autogestión vecinal

A r t i g a s
el resplandor desconocido
(ensayo histórico)
© GONZALO ABELLA

Anexo al Capítulo VII

Curas de la Patria Vieja

     La clásica imagen ha quedado grabada en nosotros desde la niñez: Artigas, vencedor de la Batalla de Las Piedras, a caballo, con el gaucho sombrero en las mano; y el jefe español, derrotado, entregando su espada a un sacerdote.

     Pero los textos de historia no hablan mucho de los sacerdotes. ¿Cómo eran aquellos hombres religiosos de la Patria Vieja?

     ¿Y las monjas? Mucho menos sabemos de ellas, aunque difícilmente hayan asumido todas una vida de reclusión. Pero la censura moral de los que sabían escribir impidió que tuviéramos sobre ellas, y principalmente sobre las más heroicas, algo más que referencias aisladas.

     Desde luego, en el intento de clasificación que sigue, no excluimos sólo a las mujeres: también la "otra" religiosidad, de origen afro, indígena o sincrética, queda afuera; porque curanderas y yuyeros no hacían generalmente una opción de exclusividad profesional ni celibato, y sus biografías se confunden más con los hombres y mujeres comunes, que tampoco aparecen en los textos.

     Básicamente podemos agrupar a los "profesionales del catolicismo" masculinos de aquella época en cuatro grupos

a) franciscanos y jesuitas

     Las órdenes llegaron respondiendo a un proyecto evangelizador y de fortalecimiento de su poder material. Más mística en algunos, más ambición de poder en otros, la lectura del Evangelio enfrentó muchas veces a los primeros con los conquistadores civiles y otras veces a todos contra una religiosidad indígena escandalosa a sus ojos, porque sacralizaba la sexualidad libre con el único límite de respetar al otro, no dañar a un tercero ni agredir a un niño.

     Los franciscanos le enseñaron las primeras letras a Artigas, y sin duda protegieron la fuga de los esclavos de Montevideo en 1803. La simpatía con el bando patriota fue la gota de agua que colmó el vaso y fueron expulsados extramuros con la célebre frase: "váyanse con sus amigos los matreros".

     Tanto ellos como los jesuitas habían levantado las reducciones de pueblos de indios llamadas "Misiones". Allí hubo hechos aculturizadores basados en prejuicios: la prohibición de las casas comunales donde las parejas convivían con los adultos solteros; la obligatoriedad del uso del "calzón" por debajo del chiripá, para cubrir las piernas de los hombres hasta abajo; el control del largo del tipói femenino; la persecución al animismo religioso y a la religiosidad del monte y el entorno.

      Pero en medio del terror de afuera, las misiones protegieron la lengua y la agricultura tradicional, el espíritu comunitario y una vida digna e igualitaria. En las misiones se produjo la más trascendente transferencia de tecnologías avanzadas y conocimientos occidentales, incluyendo el arte musical, el del luthier y hasta la ciencia militar, que una cultura derrotada haya recibido jamás. Lo hayan hecho estos religiosos conscientemente o no, sin la tecnología jesuita heredada por los guaraní-cristianos, no hubiera existido Liga Federal ni Resistencia Paraguaya.

     Muchos jesuitas y franciscanos se implicaron hasta tal punto con el pensamiento solidario-comunitario indígena (perfectamente compatible con determinada lectura del Evangelio) que apoyaron las alianzas indígenas para la resistencia y para que los pueblos originarios tuvieran una voz independiente en la incipiante sociedad criolla.

 b) Los religiosos "intelectuales"

     Larrañaga recorre la campaña, registra plantas medicinales, observa las variedades criollas de cultivos, se maravilla de las costumbres culturales diversas, se cartea con Europa, defiende las lenguas nativas y las bibliotecas públicas. Visita a Artigas en Purificación y describe su campamento-toldería. A su alrededor arde una revolución radical, montoneras y ejércitos se lancean y ametrallan, pero él se inclina ante una flor de coloraciones sorprendentes para registrar su forma antes que el tropel la aplaste.

     Convence a Artigas de los beneficios de la vacuna antivariólica, recién creada, y apoya su implementación tanto como la difusión "de las luces culturales" entre los pueblos federados. Después... dará una Misa de acción de gracias por la entrada de los invasores portugueses a Montevideo, será diputado en la Cisplatina, y ya bajo el gobierno de Rivera organizará la Escuela Lancasteriana, una especie de instrucción de tercera categoría para pobres, que no tiene nada del espíritu democrático de la Escuela de la Patria.

     Pero lo importante es que estos curas-enciclopedistas como Larrañaga funcionaron bien en el proyecto artiguista; no se les podía pedir además una adhesión política a la Liga Federal. Estos intelectuales de formación europea demostraron con su ejemplo la viabilidad y la fertilidad de un proyecto multicultural como el que Artigas impulsó.

c) Los curas "radicales"

     El padre Monterroso fue el secretario de Artigas más radical. El sí fue influido principalmente por las ideas de la Revolución Francesa. Redactó o ayudó a redactar algunos de los documentos más "jacobinos" de la Liga Federal. Tuvo una relación excelente con los portadores de la religiosidad sincrética indígena y afro, porque era tan tolerante en temas de religión como intolerante con las posiciones monárquicas.

     Jamás pidió clemencia para un prisionero realista. Al igual que el padre Fidel Maíz en el Paraguay de los López, pensaba que la mano de la Revolución era la continuación del brazo de Dios.

     Cuñado de Lavalleja, después de 1820 negó su adhesión incondicional a Artigas para salvar su propia vida, pero volvió a la carga montonera en las provincias argentinas cada vez que un caudillo levantaba la bandera federal.

     Regresó anciano a Montevideo, y allí sí, jugándose, reivindicó la época de Purificación.

d) Los curas gauchos

     El padre Acevedo acompañó a Andresito en toda su vida de campaña. El líder guaraní cristiano le llamaba "mi compañero".

     Fue detenido en 1819 por el ejército portugués a orillas del Río Uruguay y conducido a prisión en la Ilha das Cobras de Río.

     Amnistiado en pésimas condiciones de salud volvió a la Banda Oriental en 1822, el mismo año que Andresito moría en prisión. Nunca se recuperó.

     También por Andresito tenemos noticias del cura Tomás Gomensor (sin "o" final), tío del futuro presidente, hermano de otro cura muy reaccionario, lo cual demuestra que los vínculos de sangre no son ninguna garantía.

     El cura oriental Gomensor era tan conocido por las ideas patrióticas que difundía en su modesta parroquia que fue invitado por Andresito a predicar en Misiones, en los pueblos de indios. En Villa Soriano había asentado en 1811, en el libro parroquial, la muerte de la tiranía en la sección de "defunciones" y el nacimiento de la libertad en la sección de bautismos. Desde ese momento registraba nacimientos y defunciones de personas físicas con el encabezamiento: "año 1 de la libertad".

     Curas de vivac y montoneras, lectores del mensaje de un Cristo que habla del cielo de la gauchería, de una Virgen india y africana que es la tierra y las lágrimas del mar, estos curas fueron parte esencial de Purificación. Lejos del Vaticano y cerca de la gente bendijeron la unión de Artigas con Melchora Cuenca, rezaron a los espíritus del monte y abrieron surco para los curas que hoy comparten con el pobrerío la esperanza obstinada del evangelio popular.

     Además de la religiosidad, creo que es importante analizar el tema de género en el universo gauchesco.

     En sus libros sobre la historia de la sensibilidad en el Uruguay, Barrán habla de una etapa previa a ese "disciplinamiento" que va logrando poco a poco un Montevideo afrancesado en el siglo XIX; pero no explica de dónde provenía tanta libertad previa como la que gozaban las damas uruguayas todavía en 1850.

     Lo que ocurre es que las conquistas de género en Europa están muy distantes, todavía hoy, de la digna libertad que siempre gozó la mujer en las culturas originarias no imperiales. En la Banda Oriental de comienzos del siglo XIX no había muchas opciones: o los códigos coloniales opresivos de la ciudad, o la libertad del campo.

     Recordemos que por suerte los jóvenes son siempre jóvenes. Imaginemos a una jovencita asfixiada por los prejuicios y el autoritarismo de su entorno, angustiada porque sus padres decidían por ella quién sería su futuro esposo dentro de la reducida y muchas veces vetusta lista de candidatos disponibles en aquel Montevideo colonial. Es muy lógico pensar que no tenía más venganza contra el destino que hacerse "raptar" por un paisano aindiado o mulato, y pasar a disfrutar la libertad de extramuros.

     Muchas veces volvía, después de su aventura, al mundo "civilizado". La ciudad aceptaba sus protestas de inocencia mancillada, y ella humildemente expiaba sus pecados, aunque una fugaz sonrisa, una rápida mirada cómplice la vinculara todavía ocasionalmente a aquel mozo que a veces llegaba de campaña cargado de frutos del país.

     Sí; el campo era un buen lugar. El machismo del peón rural es algo muy posterior, y tiene que ver con las relaciones dinerarias, con los salarios masculinos jerarquizados. En el mundo rural de Artigas las mujeres gozaban de una libertad sorprendente y se movían, muy influidas por la racionalidad indígena, hacia una mayor igualdad. Porque cada uno y cada una elegía, en la diversidad, la cultura y la forma de vivir con la que más se identificaba. Eso era "promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable", como Artigas dijera en 1813; así fue, aunque perviva hasta hoy una estrecha comprensión de los textos artiguistas, una visión distorsionada que reduce el alcance de esta frase esencial.

     La violencia que a veces sufrieron las mujeres fue la propia de un mundo convulsionado donde delincuentes y salteadores sacaban provecho de la guerra y donde los ejércitos imperiales cumplían su función prevista de sembrar el terror. Pero en el mundo de la pradera hubo lanceras, estadistas y curanderas que fueron rodeadas de una aureola de gran admiración.

     Si no hubiera sido así no se podría explicar una tradición orientala y rioplatense que llega a pleno siglo XX de mujeres extraordinarias y libertarias, para sorpresa de Barrán, mujeres de las que aquí sólo enumeraremos unas pocas:

     - Petrona Rosende, poetisa del Montevideo artiguista, que exalta a Ansina (¡a un revolucionario negro!) en su poesía.

     - Guyunusa, dignidad y silencio en el cautiverio francés, exhibida como una fiera en París, paridora silenciosa de la niña charrúa que sería liberada finalmente en Lyon, en brazos de Tacuabé, cuando manos anónimas y solidarias permitieron la fuga de éste.

     - Felipa Gutiérrez, curandera que presenció el grito de Asencio, cebó mate en su rancho a Pedro José "Perico" Viera y criticó a Benavídez, pronosticando su futura deserción. Vivió 113 años y de anciana prendía velas a su hijo muerto en la guerra contra Aparicio.

     - María Aviará (China María) primera mujer caída como lancera en la carga de Bicudo en Paysandú en 1811.

     - Soledad Cruz, la lancera negra artiguista quien, según la leyenda, tenía amores con un lobizón que la protegía.

     - Sinforosa, la mujer que amó a Ansina y lo esperó hasta su muerte, manteniendo contactos permanentes con el Paraguay.

     - Juana Bautista, lancera de la Patria Vieja, famosa por su coraje, oriunda de Córdoba, que insultaba a los paisanos que retrocedían en combate.

     - La mujer de Francisco de los Santos, guaraní cristiana como él, quien crió a varios niños afroamericanos huérfanos.

     - Ana Monterroso que sufrió dignamente el cautiverio en Ilha das Cobras junto a su esposo Lavalleja, dio a luz en esas condiciones y no quebró sus principios ni siquiera la muerte en prisión de su pequeña hijita.

     - Victoria la Payadora, que en pleno sitio de Montevideo se acercaba a las murallas enemigas a cantar cielitos desafiantes.

     - Melchora Cuenca, paraguaya, que se vinculó al campamento artiguista del Ayui siendo adolescente porque su padre traía en su carreta víveres para Artigas enviados por la Junta del Paraguay. Después se casó muy joven con Artigas en Purificación (segundo matrimonio del Prócer, una vez anulado el anterior por demencia de Rosalía). Melchora fue madre de Santiago (1816) y María (1819). Tuvo desavenencias notorias con Artigas desde 1819; vivió a monte en 1820 porque los portugueses querían matar al hijo menor de Artigas; en la indigencia rechaza la ayuda de Bernardina Fragoso (la mujer de Rivera) y tiene conflictos familiares con Manuel Artigas; con su hija menor recorre Brasil y Entre Ríos, siempre perseguida (Santiago en cambio acepta finalmente el apoyo de Rivera). En 1829 Melchora se casa nuevamente con José Cáceres, natural de Entre Ríos ( ¿ocultó el hecho de que que Artigas todavía estaba vivo? ). Muere asfixiada, en circunstancias no aclaradas, varios años después. En la "Historia de Paysandú" de Schulkin (19) se insiste en que su sangre era española pura; es un error, pero tan poco relevante que no entraremos aquí en su análisis.

     - Antes de seguir enumerando aclaremos que la vida sentimental de Artigas, por lo que se sabe, tuvo las siguientes vicisitudes: a) un fogoso amor de juventud con una muchacha de Villa Soriano, Isabel, con quien tuvo hijos que después reconoció; b) un posible romance con una mujer charrúa, si es verdadera la conjetura de Maggi, otro hijo; c) un casamiento formal, arreglado según la tradición, con su prima Rosalía Rafaela Villagrán, otro hijo; pero Rosalía pierde la razón estando Artigas ya envuelto en el torbellino revolucionario y es cuidada por su madre, tía de Artigas; d) un romance fugaz con la pulpera Matilde Borda y otro del que nace probablemente María Escolástica Centurión; y f) finalmente Melchora Cuenca, mucho más joven, una relación con dos hijos que termina con desavenencias que se reflejan en las cartas de Artigas a familiares.

     En los treinta años finales en el Paraguay la tradición habla de su soledad total; Nelson Caula (19a) sin embargo sostiene sólidamente que tuvo un hijo allí: Juan Simeón Gómez. Recuérdese que entra al Paraguay a los 56 años de edad.

     Ansina en cambio, aparentemente, se comunicaba muy asiduamente con su mujer Sinforosa en el Norte de la Banda Oriental, y posiblemente haya existido alguna visita furtiva de ésta.

     Sigamos ahora con esta brevísima nómina de orientalas "emancipadas".

     - Concepción Padilla. Ya pertenece a una época posterior, pero era una mujer que mantenía la tradición libertaria. De vestido colorado seguía al ejército de Galarza gritando "viva Batlle", pero protegía a todos los niños ("los gurises no tienen divisa") y exigía comida para ellos en la olla del cuartel o el campamento.

     - Magdalena Pons, también continuadora de esa tradición de mujeres libres que viene del legado artiguista. Combatiente de Paysandú durante la gloriosa Defensa encabezada por Leandro Gómez (1864-65). Se disfrazaba para salir de la ciudad sitiada y hacer enlaces con los apoyos externos; tenía por entonces 22 años. Schulkin (20) nos recuerda que Magdalena tuvo una vida muy prolongada; terminó siendo maestra rural y ejerció también en Montevideo, en Paso de las Duranas, falleciendo en 1940.

     - Luisa Tiraparí. Esposa de un esbirro de Rivera célebre porque reprimió cruelmente a los indígenas en Santa Rosa del Cuareim, ella organizó ya viuda una propuesta solidaria y un reparto de tierras en San Borja del Yí (Durazno). Asesinada por militares uruguayos.

     - Doña Pulpicia (La madre de Aparicio Saravia) forjadora de hijos e hijas de indómito valor, involucrados en los cruentos conflictos brasileños y en las guerras civiles uruguayas.

     - La Gaucha Cisneros, humildísima mujer del Durazno, que en los años 40 del siglo XX (segunda Guerra Mundial) se destacó por sus sentimientos solidarios y su coraje en duelos criollos.

     - Isolina Luz, anciana negra que en zonas rurales de Cerro Largo, por 1920, hacía curas sorprendentes con yuyos y era una famosa partera que siempre andaba descalza ( "la energía viene de la tierra" ).

     Pero volviendo a los años de esplendor, Artigas fue acompañado por héroes y heroínas extraordinarios. Son los que menos aparecen en los libros de Historia; habrá que redescubrir las hazañas de Gorgonio Aguiar, Juana Bautista, Pedro Campbell, Andrés Latorre, Blas Basualdo, el cordobés Juan Pablo Bulnes...

     Y habrá que resignificar los símbolos. No se le escapó a sus contemporáneos que Artigas hubiera podido establecer la capital en el Montevideo amurallado o en la universitaria Córdoba, pero había elegido una humilde toldería llamada Purificación ("el Protector armó un pesebre para el nacimiento de la Patria", comenta al Padre Azevedo el cristiano Andrés Guacurarí).

     Pero Purificación puede ser visto como el pesebre, símbolo cristiano del nacimiento de Dios, o como el camino a la "Tierra sin Mal", la yvymarane'y de la religiosidad indígena, que pasa precisamente por la "purificación". En realidad fue y es ambas cosas. Y es también la reproducción de los precarios cobertizos, refugios en el Yí de los heroicos negros prófugos de 1803; y es la tradición gaucha, de clara raíz indígena, de ver en la Cruz del Sur la "huella del ñandú", la "ñandú guasú pyporé" que guía el camino errante de los pueblos de la pradera, y que brilla mucho más sobre los ranchos humildes de sus hijos.

     Hay que recuperar los símbolos. El primer corazón charrúa caído por la libertad se hizo pájaro churrinche, guyrapytá, y su libre vuelo sólo se detuvo cuando el proyecto artiguista lo convocó de nuevo al suelo de la patria; entonces el pájaro-símbolo descendió, y la roja diagonal de su descenso fue registrada en una de las banderas de Artigas. Innumerables leyendas hablan de este símbolo, al que a veces se incorpora la flor del ceibo como reencarnación del alma doliente de la mujer charrúa.

     Sí, todo esto ocurrió en los tiempos mágicos de Purificación.

     "Por aquellos tiempos, dice Bauzá, este pueblo cuyo nombre fue ideado por el Padre Monterroso contaba con unas doce casas particulares hechas de terrón y paja, con puertas y ventanas de cuero, según el modelo tradicional adoptado por los campesinos uruguayos" (cita tomada de la "Breve Historia de Salto", ya citada).

     Compárese este texto con descripciones de Larrañaga sobre la manera austera, indígena, en que vivía y vestía Artigas y se verá que todo coincide; todos vieron esa aparente pobreza (a los ojos europeos) esa forma de ser sencilla que tanto ridiculizaron los hermanos Robertson cuando llegaron a Purificación a entevistarse con el Protector de los Pueblos Libres.

     La sorpresa de los Robertson es explicable. Ellos imaginaban previamente a Artigas como un típico oficial latinoamericano con uniforme vistoso lleno de entorchados y medallas, rodeado del boato y ceremonial de su Estado Mayor, sus sirvientes y ordenanzas. Pero aquel rancho de campaña y aquel humilde traje campesino, el trato horizontal y el mate de mano en mano no son la circunstacia sino la esencia; Larrañaga lo comprendió bien.

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Guillermo Font - ELECTRICISTA
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