La
República - 20/09/00 - página 12El
sociólogo Pablo Guerra, coautor del documento de la
Iglesia,
rechazó
críticas oficialistas por ignorar dramas sociales
Contraofensiva
Prof. Lic. Pablo A. Guerra
Sociólogo Docente Ucudal y Udelar
La apresurada, y previsible, reacción
de legisladores de la coalición en torno al documento
presentado por el Departamento de Pastoral Social de la
Conferencia Episcopal Uruguaya, en el marco de la 16ª
Semana Social "Monseñor Carlos Parteli"
--publicado por LA REPUBLICA en la
edición del miércoles-- motivó una dura respuesta del
sociólogo Pablo Guerra, corredactor del referido
documento. "Lamento que ninguno de los detractores
haya hecho referencia a si no es verdad que la familia se
desintegra, que el sistema educativo es excluyente, que
los asentamientos avanzan, que el 40% de los niños nace
en hogares pobres, que el desempleo aumenta y que cada
día hay más niños pidiendo dinero en los
ómnibus", sostuvo Guerra.
La misiva enviada a LA REPUBLICA,
bajo el título "Sobre el Mercado, la Iglesia y las
Semanas Sociales", señala textualmente que "en
mi doble condición de sociólogo e integrante de la
Iglesia, sabíamos que al menos iban a surgir voces
críticas desde sectores conservadores de la sociedad y
desde el espectro de los intelectuales de corte más
neoliberal. Los primeros, como es presumible, cuetionando
la participación de la Iglesia y de `los curas´ en `la
política´. Los segundos, utilizando su sesgado
herramental teórico para criticar algunos puntos del
documento, sobre todo el concerniente al papel de la
economía de mercado".
En ese sentido, el documento hace referencia a las
declaraciones realizadas por el senador colorado Luis
Brezzo y el diputado forista Washington Abdala, quienes
reclamaron a la Iglesia que "no siga insistiendo con
perfiles ideológicos" y que "su visión es
similar a la de izquierda".
Concretamente, Guerra sostiene que "agentes
políticos de los partidos tradicionales han señalado
que el lenguaje utilizado en el documento es el mismo que
el de la izquierda. Incluso algún diputado señaló que
de seguir la Iglesia en ese camino, deberíamos
considerar las consecuencias, habida cuenta de muchos
fieles que podrían no sentirse representados por los
documentos eclesiales. Esto deberíamos entenderlo como
una reacción comprensible. A ningún político le gusta
que una institución tan legitimada socialmente como la
Iglesia utilice los mismos códigos que sus
oponentes".
* Iglesia y política
Sobre este punto, el documento expresa que
"parece ser que mucha gente no termina de entender
qué es la Iglesia y qué es la política", al
tiempo que señala: "La primera, a Dios gracias, la
constituimos todos los creyentes, tanto sacerdotes como
laicos, de manera que frutos tan ricos como el documento
de la Semana Social, no es una `cosa de curas´, sino la
conclusión de diversas comunidades cristianas que han
reflexionado a lo largo de todo el país".
En cuanto a las acusaciones esgrimidas en torno a que
integrantes de la Iglesia no deberían hacer
declaraciones de tono "político", Guerra
afirmó que los curas no sólo tiene el derecho, sino
también la obligación de dar sus aportes en la materia.
"Como `animales políticos´ que somos, al decir
de Aristóteles, la vida en sociedad lleva a que cada uno
de sus integrantes tenga el deber de participar en
procura de obtener el ansiado `bien común´",
afirmó Guerra.
Uno de los puntos más polémicos del documento es
donde se define al neoliberalismo como "vil
sistema", En ese sentido, Guerra sostuvo que existen
varios documentos que avalan lo expresado, citando como
ejemplo un trabajo realizado en 1997 por los Provinciales
Jesuitas de América Latina sobre el neoliberalismo,
donde es definido como "capitalismo radical".
A continuación, LA REPUBLICA reproduce
en forma textual la respuesta del sociólogo Pablo Guerra
ante las declaraciones de legisladores del gobierno de
coalición.
Sobre el Mercado, la Iglesia y las Semanas Sociales
El último documento sobre las conclusiones de la XVI
Semana Social de la Iglesia Católica, como era de
esperar, no ha pasado desapercibido. A priori, como
corredactor del mismo, y luego de haber participado en
diversas instancias de la Semana Social, en mi doble
condición de sociólogo e integrante de la Iglesia,
sabíamos que al menos iban a surgir voces críticas
desde sectores conservadores de la sociedad, y desde el
espectro de los intelectuales de corte más neoliberal.
Los primeros, como era presumible, cuestionando la
participación de la Iglesia y de "los curas"
en "la política". Los segundos, utilizando su
sesgado herramental teórico para criticar algunos de los
postulados del Documento, sobre todo el concerniente al
papel de la economía de mercado. A estos dos núcleos de
reacción, se sumaron sin embargo otras críticas menos
esperables: agentes políticos de los partidos
tradicionales han señalado en el día de ayer que el
lenguaje utilizado en el Documento es el mismo de la
izquierda. Incluso algún diputado señaló que de seguir
la Iglesia en ese camino, deberíamos considerar las
consecuencias, habida cuenta de muchos fieles que
podrían no sentirse representados por los documentos
eclesiales. Esto último más bien deberíamos entenderlo
como una reacción comprensible. A ningún político le
gusta que una institución tan legitimada socialmente
como la Iglesia, utilice los mismos códigos de lenguaje
de sus oponentes; y probablemente el problema mayor para
el diputado no sea entonces que los fieles dejen de ir a
misa, sino que los militantes iluminados por la labor
eclesial en el campo social, terminen por no votarlo.
Prefiero detenerme, en todo caso, en las dos primeras
reacciones.
Sobre el primer punto, por más que nos esforcemos en
explicarlo, parece ser que mucha gente no termina de
entender qué es la Iglesia y qué es la política. La
primera, a Dios gracias, la constituimos todos los
creyentes, tanto sacerdotes como laicos, de manera que
frutos tan ricos como el Documento de la Semana Social,
no es una "cosa de curas", sino la conclusión
de diversas comunidades cristianas que han reflexionado a
lo largo de todo el país, sobre cuestiones sociales. Por
si fuera poco, los "curas" también tienen no
sólo el derecho, sino también la obligación de dar sus
aportes en estas materias. Quizá esto se entienda mejor
si conceptualizamos mejor el término
"política". Como "animales
políticos" que somos, al decir de Aristóteles, la
vida en sociedad lleva a que cada uno de sus integrantes
tenga el deber de participar en procura de obtener el
ansiado "bien común". Nótese que este
concepto amplio de política, que engloba todo lo
referente a la vida en sociedad, es bastante diferente al
restringido de "política partidaria", ámbito
en el que la Iglesia como tal, coincidimos todos, no debe
intervenir, como definitivamente no lo hace. De hecho,
este es el campo de los laicos, quienes de acuerdo a sus
convicciones están libre de elegir el partido que
entiendan mejor exponga los valores del cristianismo.
Vale aclarar, siempre dentro del primer punto, que
algunos aportes interesantes desde la Teología, para
legitimar la participación de los cristianos en la vida
pública y por ese medio contribuir a la construcción
del Reino de Dios, nos la da la Teología Política (Cfr.
Met), que surge como correctivo a las tendencias de la
privatización de la fe que dominarán durante mucho
tiempo; la Teología de la Esperanza (Cfr Moltmann) que
rescata el valor de lo utópico en el critianismo, así
como el rol de la Iglesia en materia crítico social; y
en América Latina, la Teología de la Liberación (Cfr.
Boff, Gutiérrez), haciendo hincapié en el mensaje
liberador de las Antiguas Escrituras y de Cristo, así
como en el papel de los cristianos en defensa del cambio
social. En todas estas "nuevas Teologías, ya asoma
una lectura diferente de lo escatológico, que prima
desde al menos el Concilio Vaticano II, según la cual,
el Reino de Dios no es algo puramente espiritual, sino
que comienza en este mundo y abarca a la persona en su
integridad. Vaya entonces si no le compete a la Iglesia
intervenir en lo social, y haciéndolo críticamente,
mientras haya pobres y necesitados. Esa fue la práctica
de Cristo, y esa es la misión de la Iglesia. En Uruguay,
además, por si fuera poco, tal tipo de intervención
tiene larga data: desde 1912 se practican las Semanas
Sociales, donde los cristianos se dan su tiempo para
reflexionar comunitariamente sobre algunos de los asuntos
sociales y contemporáneos más importantes. Desde
entonces hasta esta última han pasado 15 Semanas
Sociales, donde se discutieron temas como los sindicatos
agrícolas, el salario, la participación de los
trabajadores, legislación obrera, la vivienda, etc. Y
vaya si esas Semanas Sociales escandalizaron a unos
cuantos; razón por la cual era previsible el embate de
los nuevos conservadores de este fin de siglo, luego que
los cristianos, tal cual es su deber, ponían todo sobre
la mesa para analizar las deudas sociales, el desempleo y
la reconciliación, entre otros.
En el segundo punto quisiera detenerme especialmente.
También sabíamos que los sectores más neoliberales de
la intelectualidad se sentirían atacados, o al menos
afectados por el Documento, pues hacemos referencia al
neoliberalismo, al que catalogamos como "vil
sistema". Esto sin embargo, tampoco es nuevo, ya que
el notable trabajo de los Provinciales Jesuitas de
América Latina sobre el Neoliberalismo (definido como
"capitalismo radical"), y en la misma línea
que el documento de la Semana Social, se detiene en
señalar sus efectos perversos en diversos campos.
Debieron sufrir sus autores durante todo 1997, el embate
de los neoliberales, entre quienes se encontraban algunos
cristianos. Lo mismo está empezando a suceder con
respecto al novel Documento. No faltó al otro día del
lanzamiento, quien dijera que el ataque al Mercado está
viciado de ideologismo (sic) y de errores de
apreciación, lo que el lector comprenderá, desde mi
posición de sociólogo y corredactor del Documento, no
puedo dejar de rebatir.
Obviamente el Documento de la Semana Social no
pretendía ser académico, sino de acceso a todo el
público, razón por la cual la respuesta a los señores
de academia se las deberé dar con apreciaciones
académicas ajenas al Documento, en este caso, en el
marco de la Economía de la Solidaridad, que en su
oportunidad S.S. Juan Pablo II llamara a construir como
esperanza para toda América Latina (Cepal, 1987).
Desde este punto de vista técnico, debemos empezar
señalando que el Mercado es un hecho que no se puede
discutir, o dicho de otra forma, no es un fenómeno de la
época reciente, ni de la revolución industrial, ni de
la globalización como sugieren algunas tesis.
Deberíamos definir al mercado entonces como una
construcción social determinada en la que intervienen
distintos sujetos individuales y colectivos, actuando
conforme a determinadas racionalidades y lógicas, que
contra lo que tiende a exponer la economía neoclásica,
no siempre obedecen al modelo del "homo
oeconomicus", racional e individualista. Esta
noción del mercado, que luego sería desarrollada por
muchos autores provenientes fundamentalmente de la
sociología, será fundamental para comprender entonces
al mercado, no como el lugar donde tiene lugar el mero
intercambio entre bienes y servicios, conforme a un
determinado sistema de precios que opera regulado por la
oferta y la demanda (concepción clásica, ésta sí de
mayor arraigo luego de la Revolución Industrial, que
luego incluyó a la esfera del Estado, pero siempre
haciendo referencia a la lógica de intercambios), sino
como el complejo sistema de interrelación y de
relaciones de fuerza entre todos los sujetos,
individuales y colectivos (empresas, instituciones,
negocios, organismos públicos, asociaciones privadas,
organizaciones y grupos intermedios, familias, personas,
etc.), que ocupan diferentes lugares en la estructura
económico-social, que cumplen distintas funciones, y que
participan con diversos fines e intereses en un
determinado circuito económico relativamente integrado,
o sea, que forman parte de una cierta formación
económico-política en relación a cuyos procesos de
producción y distribución persiguen la satisfacción de
las propias necesidades e intereses (Cfr. Razeto).
De tal manera lo anterior, que este concepto de
mercado se catapulta como una especial construcción
social determinada, donde podrá haber más o menos
importancia y peso de algunos de los factores, donde
habrá más o menos importancia y peso en algunos de los
tipos de relaciones económicas, donde existirán o no,
aglutinamientos o coaliciones en procura de defender
determinados intereses, donde el Estado tendrá un papel
decisivo (incluso planificador *), o meramente
testimonial, etc. En definitiva, un constructor social
que dará lugar a un mercado determinado, con
predominancia del sector de intercambios (tal como sucede
hoy en día), del sector regulado, o del sector solidario
o terciario. Este dato es de fundamental importancia, ya
que incluso la concepción más gramsciana que incluye
como categorías centrales la lucha y el poder, podría
generar algunos inconvenientes para explicar aquellas
relaciones más integradoras que tienen lugar en los
mercados determinados, y que nosotros viéramos en el
Documento como signos alentadores.
Un primer resultado de nuestro concepto de mercado es
que todo sistema económico constituye un mercado
dependiendo de la categoría económica y del tipo de
relación que prime, tendremos diferentes tipos de
mercado; de donde se concluye --para tranquilidad de los
conservadores-- que la crítica al mercado determinado,
donde prima el capital como categoría y los intercambios
como relación económica, no implica aceptar el mercado
donde impera el Estado como categoría, y la sola
redistribución como relación económica (Cfr. Polanyi).
Por lo demás, al menos esta Semana Social transcurre en
un marco histórico donde no tiene sentido criticar a las
economías planificadas, por el solo hecho de que
prácticamente ya no existen en el mundo. Y cuando ello
ocurría, la Iglesia justamente, desde su Doctrina
Social, destacaba sus limitaciones y efectos negativos,
fruto de lo cual se la tildaba de derechista, a lo
inverso de lo que sucede en este momento.
¿Cuál es entonces el meollo de la crítica, desde el
punto de vista económico? Pues bien, en este mercado
determinado (Cfr. Razeto), donde predominan las
relaciones de intercambio, quedan fuera quienes no tienen
activos y bienes que vender, o factores que el mismo
sistema no utiliza. Surgen así los excluidos y los
marginales, cuya expresión más notoria en nuestro fin
de siglo la constituyen los desempleados y los precarios,
además del viejo fenómeno de la pobreza. El otro
aspecto "cruel" del mercado (para utilizar un
término que diera lugar a una interesante reflexión en
Chile, sobre fines del mandato de Aylwin) se manifiesta
en el hecho de que la propia dinámica de este mercado
determinado conduce a una innegable concentración de la
riqueza y subrayo el término pues ya salió quien dijo,
a raíz del Documento de la XVI Semana, que el sistema
libre de mercado había mejorado los niveles de
distribución de los ingresos. Le convendría revisar a
nuestro economista liberal, algunos de sus manuales del
Banco Mundial, donde se establece con claridad una
tendencia enfermiza hacia la concentración de los
ingresos. De ello no escapa Uruguay, que tiene un
coeficiente Gini de 0.43 cuando el promedio mundial es
0.40, lo que nos coloca en la peor mitad del mundo. Este
fenómeno en general, se explica por el hecho que las
relaciones de intercambio que predominan en el sistema de
mercado, al no ser entre equivalentes como suponían
varios economistas (entre ellos Marx, que intentó
defender la tesis de la plusvalía manteniendo el
supuesto de intercambio entre equivalentes), desarrollan
el intercambio entre valores desiguales en razón de la
particular fuerza de contratación que tenga cada parte.
Llegado aquí se comprende el llamado a reflexión que
hiciera Aylwin en 1994 cuando señalara que "el
mercado favorece a los más poderosos, a los que pueden
comprar más, a los que pueden imponer las condiciones de
la negociación".
Ahora bien, ¿necesariamente tiene que ser así? La
respuesta que damos desde la Economía de la Solidaridad
es que el propio mercado, como constructor social que es,
puede cambiar funcionando bajo condiciones diferentes.
Condiciones diferentes en el plano de la producción, de
la distribución, del consumo y de la acumulación. De
hecho apostamos a una democratización del mercado que
permita una más justa presencia de todas estas formas,
unida a aquellas prácticas comunitarias (Cfr. Debate
comunitaristas vs. liberales) que pongan límites a los
excesos criticados en el Documento (por ej. tirar la
producción para generar aumento de precios, etc.).
Si este concepto de mercado democrático fuera
entonces, como pretendemos, una categoría de análisis
importante en nuestro esquema, deberíamos concluir que
el tipo más opuesto a éste (un "mercado
oligárquico", donde el poder y la riqueza se
encuentran altamente concentrados en determinados
sujetos), habría tenido especial relevancia, tal cual lo
adelantara Polanyi, a lo largo del Siglo XIX. El riesgo
que enfrentamos hoy en día, y que encuentra anclajes en
los actuales procesos de globalización económica de
mano de las corrientes neoliberales, es que volvamos a
caer en aquellas mismas condiciones.
Y en este último plano los cristianos tenemos mucho
para decir, pues si coincidimos que el mercado es un
constructor social (tema en el que venimos insistiendo
desde las corrientes de pensamiento socioeconómicas, que
integran entre otros, brillantes académicos como
Etzioni, Hirschman, Boulding, etc.), entonces, la ética
juega un papel de enorme importancia para el
comportamiento de los individuos y grupos. Esta ética
nuevamente empieza a jugar en las cuatro etapas del
proceso económico, por lo cual, cada uno de nosotros,
aunque sea en una porción muy limitada, con sus
comportamientos, puede variar el sentido del mercado
determinado. Desde este punto de vista, puede haber un
mercado egoísta o puede haber un mercado solidario. De
hecho existen ambos tipos de comportamiento, siendo el
objetivo de la economía de la solidaridad, hacer crecer
los elementos de solidaridad ya presentes en el mercado a
través de numerosas experiencias que van desde el
trabajo voluntario hasta las comunidades y cooperativas,
pasando por las donaciones y las relaciones de
reciprocidad.
Finalmente, lamento que más allá de estos ejes de
discusión, ninguno de los detractores haya hecho
referencia a si acaso no es verdad que la familia se
desintegra, que el sistema educativo es excluyente, que
las ciudades se escinden, que los asentamientos avanzan,
que el 40% de los niños nacen en hogares pobres, que
nuestra distribución del ingreso no es positiva, que el
desempleo aumenta, que la precarización está de moda,
que cada día hay más niños pidiendo dinero en los
ómnibus, y que el crimen continúa avanzando en todas
sus modalidades.
(*) Nótese cómo al amparo de este concepto, la
distinción entre "economía de mercado" y
"economía planificada" no tiene importancia.
De hecho, algunos de los teóricos más importantes de la
economía planificada, descubrieron cómo en este
sistema, el mercado no dejaba de desaparecer, sino que
tan solo cambiaba su forma y racionalidad de operar.
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