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La aventura y el hombre

 

Después del exabrupto de García Márquez en Zacatecas, las aguas continuaron bajando turbias. El ganador del Nobel de Literatura reapareció a fines de abril con nuevas declaraciones que lo sindican como hombre desinformado y agresivo.

Declaró al diario mejicano "La Jornada": "Los académicos no tienen por qué ponerle reglas a la evolución del lenguaje; somos nosotros, los escritores, quienes tenemos derecho a inventarlo". Hay desinformación porque los académicos no ponen reglas a la evolución del lenguaje. En todo caso, las pondrían a la evolución de la lengua, pero tampoco es así, porque un idioma se desenvuelve por efecto de los usuarios, y los académicos solamente registran lo que perciben en la realidad de los hechos. Lo hacen organizadamente y con el fin de evitar la disgregación y para favorecer la unidad. Por otra parte, la invención a que se hace referencia es privativa de cualquier ser que habla el español o el idioma que fuere, por el solo hecho de hablarlo y convertirse, por ello, en dueño de la lengua, como el resto de los cohabitantes.

También dijo: "Siempre me han caído mal los académicos; soy enemigo de ellos". Es una declaración de guerra nacida de la andanada de reproches que sufrió cuando se entretuvo manifestando, en el I Congreso Internacional de la Lengua Española, en Zacatecas, cosas tan infantiles como "me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática nos simplifiquen a nosotros" o como "jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna".

Y, ya remachando las nuevas declaraciones, expresó: "Para los escritores, la ortografía es como la herramienta de los carpinteros, pero la gente común no tiene por qué atarse a esas reglas".

División absurda que contribuye a la desarmonía entre lector y escribiente (cualquiera que escriba) y al distanciamiento antidemocrático entre escritores y "gente común", gente que García Márquez no define, por lo cual no se sabe exactamente quiénes son los integrantes de ese grupo tan fácil y frívolamente denominado "gente común". Queda en el aire un misterio de límites y contenidos imprecisos. Nada tranquilizador, por cierto.

 

El cambio removedor

 

Es seguro que muchas personas, sobre todo desvinculadas de los medios culturales (¿será la gente común?), están convencidas de que lo expuesto por García Márquez rige como verdadero o está en vías de consagrarse. Costará convencerlas de que las cosas son de otro modo. Se comprueba, en consecuencia, que el daño fue mucho mayor que el beneficio pretendido. En 1998, cuando se haga el balance anual de los hechos importantes sucedidos en la actividad cultural, se estará de una situación, si no comprometida, por lo menos dificultosa.

El cambio lingüístico lleva mucho tiempo. No se produce de hoy para mañana. Tiene una extensión que abarca generaciones. En particular, sucede así al tratarse de modificaciones que afectan a la prosodia y la ortografía. Quizá el cambio decretado por un organismo de peso acelere el proceso, pero, inclusive así, es siempre lento el tránsito de un estado de cosas a otro.

Recuérdense las nuevas normas introducidas por la Academia Española en 1959. Tienen relación con la pronunciación y la escritura de términos. A casi cuarenta años de puestas en práctica preceptivamente, hay desconocimiento absoluto o casi absoluto de muchas de esas disposiciones (por ejemplo, la relativa a la voz "solo", estudiada en el Nº 144 de "relaciones"), desconocimiento parcial de otras (como es el caso de vocablos tildados como "prohíbo", "cohíben", "ahíto", "tahúr", "búho", "guardahílos" y otros que, por llevar hache intermedia, se escribían sin tilde pese a necesitarlo por su pronunciación con hiato) y acatamiento general a una o dos de ellas (el ejemplo más visible es el que ofrecen las formas verbales monosílabas "fue", "fui", "vio" y "dio", que perdieron el tilde innecesario que llevaban).

En este cuadro de cumplimientos e incumplimientos inciden factores diversos. Entre ellos, las difusión de la novedad es el más importante: no se puede pedir la observancia de un principio prosódico, ortográfico, morfológico o sintáctico si no se logra una expansión continua de la noción innovadora. Otro factor digno de ser considerado es el criterio personal del hablante o escribiente responsable, que se decide a no aceptar lo que considera desproporcionado o desajustado y se mantiene unido a lo tradicional, aunque los inconvenientes de esta actitud puedan resultarle gravosos.

Sea como fuere, los cambios traumatizan, porque obligan a sustituir la comodidad de lo que siempre se experimentó y practicó, por algo que representa una cuña en la estabilidad personal.

 

García Márquez y otros

 

García Márquez no está solo en su deseo de cambiar la ortografía de muchas palabras españolas. La historia de la ortografía presenta gran cantidad de reformadores que nunca triunfaron. Se comprueba, en cambio, la modificación natural, simple, producto del tiempo y de la evolución de los términos. (V. "Los puntos sobre las íes y las jotas" del autor de esta nota en relaciones Nº 147.)

Parece defendible afiliarse a escribir "umo", "desaucio", "almoada" en vez de las grafías correctas "humo", "deshaucio" y "almohada", porque hay simplificación al suprimirse la letra que no tiene correspondencia con ningún fonema y que, por eso mismo, recibe en nombre el "muda". También puede verse como defendible la sustitución de "v" por "b" o viceversa y escribir siempre "voca", "cavellos" y "avril" por "boca", "cabellos" y "abril". O, a la inversa, "bida" y "bibificante" por "vida" y "vivificante". Todo está en preferir una letra (la b) a otra (la ve o uve) y descartar la sobrante, pues ambas no tienen diferencias prosódicas (las dos son bilabiales), pese a la creencia corriente en contra de tal aseveración.

Por mucho que se esté de acuerdo con estas dos alteraciones y con algunas más que arrancan del siglo XVI (alguna triunfante en el presente), no cabe hoy en la mente de ninguna persona de cultura la propuesta de reformas radicales, inmediatas y decretadas. El cambio llegará cuando la voluntad mayoritaria, no medida en plebiscitos ni cabildos abiertos, sino en la práctica, determine que se pasa de un modo de escribir o pronunciar a otro. Los organismos rectores del idioma están atentos a las modificaciones que se advierten y serán los encargados de apoyarlas y difundirlas si las circunstancias lo ameritan. Como no se trata de cambiar al barrer o por simples presunciones, la actitud de las academias (una por cada país hispanohablante) será mesurada y razonable, y el cambio se defenderá por la unanimidad de pareceres. De ahí que, aunque se oiga decir "háyamos" o "háigamos", "cuéntemos" y "convérsemos" –que tienen más que ver con la morfología que con la ortografía– no es suficiente este censo, hecho a nivel individual a menudo, para impulsar la sanción legal de esa variante en la conjugación verbal. Se requiere mucho más: se requiere una conciencia colectiva sólida.

 

La unidad escrita

 

El idioma hablado y su código escrito no son monolíticos. Tienen fisuras que invariablemente se producen al ser utilizados por millones y millones de personas. Precisamente, esas resquebrajaduras que se notan pueden ser la base de un cambio, que sobrevendrá únicamente cuando se tenga la idea clara de su necesidad.

Enseñar que "humo" va con hache y que "silla" va con elle no es trabar el espíritu renovador de nadie, sino encauzar a millones de aprendices del español por el camino pragmático y seguro de una actitud de escritura que toda la lengua desea poseer para mantener la comprensión general.

El español tiene la suerte de ser un idioma muy fonético. Gran porcentaje de sus textos escritos muestra que se transcribe con exactitud lo que se dice u oye. Ya quisieran para sí esta ventaja el inglés y el francés. Preservar la unidad de la lengua escrita es misión capital de la enseñanza y de quienes están insertados en la propagación de la lengua materna. Una propuesta de renovación ortográfica –además de la enorme dificultad que entraña el llevarla a la realidad– atenta, en principio, contra la unidad del código escrito y crea una situación de inseguridad muy perturbadora entre quienes tienen arraigado un modo de escribir y quienes proponen un corte vertical y tajante.

 

Por otros terrenos

 

Si bien el público (¿la gente común, el pueblo, la masa anónima?) observó y retuvo las referencias de García Márquez respecto a lo ortográfico, dentro de su discurso inaugural en Zacatecas hubo más detalles que merecen atención y comentario. Baste decir, por ahora, que la morfología y la sintaxis también tuvieron su cuota. Sobre la morfología –algo se anotó más arriba– hay tema para pensar; sobre la sintaxis, García Márquez habló especialmente del "que" endémico y del "de que". Para este punto, puede consultarse el Nº 70 de "relaciones".

Héctor Balsas

 

 


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