Sociología, profesión o vocación?

Palas Atenea o Mercurio

Christian Ferrer Ya Max Weber se ocupo proféticamente de este problema hace 70 años en dos renombradas conferencias. Si se tratara de relatar una historia profesional de la sociología nos atascaríamos en una serie de anécdotas de mercado. Narraríamos una saga pedestre, los avatares intranscendentes del sociólogo reci,n diplomado como empleado público jerarquizado, como experto en marketing y encuestología, como asesor político privado, como diseñador de políticas públicas, como investigador privado. Rememorar la historia intelectual de la disciplina, en cambio nos conduce ante las raíces espirituales -vocacionales- de la disciplina.
El profesional se vincula necesariamente un ethos instrumentalista inducido por las tendencias del Mercado. Pero la vocación ha sobrevivido desde tiempos muy antiguos estimulando un ethos desinteresado, improductivo y asociado a faenas trascendentes. Los orígenes históricos de la sociología nos muestran un saber orgullosamente ocupado en desatar las cadenas que unían a Eva y Adán al Reino de la Necesidad (que corazón no recuerda, inquieto, la onceava tesis sobre Feuerbach?, quién no siente, aun en esta d,cada desengañada, la potencia de esa "llamada"?). Luego, transformada en procedimientos aptos para mensurar al moderno "universo carcelario", la sociología sirvió como fiscalizadora de la conciencia y el cuerpo ajenos. Y cuando se invistió como vestal protectora de la g,lida neutralidad valorativa dobló la cerviz ante los afanes pragmáticos del proyecto de la ciencia moderna (que jamás consistió en el dominio y explicación de la naturaleza y la sociedad sino en la emancipación racional del sufrido rebaño humano). Pero en sus raíces decimonónicas encontramos un saber que se desplegó por fuera de la materialidad social a fin de revelar y mapear una tierra implacablemente des-almada, con la desmedida pretensión de extraer una plusvalía de conocimiento. Este saber, tamizado por alquimistas que aceptaron el fundamento intemporal y sagrado de su tarea, y tamizado por modos de pensar forjados ya en las mañanas ardientes de una casi irreal Atenas, aspira al rango de sabiduría. No la explicación causal, no la escritura higiénica, sino el pensamiento potente que, sin ser capaz de develar la naturaleza última de la realidad, sabe que no es deseable renunciar a la comprensión y alteración de la imagen instituida del mundo. Así se constituye la condición trágica de la ciencia social: pues se trata de un saber que no puede autofundamentarse metodológicamente en sí mismo, que no puede recostarse sobre razones de derecho trascendental, sobre palancas causales naturales o estructurales, o sobre ilusorias razones comunicativas, y que, sin embargo, debe instituir una actividad llamada pensamiento crítico y una práctica no reductible a una retórica de la estadística. Porque el hombre es aún el dueño de su destino, incluso si ello implica desafiar a la muerte. Entre la comunión y el desdichado desgarrarse de la comunidad, entre la teoría y la praxis, entre el intelecto y la pasión, "entre la idea y la realidad, entre el deseo y el espasmo": Nuestro será el reino? Modernamente el conflicto entre vocación y profesión vuélvese inevitable porque la metodología y las teorías a la moda no dotan al aspirante a sociólogo de los atributos propios de la condición intelectual, esa moderna profesión de fe aún en pie. A lo largo de una centuria los sociólogos se han amparado en ideales ascendidos a rango metafísico -revolución, patria, tercer mundo, progreso-, hoy en día caídos en desgracia, reconsiderados desapasionadamente como "objetos de estudio". Vacante una utopía ontológica, el conflicto entre vocación y profesión ponen crisis el sentido de la disciplina. Cuáles son las teorías sustitutas que se ofrecen, si no como proyecto metasociológico o político, al menos como salvación epistemológica?: Habermas cruzado con Touraine?, frankfurtianos más aggiornados de lo que quisieran?, un Bourdieu menos estricto?, un Marx menos severo, tamizado por nuevas problemáticas o por microsociologías?, un Foucault no tan deprimente?, teorías de azar como compleja estrategia para domesticar el caos? Salvavidas que nos mantienen sobre la línea de flotación. Pero no se trata tanto de importar claves teóricas contemporáneas no de forjar "buenos" profesionales como de construir y proteger un ámbito singular donde el saber, la cultura, la crítica impiadosa y apasionada y el "talante intelectual crítico se erijan como valores esenciales. Conviene entonces debatir las funciones últimas de la universidad: si ella se adecua a la retórica triunfante hoy día acabar siendo mero pelele del principio de organización intelectual de la sociedad contemporánea: el Mercado. Por el contrario estimular la vocación del aspirante a la ciencia social implica fomentar sus riquezas espirituales, hacer de la vocación una profesión de fe.

Palas Atenea, entonces, no Mercurio.

Obviamente, aquí' no se disciplina. Se enfatiza en cambio un rasgo problem tico de nuestra ,poca: la importancia desmedida concedida por los alumnos a la "carrera" a los espacios de "consagración profesional". Pero el saber nunca ha conocido la prisa. ¿Sorprende que los jóvenes graduados se apiñen en buffets, consultorios y estudios antes que en las revistas de debate, en librerías de viejo o en bibliotecas? Es la sintomatología de la enfermedad universitaria. Para no hablar de la incultura de la fotocopia: los alumnos son duchos maniobrando teclados de computadora pero a duras penas recuerdan el formato y la textura de un libro nada saben de su biografía, de cuerdas flojas, de hogueras y místicas catacumbas. Indudablemente, la batalla por la emancipación humana exige la estimulación pasional del uso no-instrumental de la razón so pena de colocar al saber en la lista de especies amenazadas de extinción. Y sin eludir gratuitamente las fluctuaciones del mercado ocupacional, se quiere en estas páginas reafirmar la tradición humanística crítica a la hora de reconstruir una disciplina -la sociología- cuyas certezas y m,todos ya est,n casi obsoletos. Solo a su tradición genealógica de cuestionamiento y autocuestionamiento debe referirse la idea de responsabilidad vocacional en la disciplina. Por supuesto, no se trata de postular a la universidad como sede aséptica e inmaculada de la crítica a los poderes instituidos, pues en cierta medida -mayor o menor- ella est constituida por ellos. Problematizar este vínculo inconveniente, así como proceder al desmenuzamiento y refutación pública de las justificaciones del poderoso de turno bien podría ser una de sus labores futuras. En todo caso, renovar la sociología mediante novedosos criterios de objetividad científica -por más sofisticado que sea el hallazgo- es optar apenas por una mortaja más bonita que otra. Una forma neutra: grado cero de la pasión. El refugio en cinismos pragmatizantes o en nuevas religiones laicas de mercado es la nueva opción social de este fin de siglo, pero las ciencias sociales no deberían renunciar a su dualidad trágica, a sus tradicionales ambiciones políticas o existencialistas o a sus capacidades estéticas de autoespiritualización en beneficio de algún vademécum metodológico, de una biblioteca-tutora de nuevas certidumbres. La generación intelectual de los '60 fue una generación sin maestros ("los pares consagraban a los pares").Vivimos actualmente un momento semejante: pero la falta de referentes a veces motiva un reclamo nostálgico por la excelencia académica. Un clamor estéril. Lo que necesitamos es fomentar nuevamente los debates y polémicas que en otra ,poca espiritualizaron y erotizaron pasillos y aulas universitarias, y que fueran protegidos en revistas teóricas y grupos de estudio ex-cathedra. El obsesivo afán por yuxtaponer el mercado de capitales al capital simbólico de la sociología solo agrava el problema. En la carretera sociológica dos caminos se bifurcan: de un lado, la matematización del universo social, del otro, la crítica impiadosa de la idolatría. Es preciso favorecer un camino sobre el otro (lo que implica soslayar imprudentemente al otro). Todo lo demás es lenguaje vano y vacío, fórmulas para ganar una beca. A quien le parezca que se ha tensado en modo artificial o exagerado al dueto vocación-profesión conviene advertirle que solo ha sido una modalidad de evidenciar una situación de peligro general cuyo riesgo aumenta si se minimizan sus síntomas. Y a quien le parezca que se ha tomado partido por una alternativa poco científica, romántica, quimérica o quedada en el tiempo, conviene recordarle estas palabras de Baudelaire en Consejos a los jóvenes literarios: "Un hombre sano puede estar dos días sin comer; sin poesía, ni una sola hora".

Portada
Portada
© relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org