De tal modo exhuman restos óseos y testimonios materiales, es decir, los relictos de los hombres y de sus obras, merced a los cuales reconstruyen la aventura cultural de nuestra especie. A las pinturas parietales de la Gruta de Lascaux, descubiertas en 1940, las halló un cazador que iba tras su perro, el que a su vez perseguía una presa. La mandíbula de Mauer fue devuelta a la luz, luego de casi medio millón de años, por los obreros de una cantera existente en Heidelberg. Y como éstos se conocen cientos de casos más.
Dicho gatillo ciego se ha vuelto a disparar en nuestro país. El hallazgo de un amplísimo muestrario de litos grabados y modelados en las cercanías del arroyo Solís Grande llama a una serie de reflexiones en un momento histórico propicio a la búsqueda colectiva de la identidad nacional, o mejor dicho, de las lejanas raíces indígenas de los primeros pobladores de nuestro territorio.
Esta industria ceremonial, llamémosla así, fue encontrada por productores rurales en los rebordes de una gran artesa que revela la existencia de una antigua laguna similar a las que, orillando el litoral atlántico, van desde la del Sauce a la Merím. Consultado por los descubridores de facto, que me hicieron conocer los litos esculpidos y grabados, luego de un estudio comparativo con los artefactos de piedra tallados o pulidos por los indígenas que habitaban nuestro país, advertí que se trataba de un estilo hasta el momento desconocido, caracterizado por un fuerte acento ceremonial y, por ende, simbólico.
Las siguientes son las conclusiones a las que llegué luego del análisis de los litos en cuestión. En tal sentido las someto a la consideración de los lectores.
1. Las piedras intencionalmente trabajadas no formaban parte del repertorio ergológico dedicado a labores utilitarias si bien han aparecido entre ellas algunos percutores y alisadores de cueros entre otros utensilios destinados a las tareas que atendían la diaria subsistencia del grupo tribal;
2. Su aparición en un área restringida y a mediana profundidad -entre 1 y 3 m- hace pensar en un depósito de carácter ritual, motivado quizá por la funebria o por operaciones vinculadas con cultos a la fertilidad, colindantes con aquella.
3. Existe una serie de prototipos figurativos que repiten, con variaciones, los motivos dominantes: elipses, rombos, surcos que dibujan un ángulo obtuso, semejante a las alas desplegadas de un ave, incisiones que atraviesan como un talahí el objeto así decorado, toscas esculturas con representaciones fálicas, altorrelieves redondeados u ovalados en forma de almohadillados, bandas delicadamente grabadas, órganos sexuales femeninos o esbozos de rostros -la interpretación, en estos casos muy difícil, debe ser cuidadosamente controlada-, y otros motivos cuyo detalle en el presente momento, preliminar a la investigación de campo, se reserva para futuras y más precisas descripciones;
4. Estas rocas cuidadosamente pulidas y rústicamente incisas, de naturaleza cristalina en su mayoría, no se asemejan a ninguno de los litos espectaculares -llamémoslos así- hasta ahora conocidos en nuestro país: las tabletas shamánicas de tradición sambaquiana, las placas grabadas del río Uruguay, los rompe-cocos -o piedras con hoyuelos, como mejor conviene decir-, los itaizás, las hachas tipo "celt", los pilones cilindriformes y algunos de los rompecabezas de múltiples puntas, todos cuidadosamente elaborados;
5. Aparentemente no se les puede vincular con el arte de tallar la piedra de los pueblos plantadores -guaraníes- o cazadores recolectores -la etnia charrúa-, los primeros ya en el período neolítico y los segundos neolitizados, pues revelan, a la vez, un mayor arcaísmo y una peculiar variedad de motivos;
6. El hecho de haber sido encontrados en los rebordes de una extensa laguna que, antes de desaparecer se convirtió en pantano, permite suponer que en ese sitio se asentó durante largo tiempo, o regresó a él muchas veces luego del consabido itinerario nomádico, un pueblo que tuvo a mano los materiales líticos de la cercana Sierra de las Animas y del alineamiento de cerros que, a partir del Betete y el Tupambay, se integran al cordón orográfico con el que rematan en el Río de la Plata las estribaciones meridionales de la Serra do Mar.
7. En ese sitio el joven navegante portugués Pero Lopes de Sousa -tenía por entonces, diciembre de 1531, apenas 21 años- encontró un grupo indígena sobre el cual los antropólogos no se han puesto de acuerdo acerca de su origen: para algunos se trataba de charrúas, tesis por la que me incliné en un principio y a la cual ya he abandonado; para otros, de charrúas mezclados con representantes de una etnia guayaná (o kaingang), es decir, los beguaes, y para una minoría, de beguaes propiamente dichos ya que el arroyo Solís fue denominado Río de los Beguaes por el nauta lusitano en atención a los aborígenes que poblaban sus riberas. En la actualidad me inclino a suscribir esta última suposición;
8. El citado Lopes de Sousa advierte -en el recuadro se transcribe la descripción completa- que en el sitio había un número elevado de tumbas donde "todo cuanto el muerto tenía lo ponían en su sepultura". No se trataba, seguro resulta del testimonio del explorador, de tumbas de charrúas, esos cairns o chenques de piedra que se acumulan en la cumbre del cercano cerro Tupambay, o Tupambaé como dicen los lugareños;
9. Es muy difícil dictaminar de antemano, antes de efectuar una excavación científicamente organizada, si estos objetos líticos votivos, plenos de significado simbólico, se hallaban en tales tumbas o en otros sitios específicos dedicados a la reverencia de los seres espirituales (antepasados, fuerzas de la Naturaleza, almas de los difuntos, mana de los objetos sagrados, etc.);
10. Del mismo modo no puede afirmarse desde ya que ese arte de trabajar de modo tan singular la piedra, previamente pulida, quizá por la mano del hombre, quizá por la erosión fluvial o meteórica, sea atribuible a los beguaes de la etnia guayaná. Es posible que un pueblo con características somáticas y culturales distintas se hubiera asentado en el lugar muchos siglos o milenios antes. En cuanto a lo del pulido no se debe pensar que es una técnica relativamente reciente: se halló una boleadora perfectamente elaborada en el Toldense argentino, cuya antigüedad se eleva a la friolera de 9.000 años a.C.;
11. La abundante diversidad y tipicidad de las piezas autoriza a que la obra lítica de aquellos remotos artesanos pueda ser denominada "beguaense". No por la etnia de los beguaes, que no se sabe si estos fueron los verdaderos autores, sino por el "río de los Beguaes", que así llamó Lopes de Sousa al actual arroyo Solís Grande. El lícito, pues, hablar de un "beguanse", del mismo modo que existen un "catalanense" -al cual yo le di el nombre con el que se le conoce, al sustituir el designatum "hombre del Catalán", propuesto por Taddei y Campá Soler- y un "cuareimense", ambos con una antigüedad superior a os 5.000 años a.C.
Dicha datación es olvidada por los actuales inventores de una prehistoria fundacional de 4.000 años antes de la actualidad, amanecida en los montículos del Este.
Hasta hace 5.000 años a.C. los indígenas cordilleranos devoraban la sabrosa carne del Equus andium, cuyos huesos subsisten en los fogones que hoy descubren los arqueólogos. El hombre mexicano de Tepextán, contemporáneo del mamut, lo cazó habitualmente en los antiguos pantanos, tal cual las puntas líticas incrustadas en los huesos de aquél lo confirman. No hay que descartar, pues, que 4.000 años a.C. los indígenas del río de los Beguaes, cuya filiación desconocemos, cazaran grandes piezas de la fauna pleistocena.
Pero debemos esperar los resultados de las excavaciones -y aquí debe intervenir el Ministerio de Educación y Cultura con sus equipos técnicos, pues el yacimiento pertenece al patrimonio nacional, es decir, a todos los uruguayos- antes de emitir opiniones temerarias, actitud muy común entre quienes corren tras el "record" de la presunta novedad y no se atienen a la duda metódica propia del espíritu científico.
- Jueves 26 de diciembre: por la mañana abonanzó el tiempo, pero soplaba en sentido contrario a nuestro viaje; mandé un hombre por tierra a la isla de las Palmas(2), donde Martín Alfonso estaba, a decirle que si el tiempo seguía malo nos mandase alimentos pues teníamos gran necesidad de ellos. Este día no comimos más que yerbas cocidas. Mientras andaba por tierra en busca de leña para calentarnos fuimos a dar a un campo con muchos palos clavados y redes, que hacía un cerco, el que me pareció a primera vista una trampa para cazar venados y después vi muchas cavidades oscuras que estaban dentro del cerco de las redes; vi entonces que eran sepulturas; todo cuanto el muerto tenía lo ponían sobre su tumba: las pieles con que andaban cubiertos, las mazas de palo (macanas) y azaguayas del palo tostado, las redes de pescar y de cazar venados, todo estaba en torno de su sepultura. Hubiera querido mandar abrir las tumbas pero tuve miedo de que acudiese gente de la tierra y lo tuviesen a mal. Habría aquí unas treinta tumbas. Por no poder hallar otra leña mandé sacar todos los palos de las sepulturas y los mandé traer para hacer fuego y comer dos venados que matamos, con lo que la gente quedó muy consolada.
La gente de esta tierra son hombres muy robustos y grandes; traen el cabello largo; algunos se horadan las narices y en los agujeros traen metidos unos pedazos de cobre muy brillante; todos andan cubiertos de pieles; duermen en el campo donde les anochece; no llevan consigo otra cosa que pieles y redes para cazar; usan como armas una pelota de piedra del tamaño de una bala de un falcón y de ella sale un cordel de una braza y media de largo y en el extremo lleva una borla grande de plumas de avestruz y tiran con ella como una honda; traen unas azagayas hechas de palo y unas porras de palo de un codo de largo. No comen más que carne y pescado; son muy tristes y la mayor parte del tiempo lloran. Cuando muere alguno de ellos según el parentesco, así se cortan los dedos; por cada pariente una articulación; vi que muchos viejos no tenían más que el dedo pulgar. Su habla es gutural como la de los moros.
Cuando nos venían a ver no traían ninguna mujer consigo; no vi más que una vieja que en cuanto se acercó a nosotros se echó al suelo de bruces y no levantó el rostro; con ninguna cosa nuestra se alegraban, ni mostraban contento con nada.
Si traían pescado o carne nos lo daban gratis y si les daban alguna mercadería no se alegraban; les mostramos cuanto traíamos; no se espantaban ni tenían miedo de la artillería, pero suspiraban siempre y no daban más que muestras de tristeza; me parece que no se divertían más que con eso.
- Viernes 27 de diciembre: partí del río de los Beguaes y al ponerse el sol llegué a la isla de las Palmas, donde Martín Alfonso estaba. Esta isla de las Palmas es muy pequeña; de ella a tierra hay un cuarto de legua; tiene la entrada al oessudoeste; el fondo es limpio de 4, 5 y 6 brazas. Hacia el mar, una legua al sur tiene unos bajos de piedra muy peligrosos. Aquí estuvimos en esta isla cuatro días aprestándonos para irnos al río de San Vicente.
(Del diario de navegación de Pero Lopes
de Sousa. 1531)
2. Hoy isla de Gorriti.
1. Hoy arroyo Solís Grande.
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