El cuerpo femenino ha sido transformado en una máquina
tecnocrática, lugar de efectuación de los pliegues
y cristalizaciones que ejercen las miradas disciplinarias desde
donde se administran y gestionan la salud y la enfermedad: "cuerpo
de la histérica", "cuerpo de la bulímica",
"cuerpo de la anoréxica". Borramiento del cuerpo
en la molaridad de una sintomatología que deviene "valor
de uso" y "de cambio".
Repetición maquínica de una gestualidad en el legado del racionalismo filosófico y cientifista occidental que opera en base a lógicas mecanicistas que diagraman el cuerpo como recinto objetivo y fortaleza del "yo" y la "conciencia". Corporalidad del "encierro", de la "interrrupción", de los bloqueos en la trama social que imposibilita el empalme de los cuerpos entre sí, con la naturaleza y el cosmos.
"Cuerpo de la mujer occidental", "cuerpo modelo de consumo"; he aquí un cuerpo extenso, funcionalizado en las taxonomizaciones mayoritarias de un cuerpo de Estado, sólo así entonces, "cuerpo moral", "cuerpo mercancía".
Un devenir femenino es generar movimiento, transpasar un umbral en un continuo de cualidades.
Pura corporalidad que diluye representaciones y significantes en la labilidad territorial de las pasiones.
La anatomía entonces, desorganizando su propia organización, deviene azar, potencia creativa y no destino, liberando así nuevos contenidos y tendiendo a sus adyacencias.
"Cuerpo-verbo", "cuerpo acción", "cuerpo afecciones", "cuerpo pensamiento", cuerpo como dispositivo colectivo de enunciación en fuga hacia la intensidad.
"Anticuerpo" del cuerpo "ritualizado" del "cuerpo sacrificial", en permanente agitación expresiva y molecular.
En un "devenir femenino" se hacen presentes la simultaneidad del acto y la potencia en los pliegues del deseo y la fecundidad.
Es un devenir naturaleza, devenir agua, útero, tierra, ave, marea, tormenta, serpiente, lluvia, luna llena, amanecer, claridad.
Danza erótica que contornea la acción, el afecto y el pensamiento en las sinuosidades de la corporalidad.
Potencia de la "metamorfosis", de la "muda de piel", descubrimiento del propio cuerpo en la multiplicidad de cuerpos extraños e inciertos que lo habitan.
Artilugio de conjura de la alianza bíblica y celeste de "Eva" en el Génesis, por el pacto rojo y negro de "Lilith" en la mítica hebreo-babilónica de la creación.
Retorno inexorable de su exclusión hacia el reino del Mar Rojo, lugar donde el deseo femenino es endiablado y prohibido y donde según Isaías vive acompañada de sátiros en las ruinas desoladas del desierto...
Flujo mítico de una corporalidad femenina no capturada en la "mujer madre", "mujer virgen" o "mujer prostituta", sino en todo caso en un "y" que arrastra y precipita estos "estares inertes" en un devenir "cuasi" "maldito", minoritario, en huida hacia una "tierra de nadie".
Lógica de exclusión y del destierro que permitirá el agenciamiento de nuevos territorios, cuerpos, temporalidades y sensibilidades en el encuentro con el propio desierto.
Un "devenir femenino" es una cuestión "micropolítica", de deseo y de sexualidad con fuertes conexiones.
Tal como plantea Deleuze es entrar en la "zona de entorno de una microfeminidad".
Nada tiene que ver con la molaridad del diagrama social del "ser mujer", no es un problema de identidad, ni roles sexuales, efecto de máquinas duales.
No se clausura en "Macrorrevoluciones" o "reivindicaciones feministas".
No se opone, ni se iguala, ni se piensa "a partir de", sino que busca su propio desliz en el ejercicio máximo de la distinción y la diferencia.
No es un problema de volverse libre "en relación a", sino de encontrar salidas donde nadie las encontró.
Un "devenir femenino" es la gestualidad de un misterio que rompe con la cotidianidad ritualizada de "ser mujer".
No se trata ya de ver o mirar el cuerpo femenino, sino de inventarlo
en los encuentros pasionales de la duración vivida.
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