Serie: Freudiana (XXXVI)

De la teoría a la ideología: problemas
La actuación ideológica

Saúl Paciuk

 

En el marco de un recordatorio y homenaje a Willy Baranger, parece pertinente repensar un singular y muy agudo aporte suyo a la reflexión acerca del lugar de las ideologías en la práctica psicoanalítica. Un tema al que, por un lado, se le reconoce una gran importancia y que, por otro, no recibe la atención que esa importancia ameritaría.

Seguramente estaremos de acuerdo en que las razones que contribuyen a este "descuido" son complejas y el propio Baranger considera algunas en este artículo. Y seguramente también acordaremos en que la actualidad del tema sobrevuela los tiempos, lo cual, a mi juicio, hace de interés su replanteo en esta oportunidad.

 

La actualidad del tema

Willy Baranger se refirió a la ideología en un contexto práctico. Su artículo, llamado "Interpretación e ideología. Sobre la regla de la abstención ideológica", fue presentado en un simposio en la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1956, hace ya casi 40 años, precisamente en los momentos inmediatos a su venida al Uruguay, junto con Madeleine, para radicarse y dar inicio a la tarea de constituir nuestra Asociación Psicoanalítica. Este artículo nos habla entonces también, acerca del contexto conceptual que Willy Baranger aportaba a nuestra naciente institución.

Pero no solo la importancia y actualidad del tema me mueven a proponerlo. También lo hago porque considero que es un ejemplo de lucidez conceptual y de claridad expositiva. Se trata de un pensamiento abierto, que plantea problemas y evita dar consignas y que mueve a que sea discutido, ventilado. Es que en esas páginas y tal como lo hizo todo el tiempo que lo conocimos, Baranger sustenta y expone sus ideas -y tomo exponer en el sentido fuerte del término- con pasión y provocación.

En este artículo propone lo que llama una "regla de abstención ideológica". Plantea su necesidad, sus alcances y sus límites, siguiendo lo que se perfila como un movimiento dialéctico en el cual, sucesivamente, formula la regla, la muestra como inaplicable, y luego señala los inconvenientes de no aplicarla para, finalmente, esbozar salidas.

A la actualidad e importancia del tema se suma entonces que el artículo es un hermoso ejemplo del modo de ser y de enseñar de Willy -permítanme que, amparado en la amistad que tuvo con nosotros, lo llame así. Precisamente, por ese modo de ser y enseñar es que Willy está tan vivo en nosotros, vivo en el pensamiento y el quehacer de todos los que hallamos en su obra y en su persona, una impar fuente de aliento e inspiración.

 

Interpretación e ideología

Me parece conveniente comenzar con un resumen del artículo. Baranger manifiesta que quiere llamar la atención sobre una situación que es origen de dificultades importantes en la práctica del psicoanálisis. El problema es que generalmente se sostiene que el analista en su tarea debe cumplir con una cierta "regla de abstención ideológica", pero esa regla resulta ser "estrictamente inaplicable".

Baranger diferencia el problema de la ideología, del que plantea la actuación "pedagógica" poniendo entre comillas, el término pedagógico. Se trata de la conveniencia de evitar interpretaciones que impliquen valoraciones o consejos, o en las que una conducta del analizando aparezca "incriminada como masoquista, neurótica, a evitar". Seguramente todos admitimos la justeza de este planteo, pero quizá corresponda que nos preguntemos si el inconveniente de esta conducta radica en lo que ella tiene de pretendidamente pedagógico, o si más bien debemos subrayar lo de "actuación" como fuente de sus inconvenientes, dado que, como es aceptado, las actuaciones integran el grupo de comportamiento de los cuales el analista debería abstenerse.

Otra de las abstenciones que deberían pautar el trabajo del psicoanalista se refiere a la ideología y Baranger nos ofrece una formulación de esta peculiar regla: "el psicoanalista debe abstenerse de toda influencia sobre el analizando en el campo ideológico". Agrega a modo de aclaración, que "debe evitar que sus convicciones propias en el campo religioso, político, filosófico, ético, etc, intervengan en el análisis de sus analizandos."

Páginas más adelante dará a esta regla un fundamento práctico, pero en este momento no indica cuál sería su razón, lo cual permite pensar que para Baranger su fundamento es obvio, que ella deriva de criterios generales aceptados tales como podrían serlo la exigencia de neutralidad frente al paciente.

 

Los límites de la aplicación

Al tiempo que define esta regla y afirma su existencia y la conveniencia de su observación, señala que ella es "estrictamente inaplicable". Esto último puede ser entendido de dos modos: a) que es inaplicable en forma estricta, b) que para nada es aplicable. Pero la contradicción se aclara cuando agrega que es "inaplicada de hecho" (lo cual hace suponer que para él estaría plenamente justificada de derecho), por una serie de razones que expone y entre las cuales cita:

1) La regla supone disociar un sector de la personalidad del analista, el que no podría separar "ser psicoanalista" y "ser hombre". Es decir, da por sentado que la ideología forma parte de la personalidad del psicoanalista.

2) Los conceptos que el psicoanalista utiliza en su trabajo no son independientes de sus otras concepciones ideológicas. Es decir, el psicoanálisis sería también una ideología y hay -o debería haber- una cierta coherencia interna en el analista, quien en alguna medida integra las diferentes ideologías que comparte o a las que adhiere.

3) Pero además, las ideologías aparecen en las propias concepciones del trabajo como psicoanalista. Baranger menciona un criterio de curación que estaría saturado de ideología y que transcribo: "Se dirá que el criterio de curación es adaptable a cada analizando, pero dudo que un analista se quede realmente satisfecho de haber conseguido, por ejemplo, la mejoría de un homosexual manifiesto mal adaptado en un homosexual manifiesto 'bien adaptado.'" Se ve claro aquí en qué medida el trabajo del psicoanálisis puede cobijar ideologías, aquí la que sostiene que el analista espera conseguir algo y quedar satisfecho si lo alcanza. Además, en este caso lo que se espera conseguir es ideológico, ello se ha vuelto evidente a raíz de los cambios que en han ocurrido precisamente en torno a la valoración (ideológica) de la homosexualidad.

4) La neutralidad exigible a la interpretación se ve cuestionada. Así por ejemplo, la interpretación tiene un sentido prospectivo innegable, puesto que "hace surgir posibilidades de porvenir y configura líneas de actuación." Es que si bien la interpretación no debe dirigirse a orientar al analizando, es inevitable que ella abra posibilidades de futuro.

5) Señala que "el mismo psicoanálisis es una ideología, en el sentido estricto y en el sentido amplio de la palabra." Lo sería al igual que toda otra ciencia, por disponer de un conjunto sistematizado de representaciones y además, por implicar una perspectiva sobre el mundo, directivas de acción y valores. Por ello, señala, "el psicoanalista actúa entonces en la interpretación apoyándose en una ideología (el psicoanálisis) y abogando indirectamente en favor de determinadas soluciones para el analizando (tratando de evitar ciertas soluciones "neuróticas)."

6) En todo caso, una cierta modificación ideológica en el analizando es un objetivo del psicoanálisis, como expresión de cambios en su super yo.

7) La propia interpretación es una relación ideológica, dice Baranger. Se sitúa al nivel del logos, interpretar consiste en "traducir algo pensado y vivenciado por el analizando en otro lenguaje más adecuado a su realidad interna". Este pasaje plantea una dificultad, porque si interpretar es una "traducción" que busca hacer conciente y si bien puede decirse que ella busca llegar al nivel de la idea (lo conciente), idea e ideológico no se analogan sin más. Sobre esto volveremos luego.

 

Los inconvenientes de la no aplicación

Ellos derivarían tanto de la posibilidad de una concordancia entre analizando y analista sobre la base de sus ideologías, como de una incompatibilidad entre esas ideologías.

Baranger menciona primero dos actitudes del analizando que provendrían del carácter ideológico que él le otorga a la interpretación: búsqueda de consejo y búsqueda de una normalidad superyoica. Se trataría en rigor de una misma actitud, soportada sobre la fantasía de que el analista espera que el analizando sea de una forma determinada, forma que el analizando quiere conocer o adivinar para conformarse según esa presunta expectativa. Lo cual se vuelve problema especialmente en el caso de que el analista "se siente con derecho a orientar al analizando" según sus propias posiciones ideológicas. Estaríamos aquí ante la aplicación de una especie principio inverso al de la neutralidad, de una especie de regla del sometimiento que acatarían, en forma concordante, tanto analista como analizando.

También puede darse una incomptabilidad ideológica entre analizando y analista y para Baranger caben aquí varias soluciones: acuerdo de ambos para abstenerse de entrar en zonas de litigio; que el analizando se base en la incompatibilidad para dar curso a su resistencia al establecer una "coraza ideológica" que lo llevaría a sustraer del análisis sectores de su persona; el sometimiento al analista disfrazado de identificación con él. Por estas u otras vías se estaría manteniendo secretas las posibles incompatibilidades y estableciendo así una contradicción dentro de la persona del analizando o bien configurando una especie de mutilación.

 

Soluciones posibles

Baranger propone "el análisis sistemático de las ideologías del analizando en términos de relaciones objetales y de tentativas de equilibrar las instancias psíquicas entre sí y con la realidad." Esto supone, agrega Baranger, analizar también la ideologización del análisis y del analista por el analizando, basada en la idealización del analista y también de su relación analítica.

Como el analista a su vez es analizando, está supuesta la disposición del analista al análisis sistemático de sus propias ideologías y del hecho de profesar ideologías. Por lo tanto esta propuesta de análisis incluye el de "la ideología psicoanalítica en los propios analistas" para evitar que ella se constituya, tal como otras ideologías, en un "sistema ideológíco parasitario." En cambio, el análisis de los aspectos ideológicos llevaría a "una mayor integración entre los sistemas no analíticos y el sistema analítico".

Este pasaje del artículo pone de relieve la génesis de la ideología al señalar la relación semántica entre ideología e idealización, al punto que Baranger afirma que "el análisis de las ideologías lleva, necesariamente, al de los objetos idealizados, es por identificación con éstos que a menudo se introyectan las ideologías." Por lo cual ese análisis permitirá que a la vez sean ubicados los correspondientes objetos perseguidores, la contrapartida de los idealizados. Es que, señala Baranger, la ideología no sólo expresa lo esquizoparanoide sino que también es expresión de lo depresivo, "ya que la ideología es un modo que se utiliza para elaborar" las angustias tanto depresivas como paranoides.

La meta del análisis en este aspecto podría ser formulada entonces como "la reducción de las ideologías a sus raíces vivenciales", lo que llevaría a la reconstrucción de los orígenes de la ideología en el analizando, al permitir describir "las fantasías básicas que se expresan en las ideologías".

Por esta vía podría llegarse a "una reestructuración ideológica en un nivel más evolucionado", de tal modo que el yo del analizando puede "elegir libremente posiciones más adecuadas.".

 

Comentarios

Deseo presentar ahora a la consideración de ustedes algunos comentarios al artículo.

 

1) El curso del pensamiento

El razonamiento expuesto en el texto insinúa un movimiento dialéctico, pero el mismo no se confirma y más bien el discurso se resuelve en una circularidad, yendo desde afirmar la necesidad de la regla hasta mostrar la imposibilidad de su aplicación y esta imposibilidad a su vez reafirma la necesidad de la regla. Ya que "La no aplicabilidad de la regla de abstención ideológica no significa que podamos -ni debamos- prescindir de ella", surgiría una tensión de la que no se sale. En consonancia con esta posición, Baranger expresa en una nota que aparece en una reedición posterior del artículo, que se trata para él de "una problemática abierta que no tengo, ni por asomo, resuelta".

Quizá una forma de explorar esta aporía sea replantear el problema de la ideología como tal y también lo relativo al psicoanálisis entendido como ideología. Para lo cual Baranger nos ofrece un punto de partida cuando señala que "La relación semántica de 'ideología' e idealización' no es nada fortuita: identidad de raíz en las palabras y en los hechos', agregando que "el análisis de las ideologías lleva necesariamente al de los objetos idealizados".

 

2) Conceptos: precisiones

Atender a la identidad de raíz nos lleva más lejos, a la idea y a la teoría, por lo que podemos comenzar buscando las raíces. En este punto parece conveniente tomar una precaución que nos ahorre el riesgo de ideologizar la discusión haciendo que las palabras digan lo que la tesis de cada uno necesita que ellas digan. Para ello, quizá sea operativo remitirnos a lo que dicen las "autoridades".

Según el Dictionnaire des racines de Grandsaignes d'Hauterive, la raíz weid- indica visión al servicio del conocimiento, derivando hacia sentidos tales como yo sé, aspecto, imagen, ver, idea. En griego dio origen a idein, ver y saber, y según el Diccionario Etimológico de Corominas, ella remite a eidon, yo vi (incluyendo el sentido de conocer, saber), abarcando la imagen (forma) ideal de un objeto, aspecto, forma distintiva, especie, apariencia sin particularidades.

En filosofía, para el Diccionario de Ferrater Mora, "idea" se usa sobre todo de tres modos: como entidad o contenido mental (psicología), como concepto (lógica), y se la equipara con una realidad (metafísica). Platón habla de la visión de la forma de una cosa como del espectáculo ideal de esa cosa, su modelo, es decir, las cosas en su estado de perfección, las cosas como tales, no una realidad sensible que solo muestra presencias unitarias, sino realidad inteligible que es la unidad de lo múltiple y lo sensible. Para la filosofía moderna, idea es todo objeto de pensamiento en cuanto pensado, opuesto por ello al sentimiento y la acción, y opuesto al modo de existencia que puede tener un objeto.

De acuerdo a Corominas, teoría para los griegos está próxima a idea. Aquella remite a contemplación, vista del espíritu, acción de observar un mundo o un espectáculo. Estos sentidos derivaron hacia "construcción intelectual", tomado el sentido de aquello que vincula fenómenos en un conjunto coherente. La teoría sintetiza el máximo de hechos en un cuadro racional en el cual hallan una interpretación coordinada, cuadro presidido por un principio general explicativo. Es interpretación, una construcción hipotética sobre asuntos controvertidos que se llega a verificar en la medida en que permite previsiones de hechos desconocidos aún. Pero todo el tiempo en que la teoría busca confirmaciones que la pueden afirmar como probada y aceptable, ella se presenta como una aproximación sujeta a revisión y cuestionamiento y en esto se le opone el conocimiento tenido por cierto.

La teoría se diferencia de la praxis en que pertenece al dominio de la especulación, no habla de experiencia directa de lo que es, sino de lo que podría ser. Se diferencia también del conocimiento vulgar, porque es una construcción metódica que no se apoya únicamente en el sentido común.

Posteriormente, hacia el 1500, el término idea da lugar a ideal, aquello que se opone a lo real: ideal es lo que satisface exactamente todas las condiciones de una idea, ideal es aquello que la razón reclama pero de lo cual la experiencia no presenta ejemplos, lo cual para Kant, habla de una escisión. El Vocabulario de Filosofía de Lalande sostiene que nombra lo que dará perfecta satisfacción a la inteligencia o al sentimiento, lo que uno se propone como tipo perfecto o modelo en cierto orden del pensamiento o la acción, opuesto siempre a lo que existe efectivamente. Ello le da al ideal un valor regulativo: es regla y prototipo.

De modo que de idea y teoría a ideal se va produciendo un cierto deslizamiento de sentido, del conocer y relación con lo real de la primera hacia un modelo jamás alcanzado por una realidad, lo perfecto en su género, y que como se construye por escisiones, inicia el camino hacia lo que llamamos idealización, un proceso fundado en la escisión.

El último miembro de la familia es el término ideología, de creación todavía más reciente. Aparece en Francia por la época de la Revolución, siendo tomado en su sentido lógico como ciencia de las ideas. Posteriormente y hasta nuestros días, nombra más bien una idealización de la idea y toda idealización se funda en una división.

Ya Maquiavelo había planteado la posibilidad de distinguir entre la realidad -especialmente la política- y las ideas políticas. Por otra parte, la división de la conciencia que se separa de sí misma en el curso del proceso dialéctico o histórico y lleva a la conciencia desgarrada o desdichada, que no es lo que es y es lo que no es, fue señalada por Hegel. El desdoblamiento es reconocido también por Marx, para quien la ideología, enmascara una realidad, es un ocultamiento de los verdaderos propósitos, los que incluso pueden ser ignorados por el actor inmerso en la ideología.

La división que parecería ser una característica de la ideología resulta análoga, a la que hay entre contenido latente y manifiesto, donde el segundo desconocería al primero. Precisamente, según el diccionario La Filosofía, el término ideología supone un sistema de representaciones (en este sentido, una teoría) que por un lado pretende aportar un conocimiento riguroso sea en política, moral, filosofía, religión; pero ese sistema no descansa sobre conocimientos sino sobre metáforas; puede explicitar las razones de existencia que se da a sí mismo, pero no tiene referencias a la práctica que lo ha condicionado o producido. En este sentido sería una conciencia falseada, que desconoce las fuerzas que la mueven. Por ello se dice que la ideología no llega a un verdadero conocimiento, solo coordina afirmaciones en el marco de una confrontación, por ejemplo, con otras ideologías.

Por lo tanto, el ámbito de la ideología no es el del conocimiento sino que es un ámbito esencialmente social. En efecto, para Marx, quien en este sentido continúa a Hegel, la ideología sirve como instrumento de lucha, de confrontación. La lucha es contra otras ideologías, pero la batalla la libra un sujeto identificado con una ideología y la libra en el terreno de las conciencias, siendo tanto lucha contra otra conciencia, como lucha por otras conciencias en la medida en que es propio a la ideología el proselitismo, el afán por conquistar nuevas conciencias que abracen la causa, opinión, doctrina o fe.

Porque se ocupa de fraccionar a la sociedad y de hacer ingresar a los hombres en una trama social particular y no de darles un conocimiento exacto, la ideología transcure en un imaginario social cuya meta es esencialmente fáctica. De allí que se le dé al término ideología un sentido peyorativo, como refiriendo a un análisis o discusión vacía de ideas, abstracta, que no elucida acerca de hechos reales.

 

3) Los desplazamientos: lo idealizado y lo persecutorio

Lo reseñado probaría cuánta razón tiene Baranger al destacar la relación semántica que lleva del término idea a idealización e ideología. Tal continuo muestra un polo que apunta al conocimiento y otro que apunta a la acción, uno apunta al mundo y el otro a las relaciones entre sujetos. Además y en otro sentido, pero en acuerdo con lo que Baranger anotó en el artículo que nos ocupa, ese continuo es de una creciente idealización, lo que apunta a las connotaciones esquizoparanoides del deslizamiento hacia la ideología.

En este sentido, también otros conceptos pueden volverse ideologías. Tal sería el caso de las teorías de enfermedad tras las cuales se esconden sistemas defensivos y que son compartidas por una cultura. Así puede ser vista como una ideologia el sostener haber sufrido seducciones o diversos traumas por culpa de los padres. Como todas, estas ideologías del paciente apuntan a lograr que otro se pliegue a sus afirmaciones y actúe en consonancia, esto es, en contra de aquellos a los cuales el paciente denuncia. Es interesante obervar hasta qué punto esta ideología acusatoria contra los padres satura nuestras convenciones culturales y sobre todo, satura a la propia "psicología" corriente.

De modo que la ideología supone, por un lado, un orden de objetos idealizados (uno de los cuales sería el propio sujeto, en quien se encarna la ideología); por otro, supone confrontación, implica objetos persecutorios. Esta situación encuentra una forma de enmascaramiento en el prestigio de lo ideológico y en el hecho de que lo ideológico se presente como una organización de pensamiento compartida por un grupo.

La tarea del analista debería ser analizar la ideología a través de su reducción "a sus raíces vivenciales", prescindiendo, como en todos los otros aspectos del análisis, "de las categorías de realidad y de valor en las interpretaciones." Esto es, ni debe aliarse ni confrontarse con la ideología, sino unir esta ideología con los hechos, investigar lo que ella ignora de sí misma y mostrar su función, que ella responde a una estructura de relación de objeto con un objeto idealizado cuya contrapartida es un objeto perseguidor. Y mostrar también su función en el contexto de la sesión.

Este objetivo podrá ser claro, pero el camino hacia él es oscuro. La ideología es mostrada por Baranger como una resistencia que se manifiesta por ejemplo como un intento de hacer hacer, de promover la actuación de parte del otro. Es decir, la ideología vive más bien en el terreno de la identificación proyectiva. Despojada de este carácter, sus conceptos pueden recobrarse como una teoría que pasa a vivir en el terreno del conocimiento, en un clima más bien reparatorio. Se trataría entonces de la desidelización del objeto y de la configuración de una relación de objeto con un objeto bueno.

Baranger menciona en su artículo la posibilidad de distinguir en las ideologías aspectos depresivos y paranoides. Quizá sería difícil llegar a establecer tal diferencia considerando apenas la sustancia o el contenido de una ideología, es decir, tomando en cuenta sólo su sistema conceptual; más bien tal diferencia parece ubicarse en el lugar que su ideología ocupa en la vida de un sujeto. Es decir, se trata de la función que cumple la ideología en cada uno y el uso que cada uno hace de ella.

Si esta es la diferencia, ella más bien parece duplicar la que puede establecerse entre teoría o idea e ideología anotada líneas arriba, en el grado en que un sistema de pensamiento está saturado de idealización. La ideología idealiza la idea, teniendo lo agresivo y persecutorio como fondo. En un caso se trata de confrontar y anular ideologías de otros, en el otro se trata más bien de una postulación que se expone a la posibilidad de verificación, de encontrar confirmaciones o desmentidos.

El análisis del analista lo capacitaría para moverse en un campo de teorías (psicoanalíticas, sociales, políticas, estéticas, etc.) sin por ello hacer un uso defensivo de esas teorías, sin usarlas como ideologías. La teoría psicoanalítica que sostenemos en nuestro trabajo, será teoría en tanto la pongamos reiteradamente a prueba en el trabajo y en la discusión científica. Pero, en particular en este último ámbito, resulta tentadora la posibilidad de usar la teoría como ideología, es decir, como argumento para la confrontación. Pero en ese caso es claro que no será el progreso en el conocimiento el resultado de tal discusiónÉ

 

La ideología del psicoanalista

La teoría, como conjunto sistematizado de representaciones, puede ser contenida como teoría o bien ser usada como ideología, y lo mismo vale tanto para una creencia como para una simpatía política o deportiva. ¿Y por qué no habría de valer para el propio psicoanálisis?

Baranger habla del psicoanálisis como ideología sobre la base de dos líneas de argumentos: que sería una ideología "al igual que toda otra ciencia por disponer de un conjunto sistematizado de representaciones y por implicar una perspectiva sobre el mundo, directivas de acción y valores". Y también, además, porque "el psicoanalista actúa entonces en la interpretación apoyándose en una ideología (el psicoanálisis) y abogando indirectamente en favor de determinadas soluciones para el analizando (tratando de evitar ciertas soluciones "neuróticas)." Es decir, habría que hablar de ideología en tanto trata de encaminar al análisis según sus convicciones, en este caso las analíticas. ¿Hasta dónde es compartible esta visión?

Freud entendió que el psicoanálisis era, entre otras cosas, una teoría. Esto significa que es un conjunto sistematizado de conocimientos y por ello no corresponde que se ubique en el plano de la confrontación. Que sea teoría es decir que está expuesto a verificación y a modificación; que no habla de una verdad absoluta a la que deba adherirse y que está en lucha con otras; que la aplicación de ese conocimiento renuncia a la imposición de normas, conductas u opiniones, y también renuncia a la manipulación del analizando.

Entonces sería por su conversión en ideología que los conceptos o las ideas -las teorías- del psicoanalista puedan llegar a fundar el que el psicoanalista se sienta "con derecho a orientar al analizando hacia ellas", hacia las convicciones (ideológicas) propias del analista. Esta orientación es siempre una imposición, que a su vez puede engranar con la necesidad defensiva de muchos analizandos de recibir una orientación para acomodarse a ella, desarrollando por la vía del sometimiento una estructura resistencial.

En cuanto método de trabajo, el psicoanálisis postula que el analista debe someterse a varias abstenciones; ellas caracterizan su práctica y tienen claras implicaciones éticas: tales abstenciones se dirigen a asegurar la neutralidad del psicoanalista, lo cual a su vez ofrece condiciones que preservan la posibilidad de la asociación libre y, finalmente, permiten el encuentro con la alteridad. Y estos serían valores que el psicoanálisis afirma, pertenecen a su costado ético.

Para el Vocabulario de filosofía de Lalande, la ética es la ciencia que tiene por objeto el juicio de apreciación en cuanto se aplica a la distinción del bien o del mal. No es moral -arte de dirigir la conducta- y en el caso del psicoanálisis, los valores no alientan juicios acerca de si lo que hace el analizando sea bueno o malo; por el contrario, esos valores alientan el asegurar la libertad del analizando al interpretar (hacer conciente) las trabas (su origen, su peso, sus consecuencias) que sufre en él esa libertad. Pero en todo caso, hacer lugar a su liberación no significa para nada imponerle esa liberación, y también en esto hallamos una diferencia con la ideología.

Sin embargo y en la práctica, la situación es compleja, como lo revela un inventario elemental de las actitudes posibles. Es posible el análisis sistemático de la ideología tal como lo propone Baranger. O bien varias formas de no análisis entre las que se podría contar la confrontación (inconciente o no) entre la ideología que sostiene el analizando y aquella de la que de algún modo participa el analista. A la que se agrega la posibilidad de que las ideologías de ambos se ven reafirmadas en el marco de una especie de pacto de silencio que tiene como excusa el que existe coincidencia (presunta, no tematizada) entre las ideologías de analizando y analista, lo que las hace incuestionadas. Situación cuyo extremo fue señalado por lo que Willy y Madé Baranger definieron como baluarte, una estructura de "acuerdos" en presencia de los cuales quedan cerradas las posibilidades de análisis de los aspectos ideológicos.

Como meta del análisis en este aspecto, Baranger propone una "reestructuración ideológica en un nivel más evolucionado", libre de idealizaciones y persecuciones. Lo cual, de acuerdo a lo que se ha señalado aquí, supondría volver de la ideología a la teoría, del proselitismo al conocimiento, a la conciencia de los condicionamientos de los conceptos.

 

La abstención como ideal

En psicoanálisis conocemos la regla de la abstinencia, ahora Baranger plantea una regla de abstención. La abstinencia se refiere a renunciar a un posible placer, la abstención a un "no intervenir", especialmente ante una situación de conflicto. Según la regla de Freud, la abstinencia es del paciente y la abstención es del analista, es abstención de proporcionar al paciente las gratificaciones que reclama. Sin embargo, entre ambos términos hay un puente mas allá del obvio puente etimológico, y es que ambas reglas se fundan en el principio de neutralidad.

La regla de la abstención parecería apuntar a un ideal de análisis y de analista y por ello lleva a dos preguntas centrales: acerca de si es deseable y de si es posible un analista así. O lo que en cierto modo lo equivale: a preguntar qué lugar tiene el "ideal" en la situación analítica.

Si la aplicación "estricta" de la regla exigiera sujetos libres de ideologías, ellos no necesitarían ni abstenerse, ni regla que se lo recomendara, pero se estaría hablando no tanto de ideal sino más bien de estupidez o de idealización, y el propio Baranger reconoce que tanto el analista como el analizando se valen de sus teorías para articular el drama de sus relaciones con otros sujetos y la realidad. Es decir, viven entre ideologías, tal como viven entre modos esquizoparanoides de relación de objeto.

Abstención habla más bien de otra cosa, de ser capaz de contener y suspender la puesta en práctica de aquello de lo que se abstiene, lo cual reinstala la tensión de que hablaba Baranger en su artículo. Habría tensión porque la ideología vive en la identificación proyectiva, moviendo a otros sujetos y haciéndoles sentir, oponiéndose al pensar. La ideología crea tensión en la medida en que promueve la actuación. Y como siempre será la contratransferencia la pista de que puede disponer el psicoanalista para detectar qué es de ideología (y no de ideas) de lo que se trata. Quizá porque de esa tensión contratransferencial no se sale (ella más bien es materia de análisis), es que Baranger sostiene que la regla de abstención es estrictamente inaplicable.

 

Vuelta de tuerca

El problema de la abstención ideológica fue poco estudiado y lo sigue siendo. Correspondería preguntarnos porqué, siendo que incide tanto en la práctica. Baranger da algunas indicaciones acerca de la razón de estas dificultades y señala dos motivos: por uno, se entiende la regla de abstención ideológica como negación de la presencia de la ideología y por lo tanto de la pertinencia de su análisis; por el segundo, no se analiza la ideología porque se confía en lo que llama una "ilusión de retroactividad" en cuanto a la eficacia de la interpretación, eficacia que llevaría a que la modificación de la ideología se haga por sí sola, paralela a la evolución de la personalidad.

Precisamente la vigencia de estas dificultades me impulsan para la tarea que me he propuesto en este trabajo y que propongo como tarea común, un intento de reformulación del problema de las relaciones entre ideología y psicoanálisis, intentando una pequeña vuelta de tuerca a lo planteado hasta aquí. El propio Willy hubiera tenido disposición para hacerlo, no es otro el sentido que podemos dar a sus palabras cuando dice que está ante una problemática que no tiene "ni por asomo, resuelta".

Reconsideremos entonces la regla en cuestión. Su objetivo atañe al analista, en cuanto le indica abstenerse de intervenciones (abogar por ciertas soluciones, imponer sus convicciones, orientar al analizando) en las que estaría involucrada su propia ideología. Del lado del analizando, su objetivo sería el opuesto, permitirle manifestar su ideología para que ella pueda ser analizada tal como se haría con todo otro material, sin prohibirla ni entrar en alianzas o confrontaciones con él.

Pero es claro que la regla se formula porque es difícil cumplir con ella, y porque hay una tensión entre la realidad de su aplicabilidad real y la situación ideal que ella define. Porque, como lo señaló Baranger, la concepción del trabajo del psicoanalista supone ideas, teorías; porque la interpretación abre a un futuro (lo que no significa decir que lo impone); porque el psicoanalista es una persona y como tal participa de una convivencia en la cual las ideologías son moneda corriente.

Porque el analista no es el ideal de analista, que sería su idealización, es de esperar que su ideología emerja y lo incite a actuar de acuerdo con ella y el problema es entonces qué hacer con ella. Pero en este caso, más bien cabe que nos preguntemos porqué tiene la ideología este privilegio que la hace un problema especial, siendo que otras particularidades que se dan del lado del analista no son problema a igual título: basta pensar en el caso de los afectos y deseos que nacen en el analista en el curso de su trabajo y que también lo incitan a actuar de determinada manera.

¿Qué puede hacer el analista con estos deseos o afectos? Puede darles curso y actuarlos, o bien contenerlos y entonces puede intentar "comprenderlos", esto es, preguntarse por ellos, por su sentido y el lugar que tienen en la situación actual, en la sesión; es decir, los considera como material contratransferencial y como una valiosa fuente de enseñanza acerca de lo que ocurre en la sesión, acerca de qué es lo que lo empuja en una dirección. De otro modo, lo considera una fantasía cuyas "raíces vivenciales" ha de buscar analizándola, tomando como base que ella algo tiene que ver con lo que pasa en su tarea, que no tiene el carácter de una realidad independiente e incondicionada. Es decir, en este terreno el analista se desidealiza y se reconoce como afectable por lo que pasa en la sesión.

¿Y por qué con los capítulos de su ideología emergentes en la sesión no habrá de hacer lo mismo? Se dirá porque no puede, porque tiene una adhesión especial a esa teoría que se ha convertido para él en ideología, en materia idealizada que no conoce condicionamientos y que es válida para la confrontación y la búsqueda de alianzas. Porque, en definitiva, toma a la ideología como "verdad" y se toma a sí mismo como ideal que está más allá de lo que la relación concreta con su analizando le plantea. Parecería que el analista se equivoca cuando deja el terreno del cuestionamiento para entrar al reino de la convicción.

En definitiva, este intento de reformulación podría resumirse diciendo que es válida la regla de la abstención precisamente mientras de abstención se trata, y no lo es si se trata de un psicoanalista libre de ideología, al margen de confrontaciones, ese no sería un objetivo válido. Un psicoanalista así, "objeto ideal", distaría de ser un ideal. Abstenerse supone una tensión que es necesario sobrellevar, una tensión muy conocida por todos, que se nos aparece como nuestro "comentario interior" siempre que debemos abstenernos de caer en actuaciones.

La formulación de una regla de abstención ideológica parecería llevar implícita la desacralización de la ideología: la regla parece pedir que ella sea considerada como material de análisis al mismo título que cualquier otra ocurrencia. Lo cual representa dar un nuevo sentido a una afirmación que hizo Marta Nieto en un artículo sobre técnica: ella decía que en el análisis se debe poder hablar de todo, y cabría agregar que se debería poder analizar todo.

Finalmente digamos que la tesis de este comentario acerca de la vecindad entre ideología y actuación está en el aire del artículo desde sus primeras líneas, ya que difícilmente podría establecerse una diferencia significativa entre la no abstención en lo ideológico y la "actuación pedagógica": ambas se hermanan en lo que tienen de actuaciones.

 

Freudiana
Artículos publicados en esta serie:

(I) La transferencia sublimada (Carlos Sopena, No. 131).
(II) ¿Cuánto de judío? (Alan A. Miller, No. 131).
(III) La mirada psicoanalítica. Literatura y autores. (Mónica Buscarons, No.131).
(IV) Génesis del "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. 132)
(V) Sobre "Las márgenes de la alegría" de Guimaraes Rosa (J. C. Capo,M. Labraga, B. De León, No. 132)
(VI) Un vacío en el diván (Héctor Balsas, No.132)
(VII) Génensis del "Moisés" (No. 132). Arte y ciencia en el "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. l33)
(VIII) Freud después de Charcot y Breuer (Saúl Paciuk, No. 133)
(IX) El inconciente filosófico del psicoanálisis (Kostas Axelos, No. 133)
(X) Nosotros y la muerte (Bernardo Nitschke, No. 134)
(XI) Freud: su identidad judía (Alan Miller, No. 134)
(XII) El campo de los "Estudios sobre la histeria" (Carlos Sopena, No.135)
(XIII) Los Freud y la Biblia ( Mortimer Ostov, No. 135)
(XIV) Volver a los "Estudios" (Saul Paciuk, No. 136)
(XV) Psicoanálisis hoy: problemáticas (Jorge I. Rosa, No. 136)
(XVI) Freud y la evolución (Eduardo Gudynas, No. 137)
(XVII) Los aportes de Breuer (T. Bedó, I. Maggi, No. 138)
(XVIII) Breuer y Anna O.(Tomás Bedó-Irene Maggi No. 139)
(XIX) "Soy solo un iniciador" (Georde Sylvester Viereck, No. 140/41)
(XX) El concepto de placer (Ezra Heymann, No. 143)
(XXI) Edipo: mito, drama, complejo (Andrés Caro Berta, No. 145)
(XXII) Identificaciones de Freud (Moisés Kijak, No. 147)
(XXIII) Transferencia y maldición babélica (Juan Carlos Capo, No. 148)
(XXIV) Babel, un mito lozano (Juan Carlos Capo, No. 150)
(XXV) La pulsión de muerte (Carlos Sopena, No. 151)
(XXVI) Un rostro del "acting out" (Daniel Zimmerman, No. 152/53)
(XXVII) ¿Cuál es la casuística de Freud? (Roberto Harari, No. 154)
(XXVIII) El interminable trabajo del psicoanálisis (Ada Rosmaryn, No. 156)
(XXIX) El psicoanálisis y los conjuntos intersubjetivos (Marcos Bernard, No. 156)
(XXX) Freud en Muggia. Los fantasmas de la migración forzada (Moisés Kijak, No. 157)
(XXXI) Freud y los sueños (Harold Bloom, No. 158)
(XXXII) La sexualidad interrogada (Alberto Weigle, No. 159)
(XXXIII) Una historia de histeria y misterio (Juan Carlos Capo, No. 160)
(XXXIV) Freud y el cine (Daniel Zimmerman, No. 162)
(XXXV)
Investigación en psicoanálisis (Eduardo Lavede Rubio, No. 163)

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