A r t i g a s |
Capítulo II La conexión paraguaya. Claves para reconstruir una historia de vida |
¿Qué sabía yo de los treinta años de Artigas en el Paraguay? En 1820, cuando comienza su asilo político, había sido alojado provisoriamente en un convento; luego fue enviado al lejano San Isidro Labrador de Curuguaty donde estuvo veinticinco años; a la muerte del Dr. Francia lo encadenaron; con el ascenso del primero de los López fue liberado e invitado a volver a Asunción, y él aceptó acercarse a la capital pero no vivir en ella ("soy hombre de monte y selva") tomando sus últimos mates bajo el frondoso yvyrapytá en compañía de su hermano negro Joaquín Lencina (Ansina), líder de los movimientos libertarios afroamericanos, quien lo acompañaba en el momento de su muerte el 23 de Setiembre de 1850.
Trabajé muchos años vinculado al Paraguay. Me familiaricé con la lengua guaraní y compartí jornadas muy removedoras en aldeas de las parcialidades Mbya, Avá Chiripá y Pai Tavyterá entre otras. Fueron mis grandes maestros el Dr. Fogel y el Dr. Bartomeu Meliá, los libros de Cadogan (especialmente Ayvy Rapyta) y las inolvidables charlas con el Gato Chase (Chase Sarde). La señora de este último es tataranieta del amanuense del Presidente Carlos Antonio López, o sea que es descendienta del hombre que fue a buscar en carreta al anciano Artigas a Curuguaty y lo trajo nuevamente a las proximidades de Asunción.
Estuve, claro, junto al yvyrapytá de la ancianidad, y cada Domingo que pude hacerlo tuve largas charlas con los afroamericanos descendientes de aquellos lanceros y lanceras que se asilaron con Artigas en 1820, y que formaron la comunidad de Camba Cuá. Me reunía con ellos allí, en ese suburbio asunceno donde aún hoy se danza con tambores africanos frente a la imagen de San Baltasar, el santito negro y milagrero. En inolvidables domingos bebí con ellos tereré y bebí de ellos las fuentes vivificantes de la tradición oral.
Nunca olvidaré tampoco mi primera llegada a San Isidro Labrador de Curuguaty, después de una extraña noche pasada en un destartalado y crujiente ómnibus de la empresa "La Santaniana", entre un señor gordo que roncaba y un pasillo invadido de paquetes y bultos, cuerpos somnolientos que se acomodaban como podían y cumbias irradiadas con toda la potencia del equipo de audio del chofer.
En la Municipalidad de Curuguaty, al amanecer, me dijeron que lamentablemente el único automóvil disponible no llegaría hasta el mediodía; pero un vecino me llevó hasta el solar curuguateño de Artigas en su carreta con bueyes. Se ofreció a esperarme allí, pero yo lo tranquilicé: la antena de comunicaciones del pueblito se divisaba entre el follaje de selva húmeda, y no tendría problemas para volver. Me quedé en el selvático paraje y comí pitangas de los árboles de ñangapiry hasta hartarme, entre pájaros que se me acercaban sin temor, y allí quedé hasta el atardecer, cuando emprendí el regreso por los rojos caminitos del suburbio.
En el pueblito, mientras caía la noche, volví a mirar la honda huella de Artigas presente en la cotidianeidad curuguatense. El busto erigido en 1950 mira impasible, desde inmensa altura, hacia el solar que fue su casa; está ubicado en la Avenida Artigas, exactamente al lado del pequeño monumento a Troche, héroe local de la época de la Independencia. En otra oportunidad visité la escuela José Artigas y me entrevisté con algunos jugadores del Club Atlético Artigas, de alba y roja camiseta y pantalón azul, club vicecampeón por entonces de la Liga de Canindeyú.
En todo el Paraguay hay calles que llevan el nombre de Artigas. La Avenida asuncena que conduce al Jardín Botánico, anexo al Solar donde Artigas falleciera y al añoso yvyrapytá, lleva también su nombre y nace en su monumento.
En otra memorable ocasión estuve con el Dr. Orlando Rojas y su esposa en Guarambaré, donde Ansina se fue a vivir ya ciego y anciano, después de la muerte de Artigas.
Ansina, con sus manuscritos donde llevaba escrita su memoria centenaria, compartió la casa con la familia de Manuel Antonio Ledesma, otro afrooriental mucho más joven.
Ledesma también había peleado junto a Artigas siendo un adolescente; fue él quien cerró los ojos a Ansina en 1860 y alcanzó la gloria de pelear por el Paraguay en la Guerra "Ñorairó Guasú" (1865-70) contra la Triple Alianza. Muchos afroorientales de Camba Cuá pelearon contra los ejércitos de Mitre, Venancio Flores, el Emperador Ca'í del Brasil y contra el sofisticado armamento europeo que traían.
Los restos de Ledesma fueron repatriados finalmente al Uruguay creyendo que eran los de Ansina. Los de éste siguen hasta hoy en el osario común, en el viejo Cementerio, tierra sobre la cual ahora se construyó un nuevo barrio. Isabel, yo, muchos, sabemos que Ansina crece en las espigas de maíz de las chacras de la nueva urbanización de Guarambaré.
Estuve en contacto con los descendientes de Manuel Antonio Ledesma, incluyendo el sobrino del Dr. Marcial Ledesma, que estudió odontología en el Uruguay, y que ahora vive en San Lorenzo.
Y estuve, y estoy muchas veces, en Ñeembucú, donde fueron las grandes batallas contra la Triple Alianza y están las ruinas de Humaitá. Allí vivió hasta su muerte el irlandés Pedro Campbell, que en décadas anteriores había organizado la Marina de Guerra de Artigas y quien con las ropas y víveres que decomisaba de los barcos portugueses creó la "Tienda de Abastecimiento del Ejército Guaraní" para financiar la guerra de resistencia del inmortal Andresito.
Paraguay es una fuente inagotable de acercamientos a Artigas. Pero entre los custodias de cada archivo particular al que tenía acceso, en cada hombre o mujer con memoria o información al cual o a la cual me vinculaba... ¡siempre aparecía la referencia de algún oficial de las Fuerzas Armadas Uruguayas que había llegado antes que yo y con el mismo propósito: conocer sobre Artigas!
En muchas partes y para mi sorpresa se me rogó le diera saludos al Coronel Antúnez, dando por seguro que yo debía conocerlo. No conocí a este oficial quien, según supe también en el Paraguay, falleció hace pocos años. En realidad, yo conocía algunos de sus trabajos, y supongo que es de su autoría (o de algún familiar suyo) el importantísimo artículo "Artigas como Militar" que se publicó tempranamente en 1950 (3). En él se afirma que "Artigas, al igual que Aníbal y Napoleón, daba a la guerra un carácter netamente ofensivo" (...) "pero esta ofensiva la quiere siempre productiva, ella debe ser dirigida sobre los puntos más sensibles del enemigo, sus líneas de comunicación o de retirada..."
Desde luego, la ciencia militar occidental de los años 50 del siglo XX no incluía el conocimiento sobre guerra irregular que ahora ha incorporado (estamos hablando de años anteriores a la Revolución Cubana de 1959, a la Argelina de 1961 y a la Guerra de VietNam de los 70); pero Antúnez ya manejaba en 1950 un gran conocimiento de los hechos y la idea táctica general de aquellos combates particularísimos. Seguramente había estudiado la topografía y había recorrido los teatros de operaciones de aquella guerra patria popular de 1811-1820. En síntesis, creo que las Fuerzas Armadas toman hoy con la mayor seriedad y consideran de la mayor vigencia algunos procedimientos de la conducción militar artiguista en guerras sui generis.
También es muy importante la producción bibliográfica de militares uruguayos sobre los últimos años de Artigas, pero tal parece que también en este aspecto saben más de lo que publican.
El invalorable trabajo de Mario Petillo (4) Inspector de Enseñanza Primaria del Ejército Uruguayo, nos da valiosa información sobre la vida de Manuel Antonio Ledesma en Guarambaré, aunque (como muchos investigadores de su momento) confundió a Ledesma con Ansina.
Pero realmente entre lo más extraordinario de lo que yo tuve acceso directo como producción bibliográfica (también tuve algunas informaciones orales más o menos confidenciales) está el trabajo del oficial Olivencia titulado "Curuguaty", impreso en 1952 (5). Es la odisea vivida por un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas Uruguayas que decidieron en 1950 llevar hasta Curuguaty un inmenso trozo de granito uruguayo.
Ignoro la importancia simbólica de un pedestal tan grande; es bastante desproporcionado por cierto para el pequeño busto de Artigas que pusieron arriba y que se conserva hasta hoy. Pero lo que interesa aquí es la odisea, no la concepción artística del monumento.
Fueron por barco, después viajaron en las carretas "karapé" de los menonitas y finalmente llegaron a pie, por la selva, hasta Curuguaty.
Allí supieron que Artigas era aún recordado con veneración por los indios cuyos bisabuelos en vida del Prócer le habían llamado "Overava Karaí", el Señor que Resplandece (también comete Olivencia algún justificable error en la ortografía guaraní de estos términos).
Pero Olivencia no cuenta en su pormenorizado relato del viaje otros sucesos de los que los militares uruguayos fueron testigos, porque quizás hubo algún acuerdo tácito institucional de quitar pintoresquismo a una narración solemne.
Algún anciano militar retirado me contó algunos de estos hechos extraordinarios. Entre ellos, uno muy especial: por entonces estaba viviendo en Curuguaty un indígena proveniente de parajes lejanos que no podía volver a su comunidad porque había cometido un grave crimen, y ahora estaba allí porque sabía que los indígenas de Curuguaty no podían matarlo. No lo podían matar en Curuguaty ya que estaba en un lugar sagrado, el lugar donde había vivido el Overava Karaí (Artigas), sitio que ellos ahora custodiaban.
Una tarde los oficiales uruguayos, que esperaban un transporte para volver a su país, vieron flotando sobre el arroyo el cuerpo del indio criminal, con una flecha atravesándole la garganta. Lo que había sucedido era que la gente de su lejana comunidad, en total silencio, había venido en su persecución y había cumplido la sentencia. Los indígenas de Curuguaty permanecieron inmutables mientras los uruguayos enterraban el cuerpo.
Me separan del Ejército Uruguayo, de la mentalidad de sus oficiales, vastísimos abismos ideológicos y de memoria; pero percibo la emoción auténtica tras el espartano lenguaje de Olivencia, y respeto (al transcribir su texto) su inadecuada ortografía guaraní:
"... En el atardecer del día de la visita a la ex-chacra del prócer volví a pensar en el Patriarca, muy en particular en la leyenda del oberá-pa-caraí, Señor que Resplandece..." (6).
A mí también me marcó el atardecer. Creo que mantienen su vigencia los apuntes que estructuré mentalmente en el ocaso selvático de Curuguaty.
Después los escribí en Asunción. Los titulé en su momento "La Vejez Fecunda", bajo la honda impresión de los nuevos datos que surgían de mis búsquedas en suelo guaraní y los transcribo aquí como anexo a este "capítulo paraguayo".
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