Cuando Alice Spring (Colorado, USA) no era más que una
pequeña aldea habitada por unas decenas de colonos, en
algún ignoto lapso de la segunda mitad del siglo XIX, la
doctora Michaela Queen ejercía su profesión al tiempo
que conjugaba una suerte de doble actividad pionera: la inherente
a su condición de colona, y la de adelantada en la lucha
por los derechos de la mujer. Me fascina esta serie televisiva
de los domingos; por su militante anacronismo, por la cuidadosa
cursilería de su moralina ingenua (al mejor estilo de las
series que solíamos ver en nuestra infancia, tipo "Una
casa en la pradera " conocida por estos lares como "La
familia Ingalls "), pero fundamentalmente por su disparatada
capacidad para producir -capítulo a capítulo- un
homenaje a lo inverosímil.
Así como el legendario Peko's Bill -paradigma de la hiperbólica imaginería popular norteamericana- fue responsable de la existencia del Rio Bravo gracias al filo de su navaja, la doctora Micka es protagonista de hazañas no menos meritorias. Es capaz de extirpar exitosamente un cáncer de mama, de realizar cesáreas y de reparar quirúrgicamente el rostro de un paciente deformado por el fuego, eludiendo la necesidad de los anestésicos y de los aún desconocidos antibióticos. Y todo ello en una casilla de madera decorada con el polvo de los caminos de tierra. Pero además es pionera en el alpinismo femenino, abanderada de los derechos de las minorías, ferviente ecologista, y una suerte de Forrest Gump decimonónico con faldas que coincide con cada acontecimiento fundacional en la historia de los Estados Unidos. Hasta consigue ir a festejar el Día de Acción de Gracias en una reservación indígena, convenciendo a los Pieles Rojas de brindar alegremente por la llegada del Mayflower y el inicio de su propio genocidio. Y la cereza de la torta: uno de sus hijos adoptivos, el menor, diseña curiosos ingenios aéreos asombrosamente parecidos al que muchas décadas después los hermanos Wright lograron volar para pasar a la Historia.
Pero todo indica que lo inverosímil no nace de una deliberada
opción estética sino de la cuidadosa capacidad analfabestia,
o al menos el descuido, de los libretistas. Esto no es nuevo en
el show bussines norteamericano, nos hemos cansado de ver a osos
polares dialogando con pingüinos, a animales de sabana deambular
por la jungla, y a mariachis durmiendo la siesta en la calles
de Rio de Janeiro. Tan acostumbrados estamos a ello que sólo
lo percibimos cuando nuestra pequeña república aparece
marginalmente en la pantalla: en Maratón de la muerte
se inicia una cacería de nazis en el interior de la jungla
uruguaya (!), en Viven el mate se prepara sacudiendo la
bombilla como si de café instantáteo se tratara
(!!), en La batalla del Rio de la Plata circulan góndolas
por la bahía de Montevideo (!!!). Pero no importa, el show
debe continuar, y los detalles deben olvidarse en beneficio de
la estética de la anécdota.
Y el show debe continuar. Tal vez por ello hayamos asimilado
esta estética del disparate y a nadie se le mueva un pelo.
Quienes antes justificaron la sangrienta represión policial
en el asunto del Hospital Filtro (en función del respeto
doctrinario que se debe tener a los fallos del Poder Judicial)
son los mismos que hoy se rasgan los trajes a medida por el asunto
de Braga y Cambón y han pretendido sancionar al fiscal
actuante, del mismo modo que intentan entorpecer la acción
judicial por el tema de los desaparecidos. Desde el círculo
militar se invita a la reconciliación nacional y al olvido
de "hechos acaecidos hace 25 años", mientras
siguen conmemorando a "los caídos en la lucha contra
la sedición" y se oponen a la posibilidad de un
tratamiento similar a las víctimas de su propia actuación.
Cuando emergen números truchos en la economía del
Ministerio del Interior, las auditoras responsables del diagnóstico
son suspendidas en nombre de una "investigación
administrativa". La tecnocracia de nuestros modelos económicos
se congratula por el supuesto éxito de sus estrategias
en función del "crecimiento de la economía",
entendiendo por tal a los guarismos macro-económicos e
ignorando la emergencia de la desocupación, el subempleo,
la economía informal y el malabarismo de la sobrevivencia.
Se fundamenta el mejoramiento del nivel de vida en función
del mercado automotor, al mejor estilo de María Antonieta
y su señalamiento sobre las tortas. Se apuesta a un país
de servicios a partir de la habilitación de institutos
terciarios (algunos dignos de república bananera) sin fundamentos
académicos, al tiempo que se pauperiza la Universidad transformándola
en una fábrica de diplomas virtuales y en una máquina
de captura para la juventud clase-media desempleada.
El genio publicista de Goebbels postuló que una mentira
repetida mil veces se transforma en verdad. Tal vez por ello no
consigo convencer a mi sobrino de que los osos polares habitan
en el Norte y los pingüinos en el Sur, no puedo competir
con la industria del Cartoon. Tendré similares problemas
con mi propio hijo cuando él esté en edad de retrucarme.
Pero el carozo del asunto no está en la veracidad o falsedad
del enunciado, sino en la ingeniería estética con
la que éste se conjuga.
Karl el Martillo, conocido en el habla hispana como Carlos Martel, hijo de Pepino de Heristal (todo este asunto transcurre por el siglo VIII), además de haber iniciado la dinastía carolingia posee el poco conocido mérito de haber reivindicado el nombre Carlos. Es que el nombre Karl proviene de una antigua palabra teutónica que designaba a la clase inferior de los hombres libres, luego se degradó hasta llegar a designar a los siervos. La palabra inglesa "churl" (patán) deriva de este vocablo. Pero los éxitos castrenses de quien llegó a ser señor de Austrasia y Neustria impusieron su nombre como favorito en la aristocracia de Europa Occidental.
Ahora bien, esta suerte de renacimiento de la medievalidad, del que ya se ha hablado, caracterizado también por la emergencia del pesimismo y la falta de credibilidad en todo proyecto de cambio, parece habernos transformado en "carlitos", en el sentido más teutónico del término.
Todos somos carlitos, patanes, fascinados por la seducción facilonga del espectáculo, sin preocuparnos en lo más mínimo por la verosimilitud de los productos estéticos que consumimos. Carlitos de fonda suburbana, habitantes de un mundo neofeudal, cantamos a coro siempre los mismos cantares, embriagados por la melodía del disparate, la policromía de la CNN, y la sonsanata mediática del video-clip populachón.
El Show debe continuar.
Portada | Revista al tema del hombre relacion@chasque.apc.org |