vecinet No. 1.094 – Especial 19 de ENERO 2016

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que el nuevo año nos encuentre con fuerzas

para emprender más proyectos y realizaciones.

2016 ESPERANZA ACTIVA PARA UN MUNDO EN PAZ

 

(Misiones-Argentina) Hallaron una carta firmada por Andresito Guacurarí
http://misionesonline.net/2015/12/22/hallaron-una-carta-firmada-por-andresito-guacurari/
     En medio de la remodelación de una casa, hallaron un documento firmado de puño y letra por Andrés Guacurarí, el 25 de diciembre de 1815 en Candelaria. La pieza fue recientemente hallada por el reconocido artista misionero Gervasio Malagrida, quien lo encontró en medio de una remodelación de su casa familiar en Posadas. “Estimamos que se trata del único original firmado por Andresito que existe en Misiones, puesto que Aníbal Cambas (su abuelo) fotografió en la década del 1930 gran parte del material documental que es utilizado como fuente hasta la actualidad”, explicó Silvia Gómez, responsable del Archivo Histórico Municipal de Posadas...
Andresito (Andrés Guacararí o el Coronel Andrés Artigas) http://www.chasque.net/vecinet/andresit.htm
     Las dimensiones de la personalidad de Blas Basualdo eran tan notables, que se hacía difícil hallarle sustituto. Quien lo hiciera, debía desarrollar los planes políticos del Protector de los Pueblos Libres, en particular en las Misiones...
(VIDEO) Buscando al Comandante Andresito https://www.youtube.com/watch?v=gXtT968p7V0
(VIDEO) Caudillos -01 José Gervasio Artigas https://www.youtube.com/watch?v=f3o17jzHISE

Artigas y los Indios http://www.chasque.net/vecinet/arindios.htm

Guarinismos en la Banda Oriental http://letras-uruguay.espaciolatino.com/notas/guarinismos.htm

 

Las mujeres ¿dónde estaban?

 
14- El Boston(*)
     por María Julia Alcoba Rossano [vecinet]
     La Unión Obrera Textil estaba en el local de una antigua pizzería, en la calle Fraternidad, en el barrio Conciliación. Eran dos habitaciones donde se amontonaban carteleras, pinceles, tarros con engrudo, diarios para hacer planograf, estandartes usados con textos que se volvían obsoletos rápidamente. Los nuevos aconteceres sindicales se vivían de prisa. De las paredes colgaban piolas, donde se ponían a secar los nuevos carteles. Algunas pocas sillas, bancos largos encimados, contra la pared, completaban aquel desorden.
     Aquí entrábamos por primera vez todos los que queríamos enterarnos del sindicato, del salario mínimo, de las categorías del último convenio y buscar a alguien que fuera a la puerta de la fábrica el día de cobro, para que nos ayudara a descubrir las diferencias mirando el sobre del sueldo. Así empezamos a querer aquel lugar que se llamaba Sindicato. En época de conflicto siempre había mucha gente, casi funcionaba en la vereda, no cabíamos, cada día éramos más. Corría el año 1954.
     Algún domingo, cuando había Asamblea General, la asamblea grande del gremio, se alquilaba otro local. Casi siempre se hacía en el barrio del puerto, en la Ciudad Vieja. Calles angostas, húmedas y oscuras, se llenaban de risas y colores al pasar las compañeras textiles que por decenas iban llegando desde el Cerro, La Teja, Maroñas. Desde los bares, los parroquianos salían a mirarlas como si fuera un espectáculo dominguero. Parecía que esas mujeres iban oxigenando el barrio; mujeres obreras de todas las edades, que caminaban por las aceras a paso firme. El ruido de tantos pies hablaba de luchas que se avecinaban.
     El Boston era un viejo club de boxeo que estaba en la calle Piedras y Yacaré, donde a veces nos estremecía el pitar de los barcos de ultramar, saludando a Montevideo al llegar o despidiéndose de ella al irse. Olía a viejas cervezas derramadas en el suelo de madera y a tabaco. Tenía una claraboya con vidrios oscurecidos por el hollín, que alguna mañana dejaba entrar un rayo de sol.
     El ring de madera estaba situado en medio de la sala. Los dirigentes del gremio subían a él voleando la pata entre las cuerdas y llevando su propia silla. Una mesa del bar, que era traída en alto por algún voluntario, completaba el escenario. La única luz eran los cuatro focos que iluminaban al ring: los actores eran ahora nuestros dirigentes.
     El aire se iba enrareciendo, mientras se llenaban los asientos y se oscurecían más los rincones por el humo. Con el Boston de bote a bote, un tamborileo de dedos y pies nerviosos, anunciaba que queríamos escuchar pronto a la Comisión Directiva dando las noticias de la marcha del conflicto.
     Estas fueron mis primeras asambleas, y las vivía como un espectáculo. Aún no entendía muchas palabras del argot sindicalero, «moción de orden», «vamos a pasar a cuarto intermedio», pero como nunca tuve problema en preguntar, me fui enterando de lo que significaban y me fui apropiando de esa forma tan rara de hablar, que después hice mía.
     Completaba el espectáculo la parte oratoria. Me llamaba la atención la admiración que se tenía por Héctor Rodríguez y por Eusebio Caetano y el respeto con que se escuchaban sus intervenciones.
     Héctor, además de sus ocho horas diarias en el telar, tenía formación universitaria, por lo cual conocía los dos lenguajes. Hablaba sencillo y muy claro.
     Algunas mujeres, muy pocas, subían al ring para hablar. Sin embargo siempre había una en la mesa de la asamblea sacando actas.
     Las que se atrevían a hablar eran Blanca Peralta o Delia Maldonado. Se destacaba Irene Pérez por un muy buen manejo de la palabra. Yo en esa época no me daba cuenta aún: Irene era una militante política muy disciplinada, era más política que sindicalista, esa era la diferencia.
     De esos hombres y mujeres, aprendí mucho en cada asamblea. Fueron mis tempranos ídolos. Idealicé mis primeros años sindicales; para mí, mi Sindicato era el más combativo y no aceptaba bromas de ningún compañero sobre la honestidad de nuestros dirigentes.
     El sindicato era la única forma de lucha que conocía. No conocí otra, hasta que llegaron a mis manos algunos libros. La madre, de Gorki, recuerdo que me lo dio Blanca, despertó en mí nuevas inquietudes.
     Descubrí que no bastaba «ir pa’ delante», solamente, como decíamos en la fábrica. Yo quería saber qué era «táctica sindical» y qué era «estrategia frente a la patronal». Me empecé a reunir con algunos anarcos de mi fábrica, los amigos que me abrieron las puertas de la gran Biblioteca Popular del Cerro, allá donde se encuentran las calles República Argentina y Chile. [vecinet]
 
15- Después de la huelga(*)
     por María Julia Alcoba Rossano [vecinet]
     En los acuerdos, entrábamos a trabajar todos los despedidos.
     A mí me tomaron como si fuese nueva: cuando había entrado a Lana Uruguaya tenía sólo trece años, y no estaba permitido por la ley que trabajaran niños menores de catorce años.
     Nosotros transamos, pero a los dos meses me suspendieron por falta de trabajo, hasta nuevo aviso, y no me volvieron a llamar. Lo peor es que yo tampoco había cumplido las cien jornadas de trabajo como nueva: la suspensión fue una trampa y caí en ella. No tenía derecho a reclamar mi puesto de trabajo. El sindicato recién salía del desgaste de la huelga y me tuve que aguantar en el molde.
     Era muy común que te tomaran y te suspendieran «momentáneamente por falta de trabajo» antes de cumplir las cien jornadas de trabajo. A las dos o tres semanas te volvían a tomar y así hasta por dos años. Con esto impedían que te convirtieses en un trabajador efectivo y te mantenían en una situación de inseguridad laboral constante.
     Seguí militando en el sindicato, aunque me costó mucho volver a trabajar en la industria; quedé en «la lista negra».
     Hacía limpiezas en casas de familia y de tarde me iba al sindicato, donde tenía mis amigas y compañeras. Luego empecé a trabajar en pequeñas fábricas de tejidos de punto, cuando quedaba cesante volvía a hacer limpiezas.
     No perdí contacto con el gremio. Trabajé con Delia en la organización del Sindicato de Tejido de Punto. Era muy difícil, eran fábricas muy pequeñas; teníamos que ir a la puerta de cada fábrica y hablar una por una con las obreras.
     Tuve la suerte de acompañar a Emilio Deconcilis y a Héctor Rodríguez en las primeras reuniones de la Asamblea Consultiva Pro Central Única, en los locales de la Federación de la Bebida y de la Federación de la Carne, donde participaban todos los sindicatos.
     Marchábamos hacia la unidad de toda la clase obrera, Autónomos y de la Unión General de Trabajadores, con recelo, pero marchábamos juntos, organizando los primeros paros unitarios de toda la clase obrera montevideana. Todo el conjunto de los trabajadores....y las mujeres también.
     Yo seguía sin trabajo fijo. Hacía poco había muerto mi padre. Mis hermanas se habían casado, quedé sola con mi madre y había deudas en casa. Ese tiempo lo viví como un desborde de actividad, pero mi madre sabía que yo igual traía el salario a casa y eso me permitía cierta independencia.
     -Sos igual que tu padre -decía, por mi militancia. No sé si le agradaba o le disgustaba, pero yo sentía su apoyo silencioso.
     En 1957 acepté invitaciones de los compañeros de la Juventud Socialista, que trabajaban por la formación de los sindicatos agrícolas. Así conocí Paysandú, Artigas y Treinta y Tres.
     En 1958 empecé a trabajar fija en SADIL. Allí trabajé diez años, de los cuales ocho fui delegada. Vinieron las ocupaciones de la fábrica, en lucha contra la desocupación.
     La crisis de la década del 60 empezaba a hacer estragos y la lana se iba del país sin industrializar. La política del gobierno fondomonetarista se hizo notar enseguida. Nos entregaron atados de pies y manos al mercado norteamericano. Esto tuvo durante varios años en lucha al gremio textil entero, en el intento infructuoso de defender la industria nacional.
     La ocupación de fábricas, del 64 al 68, fue un ejemplo de militancia de las mujeres.
     Horas en la fábrica ocupada, sin ganar dinero, las máquinas paradas, la fábrica fría. El gremio en pie de lucha. Yo me había casado y ya tenía dos hijos. Las mujeres éramos la mayoría, nos turnábamos para ir a casa, atender a los hijos y a las tareas del hogar y volvíamos a entrar a la fábrica a seguir la huelga de brazos caídos. Duró mucho tiempo.
     Discusiones, asambleas y marchas que sólo sirvieron para fortalecer al gremio, y nada más, porque todo se jugaba en la política nacional, y nosotros no decidíamos, estábamos lejos de la política. Algunas de las fábricas, inevitablemente, cerraron y se fueron los capitales del país.
     En esa época escribí mis primeros artículos en Liberación, una publicación de dos hojitas que sacábamos en la Agrupación Textil del departamento sindical del Partido Socialista, en Montevideo.
     Vino la desocupación. Estuve largos períodos en el seguro de paro, y luego nos ofrecieron el despido, que al fin acepté, en el 70 y me alejé de la industria.
     Siempre mantuve la actividad sindical, pero me metí más en la tarea política, en el Partido Socialista y en el Frente Amplio, que en ese momento se creaba.
     Nunca fui rentada ni en la actividad sindical ni en la política, tal vez salieron muchos pesos de mi flaco bolsillo para una lucha con la que me sentía totalmente comprometida, como todos los militantes sindicales de esos años. Vivía apasionadamente los acontecimientos, en un aprendizaje permanente. Todos aprendíamos e íbamos modificando nuestra vida personal en la medida en que empezábamos a participar en la vida colectiva.
     Fueron los mejores años de mi juventud. [vecinet]
(*) De su libro "Las mujeres ¿dónde estaban?" Publicación en vecinet autorizada por María Julia.

Leer cuentos anteriores "Un gremio de mujeres  /  El robo" http://www.chasque.net/vecinet/noti1093.htm#mujeres

 
Capítulos del libro ya publicados en vecinet
 0- ¿Dónde estaban las mujeres en los momentos de lucha? http://www.chasque.net/vecinet/noti1078.htm#mujeres
 

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