Galileo Galilei Galileo nació el 15 de febrero de 1564, en Pisa. Su padre, Vincenzo Galilei, era músico de profesión. Su primera educación la recibió en el monasterio de Vallombrosa, cerca de Florencia, a donde se había mudado su familia por el 1574. En 1581 ingresó a la Universidad de Pisa para estudiar medicina. Durante el primer año de su carrera, y encontrándose un día en la catedral de Pisa, se dice que al observar una lámpara oscilando, descubrió que ésta demoraba siempre lo mismo en efectuar una oscilación, a pesar de que estas redujeran gradualmente su amplitud. Más tarde, Galileo verificó experimentalmente su observación y propuso el empleo del péndulo como elemento regulador del tiempo en los relojes, concepto desarrollado en 1656 por Christiaan Huyghens. Hasta la observación de la lámpara oscilante, Galileo no había recibido instrucción matemática. Al participar, por casualidad de una clase de geometría, se despertó su interés por las ciencias exactas y comenzó a estudiar matemáticas con Ostilio Ricci, maestro de la corte de Toscana. En 1585, y antes de graduarse, debió abandonar la universidad a causa de apremios económicos. Regresó a Florencia y dictó conferencias en la Academia Florentina y en 1586 publicó un ensayo sobre la balanza hidrostática, cuya invención hizo conocer su nombre en toda Italia. En 1589, un tratado sobre el centro de gravedad de los sólidos, le valió la honorable aunque nada lucrativa posición de Catedrático de Matemáticas de la Universidad de Pisa. A continuación Galileo comenzó a investigar las teorías del movimiento, reprobando los conceptos aristotélicos respecto a que cuerpos de diferente peso caen a diferentes velocidades. Otra vez con dificultades económicas en 1592, solicita y obtiene la cátedra de matemáticas en Padua, donde desarrollaría, durante los siguientes 18 años, sus trabajos más descollantes. Continuando sus investigaciones sobre el movimiento, alrededor de 1604, demuestra teóricamente que los cuerpos que caen, siguen lo que se dio en llamar la ley del movimiento uniformemente acelerado (según la cual, en tal movimiento, los cuerpos aumentan o disminuyen de velocidad uniformemente con el tiempo). Galileo estableció también la ley de la caída parabólica, que afirma que la trayectoria descrita por el centro de una bola que cae, es una parábola. Sobre fines del siglo XVI, y en conocimiento de la propuesta de Nicolás Copérnico, de que los planetas orbitan al Sol, no se atrevía todavía a difundirla, como se evidencia en su carta a Kepler del 4 de abril de 1597, aunque ya estaba convencido de su validez. Durante la primavera de 1609, se entera en Venecia de la reciente invención del telescopio, por un óptico holandés de nombre Lippershey, y a su regreso a Padua comienza por construir uno que aumenta al triple y luego otro que multiplica por 32. El instrumento, conservado en el museo de Arcetri, fue probado y evaluado como excelente y una verdadera maravilla para principios del siglo XVII, por George Ellery Hale, el constructor del telescopio gigante de Monte Palomar. Galileo logró tal proeza luego de diseñar su propio método de verificación de la curvatura de las lentes. Sus instrumentos permitieron observaciones astronómica precisas y pronto fueron solicitados por personajes influyentes de todas partes de Europa. Siendo el primero en estudiar los cielos, Galileo comenzó a publicar sus observaciones a fines de 1609 y anunció importantes descubrimientos en 1610. Describió la superficie de la Luna como áspera y desigual y no lisa como se creía siguiendo la opinión de los aristotélicos. La Vía Láctea, dijo que consistía en una gran colección de estrellas y en torno a Júpiter halló cuatro satélites, nunca antes vistos, que llamó Sidera Medicea, en honor a quien fuera primero su discípulo y luego patrón, Cosme II de Médicis, gran duque de Toscana. Afirmó que Venus presentaba fases como la Luna, tal como debía ser si se lo consideraba un planeta con su órbita interior a la de la Tierra. Este descubrimiento resulta interesante, pues Copérnico había sostenido que al no observárseles fases, tanto Mercurio como Venus debían ser planetas transparentes. Por otra parte, también nos confirman la excelente calidad óptica de los instrumentos de Galileo. También estudió a Saturno, que describió como un cuerpo compuesto de estrellas, con una central, mayor que las otras.
Durante su visita a Roma en 1611, la demostración de su telescopio
le granjeó grandes halagos de parte de las personalidades más
importantes, que lo animaron a publicar en 1913, tres cartas bajo el título
“Istoria
e dimostrazioni intorno alle macchie solari e loro accidenti”. En ellas
dio respaldo a la teoría copernicana, al exponer que el movimiento
de rotación de las manchas solares contradecía los planteos
geocéntricos de Ptolomeo y daban la razón a los heliocéntricos
de Copérnico.
Poseedor de dones de exposición nada comunes y gran dominio del italiano, sus pensamientos pronto captaron la aprobación de los círculos universitarios. Los profesores de la escuela aristotélica, reaccionaron al verse intelectualmente amenazados y replantearon a las autoridades eclesiásticas la contradicción entre la teoría de Copérnico y las Escrituras. Con el apoyo de los Domínicos, acusaron a Galileo ante la Inquisición, de dichos blasfemos de su invención. Muy alarmado, Galileo respaldado por el monje benedictino B. Castelli, uno de sus discípulos, escribió cartas al Gran Duque de Toscana y a las autoridades de Roma, recordando a la iglesia su práctica de interpretar las Escrituras como alegorías toda vez que entrasen en conflicto con la verdad científica. Y también, que para quiénes se convencieran con pruebas de algún hecho, sería muy difícil de sobrellevar, que tal convicción fuere pecado. Y en persona rogó a las autoridades romanas que abrieran el camino al cambio. Desgraciadamente, el cardenal Roberto Bellarmino, jefe de teólogos de la iglesia, no fue capaz de apreciar la importancia de las nuevas teorías y se aferró a la creencia tradicional de que las hipótesis matemáticas no tenían nada que ver con la realidad física. En cambio sólo valoró el riesgo de un escándalo, que podría perjudicar al Catolicismo en su puja con el Protestantismo, y para evitarlo hizo declarar “falso y erróneo” el planteo copernicano, e ingresó en el Index el libro de Copérnico, en un decreto que se publicó el 5 de marzo de 1616. Como deferencia personal hacia Galileo, le advirtió de antemano del decreto una semana antes, diciéndole que no debía “ni respaldar ni defender” la doctrina que podría aún discutirse, pero como mera “hipótesis matemática”. Durante los siguientes 7 años, hasta 1623, Galileo se concentró en diversos temas de estudio en su casa de Bellosguardo cerca de Florencia. En respuesta a un opúsculo sobre la naturaleza de los cometas, de Orazio Grassi, escribió el ensayo Saggiatore, una brillante polémica sobre la realidad física en que expone el nuevo método científico, distinguiendo entre propiedades materiales –mesurables– y las otras –como los olores– y escribió el célebre enunciado: el “Libro de la Naturaleza … está escrito en caracteres matemáticos”. El libro fue dedicado al nuevo papa Urbano VIII, antiguo amigo y protector de Galileo, quién lo recibió con entusiasmo. En 1624, Galileo regresó a Roma y solicitó la revocación del decreto de 1616, pero sólo obtuvo permiso del Papa para escribir sobre “los sistemas del mundo” Copernicano y de Ptolomeo, siempre que los discutiera sin anteponerlos, y concluyera que el hombre no puede presumir de conocer cómo está hecho el mundo realmente, "porque Dios pudo haber logrado su creación de maneras no imaginadas por el hombre, quién no debe poner límites a la omnipotencia Divina". Estas instrucciones le fueron dadas por escrito, con la firma del censor jefe Monsignor Riccardi. Durante su estadía en Roma, tuvo oportunidad de ver uno de los primeros microscopios compuestos. Y habiendo ya experimentado con el empleo de lentes para la observación de objetos pequeños, sus conocimientos de óptica le permitieron desarrollar varias sustanciales mejoras en su diseño. Los siguientes siete años, Galileo los dedicó a su gran libro "Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano", que se publicó en 1632 con la autorización de los censores, y fue aclamado y elogiado en toda Europa como una verdadera obra maestra tanto literaria como filosófica. Cuando el sistema copernicano desplaza a la Tierra del centro del Universo, crea un enorme vacío conceptual, al no explicar la total falta de percepción del movimiento que la anima. Galileo recurre al estudio del movimiento de bolas en planos inclinados, y al tiempo que inicia la física experimental, anota que si una bola baja rodando por un plano y trepa luego a otro, proseguirá hasta obtener la misma altura sobre el piso de la que partió, sin importar las inclinaciones de los dos planos. Dedujo entonces, que si el segundo plano es horizontal, la bola, incapaz de llegar a la altura de partida, tendría que rodar indefinidamente. De esta observación, concluyó que los cuerpos no necesitan una causa próxima para permanecer en movimiento y un cuerpo en movimiento en dirección horizontal, tendería a seguir moviéndose hasta que algo interfiriera con él. Por esta razón, el movimiento de la Tierra no es aparente: la superficie de la Tierra y lo que hay sobre ella, se mueve todo siempre junto, y entonces sólo parece estar en reposo. Esta valiosísima idea, sería mejorada, después de Galileo, por René Descartes, que la aplicó a movimientos rectilíneos, y rigorizada por Newton como la “Ley de Inercia”. Desgraciadamente, el Papa fue asesorado de que la obra era una apología sistemática del sistema copernicano y que el peso de la argumentación en su favor, hacía aparecer la conclusión impuesta por decreto papal, como discordante y sin objeto. Los Jesuitas insistieron en que las consecuencias de su difusión podrían ser peores que las enseñanzas de Calvino y Lutero juntos. El Papa disgustado ordenó un juicio, pero como el autor estaba protegido por las debidas licencias, sólo se pudo destituir a los otorgantes de las mismas y prohibir el libro. Pero durante los trámites, se descubrió un documento del 26 de febrero de 1616, confeccionado durante la audiencia con Bellarmino, en que a Galileo se le prohibía “enseñar o discutir sobre el sistema de Copérnico en cualquier forma” o sería penalizado por el Santo Ufficio. En consecuencia se declaró que la obtención de la licencia había sido forzada con falsos pretextos. Cuando el archivo fue finalmente publicado, hacia 1877, los diversos historiadores del tema coincidieron en que el documento de marras había sido fraguado, y que Galileo nunca recibió una tal prohibición. Sin embargo, en su tiempo, permitió a las autoridades eclesiásticas acusarlo de “vehemente sospecha de herejía”. A pesar de sus reclamos de imposibilidad a causa de la edad y enfermedad, fue intimado a viajar a Roma, en febrero de 1633 para enfrentar un juicio. Se le trató con indulgencia, y no fue encarcelado. Durante un interrogatorio el 12 de Abril, declaró enfáticamente no haber recibido ninguna prohibición en 1616. El comisario general de la Inquisición, simpatizando con él, sugirió discretamente una vía que permitiría exonerarlo de una amonestación, pero en junio, la congregación decretó que debería ser sentenciado. La sentencia, que le fue leída el 21 de junio lo declaraba culpable de haber defendido y enseñado la doctrina copernicana y se le ordenó retractarse. Galileo, debió declarar conforme a un protocolo, que “abjuraba, maldecía y detestaba” sus pasados errores. La cláusula de prisión, incluida en la sentencia, fue conmutada por arresto domiciliario, que se cumplió, hasta su muerte, en su propiedad de Arcetri, cerca de Florencia, a donde regresó en diciembre de 1633. La reclusión no afectó la extraordinaria creatividad de Galileo, que escribe en 1634, sus Discorsi e dimostrazioni mathematiche intorno a due nuove scienze attenenti alla meccanica, publicados por Louis Elzevirs en Leiden en 1638, y en la que resume todas sus investigaciones y descubrimientos encuadrados en lo que hoy es la mecánica y especialmente la cinemática. Fundamenta los estudios del movimiento en dos secciones y establece por primera vez leyes para: la caída libre, el movimiento sobre planos inclinados, la suma de movimientos independientes, el movimiento de proyectiles, etc. y es el primero en exponer el concepto mecánico de fuerza. En 1637 realiza su último descubrimiento importante con el telescopio, al anunciar y describir los movimientos de libración de la Luna. Cerca de su fin y ya ciego, dictó a dos de sus discípulos: Evangelista Torricelli y Vincenzo Viviani, sus pensamientos sobre fenómenos de impacto. A fines de 1641 le sobreviene una fiebre pertinaz, y muere el 8 de enero del año siguiente.
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