Por otra parte

Otros ámbitos, otras ventanas

 

Jorge Pignataro Calero

 

En un mundo cultural donde los festivales, muestras, bienales y similares proliferan por doquier, hay dos que aunque pasen desapercibidos en el tropel, desde una perspectiva uruguaya o más restrictamente montevideana, tienen interés y relevancia no desdeñables: el FITEO de Santa Cruz de la Sierra, y la Bienal de Teatros del Interior, de Paysandú.

 

• I Festival Internacional de Teatro de Otoño

 

Tuvo lugar del 10 al 20 de abril pasados en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), totalizando una veintena de espectáculos procedentes de ocho países: Argentina, Brasil, Chile, Cuba, España, Francia, Uruguay y los dueños de casa; y su carácter internacional adquirió un perfil casi totalmente iberoamericano, pues hasta el Bululú Theatre, de Francia, era dirigido por el titiritero argentino Horacio Peralta, radicado en París.

Ubicada prácticamente en el centro geográfico de Sudamérica, pues quilómetros más o menos equidista de Santiago, Buenos Aires, Montevideo, Quito, São Paulo y Rio, Santa Cruz de la Sierra goza de un clima tropical; está situada al pie de la Sierra de Cochabamba y donde comienzan los llanos que se prolongan hasta la frontera con Brasil; y su baja altitud (400 metros sobre el nivel del mar) elude los males de las alturas de La Paz, Sucre, Potosí u Oruro. Lo cual unido al incesante flujo de capitales cuya procedencia no corresponde indagar aquí, le ha permitido multiplicar por diez su población en tan solo veinte y pocos años, transformando una ciudad de un tamaño similar a nuestra Colonia del Sacramento, en otra muy cercana a Montevideo por sus dimensiones.

En ese marco, y poniéndose al compás del empuje que muestra su ciudad, los círculos cultos o ilustrados de ella se han preocupado de enriquecerla organizando un festival musical en los años pares, y este flamante encuentro teatral en los impares que, además de una impecable organización, revistió características particularmente señalables, como la de colocar en un pie de igualdad, dentro de la programación, a los espectáculos locales junto a los extranjeros; o la de que, sin perjuicio de alguna apelación al teatro universal ("Pareja abierta" de Darío Fo, "Medea" de Anouilh), los bolivianos aparecieron preocupados por mostrar su país, su gente, sus raíces, y extender el criterio a países hermanos, o trascenderlo.

Así ocurrió con "De nichos y chichas", creación colectiva del juvenil grupo "Duende" dirigido por Percy Jiménez sobre relato de Ramón Rocha Monroy en torno a un personaje popular que muere la víspera de Todos los Santos y al llegar al cementerio es recibido por sus antiguos amigos que le precedieron en el fúnebre tránsito, con el imaginable alborozado festejo final, pleno de colorido, frescura y humor.

Unos pasos más en esa línea avanzó el Teatro de los Andes, grupo liderado por el argentino César Brie, (discípulo escindido de la "trouppe" de Eugenio Barba y cuya influencia se siente), habiendo integrado al mismo actores de pura raza aymara, conviviendo todos en un teatro-granja a 15 quilómetros de Sucre donde representan, ensayan, realizan encuentros y talleres. Su espectáculo se llama "Las abarcas [ojotas] del tiempo", y también la muerte adquiere un rol protagónico: "los muertos nos ayudan a encontrar una nueva relación con los vivos", dicen, presentando al íntimo amigo de un muerto que en el aniversario del deceso viaja al país de los muertos a visitarlo (en los Andes ese país no equivale al infierno) y cada encuentro es una metáfora y una puerta abierta a nuevas visiones, donde Bolivia aparecen en jirones, en un mapa ardiente y desesperado. En esta nueva realización, Brie y su grupo andino aparecen más auténticos y, por ende, más convincentes que en su anterior "Ubú en Bolivia" que les vimos en Cádiz pocos meses atrás y comentamos oportunamente en "relaciones".

El criterio extensivo antes citado lo dio el grupo "Casateatro" dirigido por René Hohenstein (codirector del FITEO) con "Los funerales de la Mama Grande" adaptada por Gonzalo de Córdoba sobre el famoso relato de García Márquez, con mucho sabor popular. Y el intento de trascendencia estuvo a cargo de Dea Loher, escritora alemana que ha residido muchos años en Brasil y Bolivia, inspirándose en un verídico episodio policial sobre un padre que violaba a sus hijas, a modo de "Tatuaje", que tal es el título de la pieza.

Con los inevitables altibajos, los cuatro títulos citados nos pusieron en contacto con un teatro prácticamente desconocido en Uruguay, constituyendo en buena medida una módica sorpresa en la que cabe también David Mondacca, un privilegiado actor que en la pieza unipersonal "Eureka" del húngaro-argentino Andrés Balla puso entrañas y alto oficio para encarnar al poeta florentino Guido Cavalcanti clamando por su libertad desde las mazmorras renacentistas de Alejandro de Médicis.

Y como suele suceder en los festivales, donde ya es moneda corriente, Brasil fue quien puso las banderillas a la calidad, la novedad y el éxito, repartidas entre el grupo de teatro-danza mineiro "Primeiro Ato" con su extenso espectáculo "Desiderium" cuyo comentario soslayaremos por obvias razones de especialidad aunque no podemos dejar de mencionar su formidable despliegue físico y la rica columna sonora; y "Flor de obssesão" por el grupo paulista Pia Fraus (del latín "mentira" o logro alcanzado con buena intención), espléndido alarde imaginativo que utiliza actores, máscaras, muñecos, objetos y demás en la línea del "Periférico de objetos" argentinos (al que declaran no haber visto) y sin una línea de diálogo.

De Argentina intervino Cipe Lincovsky con su transitado unipersonal "Lo mejor de Cipe" que "mató" obligando a una función extra; y la Comedia Cordobesa ofreció una pulcra y puntual versión de "El patio de atrás" de Gorostiza a la que no agregó nada, tal vez porque es imposible añadido alguno. Chile reunió a su conocido gran actor Héctor Noguera con la veterana actriz Bélgica Castro (que hace unos treinta años hizo "Las tres hermanas" de Chejov con El Galpón en Montevideo), en una refinada versión de "Las sillas" de Ionesco, con el mejor marco escenográfico del Festival. Cuba reveló a una gran actriz, Vivién Acosta, en un "revival" de La Habana vieja titulado "Santa Cecilia" escrito por el casi legendario Abilio Estévez. La decepción fue España, con "La Srta. Margarita", de Athayde, dirigida por Juan Margallo e interpretada por su mujer Petra Martínez, reiterando fiascos conocidos. Muy bien recibida fue la participación uruguaya, con "Sarita y Michelle" de Eduardo Sarlós y "ˇOh, Sarah!" de Ariel Mastandrea, con salas colmadas aplaudiendo de pie.

La institucionalización de este Festival dispuesta por las autoridades bolivianas y anunciada públicamente en conferencia de prensa, asegura la continuidad bienal de una instancia propiciadora de una progresiva trasculturación integradora a través del recíproco conocimiento y la confrontación de las diferentes vertientes culturales que conviven en Iberoamérica.

 

• VI Bienal de teatros del interior

 

Se realizó entre los días 8 y 11 de mayo últimos en la ciudad de Paysandú, desde hace más de diez años sede habitual de estos encuentros que convocan a los hacedores de ese empeñoso fenómeno sociocultural que es el teatro de tierra adentro, generalmente subvalorado y poco o nada conocido en la capital; y que ha sido pacientemente relevado y documentado por el dramaturgo, director, actor y docente sanducero Omar Ostuni, coordinador de la Bienal, en su libro "Por los teatros del interior".

La primera impresión que deja esta nueva Bienal es que la subsistente dicotomía capital-interior (que tan a menudo se escucha como un reproche en boca de los teatristas del interior) continúa su lento, moroso proceso de reversión. Por obra, en primer término, de las virtudes exhibidas y los méritos acumulados por el grupo "Eslabón" de Canelones que conduce Leonel Dárdano, sumando a "Un cuervo en la madrugada" y "Circus" de años anteriores, la laureada "En el bosque" de 1995 y este año "Woyzzeck" que se pudo ver recientemente en el teatro del Notariado. A ellos se agrega ahora la Comedia Municipal de San José con su versión de "Como vestir a un adolescente" de Alvaro Ahunchain dirigida por Carlos Aguilera, fruto maduro logrado tras varios años de estudio con éste y antes con el malogrado Jorge Triador. Hubo también otros indicios menores o parciales, como la aparición de valores individuales (la actriz Nilda Smith de "Esperando la carroza" por la Comedia Municipal de Colonia, es uno de ellos); y la atención prestada generalmente a los aspectos visuales en casi todos los espectáculos, desde la plasticidad de "Woyzzeck" hasta chispazos de "Entre gallos y mediasnoches" por el Grupo Sin Fogón de Fray Bentos o las escenas iniciales de "El herrero y la muerte" por el Cine Club Paysandú.

En contrapartida surge la sostenida dependencia del "magisterio" capitalino: de los nueve espectáculos ofrecidos, seis tenían directores procedentes de Montevideo; uno del cubano Ramiro Herrero radicado en Paysandú; y las dos excepciones localistas (Eduardo Grosso, de Colonia, y Roberto Buschiazzo, de Fray Bentos) mostraron resultados muy desiguales, ya que mientras al primero se le fue de las manos un elenco sumamente desparejo y no atinó a suprimir larguezas del texto, entre otras debilidades; el segundo, en cambio, se mostró cuidadoso de los detalles, manejó con prudencia un material proclive a los excesos y no perdió de vista el empaste que el grupo "Sin Fogón" de Fray Bentos ha venido alcanzando en los últimos años.

La respuesta del público sigue siendo dudosa, pues aunque a simple vista las localidades de la hermosa sala del teatro municipal Florencio Sánchez aparecían ocupadas en proporciones similares a bienales anteriores, siempre queda la interrogante de saber cuántos son simples espectadores y cuántos son miembros de las delegaciones. Lo más grave, sin embargo, estuvo en la programación estructurada, no solo con títulos archiconocidos sino –lo que es peor– con dos versiones de una misma obra ("Entre gallos y mediasnoches"), acercando peligrosamente la Bienal a un examen findeañero de la Escuela Municipal de Arte Dramático o similares.

La Asociación de Teatros del Interior, responsable de la organización de las Bienales sanduceras, se ha mostrado sensible ante tales falencias; y varios de sus dirigentes adelantaron el propósito de que en futuros plenarios y reuniones regionales se procure subsanarlas. Será el mejor tributo que se podría rendir a los teatristas del interior, porque si es duro hacer teatro en Montevideo, mucho más difícil y sacrificado lo es, sin duda, para aquéllos. Será, también, un aporte al proceso de reversión de la citada dicotomía capital-interior tan necesario para la identidad cultural nacional.

 


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