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CUERPO, PERCEPCION, PENSAMIENTO
Saúl Paciuk
Un pañero con oficio culmina su venta cortando la
cantidad pedida de una tela. Con destreza maneja la mordida de
la tijera, la que dibuja una recta impecable. Entretanto su boca
ejecuta la misma operación que las hojas de la tijera:
en sincronía con ellas, se abre y se cierra, mordiendo
el aire. ¨Se trata acaso de una mera e inútil redundancia?
Aun cuando lo fuera, deberíamos resignarnos a tropezar
a menudo con redundancias de parecido tenor, especialmentre en
el caso de la percepción. Cuando oímos una palabra
que parece no decirnos nada, repetimos el sonido, como haciéndole
eco a lo oído al tiempo que vamos ensayando sucesivas leves
variantes, hasta que un ah! marca que nos hemos topado con
una versión que, suponemos, se corresponde con lo que nos
fue dicho. Parecería que no basta la sola audición
para oír, que sabemos de qué se trata recién
cuando nos descubrimos como hábiles para reiterar el gesto
vocal que hizo nacer la palabra en quien la dijo primero.
Todo ocurre como si la identificación del estímulo
no llegara por el oído sino que estuviera al cabo de una
redundancia motriz de esas que abundan notoriamente cuando adquirimos
una lengua. O cuando leemos, aun en la lengua que conocemos mejor,
porque quien lee pronuncia lo que va leyendo. Y cuando esa lectura
en voz alta se vuelve innecesaria, ella permanece y se realiza
de modo virtual, se insinúa cuando un texto nos es oscuro
o cuando leemos un poema. Del mismo modo, solo oímos una
música si dejamos que el cuerpo la acompañe, la
recorra o realice una imaginaria dirección de la interpretación
de la obra. Una eclosión de movimientos parece acompañar
nuestro trato perceptivo con el mundo y ella parece ser de tal
entidad que se hace difícil sostener que sea innecesaria,
pura redundancia. Si se admite que no lo es, entonces debemos
reconocer al cuerpo su protagonismo en el trato perceptivo con
el mundo.
UNA OPERACION DEL CUERPO ENTERO
Tomemos el caso de la visión. Cuando una figura aparece
a cierta distancia del lugar en el que estamos, se dice que sabemos
si esa figura está o no separada del fondo gracias a la
visión binocular; pero si miramos con un solo ojo, nada
cambia en lo que vemos. ¨Qué vemos? Pues habrá
que decir que "vemos" algo que no está en el
ojo aislado, que vemos la posibilidad de pasar por detrás
de la figura, algo invisible para el ojo pero practicable para
el brazo o para el cuerpo. De modo que el ojo estaría evaluando
o realizando de modo, que habría que llamar virtual, esta
posibilidad que no es visual sino motriz, que pertenece a todo
el cuerpo moviéndose.
De una y otra manera, la redundancia nos hace presente una globalidad
corporal que es obvia en las percepciones que involucran la postura:
al ver algo erguido, el ojo arrastra consigo a todo el cuerpo
el cual, estirándose, "representa", "interpreta",
la tensión que sostiene la cosa que se mira y no la deja
desparramarse.
Más que dejarnos impresionar por un primer plano, vamos
en busca de las cosas de las cuales ese primer plano es apenas
su superficie y su carátula y nos ubicamos en ellas dispuestos
a habitarlas con todo nuestro ser. Así una fotografía
ampliada de un paisaje en la que podemos apreciar detalles puede
deleitarnos; pero este deleite no habla tanto de un juicio estético
del cual el ojo sería su único asiento, sino que
nace de que nos ubicamos sucesivamente en diversos lugares del
paisaje y tomamos la perspectiva que corresponde a cada uno de
ellos. Desde allí, disfrutamos lo fresco de la sombra y
allá somos bañados por la luz; de hecho estamos
ante la fotografía como si estuviéramos en medio
del paisaje real que ella representa y lo habitamos. Esto sería
lo que resumimos diciendo que "vemos" una fotografía
que nos deleita.
Algo de esto resulta evidente cuando de modo inesperado nos topamos
con alguien que muestra en su cuerpo una marca o el signo de un
daño cualquiera; solo con una determinación clara
podemos refrenar en casos así el impulso que nos hace tocar
nuestro cuerpo en el lugar homólogo, como si ese impulso
hablara de que sentimos en nosotros aquello que "vemos"
en el otro, como si se diera una indistinción entre ambos
que configura un ejemplo dramático de lo que Merleau-Ponty
llama "habitar el objeto" como una metáfora de
la percepción.
Es posible también formular esta magia del encuentro de
otra manera, hablando de identificación, ya que, en efecto,
toda percepción supone identificación al menos en
dos de los sentidos del término: como ponernos en el lugar
del objeto (que puede ser un prójimo) y como llegar saber
de qué se trata, de identificar cuál es el asunto
que nos ocupa.
Gombrich dice que "no hay ojo inocente" y habría
que agregar que tampoco lo son ni la mano ni el oído, que
cada sentido sería bastante más que un receptor
pasivo impresionado por estímulos específicos y
aislados, y que el cuerpo no se parece a un mosaico de sensores
individuales: nada trabaja partiendo de cero ni en el aislamiento
y más bien cada sentido muestra un exceso por el cual "representa"
a otros sentidos, y cada estímulo muestra un exceso por
el cual se presenta como una escena.
VOLCADO AL MUNDO
Empujados por el llamado de las cosas y por nuestra errante avidez
por cosas y situaciones, toda acción y toda percepción
resultan ser un "encuentro" del que participamos entregados
por entero y esta participación bien puede apoyarse en
puntualidades, pero las excede largamente.
En "La estructura del comportamiento", Merleau-Ponty
nos enseña que es una escisión lo que nos permite
hablar de estímulos y receptores, de sensaciones y de respuestas
aisladas. Y nos enseña que tal escisión sólo
puede ser segunda y que es más bien artificial, y también
que los movimientos son de conjunto y que la respuesta aislada
que impone el laboratorio no permite comprender el acto real (pág.
74).
El sincretismo es lo primero y los estímulos son delimitados
y atendidos en la medida en que se nos presentan dudas: entonces
nos fijamos en detalles, en pistas que nos permitan verificar
el sesgo que toma el conjunto. Por lo que podemos decir que solo
entramos en tratos con estímulos puntuales en la medida
en que no sabemos bien de qué se trata.
Y en ese caso, los estímulos son lo que dice su nombre:
lo que nos estimula, lo que nos incita al trato con el objeto,
aquello que nos dice que hay allí algo interesante y nos
da argumentos para dirigirnos a interrogar al objeto.
De modo que "estímulo" nombra aquello que identificamos
como lo que nos conduce hacia el objeto y que nos llama de él.
Estímulo que se agota en cuanto entramos en tratos con
el objeto y nos "fijamos" en él.
Se dice que fijamos la vista cuando vemos algo. Pero el ojo no
se fija y si lo hace, más bien no alcanza a ver nada: el
paro lo fuerza, incomoda, seca el globo. El ojo es puro movimiento
y parpadeo y el movimiento lo realiza aun cuando dormimos, como
lo muestran los REM. En el mirar, lo que se fija, es el objeto,
el cual por esta fijación se recorta y destaca de su contexto.
Merleau-Ponty lo dice de modo inmejorable: "cierro el paisaje
y abro el objeto" (Fenomenología, pág. l66).
El ojo no cesa de recorrer, de explorar con curiosidad insaciable;
ver no habla de una impresión que recibiría una
placa con todos sus puntos impresionados a la vez. Y así
también la mano recorre para saber con qué se topa,
porque si sólo se apoya sólo sabe de dureza o temperatura
y aun entonces saber de dureza supone un recorrido que queda impedido
porque el objeto resiste la presión de la mano que busca
traspasarlo. Y el oído recorre buscando el ángulo
que le permite localizar la fuente, el objeto que se anuncia sonoramente.
Aun el gusto requiere pasear por la boca aquello que lo provoca.
EL ENCUENTRO: UNA FORMULA MOTRIZ
Volvamos al ojo que (y no por azar) ofrece el ejemplo más
claro. Para encontrar el secreto del objeto, al ojo no le basta
con barrer su superficie, sino que debe hundirse en cada surco
de ella, trepar cada promontorio, dibujar el contorno y rodear
las aristas, abrir y cerrar los ángulos, dejarse caer en
las blanduras y sentirse rechazado por las durezas. Explora los
detalles que va ofreciendo el objeto, los que dan al ojo "instrucciones"
que guían su recorrido.
Notemos otra vez que ese recorrido que hace el ojo, lo hace como
representando, anticipando, el que podría realizar por
ejemplo la mano. Ya nos habíamos topado con redundancias,
ahora debemos agregar a ellas las delegaciones, las funciones
ejercidas vicariamente, todo lo cual parecería alejar la
percepción visual tanto del modelo fotográfico como
de la posibilidad de concebirla como una relación uno-a-uno
entre estímulos y superficies sensibles. Más bien
todo habla de que se trata de un encuentro entre sujeto y objeto,
encuentro caracterizado por su globalidad.
Las sensaciones aparecen asociadas a movimientos, que no son azarosos,
sino que son los que el objeto solicita, por lo cual frente a
cada objeto se despliega un cierto estilo de recorrido, un gesto
(Fenomenología, pág 166), que es el que el objeto
invita a realizar. Por ello podemos hablar, con Merleau-Ponty,
de una fórmula motriz (Fenomenología, pág.
423) que es la propia de ese objeto y es la que está implicada
en la definición de cada objeto como tal objeto. En esta
fómula motriz todos los accesos al objeto deberían
equivalerse, porque virtualmente se cumplen todos a una y cada
sentido percibe por si y por todo el cuerpo, percibe en nombre
propio y en nombre de lo que el resto del cuerpo podría
hacer y sentir en presencia de ese objeto: es que cada sentido
efectiviza el encuentro global.
Una fórmula motriz está ya implicada en el trato
que es el pertinente a cada objeto (y que solo a veces es un trato
de uso) y cada objeto es lo que es por el trato a que da lugar
(Estructura del comportamiento, pág. 134). En la definición
de cada objeto entra el "qué hacer" con él
y todo qué hacer implica un hacerlo virtualmente, tal como
el leer requiere la pronunciación virtual. Antes de hacerlo
el martillo, martilla el cuerpo que va a delegar en la mano el
realizarlo en forma completa; antes de hacerlo la tijera, se abren
y cierran los labios.
Percibir implica esa sinergia de sensación y movimiento:
sentir es recorrer, hacer, ambos son partes de un único
acceso a las presencias que hablan del mundo, del encuentro. Merleau-Ponty
considera un sistema de facultades motrices y de facultades perceptivas
(Fenomenología, fin cap IV), y habla de un sistema porque
ambas facultades funcionan integradas.
Las cosas son lo que son, por la sensación, por lo que
sentimos. Y lo que sentimos es lo que ellas nos dan a sentir,
es el cómo nos hacen sentir en su presencia y ese cómo
implica la fórmula motriz, el gesto que ellas solicitan,
la secuencia de movimientos propia de la percepción de
cada objeto y que lo definiría porque es la secuencia requerida
para estar en tratos con él y no con otro.
Este trato supone, a la vez, un saber-hacer fundado en una historia
de tratos con ese objeto y con otros y esa historia constituye
muestra variable familiaridad con las cosas. De modo que si el
objeto se nos da a nuestra mirada, debemos decir que esa mirada
que lo recorre, recorre a la vez toda nuestra vida, y en el encuentro
con el objeto se presentifican sus anteriores presencias.
Encontramos así una singular mutualidad: el objeto se nos
revela gracias a nuestra recorrida por él, pero a la vez
esta recorrida es la ocasión para que nos revelemos a nosotros
mismos, a partir de nuestra encarnadura. De allí que la
percepción, que es apropiación del objeto, hacerlo
propio, apropiado a nuestras posibilidades sensoriales y motrices,
es también apropiación, toma de posesión
de nuestras posibilidades corporales que a propósito del
objeto se ponen en marcha, se actualizan, actúan. Y también
de la historia condensada de mis tratos con objetos. Conozco,me
apropio del objeto y de mi mismo en un único acto.
Este es uno de los sentidos que podemos dar a la afirmación
de Merleau-Ponty acerca de que la percepción es "una
modulación existencial" (Fenomenología, pág.
165)
Al comienzo del capítulo V de la Fenomenología,
Merleau-Ponty señala que "nuestro propósito
constante estriba en poner en evidencia la función primordial
por la cual asumimos el espacio, el objeto o el instrumento, y
describir al cuerpo humano como el lugar de esa apropiación".
Lugar que también es, como se insinúa en lo visto
hasta ahora, el lugar de una de las génesis de nuestro
ser para nosotros.
La percepción se ubica en la intersección de varias
cadenas de mediaciones. Ella "des encubre" objetos y
cada objeto aparece como perteneciendo a un mundo y siendo lo
que es por representar otra cosa (por semejanza, contiguidad,
por diferencia) o con otra situación (otra aparición)
con la cual está emparentado. Cada presencia es mediadora
ante otras que anuncia y sin esta remisión y en su pura
puntualidad, cada objeto sería una pura nada.
La percepción se hace así una puerta abierta a varios
horizontes: la sensibilidad, el movimiento, el objeto, mi historia
de tratos. Pero es una puerta giratoria, de modo que cuando una
cara mira hacia nosotros, la otra queda in-visible.
El mediador entre esos varios horizontes es la fórmula
motriz, ese gesto capaz de representar -en el sentido del teatro
y en el de la vida política- anticipando. Y esa fórmula
motriz vive en tal intimidad que se deja olvidar en beneficio
del objeto. Mientras el gesto peculiar que hace nacer al objeto
y que nace por él se llama a silencio, sale a escena el
mundo, cobijado por nuestro prevalente interés y compromiso
con él, lo que nos hace considerar estimulantes la tijera,
el paño, el poste, la palabra oída, el paisaje,
y vuelve olvidables los labios del pañero.
TODO "EN NOMBRE DE"
Las experiencias (sensaciones y movimientos) que podría
desarrollar cada parte de mi cuerpo al toparse con ese objeto
conforman una "representación" del encuentro
con ese objeto y si se puede hablar de "imagenes",es
porque se trata de un encuentro "imaginado", realizado
imaginariamente.
En todos los casos una sinergia de todo el cuerpo resumida en
una fórmula motriz recorre el objeto de todas maneras,
y cada sentido se ejerce "en nombre de" las demás
posibilidades de encuentro, sensoriales y motoras. De estas múltiples
posibilidades una que queda privilegiada y las razones de este
privilegio de una pertenecen a dos órdenes. Uno es el cultural,
que se despliega y apoya preferentemente en la línea de
lo visible. Otro es el orden de los intereses prácticos
que definen qué línea de encuentro con el objeto
es la pertinente a los fines que persigo.
El objeto es tomado como siendo tal objeto a partir de algunos
de su rasgos que se consideran como signo elocuente de su presencia.
A la vez esto, que es la versión que dice uno de los sentidos,
releva a los otros del tener que dar de viva voz su testimonio,
y también de la necesidad de cerciorarse. Junto con la
parte que vale por el todo nace la compleja arquitectura del simbolismo.
Se puede decir entonces que percibimos como leemos: apoyados en
algunos detalles suficientes, atendemos a una especie de configuración
global conformada, en definitiva, por una fórmula motriz
distintiva.
Que solo se realice una perspectiva acerca del objeto, que se
alcance solo una versión acerca de él, podría
hablar de que nuestro encuentro con el objeto es parcial, defectivo,
que la percepción se da por cumplida "antes"
de agotarlo alcanzando el inventario completo del objeto. Sin
embargo la percepción es acabada, porque esa perspectiva
se realiza en nombre de las otras que han quedado como posibles.
Es que cada una habla, a la vez, en nombre de ella y de ese lote
abierto que ella integra, ejerce una función vicaria respecto
del encuentro con el objeto.
Ese lote abierto, inabarcable, es la fórmula motriz capaz
de generar las diferentes versiones del objeto Entonces el contenido
de lo que cada perspectiva tiene en vista y concreta, lo que aparece,
"es" el objeto mismo, se identifica lo percibido con
la cosa y esto se legitima en cuanto sus otras versiones están
incluidas, representadas, en cada una de ellas.
La función vicaria de la percepción la hace ir todavía
más lejos. Percibo yo, pero lo hago en nombre de todos.
Si acentúo el yo, que yo veo, esto significa que dudo de
mi representabilidad tanto como dudo de qué es lo que veo
y admito que podría ser otra cosa que aquella que se da
a mi visión. Mi certeza es en ambas direcciones, acerca
de mi representatividad y acerca del objeto. Si el énfasis
es puesto en que se trata de mi experiencia, al mismo tiempo se
está abriendo paso el considerar que estoy haciendo una
experiencia acerca de mi mismo, de mi modalidad propia.
Así como digo qué es la cosa, así digo también
qué debe ser para todo otro que se encuentre con ella.
Esta delegación que presume una generalización de
mi experiencia actual, está en el centro de la operación
por la cual un aspecto, una perspectiva, se constituye en una
representación y me constituye a mi como representante
de otros.
ASI SEA SOÑANDO O PENSANDO
Merleau-Ponty sostiene que "Hay, sin duda alguna, un acompañamiento
motor de nuestros pensamientos".(Estructura del comportamiento,
pág. 244).
Las formas del encuentro con el objeto de que habla la percepción
no son las únicas: el pensamiento y la alucinación
nos muestran otras. Detengámonos en esta última,
a partir de lo que de ella nos ha hablado Freud quien considera
la satisfacción alucinatoria, la posibilidad de alcanzar
una satisfacción como la que brinda el objeto pero, precisamente,
en ausencia de éste. ¨Cómo entenderlo?.
Su planteo puede resumirse así. Los primeros tiempos del
ser humano se caracterizarían por el desvalimiento y la
indefensión (6). El bebe está expuesto a las tensiones
creadas por la necesidad y ésta a su vez es expresión
de desequilibrios orgánicos y el bebe necesita librarse
de esas tensiones colmando, satisfaciendo la necesidad. En ese
marco tendría lugar una "experiencia modelo"
por la cual el sujeto quedaría "fijado" -al modo
del "imprinting"- la que consistiría en el apaciguamiento
de la tensión por la acción de otro sujeto quien,
por ejemplo, proporciona alimento. A partir de allí el
sujeto reclamaría que se reitere esta intervención
ante cada reiteración del displacer (sin que eso signifique
que el origen del displacer deba ser una necesidad biológica
de alimento).
Resulta notable que Freud entendiera que este proceso ocurre en
un marco de acciones que comprende a ambas partes: la intervención
del otro supone acción y la satisfacción supone
también acciones de parte del sujeto, supone lo que Freud
llama la "acción específica". Esta acción
es una fórmula motriz que comprende la ejecución
de un conjunto de actos (cierto tono muscular, gestos, apertura
de la boca, secreciones, etc,) que conforman una secuencia. Ese
conjunto condiciona la ocurrencia de la satisfacción, para
la cual no basta la sola acción del otro. Esta acción
específica incluso se anticipa a la presencia efectiva
del otro y se corresonde con lo que se llama deseo. Y si ambas
presencias coinciden, ocurre lo que Freud llama "identidad
de percepción": la percepción del objeto actual
se superpone a la del prototipo anticipado por la fórmula
motriz puesta en marcha por quien recibe.
Se prodría decir que está operando aquí la
"imagen" del objeto original y todo hace pensar que
Freud lo entendía así (por ejemplo, cuando sostiene
que las memorias visuales se aproximan más que las palabras,
a los procesos inconcientes) (1). Pero ya vimos que lo visual
es indisociable del movimiento y las "acciones específicas"
son movimiento. Sería por la preponderancia de esta fórmula
motriz sobre la mera imagen visual, que es posible que otro sujeto
(nodriza, mamadera) tome el lugar del original y su acción
sobre el sujeto resulte igualmente satisfactoria.
El deseo tiende a su cumplimiento y éste parte de una anticipación
de la presencia de aquello que lo colmaría dada por un
esbozo de la realización de las "acciones específicas"
apropiadas. De modo que la presentación del deseo y de
lo que se debe hacer frente a lo capaz de colmarlo, serían
simultáneas. Pero esta anticipación, ¨se diferencia
sustancialmente de la satisfacción alucinatoria?. ¨No
es ella misma una tal alucinación, una "percepción
sin objeto"?.
El desear, como el soñar, como el pensar, como el imaginar,
como el alucinar, son todas "puestas en escena" de aquello
que apetecemos y es por esta puesta en escena que sabemos qué
es lo que deseamos, pensamos, imaginamos, soñamos.
La convicción que estas puestas en escena tienen para nosotros
necesita un asiento más firme que el que supone el recurso
a una especie de "fotografía"; requiere un asiento
como el que puede darle la "acción específica",
la fórmula motriz. El niño estira los brazos y mira
hacia arriba, dice así que quiere ser alzado. Lo dice con
la acción con la cual el cuerpo toma la posición
que corresponde al acto que pide. Esta fórmula prefigura
el encuentro con el otro realizando su parte, así como
la boca de la cerradura anticipa la forma de la llave que espera.
De modo general, descubrimos qué es lo que deseamos a través
de dar forma al objeto y a nuestra parte en el acto que nos puede
satisfacer. "Tengo sed" no es algo que dice un medidor
del nivel hídrico interno, y la sed no se satisface si
el agua llega por vía intravenosa. Tener sed es afirmar
que haciendo tal y tal cosa -acercando a los labios a un vaso
agua y sorbiéndola- esta tensión actual se calmaría.
En la alucinación, si la presencia del objeto resulta convincente
para el sujeto, es precisamente porque tiene realidad, porque
hay un contacto efectivo, una evidencia corporal de él
dada por la fórmula motriz: la "acción específica"
sirve de asiento a la convicción. Ella puede tener lugar
con un objeto cualquiera y así la satisfacción puede
llegar tanto si el bebe chupa el dedo, la sábana o lo que
sea. Su alucinación es percepción porque toma por
presencia completa del objeto lo que sería solo una presencia
parcial, porque el dedo y la sábana se dejan chupar pero
no aportan leche. Pero también pueden faltar la sábana
o el dedo como origen de la sensación y la ejecución
de la "acción específica" igualmente "representa"
al objeto y puede bastar en tanto se puede des-conocer la ausencia
del objeto. La polución y la masturbación serían
ejemplo de estas situaciones.
Por supuesto que esa convicción acerca de la "realidad"
de la satisfacción no es igual en todos los casos en que
ocurre la "acción específica". En la vigilia
se exige un entrecruzamiento de encuentros con el objeto, de evidencias
y de pruebas, pero no sucede así en el sueño. Y
la conciencia parece estar unida a la serie de operaciones de
verificación que pueden fundar una experiencia, una convicción.
De modo que la satisfacción alucinatoria lejos de ser una
percepción sin objeto' estaría reafirmando el lugar
del objeto, puesto que ella "realiza" una representación
de su presencia. Y porque el objeto "está" es
que tiene lugar esa forma de sastisfacción. En todo caso,
de momento, el único que puede decir que el objeto llamado
faltó a la cita, es el propio objeto convocado... y ausente.
Y POR SER NOMBRADO
La palabra, dicha o no, toma su lugar en este encuentro que es
la percepción y se vuelve la forma de representación
más compleja y rica.
La palabra ingresa a estas sinergias de la percepción al
mismo título y en el mismo contexto vital que las otras
perspectivas o versiones. Por un lado, porque ella es también
una fórmula motriz en la que están co-presentes
emisión y audición y como tal se integra a las otras
versiones del objeto que dan los sentidos: ella también
dice qué y cómo es tal objeto.
Por la misma delegación, por la misma función vicaria
que hallamos en los sentidos, cada palabra puede a su vez ser
reemplazada por otra que es tanto equivalente como diferente,
trayendo consigo una ampliación del sentido, de lo percibible
en la cosa, a partir de los parentescos que la imperfecta sinonimia
concreta, de la nuevas remisiones que ella aporta.
La función vicaria entrañada en cada perspectiva
acerca del objeto se asocia a la función vicaria que tiene
la palabra por la cual cada palabra re-presenta a esas otras que
delegan en ella.
Todas estas asociaciones entre varias perspectivas, y entre palabras
diferentes y entre perspectivas y palabras, son todas asociaciones
entre fórmulas motrices, están comunicadas por la
unidad del objeto y por la unidad del cuerpo ejecutor de la fórmula
motriz común. En este terreno común que es la fórmula
motriz, ninguna perspectiva tiene algún secreto que no
comparta con las otras, la co-pertenencia de las perspectivas
(la palabra incluida) hace posible su asociación, que cada
una sea otra versión, otra manera de verterse una misma
cosa, por lo que con igual derecho cada una puede tomar el lugar
de las otras. Y así también podemos hablar en nombre
de las demás y comunicarnos.
Lo vicario de la palabra y de la percepción no aparecen
solo en el interior del encuentro, en el mundo de los objetos,
sino también en lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo.
En esto último, porque se nombra con el nombre que "se"
le da, que todos dan, en nombre de una socialidad de hecho que
realiza el ser de la cosa y mi pretensión de representatividad,
por cuanto lo que digo es en nombre de otros, de todos y por siempre.
Y en lo intrasubjetivo, porque se nombra en nombre de todas las
apariciones pasadas o futuras del objeto en mi vida: es en nombre
de una historia.
La unidad tiene varios soportes: la constancia de la cosa que
permite que ella se reitere de una y otra forma, en una y otra
versión. Y también la recuperación de sus
anteriores presentaciones en mi vida. La unidad de una y otra,
de la cosa y de mi vida, son así solidarias. Y el cuerpo,
lugar de las fórmulas motrices, se vuelve el garante de
esa unidad con el mundo, conmigo y con el otro, una unidad virtual
que a cada momento puede ser tanto puesta en cuestión como
recuperada y actualizada, sin necesidad de aviso previo, en el
encuentro perceptivo.
Es que esa función vicaria puede ser cuestionada desde
que mi presencia al mundo y a otro tiene dos momentos. Aquel en
que invoco mi ser en general que pide y espera reconocimiento
como tal, como representante de todos y hábil reconocedor
de lo que es, como nombrador competente. Y un segundo momento
en que ese reconocimiento no llega, en que mi palabra puede ser
contradicha, en que echa sus reales la negación. Y en este
caso también mi cuerpo es el asiento de esta condensación
de mi vida, de este surgimiento de mi facticidad, mi contingencia.
En esa angostura me descubro como situado, como que soy así
y así, que estoy en un cierto punto del curso de la vida
diferente al que ocupan otros. Convertir esta angostura por la
di-ferencia en motivo de di-vergencia es una forma de enmascarar
esa angustia, y es también una forma de trabajarla.
REFERENCIAS
l) Freud, S.: Proyecto de una psicología para neurólogos.
OC, tomo I, Biblioteca Nueva, Madrid.
2) Merleau-Ponty, M.: La estructura del comportamiento. Traducción
castellana de Enrique Alonso, Ed. Hachette, Buenos Aires, l957.
3) Merleau-Ponty, M.: Fenomenología de la percepción.
Traducción castellana de Emilio Uranga, Fondo de Cultura
Económica, México, l957.
4) Paciuk, S.: De relaciones y mediaciones. En Revista Uruguaya
de Psicoanálisis, N§ 62.
5) Paciuk, S.: Entre boca y pecho, otro. En revista Relaciones
N§ 86, julio de l99l, Montevideo.
6) Viñar, M.: Alucinar y pensar, alternativas al desamparo.
En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, N§ 67.
Fuente: "La problemática del cuerpo en el pensamiento
actual", Actas de la II Conferencia Internacional de Psiquiatría
y Psicología Fenomenológica, Bs. Aires, 1994.
Del Encuentro
Artículos publicados en esta serie:
|
(I) | Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, N§ 123) |
(II) | La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, N§124) |
(III) | El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, N§126). |
(IV) | La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, N§127) |
(V) | El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, N§ 128/129) |
(VI) | Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, N§130) |
(VII) | Desafío y enigma La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, N§ 135) |
(VIII) | Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, N§ 136) |
(IX) | Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti N§ 137)(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, N§ 138) |
(XI) | Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, N§ 144) |
(XII) | ¨Qué hace un filósofo? María Luisa Pfeiffer, N§148) |
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