecho firme. Si la causa del peligro es justa y honesta se asustan, se hiela su pávido corazón y no pueden sostenerse en sus trémulas plantas; cuando osan alguna impudicia muestran un ánimo esforzado.

"Si se lo ordena el marido, es duro subir a una nave; entonces la sentina huele mal, entonces el cielo se bambolea. La que anda atrás de un amante tiene un excelente estómago. Al marido le vomitan encima; con un galán comen entre los marineros, vagabundean por la popa y les encanta manejar las rudas maromas.

"¿Qué belleza enardeció a Epia? ¿Qué atractivo juvenil la cautivó? ¿Qué vio que le hizo tolerar el apodo de íla gladiadoraí? El tal Sergito ya se empezaba a afeitar el gaznate y sus brazos cubiertos de cicatrices lo disponían a retirarse. Además, muchas deformidades afeaban su rostro: la nariz, medio aplastada por el casco, tenía una gran corcova y un humor acre le manaba continuamente de un ojo.

"¡Pero era un gladiador! Esto los convierte en Jacintos, esto prefirió Epia a sus hijos, a su patria, a su hermana, a su marido; las armas, eso es lo que aman. Ese mismo Sergio, una vez retirado, habría empezado a aparecerle su marido Veyentón.

"¿Te desasosiega una Epia? Mira a los rivales de los dioses, escucha lo que soportó Claudio."

Mesalina, la meretriz augusta

Un tono sombrío nos acerca lascivias aterradoras cinceladas con atroz minucia.

La ramera imperial abruma estas risueñas mojigangas con la abyección extrema: "el cuadro inmortal de la lujuria de Mesalina desenfrenada en los lupanares de la Suburra, uno de los trozos más excelsos de la poesía romana" (Ettore Paratore).

"Cuando su mujer advertía que (Claudio) estaba dormido, osando preferir una yacija al lecho palatino, la augusta meretriz se cubría con un capuchón nocturno y se escapaba acompañada de una sola esclava. Oculta su negra cabellera bajo una peluca rubia, entra en el burdel templado con remendadas cortinas y se apropia de su camarín vacío. Allí se prostituye desnuda, cubiertos los senos con redecillas de oro, bajo el falso nombre de Lobita (Likisca), y muestra, generoso Británico, el vientre que te engendró.

"Recibe con requiebros a los clientes, les reclama su paga y, yaciendo boca arriba, absorbe las arremetidas de muchos.

"Cuando el rufián despide a sus pupilas, se aleja a disgusto, ingeniándose para ser la última en cerrar su celda; ardiendo con el escozor de su vulva todavía rígida, y cansada de los hombres pero no saciada, se va. Repulsiva con sus mejillas tiznadas, y mancillada con el humo del candil, lleva al lecho imperial los hedores del lupanar."

Apenas un rasgo. Juvenal, que se remonta hasta la imperial prostituta como a un caso extremo de corrupción en la aristocracia romana, detiene un instante su terrible mirada en el vientre desnudo de Mesalina... ¡El vientre que engendró a Británico! Esa mujer era madre, no tenía derecho a tanta infamia.

Epílogo

No me es fácil despedirme de Juvenal, que me ha acompañado a lo largo de cincuenta años.

Conmovido por su invitación a honrar "con fragante azafrán en una perpetua primavera la urna de nuestros mayores" pues "quisieron que el maestro ocupara el lugar de un padre venerado" (Sátira VII), ofreceré un último homenaje a mi maestro.

Gracias a él conozco a Roma en su imperial apogeo, y conozco al hombre que Roma supo plasmar para orgullo perenne de la grandeza humana. (...)

En la Sátira X, obra maestra del arte poética, obra maestra de la sabiduría, deplegó con trazo firme los anhelos que debemos presentar al Común Hacedor y nos develó la perfecta imagen del Hombre.

"Implora una mente sana en un cuerpo sano.

Pide un ánimo vigoroso que ignore los terrores de la muerte y enumere entre los dones de la naturaleza el último estadio de la vida:

que pueda sobrellevar todos los padecimientos;

no conozca la ira;

nada desee;

y prefiera las aflicciones y los duros trabajos de Hércules a la lujuria, los banquetes y los cojines de Sardanápalo."


El presente texto constituye una selección de la obra del profesor Cicalese sobre Juvenal, de próxima aparición. Este adelanto de un trabajo que lo ha acompañado durante varios decenios, es representativo de la amena erudición que demostró en obras como "Las semanas y los días", "Ambrosio y Jerónimo", "Montevideo y su primer escritor: José Manuel Pérez Castellano", "El mamotreto y otras historias", y "El libro de los lustros y las eras".

La obra a la cual pertenece este artículo acaba de recibir el "Premio Anual del Ministerio de Educación y Cultura", en la categoría "Ensayos Literarios, Obras Inéditas".


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