El
1o. de Mayo:
Los mártires de Chicago
Más allá de jueces y
de horcas
Los que vencieron al silencio, con su voz
más poderosa que la muerte
por
Guillermo Chifflet (1)
"Si un individuo produce a otro un daño físico tal, que el golpe le causa la
muerte, llamamos a eso homicidio: si el autor supiera de antemano, que el daño
va a ser mortal, llamaremos a su acción asesinato premeditado. Pero si la
sociedad reduce a centenares de proletarios a un estado tal que, necesariamente,
caen víctimas de una muerte prematura y antinatural, de una muerte tan violenta
como la muerte por medio de la espada y de la maza; si impide a millares de
individuos las condiciones necesarias para la vida si los coloca en un estado en
que no pueden vivir, si los constriñe, con el brazo fuerte de la ley, a
permanecer en tal estado hasta la muerte, muerte que debe ser la consecuencia de
ese estado: si esa sociedad sabe, y lo sabe muy bien, que esos millares de
individuos deben caer víctimas de tales condiciones y, sin embargo, deja que
perdure tal estado de cosas, ello constituye, justamente, un asesinato
premeditado, como la acción del individuo, solamente que un asesinato más
oculto, más pérfido, un asesinato contra el cual nadie puede defenderse, que no
lo parece, porque no se ve al autor, porque es la obra de todos y de ninguno,
porque la muerte de la víctima parece natural y porque no es tanto un pecado de
acción como un pecado de omisión. Pero ello no deja de ser un asesinato
premeditado". Esta afirmación de Federico Engels apareció probada, con abundante
documentación -inclusive con testimonios tomados de documentos oficiales- en
1845. En Nueva York la edición de la obra de Engels ("La situación de la clase
obrera en Inglaterra"), se publicó por primera vez en 1885.
Un año después culmina, en Estados Unidos, la lucha por la jornada de ocho
horas. Antes del crimen de mayo, Chicago -donde dominaba el estilo de vida
capitalista- ya era ciudad de mártires. Muchos obreros partían hacia el trabajo
a las cuatro de la mañana y regresaban a las siete u ocho de la noche o aun más
tarde, de modo que jamás veían a sus hijos y mujeres a la luz del día. Su
trabajo se acumulaba en manos de los patronos (Chicago ya era la segunda ciudad
de los Estados Unidos), mientras miles de obreros carecían de lo indispensable
para una vida decorosa.
Del dolor a la esperanza
Hacia 1873 la situación económica ahonda las angustias; llegan los "años
negros". Pero el dolor necesita esperanzas y la esperanza organización. Se
forman numerosos grupos para luchar por las ocho horas y los Caballeros del
Trabajo declaran, en 1874, que se esforzarán en obtener sus demandas "mediante
la negativa a trabajar más de ocho horas".
La crisis precipita decisiones. La conciencia obrera avanza y consolida el
método: ahora la lucha por las ocho horas aparece ligada, otra vez, a la idea de
la huelga general.
Los conflictos se suceden, alternándose con derrotas obreras. En 1877 en
Pittsburg, se detienen los ferrocarriles: sus obreros exigen las ocho horas. La
huelga se prolonga, la furia crece con el hambre, pero finalmente triunfan los
que cuentan con el respaldo de las armas e imponen la paz del régimen: los
obreros son vencidos.
Pero las olas siempre vuelven. En Pittsburg mismo, sobre el recuerdo de la
sangre nace y crece la Federación Of Trade Unions, que se convertirá luego en la
Federación Americana del Trabajo (AFL). Esta, en su segundo congreso, hacia
finales de 1882, reinicia la lucha. En representación de los trabajadores de
Chicago la Asamblea de sindicatos maneja algunos argumentos que encontraremos
esgrimidos luego en otras latitudes, inclusive en Uruguay, frente a la
persistente oposición de algunos legisladores y patronos. La jornada de ocho
horas -se explica- aligerará el fardo de la sociedad dando trabajo a los
desocupados, disminuirá el poder del rico sobre el pobre, no porque el rico se
empobrezca sino porque el pobre mejorará. Creará las condiciones necesarias para
la educación y el mejoramiento intelectual de las masas (...) estimulará la
producción y aumentará el consumo de bienes de las masas, hará necesario el
empleo cada vez mayor de máquinas para economizar la fuerza de trabajo.
Las organizaciones obreras solicitan a los partidos; (los mismos de hoy,
Republicano y Demócrata) que definan posiciones.
En noviembre de 1884 en el Congreso de AFL se reconoce el fracaso de las
gestiones ante las organizaciones políticas y como consecuencia, muchos
militantes obreros sostienen que se obtendrá más por presión directa sobre los
patronos. Se abre camino la idea de una acción sindical unánime. Finalmente, las
organizaciones de trabajadores de Estados Unidos y Canadá resuelven, en 1884,
que "la duración de la jornada de trabajo desde el 1º de mayo de 1886 será de
ocho horas". Y recomiendan a las organizaciones sindicales hacer promulgar leyes
acordes con esta resolución a partir de la fecha establecida, invitándose a
participar en el movimiento a los Caballeros del Trabajo.
Primavera de la fraternidad
Aparece así, pues, por primera vez la idea: hacer del 1º de mayo una jornada de
reivindicación obrera unida a la reivindicación de las ocho horas ¿Por qué el 1º
de mayo y no otro día? El historiador Maurice Dommanget, aceptando al socialista
Gabriel Deville, lo explica: esa fecha correspondía, en América del Norte, al
comienzo del año de trabajo y a partir de ella se efectuaban, masivamente, las
contrataciones de servicios.
Más allá de la explotación, la unidad en la decisión de luchar enciende la
esperanza de los trabajadores; aquella es una primavera de la fraternidad se
preparan folletos, periódicos, mitines explicándose los motivos de la lucha, que
avanza en la conciencia de la clase obrera. En la primavera del 85 la
Fraternidad de Carpinteros organiza el movimiento de las ocho horas en toda la
costa del Pacífico. La Cámara sindical de los Carpinteros y Ebanistas de Chicago
anuncia que el 3 de mayo comenzará "la jornada normal de 8 horas"; sus
integrantes se comprometen a paralizar el trabajo en todos los talleres en los
que no se aplique la jornada de ocho horas. La senda está trazada.
Llega un abril violento. Se extienden las huelgas, a veces acompañadas de
enfrentamientos con las "fuerzas del orden".
Las llamas de la cuestión social iluminan al presidente Clevelan, que reconoce
ante el Congreso: "las relaciones entre capital y trabajo son muy poco
satisfactorias y esto, en gran medida, gracias a las ávidas e inconsideradas
exacciones de los empleadores".
Treinta y dos mil obreros, en especial mineros de Virginia, conquistan en la
lucha la jornada de ocho horas.
Frente a frente
Dos enfoques dos concepciones, se enfrentan. Por un lado la AFL, cuyos
dirigentes no están aún comprometidos con intereses ajenos a los trabajadores
(no son los "césares de paja" o "déspotas benévolos" de que hablará luego Harold
Laski con precisión). Por otra parte los patronos, cuyos voceros hablan sin
ambages. El Illinois State Registrer dirá, por ejemplo, que la lucha por las
ocho horas es "una de las más consumadas sandeces que se hayan sugerido nunca
sobre la cuestión laboral". Y agregará: "La cosa es realmente demasiado tonta
para merecer la atención de un montón de lunáticos. Y la idea de hacer huelga en
procura de ocho horas es tan cuerda como la de hacer huelga para conseguir la
paga sin cumplir las horas de trabajo".
El New York Times dirá que "las huelgas para obligar al cumplimiento de la
jornada de ocho horas pueden hacer mucho para paralizar la industria, disminuir
el comercio y frenar la renaciente prosperidad del país". El Philadelphia
Telegram, a su vez: "el elemento laboral ha sido picado por una especie de
tarántula universal: se ha vuelto loco de remate. ¡Pensar en estos momentos,
precisamente, en iniciar una huelga por el logro de las ocho horas!". Y el
Indianapolis Journal: "los desfiles callejeros, las banderas rojas, las fogosas
arengas de truhanes y demagogos que viven de los ahorros de los hombres honestos
pero engañados, las huelgas y amenazas de violencia señalan la iniciación del
movimiento".
Primeras victorias
Al fin, amanece. El 1º de mayo de 1886 las manifestaciones confirman la voluntad
obrera: "Ocho horas de trabajo. Ocho horas de reposo. Ocho horas para la
educación. A partir de hoy ningún obrero debe trabajar más de ocho horas por
día".
Cinco mil huelgas, trescientos mil huelguistas, iniciarán la cuenta regresiva
hacia otra época. "En los mitines de Nueva York -explicará Martí en sus
crónicas- denuncian con renovada ira los mismos males que creían haber dejado
tras sí". Obreros de la construcción, ebanistas, barnizadores, obtienen la
jornada de ocho horas sobre la base del salario mínimo. Panaderos y cerveceros
diez horas, con aumentos de salarios. Así en diversas ciudades. En total,
125.000 obreros, después de su labor comienzan a ver a sus hijos con luz
natural. A fines de mayo serán 200.000. Poco después un millón. Comienza la
victoria de la unidad.
La jornada fue sangrienta en Milwaukee, donde el movimiento creció con la fuerza
del mar.
Las autoridades enviaron refuerzos policiales, hubo choques; una descarga de
fusilería alcanzó a manifestantes obreros; desde la columna responden con
piedras. Mueren nueve obreros.
En Chicago, el 3 de mayo la tragedia es mayor. La realidad de esta ciudad era
todavía más crítica: a pesar de sus luchas los obreros vivían en peores
condiciones; trabajaban de catorce a dieciséis horas por día, carecían de
alojamiento, el costo de vida abrumaba los salarios. La generalidad de los
empleadores -explica Dommanget- tenían mentalidad de caníbales. Los periódicos
afirmaban que era necesario curar a los trabajadores de su orgullo. El Chicago
Tribune dijo: "la prisión y los trabajos forzados son la única solución para la
cuestión social".
Los hechos auspician la maduración de la conciencia. Como siempre, "las
devociones se gestan al calor del ambiente". En Chicago además desplegaban su
acción núcleos y periódicos que enjuiciaban la realidad social. El Arbeiter
Zeitung, editado en alemán, estaba dirigido por Auguste Spies. "Cuando arengaba
a los obreros -dirá Martí de él- no era hombre lo que hablaba sino silbo de
tempestad".
Su patria la humanidad
El Alarm, semanario inglés, tenía como redactor jefe a Albert Parsons,
norteamericano a quien sus amigos socialistas habían propuesto su candidatura a
la presidencia de la República. "Creía en la humanidad como único Dios", dirá de
él Martí en La Nación de Buenos Aires. Y recordará "su palabra encendida", "como
a latigazos", así como la de su mujer, que "solía, después de él, romper en
arrebato discurso", con tanta elocuencia que pintaba "como jamás se ha logrado,
el tormento de las clases abatidas".
Dommanget explica que en torno a estas publicaciones y a ocho o diez grupos que
alcanzaban a casi dos mil miembros, se prodigaba sin límite todo el núcleo de
brillantes militantes anarquistas, agitadores con alma de apóstoles. Entre ellos
William Holmes, autor de diversos folletos, Samuel Fielden, obrero textil,
George Engel, Louis Lingg, Adolfo Fischer y Oscar Neebe (que estarán entre los
mártires) y otros luchadores infatigables.
Los trabajadores de Chicago respondieron en gran número al llamamiento de sus
organizaciones. Días después del primero de mayo quedaban aún 35 a 40 mil
huelguistas. Otros sectores enfrentaban el cierre patronal o el despido.
La fábrica de máquinas Mc Cormick despidió a 1200 obreros reemplazándolos
parcialmente por rompehuelgas.
Los fusilados
El 3 de mayo los huelguistas fueron a la salida de la empresa a escarnecer a los
amarillos. "Allí estaba la fábrica insolente empleando, para reducir a los
obreros que luchan contra el hambre, a las mismas víctimas desesperadas del
hambre", relatará Martí. Hubo choques con la policía. Cinco muertos y cincuenta
heridos; todos obreros. Spies denunciará en el Arbeiter: "ayer frente a la
fábrica Mc. Cormick han fusilado a los trabajadores". Se convoca al pueblo al
mitin de protesta en Haymarket: la plaza del mercado de heno. A último momento
la manifestación toma carácter pacífico, recomendándose a los trabajadores que
concurran sin armas. Ante 15.000 personas hablan, Spies, Fielden, Parsons.
(Este, demostración de que no se esperaban incidentes, había concurrido al mitin
con su compañera y dos hijos pequeños).
Cuando la multitud se retiraba irrumpió la policía y atacó a los manifestantes.
Una bomba cayó entonces en filas policiales y dos agentes mueren en el acto;
seis más tarde.
La policía dispara sobre la muchedumbre: caen cincuenta, muchos heridos de
muerte.
Después, la historia de tantas latitudes: se declara estado de sitio. Todo el
equipo del Arbeiter es detenido. Se apresa a Spies, Fielden, Neebe, Fischer,
Schwab, Lingg, Engel, y se prepara una condena ejemplar. Parsons, que se había
refugiado en casa de amigos se presenta ante los jueces para compartir la suerte
de sus compañeros. "Si es necesario -dirá- para subir al cadalso por los
derechos del trabajo, la causa de la libertad y el mejoramiento de la suerte de
los oprimidos".
El proceso será una farsa. "Es verdaderamente difícil leer los informes sin
sacar la conclusión de que fue la más monstruosa caricatura de justicia que haya
sido dado ver jamás en un tribunal americano", dirá el historiador Morris
Hilquit.
Los jueces y parte
El primer paso fue la elección de un jurado adicto a los patronos. Luego, el
propio ministerio público preparó los falsos testimonios. No había existido la
menor participación de los inculpados en el atentado. Pero uno de los jurados,
cuando se le argumentó la inocencia de los acusados confesó: "Los colgaremos lo
mismo. Son hombres demasiado sacrificados, demasiado inteligentes y demasiados
peligrosos para nuestros privilegios".
El 20 de setiembre la Corte Suprema no acepta anular la sentencia por vicios de
forma. En la antevíspera al ajusticiamiento muere Lingg. Muchos años después
Gregorio Selser afirmará, con testimonios, que Lingg fue asesinado en prisión.
Lucy Parsons publicará, más tarde, las últimas palabras de los militantes
obreros. En el minuto de los adioses habrá escenas desgarradoras. La propia Lucy
Parsons suplicó ("con palabras que enternecerían a las fieras") que le
permitieran ver a su compañero. Se le negó la visita. El juez, Oglesby, desechó
protestas de diversos lugares del mundo.
Muda, la cárcel entera ("algunos orando, asomados a los barrotes") escuchó a
Engel recitar -cómo afirmación de fe en las nuevas ideas- un poema
revolucionario de Heine. Ante las guardias que no alcanzan a comprender las
razones de su serenidad, Fischer dirá: "Este mundo no me parece justo y batallo
ahora muriendo para crear un mundo justo".
Schwab dirá: "No se ha hecho justicia ni podrá hacerse, porque cuando una clase
está frente a otra es una hipocresía su sola suposición".
Fischer afirmará un testimonio que ratifica la historia de múltiples países: "En
todo tiempo los poderosos han creído que las ideas de progreso se abandonarían
con la supresión de algunos agitadores". Y luego: "no soy criminal y no puedo
arrepentirme de lo hecho. ¿Pediría perdón por mis ideas, por lo que creo justo y
bello?".
Spies, a su vez, saludará -con voz que atravesará los siglos- "al tiempo en que
nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces, que ahora ahoga la
muerte".
El día de la ejecución -explican calificados cronistas- obreros sollozaban como
niños. Seis mil personas siguieron a los féretros bajo banderas rojas.
Tiempo después, John Altgeld, un hombre íntegro denunció las irregularidades e
infamias del proceso, probando que el fallo se dictó "cumpliendo órdenes".
Fielden, Neebe y Schwab, que llevaban ya doce años de prisión, volvieron a unir
esperanzas con los suyo. Cada primero de mayo se renueva, en el mundo, el
recuerdo a los muertos y los presos de mayo del 86. Poco después, en 1889, la
Internacional Socialista decidirá organizar una gran manifestación mundial en
fecha fija, el 1º de mayo, para intimar a los gobiernos la reducción de la
jornada de trabajo a ocho horas. La decisión afirmará, en la memoria obrera, el
recuerdo de los mártires. Superada esa conquista, cada 1º de mayo será un día de
reafirmación, de protesta. Y la confirmación -segura- de una gran esperanza.
(1) Este artículo fue publicado en el
Semanario CONVICCION (clausurado por la dictadura militar en 1984 por anunciar
el retorno al país de Wilson Ferreira Aldunate) con motivo del 1º de Mayo del
citado año. En ese entonces Guillermo Chifflet, junto a tantos otros queridos
compañeros y compañeras, participaba en la Comisión de Estudios Económicos,
Sociales y Sindicales (CEESS), que presidida por José D´Elía, funcionaba desde
su constitución en la antigua sede de la Rel-UITA de la calle Minas en
Montevideo.
Rel-UITA Secretaría Regional Latinoameric ana de la Unión
Internacional de Trabajadores de la Alimentación, Agrícolas, Hoteles,
Restaurantes, Tabaco y Afines.
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