La violencia puede ser definida como un abuso de fuerza, aunque
no toda fuerza sea, necesariamente, violencia. El ser humano ha
hecho uso de la fuerza física para sobrevivir por lo que
cabe preguntarnos ¿dónde termina la legítima
defensa, para dar comienzo a la agresión gratuita? ¿Cual
es el límite? ¿La muerte?
Apuntando a lo que hace a las diferencias entre los humanos, sean
éstas de piel, de lengua, de religión, de creencias,
podríamos cuestionarnos si éstas no terminarían
siendo tal vez amenazadoras. El territorio humano está
básicamente enmarcado por límites que a veces resultan
invisibles a nuestros ojos. Planteándose entonces una situación
paradojal: lo invisible y su contracara, un mundo de imágenes
en el que estamos profundamente inmersos. El mundo de las ideas
es invisible, intocable, nosotros confirmamos su existencia, entre
otras cosas, a partir de convicciones compartidas. El adolescente,
el que hoy aquí nos convoca, puede hacernos sentir amenazados,
atacados en nuestras creencias, si nos apoyamos en la idea de
que el mundo del adolescente es otro mundo, especialmente en lo
que a violencia y adolescencia se refiere.
Violencia, cultura
El término violencia es una traducción del vocablo latino violentia, derivado de la raíz violo, que quiere decir "atentar", "violar". Su sentido primero alude a una fuerza vital presente en el origen de la vida. En otros términos, violencia incumbe a la lucha por sobrevivir. De allí su conexión primordial con la cultura como algo referido también a cultivar, construir, habitar, morar. Para construir una morada el hombre tiene que violar la materia que se opone a esa forma o atentar contra el otro que impide su acción formadora.
La primera relación, pues, entre violencia y cultura está en el orden de la sobrevivencia frente a las fuerzas naturales. El hombre, fuerza nacida de la naturaleza, se opone a ella para subsistir. Tiene que matar para vivir, o sea, que la somete ejerciendo un control cada vez mayor sobre sus energías naturales. Llamamos técnica a esta voluntad de poder sobre la naturaleza hasta apresarla en sus leyes naturales.
El sentido más próximo de la palabra cultura se refiere a la construcción de un orden legal o de una norma de convivencia. En esta segunda acepción del término, su relación con ]a violencia es más íntima y más intensa. Se trata de la violencia como un atentado contra su propia instintividad presente en la relación de sujeción a la ley vinculante al comportamiento de los humanos entre sí. Para Freud éste es el elemento decisivo de lo cultural.
Ubicados en los años noventa hemos de reconocer las grandes mutaciones culturales a las que asistimos. La adolescencia aparece entonces como uno de los caracteres creativos de nuestra sociedad, provocadora de movimientos y cambios que incluyen tanto a la imagen como a la palabra deviniendo en transformaciones socioculturales. Es entonces esperable que dicha efervescencia revolucionaria extremadamente cambiante y en movimiento, suscite inesperados fenómenos de los cuales hemos sido alguna vez protagonistas y muchas veces observadores.
Desde nuestro lugar de adultos la violencia parece cobrar un sentido, ¿es acaso el mismo sentido que le da el adolescente? Es probable que no sean visiones compartibles, creando una cierta discordancia, pasible de provocar confusión y conflicto.
Nuestra experiencia surge de la clínica psicoanalítica conceptualizada desde lo dialógico, la violencia se muestra como inefable remitiéndonos a aquello que llamamos "acto", no siendo ajenos a las diferentes concepciones de los juristas que acercan ìacto y hechoî.
Hemos de precisar que a diferencia del sociólogo, el jurista o el médico, nos centramos como psicoanalistas en el estatuto de lo imaginario; sin embargo no dejamos de tener en cuenta una verdadera transdisciplinariedad científica, la cual reposa en un diálogo y en una confrontación de trabajo que no es una yuxtaposición o una simple transposición de lenguajes diferentes.
No podemos dejar de nombrar al famoso jurista español Jiménez
de Azúa que en 1935 publicó ìPsicoanálisis
Criminalî quien ha dicho que "Sigmund Freud ha penetrado
mejor que nadie en ese recinto hermético y misterioso del
inconciente". Freud en su carta de respuesta a Einstein (Viena,
setiembre, 1932) destaca su teoría sobre el dualismo pulsional,
pulsión sexual o Eros y pulsión de agresión
o destrucción, de muerte... agrega que la solución
a conflictos a través de la violencia no es posible evitarla
ni siquiera dentro de la comunidad.
Adolescentes violentos
En nuestro medio psicoanalítico, la violencia en la adolescencia ha sido un tema al cual se le ha prestado especial atención, (Viñar, 1985, 1992) han sido grupos con objetivos de investigar y teorizar en áreas restringidas al psicoanálisis pero también más abarcativas como en lo que concierne a la repercusión política en lo institucional, lo nacional y lo internacional. Como, por ejemplo, los trabajos presentados por la comisión de investigación psicoanalítica sobre las consecuencias de la represión política en Argentina (Comunicación preliminar, Rev. de Psicoanálisis A.P.A. 1985 T. XLII)
Cuando hablamos de violencia en la adolescencia hacemos referencia al cuerpo del adolescente, sexualmente maduro, como uno de sus ejes preponderantes. Este cuerpo, sin embargo, puede alternar vivencias de unidad y de fragmentación que acompaña a un funcionamiento psíquico donde por momentos haría aparición un ìvacío de pensarî, (Maggi, 1992) es entonces donde el acto cobra una dimensión privilegiada
Miguel, 19 años, se encuentra en estos momentos recluido en una celda de alta contención del Hospital Vilardebó; en múltiples oportunidades se ha fugado de las instituciones en las que estuvo internado. Se lo acusa de homicidio no probado de un vecino de la zona cometido a los 11 años. En la entrevista, a Miguel se lo ve con múltiples heridas en su cuerpo que son automutilaciones, destacándose en el relato un ambiente familiar donde la violación era parte del diario vivir. El relato de sus vivencias gira permanentemente en torno al suicidio de su hermano, ahorcado, cual él se sentía totalmente aferrado; su destino es para él seguir el camino de éste.
Ana Laura, en sus sesiones de análisis, habla de su imposibilidad de potar, que queda registrada en la escucha analítica, como una situación destacada por esta paciente anoréxica. En la entrevista familiar la madre aparece como la portadora de la palabra familiar, describiendo la forma en que ellos vivencian la manera de comer de la adolescente: "destripa lo que se le presenta en el plato, es una destripadora". En ella, el destino parece preestablecido: ìAna Laura se va a morirî
La primera novela de Bret Easton Ellis produjo un inesperado reconocimiento a una generación, fue escrita a sus 20 años y publicada en los 90. "Menos que cero" cuenta la historia de un joven estudiante que vuelve a su casa en Los Angeles para pasar sus vacaciones, reencuentra a sus amigos, punkies, hijos de magnates de Hollywood, fiestas interminables, cada adolescente con su dealer, líneas de coca y un submundo de pornografía y prostitución masculina. Llama la atención el estilo glacial con que Ellis registra de forma impasible la vertiginosa espiral por la que se desliza este grupo de adolescentes.
A fines de los ochenta aparece en varias zonas de América Latina un grupo particular de jóvenes con un rango de edades entre los 13 y los 18 años, pertenecientes en su mayoría a regiones pobres, sin ocupación y con un nivel deficiente de estudios y en general con una historia familiar bastante desalentadora a los cuales se les ha denominado sicarios. El sicario en general no tiene razones para agredir a su víctima, solo esta brindando un servicio "profesional" que es el asesinato por encargo. En la mayoría de los casos, cuando realiza lo que él llama sus ìtrabajos" actúa bajo los efectos de una droga psicoactiva y por ello se comporta como suicida.
Este grupo empieza a desarrollarse con un escepticismo total ante la vida, debido a la carencia de futuro que ven en ella, se crea una concepción inmediatista y poca valoración del ser humano. Esto no solamente con respecto a la persona hacia la que atentan, sino que hacia sí mismos se evidencia la ausencia de temor a morir jóvenes. El sicario que comienza por participar en las pandillas de los barrios y termina realizando muertes por encargo, se somete con sus acciones a ser él mismo la víctima, ya que para él adquiere mayor importancia un trabajo bien remunerado que su propia vida. Esto es coherente con su filosofía de vida, vivir poco pero bien y dejar algo a alguien que generalmente es la madre, a quien denominan ìla cuchaî. El adolescente sicario forma su propio código de vida, en el que sus acciones se ven justificadas por los parámetros individuales de conducta y los de su grupo de referencia; actúan en contra de todo lo que representa una norma, comenzando por la de la figura paterna. En el desarrollo de la infancia ninguno de los adolescentes reporta eventos significativos o que recuerden de una manera especial, el entorno los obliga a salir demasiado rápido de la infancia, entrando prematuramente en la adolescencia frente a la cual no se encuentran preparados, desarticulándose entonces procesos como la adquisición de una identidad sexual, proceso de independencia, diferenciación en relación a sus padres y a sus pares.
Entre la sangre -significante de la violencia real- y la palabra
significante de la violencia simbólica, se anuda la violencia
imaginaria que está en el colectivo de la comunidad y el
individuo.
Violencia fundamental
La teoría freudiana de las pulsiones se mantuvo muy claramente centrada en la noción de libido, esta teoría en sus enunciados sucesivos buscó dar prueba de coherencia en la elección de las parejas pulsionales antagonistas. Parecería interesante sin embargo poder proponer la existencia de otras estructuras más primitivas en el sentido por ejemplo de las preestructuras de Bion o las preconcepciones de Grinberg, ampliando de esta forma más aún nuestra comprensión de los orígenes del funcionamiento psíquico. (Bio habla de preconcepciones expectativas no saturadas que tienen un carácter innato y que pueden desarrollarse en lo sucesivo de diversas maneras.)
Piera Aulagnier (1975) plantea el concepto de violencia llamando violencia primaria al discurso materno y anticipatorio que como acción necesaria, enunciante y mediador privilegiado de un "discurso ambiental" opera como organizador psíquico propio del infans. Al proponerse un modelo de aparato psíquico agrega: "la psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro, son el resultado de un estado de encuentro al que hemos calificado como coextenso con el estado del existente". Si para el infans la palabra materna se presenta como portadora y creadora de sentido que se anticipa a la capacidad de reconocer su significación, nos preguntamos entonces por la sociedad, por el sistema cultural, ¿qué función ejercerán?
Si bien la violencia primaria sería una acción necesaria, la "violencia secundaria" se ejerce contra el Yo "cuya única meta es oponerse a todo cambio en los modelos por él instituidos" La violencia primaria surgiría entonces de una dependencia absoluta entre la necesidad del sujeto y otro sujeto que le trasmite las "conminaciones, las prohibiciones y mediante el cual le indica los límites de lo posible y de lo lícitoî.
Winnicott (1969) al introducir el tema de la libertad, deja planteado "el tipo de ambiente que torna inútil la creatividad de un individuo o la destruye, induciendo en él un estado de desesperanza. En tal caso la libertad, aparece como carencia allí donde deja el lugar a ]a crueldad, con todo lo que ésta implica de constricción física o de aniquilación de la existencia personal de un individuo..."
Sería una ilusión el desprendernos de éste nuestro tiempo, de la sociedad y los acontecimientos que nos pertenecen y que a la vez nos remiten al reconocimiento de nuestros límites. En el adolescente estos elementos constituyen un factor de riesgo. En él la violencia y el conflicto social quedarían anudados en el actuar.
Actuar observable en la violencia física, ubicada como estigma en el cuerpo, que deja a su vez, huellas imperecederas en el psiquismo adolescente. Tal como veíamos en los ejemplos anteriormente citados: Miguel y sus automutilaciones, Ana Laura y el destripamiento, Ellis: ser "menos que cero", los adolescentes sicarios.
¿Serán acaso las mutaciones sociales que, a través de sus múltiples formas de expresión escenifican la violencia a la cual el adolescente queda penetrado, abrumado, invadido y repleto llegando a confundirse o fundirse con el objeto?
Bergeret(1995) plantea la violencia fundamental, presente en todo humano que se limita a una actitud defensiva en relación a otro, sin connotación de sadismo ni coloración libidinal. Se limita a una actitud defensiva, concebida por el sujeto como puramente preservadora del narcisismo primario, siendo entonces una morada puramente narcisista. Brutalidad natural y esencial preservadora de la vida, es aquella que en un primer tiempo se distingue de la agresividad. La agresividad, resultaría de una combinación de los dinamismos violentos y los eróticos. La violencia permanece fijada a una problemática identificatoria primaria y narcisista en un tiempo donde el objeto no parece todavía tener su propio estatuto. La agesividad, entraría dentro de una problemática edípica, ella apunta a un objeto donde el sentido simbólico de la representación se ve sexualmente definido. La agresividad apunta a destruir al objeto, representante simbólico, sexual y triangulado, esto se vuelve inseparable del placer propio procurado al sujeto por la descarga agresiva.
La violencia no comporta en sí misma ninguna ambivalencia,
ella está regida por el principio del "todo o nada",
no existe lugar para el sujeto y objeto a la vez. La agresividad,
en cambio, está ligada a la unión y desunión
de tendencias tiernas y hostiles; ligada a la ambivalencia y a
las capacidades momentáneas de integración de esa
ambivalencia. La agresividad puede también representarse
como el resultado de una carencia de integración de la
violencia por la corriente libidinal. La dinámica ligada
a la violencia viene a integrarse a la corriente libidinal que
se objetaliza secundariamente y pone su energía propia
al servicio de las tendencias sexuales, las cuales van a dar un
sentido nuevo a la dinámica violenta originaria. Si la
articulación entre el nivel violento y el nivel sexual
no puede realizarse de manera diacrónica, se establecerán
situaciones disarmónicas que serán la fuente de
posibles psicopatologías.
Frente al fatalismo
Pensamos la adolescencia como una estructuración en movimiento, en la cual el crecimiento replantea, a modo de un palimpsesto, la existencia de una doble trama o escritura, la primera de las cuales, la más antigua, remite al narcisismo, en tanto que la otra estaría referida a las relaciones objetales. (Maggi, 1987)
Contamos entonces con un aparato psíquico en permanente desequilibrio, donde cada instante puede mudarse en un cambio, la búsqueda de un lugar, la demarcación de un territorio propio que lo hace extranjero entre los adultos a los cuales en algún momento deberá integrarse. Es el cuerpo sexualmente maduro que desconoce, y por lo tanto rechaza, uno de los elementos centrales que deberemos tener en cuenta en cuanto al acto y el actuar en la adolescencia. Es el desierto contextual así como la endeblez de su Yo que está pronto a escapar de aquellas vivencias que por momentos resultan tan desorganizadoras. Momento de asunción de una identificación sexual determinada así como también de un aseguramiento de autonomía en relación a los padres.
La experiencia de la clínica nos ha hecho cuestionar acerca de cuál es el límite. Los cambios psíquicos y corporales se anudan a la dificultad de matabolizarlos, la fuerza pulsional muestra el carácter irruptivo de situaciones que van desde las vivencias de vacío, desconcierto, confusión hasta llegar al acto. Es el acto suicida u homicida que nos plantea una forma de expresión extrema de la violencia.
El adolescente apela a la sociedad evitando a la familia, intentando hacer su tránsito hacia la independencia.. ¿Qué se le ofrece al adolescente en este momento crucial de su vida? Parecería condenado a una sociedad que se muestra indiferente frente a su necesidad de confrontación quedando en cambio contaminado, indiscriminado imposibilitado de demarcar sus propios límites.
Mostrando a la sociedad un modelo de represión rígido y carcelario o su opuesto ilimitado donde todo vale. Se lo dirige hacia una lenta privación de sus necesidades esenciales como una herida infligida bajo la mirada de otros, la sociedad. En ese caso la historia se estigmatiza y el viaje se vuelve una vida "sin historia". Perdidas las coordenadas témporo-espaciales lo fugaz y momentáneo cobra preeminencia, así como lo hace el vértigo de la imagen que termina haciendo visible lo disperso. Convergiendo hacia los objetos, confundiéndose con ellos o con sus actos en un juego tan próximo que culminaría en una excesiva posesión, anulándose en consecuencia el espacio.
La juventud aparece enfrentada entonces a una paradoja existencial, la sociedad convertiría a la adolescencia en uno de sus ideales, la imagen de la eterna juventud, las diferencias generacionales tienden a anularse mientras que por otro lado se lo marginaliza. En la sociedad bloqueada ellos quedan fuera de la ley (Crozier, 1970).
Del punto de vista de los juristas citamos las palabras del doctor H. Erosa (1996) quien dirá: "No hay análisis posible de las relaciones sociales sin tener en cuenta la cuestión del poder. Perogrullo dos puntos, el poder se debe ejercer democráticamente".
Se impone reconocer que el asesino no es alguien lejano a nosotros por su constitución psíquica o su pertenencia social. Cualquiera de nosotros puede llegar a compartir, a veces de manera muy cercana, lo que a otro ha llevado al acto de matar. Esto nos lleva a tener que reconocer la fragilidad del ser humano, entendiendo que no existe una frontera claramente delimitada entre los delincuentes Y los que no lo son, cualquier grupo humano; entre ellos por qué no los adolescentes, pueden en un momento dado sufrir presiones que los coloquen al borde del derramamiento de sangre y el asesinato. Teniendo entonces que convivir con nuestra propia fragilidad, nuestras construcciones simbólicas y éticas, junto con la cercanía e inmediatez de los problemas que nos pueden llegar a horrorizar.
Para salir del fatalismo en el que la violencia nos sumerge, un
fatalismo siniestro que nos paraliza y no nos permite encontrar
respuestas, parece indispensable la reafirmación de la
identidad y la pertenencia sin caer en la descalificación
de las diferencias como nos referíamos al inicio. El reconocimiento
de las diferencias devuelve la singularidad como eje fundamental
en las relaciones humanas, haciéndonos presente a su vez
la posibilidad de reconocimiento del cuerpo propio y el ajeno.
El asesinato es, por excelencia, una pretensión de agarrar
el cuerpo del otro como objeto. El gesto tierno -que parte de
lo corporal pero que va mucho más allá de lo táctil
para comprometer la vida social e institucional- es, a diferencia
del aprisionamiento violento, una forma de acceder, desde los
inicios de la vida, a construir tanto el cuerpo íntimo
como la vida en sociedad. La fragilidad humana deja a la vista
]a sensualidad y el horror, dos situaciones en las que nos movemos
constantemente dejándonos entonces inmersos en una mística
de la violencia, cuyo paradigma sería "mato, luego
existo".
Referencias
Aulagnier, Piera (1975) La violencia de la interpretación. Amorrortu, Ed.
Bergeret, Jean (1995) Freud, la violence et la dépression, P.U.F. Ed.
Crozier, (1970) La société bloquée, Editions du Seuil
Ellis, Bret Easton (1992) Menos que cero, Ed. Anagrama, España
Erosa, Héctor (1996) Desde la convención hacia lo pedagógico, inédito
Freud, Sigmund (1932) Why War? AE T.
Jiménez de Azúa, Luis (1942) Psicoanálisis criminal Ed. Losada Bs. As.
Maggi, Irene y col. (1987) Notas sobre el suicidio en la adolescencia, El mito de Narciso, Adolescencia I
(1992) Del vacío a la emergencia del Yo Adolescencia II Ed. Rocaviva
(1992) Identificación y afecto, Vivencias de vacío y plenitud. Adolescencia II.
Pelento, M. Braun, J. (1985) La desaparición: su repercusión en el individuo y en la sociedad. Revista Argentina de Psicoanálisis. A.P.A. 1985 T. XLII
Viñar, Marcelo (1985) Pedro o la demolición, una mirada psicoanalítica. Revista de psicoanálisis. 1985 T XLII
(1992) Identidad uruguaya. Mito crisis o afirmación Ed. Trilce, 1992, Montevideo
Winnicott, D. (1969) Libertad, Revista de Psicoanálisis, A.P.A.
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