Sin embargo, las humanidades no solo expresan la condición humana, sino que encierran su destino.
Como bien ve Novalis: "El hombre no está destinado únicamente a la ciencia: el hombre debe ser hombre; está destinado a la humanidad".(1)
Uno de los desafíos a vencer es conquistarse como humano, llegar a construir la humanidad, en rigor las múltiples formas que ella puede asumir. Una humanidad plena, no menguada u omisa requiere estar atentos a un rasgo específico de la condición humana: cada individuo social es una totalidad concreta compleja, múltiple, indescifrable.
Así las diversas humanidades expresan distintos registros de lo humano, maneras de plasmarse. Por esto su separación es artificial, su aislamiento, ceguera. Desarticularlas significa desmembrar la totalidad humana que en ellas se expresa. Si se aspira a conquistar un ser humano pleno, respetemos su multiforme exteriorización.
Pero más aún, es preciso no reducir estas formas cuajadas de lo humano a meras áreas recortadas de saberes, no agotarlas en las peculiaridades de su quehacer, sino estar concientes que nos remiten a una singular condición humana que las provoca.
En este sentido Schiller denuncia: "...el hombre jamás desarrolla la armonía de su ser, y en vez de estampar en su naturaleza el sello de la humanidad, se convierte en una copia de su ocupación, de su ciencia".(2)
Pero alertas. Hacer humanidades, ser humanistas, ¿desde qué condición humana?
No podemos permitirnos en nuestra realidad latinoamericana partir de una condición humana vacía por in-determinada, por in-diferente. Ello nos llevaría a una rotunda negación de lo que proclamamos. En este sentido qué mejor plasmación de un auténtico humanismo, que mostrar la futilidad de las humanidades deshumanizadas:
El peruano-universal César Vallejo nos sacude en nuestra cómoda, edulcorada humanidad, cimbrando hasta la raíz las humanidades en su frígida neutralidad. ¿Cómo seguir pensando, sintiendo igual después de leer su poema: "Un hombre pasa con un pan al hombro?"
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir después sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo,
¿Con qué valor hablar de Psicoanálisis?
Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy después a leer a André Bréton?
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?
Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el topo, la metáfora?
Un comerciante roba un grama en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
Un paria duerme con el pie en la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?(3)
Y sin embargo... la singularidad universal de Vallejo, su dolor solidario compartido ante la miseria y las injusticias lacerantes, es un grito en palabras, como la más profunda expresión de las humanidades, proclamadas desde el humanismo radical.
Si traducimos el desgarramiento poético de Vallejo al lenguaje filosófico de la singularidad universal de Kant, diremos, en una de las más bellas expresiones de un humanismo; supratemporal a fuerza de valer para todos los tiempos: "Actúa de tal modo que la Humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, la uses siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio."(4)
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