A r t i g a s |
Anexo 3 al Capítulo V Evaluación guaraní de impactos ambientales |
- Hay un cerro gigantesco. Está en el Paraguay, del otro lado de la frontera. Y hay una laguna arriba del cerro, del Cerro Guasú. Usted puede llegar allí y pescar uno, dos peces. Pero si pesca más, para usted solo, un rayo lo mata.
- Allí viven encerrados los animales que pueden destruir el mundo.
- ¿Se va a destruir el mundo?
- Sí. Puede ser, sí. Fíjese, tenemos todavía algunas variedades de maíz. Pero van quedando menos. En la misma aldea, la gente prefiere comer fideos, arroz. Va, trabaja afuera, en las fincas, y compra macarrones. Nuestros pajé kuéra han dicho: cuando se acabe el maíz de nosotros... cuando se acabe nuestro maíz... el nuestro, no el avatí-morotí de los blancos, ¿eh? Ese día se acaba el mundo.
Los que hablaban conmigo eran guaraní-kaiowá del Mato Grosso do Sul. Son más locuaces que los mbyá-guaraní del Paraguay y mucho más que los mbyá que llegaron nuevamente al Uruguay.
Corre el mes de mayo; 1995 años después de Cristo y 502 después de la Invasión Europea. Los indios kaiowá hablan con mucha tristeza, pero con mucha dignidad, de su hambre, de sus dificultades.
- Estamos cambiando, ¿ve?. Ya no tenemos el labio perforado como nuestros padres. Nos estamos olvidando de los rezos que tenían más poder. El (mi interlocutor señala a su acompañante) todavía sabe algunos; pero yo viví unos años en la ciudad. Volví a la aldea, pero ya no es lo mismo. El sí sabe. Pero los niños están olvidando. Los rezos pierden fuerza así.
- Hace diez años cazábamos con flechas. Vinieron entonces unos japoneses a filmarnos. Nunca supimos para qué. Después vino Paolo. Usted lo debe conocer porque él es de afuera, de Italia.
- Pero yo soy uruguayo.
- Ah, sí. Usted habla el portugués como él. Viene Paolo y pregunta de todo. Después se va. ¡Viene tanta gente a preguntar! No sé por qué, porque nuestra historia es triste.
- Lo que queremos es que no nos destruyan. Ya probé la ciudad. El indio ahí vive todavía peor. La aldea es nuestro último refugio contra la violencia de afuera. Claro que sería bueno tener algunas cosas, como un vehículo. Tenemos 20 km hasta la carretera, hay que caminar cuatro horas y media. Y la mordedura de cobra no tiene hora; puede ser de día, puede ser de noche. Antes teníamos hierbas medicinales, pero los blancos nos mataron la floresta, y plantaron mandioca y soja alrededor de la aldea. Ahora necesitamos auto. Si tuviéramos floresta, no necesitaríamos.
- Antes, cuando el cultivo no alcanzaba, salíamos a cazar. Ahora pusieron remedios y fue veneno, mataron todo. Si el cultivo no da, morimos de hambre.
- La peste está en el aire.
- Nos trajeron una escuela, pero así no es buena. La comunidad quiere controlar un poco eso de la escuela. A los niños la escuela esa les hace olvidar las cosas nuestras, y ellos necesitan recordar porque nunca van a tener acceso a lo que los blancos tienen.
Los kaiowá evocan siempre a su líder asesinado, Marçal de Souza, el Tupa'i de los indios matogrossenses. La sobrina de Marçal, Dona Marta, coordina ahora un grupo vinculado a las ONGs indigenistas. Ese día tomó la palabra, para hablarme de un tema recurrente en ella:
- Fui la única mujer, entre 300 hombres, que forzamos la reconquista de esta aldea. Entramos desafiando a la Policía Militar. Entramos para morir o quedar allí. Por eso la aldea se salvó.
- Pero ustedes dicen que ahora es el mundo el que no se va a salvar.
- Una vez los blancos nos pidieron un poco de madera. Nosotros dijimos cuánta, y ellos tenían que pagar. Necesitábamos el dinero. Pero no sabíamos la velocidad de los blancos. Cuando fuimos a controlar ya nos habían sacado diez veces la madera solicitada. Era algo bien triste.
- Eso es lo que el indio no entiende.
- El blanco, ¿no ve que la floresta llora? Yo ví, nosotros vimos las lágrimas de los árboles. ¿Qué va a quedar? Veneno de las plantaciones en los ríos... Plantas hinchadas de remedios. No sé.
- El blanco gana, pero ¿cuánto le va a durar? Sólo nuestros pajés saben eso. Ellos, nuestros pajés, en verdad pueden llamar a nuestro ejército. Tenemos cañones, tenemos soldados, pero son invisibles. Tenenos fuerzas terribles que no queremos usar. Las fuerzas del mal son más fáciles de usar que las fuerzas del bien, pero el bien es más útil. Los blancos han demostrado que es más fácil hacer el mal.
- Sí, eso aprendimos de los blancos. Se hace mal cuando se quiere y a veces se hace mal cuando no se quiere.
- Eso es lo que el indio no entiende.
Yo volvía de las aldeas o de mis encuentros con los pueblos originarios y me encontraba en el Uruguay con la dolorosa realidad de medios de información masiva montevideanos que no reflejan ni aproximadamente la verdad. Y un mundo académico sin recursos financieros y divagante, terreno fértil para el más extravagante antiartiguismo.
A favor de Artigas es muy difícil escribir porque no se puede citar a autores extranjeros de apellidos impronunciables, y si no hay citas de este tipo el trabajo resulta poco serio.
Cierta vez debí escribir al Semanario "Búsqueda" lo siguiente.
© autogestión vecinal (http://www.chasque.apc.org/guifont) Montevideo/URUGUAY
Edición Internet 2000: Guillermo Font
Guillermo Font - ELECTRICISTA
Correo Electrónico: guifont@chasque.apc.org
Montevideo - URUGUAY