Serie: Del Encuentro (XIII)

CUERPO, PERCEPCION, PENSAMIENTO

Saúl Paciuk

Un pañero con oficio culmina su venta cortando la cantidad pedida de una tela. Con destreza maneja la mordida de la tijera, la que dibuja una recta impecable. Entretanto su boca ejecuta la misma operación que las hojas de la tijera: en sincronía con ellas, se abre y se cierra, mordiendo el aire. ¨Se trata acaso de una mera e inútil redundancia?

Aun cuando lo fuera, deberíamos resignarnos a tropezar a menudo con redundancias de parecido tenor, especialmentre en el caso de la percepción. Cuando oímos una palabra que parece no decirnos nada, repetimos el sonido, como haciéndole eco a lo oído al tiempo que vamos ensayando sucesivas leves variantes, hasta que un ­ah! marca que nos hemos topado con una versión que, suponemos, se corresponde con lo que nos fue dicho. Parecería que no basta la sola audición para oír, que sabemos de qué se trata recién cuando nos descubrimos como hábiles para reiterar el gesto vocal que hizo nacer la palabra en quien la dijo primero.

Todo ocurre como si la identificación del estímulo no llegara por el oído sino que estuviera al cabo de una redundancia motriz de esas que abundan notoriamente cuando adquirimos una lengua. O cuando leemos, aun en la lengua que conocemos mejor, porque quien lee pronuncia lo que va leyendo. Y cuando esa lectura en voz alta se vuelve innecesaria, ella permanece y se realiza de modo virtual, se insinúa cuando un texto nos es oscuro o cuando leemos un poema. Del mismo modo, solo oímos una música si dejamos que el cuerpo la acompañe, la recorra o realice una imaginaria dirección de la interpretación de la obra. Una eclosión de movimientos parece acompañar nuestro trato perceptivo con el mundo y ella parece ser de tal entidad que se hace difícil sostener que sea innecesaria, pura redundancia. Si se admite que no lo es, entonces debemos reconocer al cuerpo su protagonismo en el trato perceptivo con el mundo.

UNA OPERACION DEL CUERPO ENTERO

Tomemos el caso de la visión. Cuando una figura aparece a cierta distancia del lugar en el que estamos, se dice que sabemos si esa figura está o no separada del fondo gracias a la visión binocular; pero si miramos con un solo ojo, nada cambia en lo que vemos. ¨Qué vemos? Pues habrá que decir que "vemos" algo que no está en el ojo aislado, que vemos la posibilidad de pasar por detrás de la figura, algo invisible para el ojo pero practicable para el brazo o para el cuerpo. De modo que el ojo estaría evaluando o realizando de modo, que habría que llamar virtual, esta posibilidad que no es visual sino motriz, que pertenece a todo el cuerpo moviéndose.

De una y otra manera, la redundancia nos hace presente una globalidad corporal que es obvia en las percepciones que involucran la postura: al ver algo erguido, el ojo arrastra consigo a todo el cuerpo el cual, estirándose, "representa", "interpreta", la tensión que sostiene la cosa que se mira y no la deja desparramarse.

Más que dejarnos impresionar por un primer plano, vamos en busca de las cosas de las cuales ese primer plano es apenas su superficie y su carátula y nos ubicamos en ellas dispuestos a habitarlas con todo nuestro ser. Así una fotografía ampliada de un paisaje en la que podemos apreciar detalles puede deleitarnos; pero este deleite no habla tanto de un juicio estético del cual el ojo sería su único asiento, sino que nace de que nos ubicamos sucesivamente en diversos lugares del paisaje y tomamos la perspectiva que corresponde a cada uno de ellos. Desde allí, disfrutamos lo fresco de la sombra y allá somos bañados por la luz; de hecho estamos ante la fotografía como si estuviéramos en medio del paisaje real que ella representa y lo habitamos. Esto sería lo que resumimos diciendo que "vemos" una fotografía que nos deleita.

Algo de esto resulta evidente cuando de modo inesperado nos topamos con alguien que muestra en su cuerpo una marca o el signo de un daño cualquiera; solo con una determinación clara podemos refrenar en casos así el impulso que nos hace tocar nuestro cuerpo en el lugar homólogo, como si ese impulso hablara de que sentimos en nosotros aquello que "vemos" en el otro, como si se diera una indistinción entre ambos que configura un ejemplo dramático de lo que Merleau-Ponty llama "habitar el objeto" como una metáfora de la percepción.

Es posible también formular esta magia del encuentro de otra manera, hablando de identificación, ya que, en efecto, toda percepción supone identificación al menos en dos de los sentidos del término: como ponernos en el lugar del objeto (que puede ser un prójimo) y como llegar saber de qué se trata, de identificar cuál es el asunto que nos ocupa.

Gombrich dice que "no hay ojo inocente" y habría que agregar que tampoco lo son ni la mano ni el oído, que cada sentido sería bastante más que un receptor pasivo impresionado por estímulos específicos y aislados, y que el cuerpo no se parece a un mosaico de sensores individuales: nada trabaja partiendo de cero ni en el aislamiento y más bien cada sentido muestra un exceso por el cual "representa" a otros sentidos, y cada estímulo muestra un exceso por el cual se presenta como una escena.

VOLCADO AL MUNDO

Empujados por el llamado de las cosas y por nuestra errante avidez por cosas y situaciones, toda acción y toda percepción resultan ser un "encuentro" del que participamos entregados por entero y esta participación bien puede apoyarse en puntualidades, pero las excede largamente.

En "La estructura del comportamiento", Merleau-Ponty nos enseña que es una escisión lo que nos permite hablar de estímulos y receptores, de sensaciones y de respuestas aisladas. Y nos enseña que tal escisión sólo puede ser segunda y que es más bien artificial, y también que los movimientos son de conjunto y que la respuesta aislada que impone el laboratorio no permite comprender el acto real (pág. 74).

El sincretismo es lo primero y los estímulos son delimitados y atendidos en la medida en que se nos presentan dudas: entonces nos fijamos en detalles, en pistas que nos permitan verificar el sesgo que toma el conjunto. Por lo que podemos decir que solo entramos en tratos con estímulos puntuales en la medida en que no sabemos bien de qué se trata.

Y en ese caso, los estímulos son lo que dice su nombre: lo que nos estimula, lo que nos incita al trato con el objeto, aquello que nos dice que hay allí algo interesante y nos da argumentos para dirigirnos a interrogar al objeto.

De modo que "estímulo" nombra aquello que identificamos como lo que nos conduce hacia el objeto y que nos llama de él. Estímulo que se agota en cuanto entramos en tratos con el objeto y nos "fijamos" en él.

Se dice que fijamos la vista cuando vemos algo. Pero el ojo no se fija y si lo hace, más bien no alcanza a ver nada: el paro lo fuerza, incomoda, seca el globo. El ojo es puro movimiento y parpadeo y el movimiento lo realiza aun cuando dormimos, como lo muestran los REM. En el mirar, lo que se fija, es el objeto, el cual por esta fijación se recorta y destaca de su contexto. Merleau-Ponty lo dice de modo inmejorable: "cierro el paisaje y abro el objeto" (Fenomenología, pág. l66).

El ojo no cesa de recorrer, de explorar con curiosidad insaciable; ver no habla de una impresión que recibiría una placa con todos sus puntos impresionados a la vez. Y así también la mano recorre para saber con qué se topa, porque si sólo se apoya sólo sabe de dureza o temperatura y aun entonces saber de dureza supone un recorrido que queda impedido porque el objeto resiste la presión de la mano que busca traspasarlo. Y el oído recorre buscando el ángulo que le permite localizar la fuente, el objeto que se anuncia sonoramente. Aun el gusto requiere pasear por la boca aquello que lo provoca.

EL ENCUENTRO: UNA FORMULA MOTRIZ

Volvamos al ojo que (y no por azar) ofrece el ejemplo más claro. Para encontrar el secreto del objeto, al ojo no le basta con barrer su superficie, sino que debe hundirse en cada surco de ella, trepar cada promontorio, dibujar el contorno y rodear las aristas, abrir y cerrar los ángulos, dejarse caer en las blanduras y sentirse rechazado por las durezas. Explora los detalles que va ofreciendo el objeto, los que dan al ojo "instrucciones" que guían su recorrido.

Notemos otra vez que ese recorrido que hace el ojo, lo hace como representando, anticipando, el que podría realizar por ejemplo la mano. Ya nos habíamos topado con redundancias, ahora debemos agregar a ellas las delegaciones, las funciones ejercidas vicariamente, todo lo cual parecería alejar la percepción visual tanto del modelo fotográfico como de la posibilidad de concebirla como una relación uno-a-uno entre estímulos y superficies sensibles. Más bien todo habla de que se trata de un encuentro entre sujeto y objeto, encuentro caracterizado por su globalidad.

Las sensaciones aparecen asociadas a movimientos, que no son azarosos, sino que son los que el objeto solicita, por lo cual frente a cada objeto se despliega un cierto estilo de recorrido, un gesto (Fenomenología, pág 166), que es el que el objeto invita a realizar. Por ello podemos hablar, con Merleau-Ponty, de una fórmula motriz (Fenomenología, pág. 423) que es la propia de ese objeto y es la que está implicada en la definición de cada objeto como tal objeto. En esta fómula motriz todos los accesos al objeto deberían equivalerse, porque virtualmente se cumplen todos a una y cada sentido percibe por si y por todo el cuerpo, percibe en nombre propio y en nombre de lo que el resto del cuerpo podría hacer y sentir en presencia de ese objeto: es que cada sentido efectiviza el encuentro global.

Una fórmula motriz está ya implicada en el trato que es el pertinente a cada objeto (y que solo a veces es un trato de uso) y cada objeto es lo que es por el trato a que da lugar (Estructura del comportamiento, pág. 134). En la definición de cada objeto entra el "qué hacer" con él y todo qué hacer implica un hacerlo virtualmente, tal como el leer requiere la pronunciación virtual. Antes de hacerlo el martillo, martilla el cuerpo que va a delegar en la mano el realizarlo en forma completa; antes de hacerlo la tijera, se abren y cierran los labios.

Percibir implica esa sinergia de sensación y movimiento: sentir es recorrer, hacer, ambos son partes de un único acceso a las presencias que hablan del mundo, del encuentro. Merleau-Ponty considera un sistema de facultades motrices y de facultades perceptivas (Fenomenología, fin cap IV), y habla de un sistema porque ambas facultades funcionan integradas.

Las cosas son lo que son, por la sensación, por lo que sentimos. Y lo que sentimos es lo que ellas nos dan a sentir, es el cómo nos hacen sentir en su presencia y ese cómo implica la fórmula motriz, el gesto que ellas solicitan, la secuencia de movimientos propia de la percepción de cada objeto y que lo definiría porque es la secuencia requerida para estar en tratos con él y no con otro.

Este trato supone, a la vez, un saber-hacer fundado en una historia de tratos con ese objeto y con otros y esa historia constituye muestra variable familiaridad con las cosas. De modo que si el objeto se nos da a nuestra mirada, debemos decir que esa mirada que lo recorre, recorre a la vez toda nuestra vida, y en el encuentro con el objeto se presentifican sus anteriores presencias.

Encontramos así una singular mutualidad: el objeto se nos revela gracias a nuestra recorrida por él, pero a la vez esta recorrida es la ocasión para que nos revelemos a nosotros mismos, a partir de nuestra encarnadura. De allí que la percepción, que es apropiación del objeto, hacerlo propio, apropiado a nuestras posibilidades sensoriales y motrices, es también apropiación, toma de posesión de nuestras posibilidades corporales que a propósito del objeto se ponen en marcha, se actualizan, actúan. Y también de la historia condensada de mis tratos con objetos. Conozco,me apropio del objeto y de mi mismo en un único acto.

Este es uno de los sentidos que podemos dar a la afirmación de Merleau-Ponty acerca de que la percepción es "una modulación existencial" (Fenomenología, pág. 165)

Al comienzo del capítulo V de la Fenomenología, Merleau-Ponty señala que "nuestro propósito constante estriba en poner en evidencia la función primordial por la cual asumimos el espacio, el objeto o el instrumento, y describir al cuerpo humano como el lugar de esa apropiación". Lugar que también es, como se insinúa en lo visto hasta ahora, el lugar de una de las génesis de nuestro ser para nosotros.

La percepción se ubica en la intersección de varias cadenas de mediaciones. Ella "des encubre" objetos y cada objeto aparece como perteneciendo a un mundo y siendo lo que es por representar otra cosa (por semejanza, contiguidad, por diferencia) o con otra situación (otra aparición) con la cual está emparentado. Cada presencia es mediadora ante otras que anuncia y sin esta remisión y en su pura puntualidad, cada objeto sería una pura nada.

La percepción se hace así una puerta abierta a varios horizontes: la sensibilidad, el movimiento, el objeto, mi historia de tratos. Pero es una puerta giratoria, de modo que cuando una cara mira hacia nosotros, la otra queda in-visible.

El mediador entre esos varios horizontes es la fórmula motriz, ese gesto capaz de representar -en el sentido del teatro y en el de la vida política- anticipando. Y esa fórmula motriz vive en tal intimidad que se deja olvidar en beneficio del objeto. Mientras el gesto peculiar que hace nacer al objeto y que nace por él se llama a silencio, sale a escena el mundo, cobijado por nuestro prevalente interés y compromiso con él, lo que nos hace considerar estimulantes la tijera, el paño, el poste, la palabra oída, el paisaje, y vuelve olvidables los labios del pañero.

TODO "EN NOMBRE DE"

Las experiencias (sensaciones y movimientos) que podría desarrollar cada parte de mi cuerpo al toparse con ese objeto conforman una "representación" del encuentro con ese objeto y si se puede hablar de "imagenes",es porque se trata de un encuentro "imaginado", realizado imaginariamente.

En todos los casos una sinergia de todo el cuerpo resumida en una fórmula motriz recorre el objeto de todas maneras, y cada sentido se ejerce "en nombre de" las demás posibilidades de encuentro, sensoriales y motoras. De estas múltiples posibilidades una que queda privilegiada y las razones de este privilegio de una pertenecen a dos órdenes. Uno es el cultural, que se despliega y apoya preferentemente en la línea de lo visible. Otro es el orden de los intereses prácticos que definen qué línea de encuentro con el objeto es la pertinente a los fines que persigo.

El objeto es tomado como siendo tal objeto a partir de algunos de su rasgos que se consideran como signo elocuente de su presencia. A la vez esto, que es la versión que dice uno de los sentidos, releva a los otros del tener que dar de viva voz su testimonio, y también de la necesidad de cerciorarse. Junto con la parte que vale por el todo nace la compleja arquitectura del simbolismo.

Se puede decir entonces que percibimos como leemos: apoyados en algunos detalles suficientes, atendemos a una especie de configuración global conformada, en definitiva, por una fórmula motriz distintiva.

Que solo se realice una perspectiva acerca del objeto, que se alcance solo una versión acerca de él, podría hablar de que nuestro encuentro con el objeto es parcial, defectivo, que la percepción se da por cumplida "antes" de agotarlo alcanzando el inventario completo del objeto. Sin embargo la percepción es acabada, porque esa perspectiva se realiza en nombre de las otras que han quedado como posibles. Es que cada una habla, a la vez, en nombre de ella y de ese lote abierto que ella integra, ejerce una función vicaria respecto del encuentro con el objeto.

Ese lote abierto, inabarcable, es la fórmula motriz capaz de generar las diferentes versiones del objeto Entonces el contenido de lo que cada perspectiva tiene en vista y concreta, lo que aparece, "es" el objeto mismo, se identifica lo percibido con la cosa y esto se legitima en cuanto sus otras versiones están incluidas, representadas, en cada una de ellas.

La función vicaria de la percepción la hace ir todavía más lejos. Percibo yo, pero lo hago en nombre de todos. Si acentúo el yo, que yo veo, esto significa que dudo de mi representabilidad tanto como dudo de qué es lo que veo y admito que podría ser otra cosa que aquella que se da a mi visión. Mi certeza es en ambas direcciones, acerca de mi representatividad y acerca del objeto. Si el énfasis es puesto en que se trata de mi experiencia, al mismo tiempo se está abriendo paso el considerar que estoy haciendo una experiencia acerca de mi mismo, de mi modalidad propia.

Así como digo qué es la cosa, así digo también qué debe ser para todo otro que se encuentre con ella. Esta delegación que presume una generalización de mi experiencia actual, está en el centro de la operación por la cual un aspecto, una perspectiva, se constituye en una representación y me constituye a mi como representante de otros.

ASI SEA SOÑANDO O PENSANDO

Merleau-Ponty sostiene que "Hay, sin duda alguna, un acompañamiento motor de nuestros pensamientos".(Estructura del comportamiento, pág. 244).

Las formas del encuentro con el objeto de que habla la percepción no son las únicas: el pensamiento y la alucinación nos muestran otras. Detengámonos en esta última, a partir de lo que de ella nos ha hablado Freud quien considera la satisfacción alucinatoria, la posibilidad de alcanzar una satisfacción como la que brinda el objeto pero, precisamente, en ausencia de éste. ¨Cómo entenderlo?.

Su planteo puede resumirse así. Los primeros tiempos del ser humano se caracterizarían por el desvalimiento y la indefensión (6). El bebe está expuesto a las tensiones creadas por la necesidad y ésta a su vez es expresión de desequilibrios orgánicos y el bebe necesita librarse de esas tensiones colmando, satisfaciendo la necesidad. En ese marco tendría lugar una "experiencia modelo" por la cual el sujeto quedaría "fijado" -al modo del "imprinting"- la que consistiría en el apaciguamiento de la tensión por la acción de otro sujeto quien, por ejemplo, proporciona alimento. A partir de allí el sujeto reclamaría que se reitere esta intervención ante cada reiteración del displacer (sin que eso signifique que el origen del displacer deba ser una necesidad biológica de alimento).

Resulta notable que Freud entendiera que este proceso ocurre en un marco de acciones que comprende a ambas partes: la intervención del otro supone acción y la satisfacción supone también acciones de parte del sujeto, supone lo que Freud llama la "acción específica". Esta acción es una fórmula motriz que comprende la ejecución de un conjunto de actos (cierto tono muscular, gestos, apertura de la boca, secreciones, etc,) que conforman una secuencia. Ese conjunto condiciona la ocurrencia de la satisfacción, para la cual no basta la sola acción del otro. Esta acción específica incluso se anticipa a la presencia efectiva del otro y se corresonde con lo que se llama deseo. Y si ambas presencias coinciden, ocurre lo que Freud llama "identidad de percepción": la percepción del objeto actual se superpone a la del prototipo anticipado por la fórmula motriz puesta en marcha por quien recibe.

Se prodría decir que está operando aquí la "imagen" del objeto original y todo hace pensar que Freud lo entendía así (por ejemplo, cuando sostiene que las memorias visuales se aproximan más que las palabras, a los procesos inconcientes) (1). Pero ya vimos que lo visual es indisociable del movimiento y las "acciones específicas" son movimiento. Sería por la preponderancia de esta fórmula motriz sobre la mera imagen visual, que es posible que otro sujeto (nodriza, mamadera) tome el lugar del original y su acción sobre el sujeto resulte igualmente satisfactoria.

El deseo tiende a su cumplimiento y éste parte de una anticipación de la presencia de aquello que lo colmaría dada por un esbozo de la realización de las "acciones específicas" apropiadas. De modo que la presentación del deseo y de lo que se debe hacer frente a lo capaz de colmarlo, serían simultáneas. Pero esta anticipación, ¨se diferencia sustancialmente de la satisfacción alucinatoria?. ¨No es ella misma una tal alucinación, una "percepción sin objeto"?.

El desear, como el soñar, como el pensar, como el imaginar, como el alucinar, son todas "puestas en escena" de aquello que apetecemos y es por esta puesta en escena que sabemos qué es lo que deseamos, pensamos, imaginamos, soñamos.

La convicción que estas puestas en escena tienen para nosotros necesita un asiento más firme que el que supone el recurso a una especie de "fotografía"; requiere un asiento como el que puede darle la "acción específica", la fórmula motriz. El niño estira los brazos y mira hacia arriba, dice así que quiere ser alzado. Lo dice con la acción con la cual el cuerpo toma la posición que corresponde al acto que pide. Esta fórmula prefigura el encuentro con el otro realizando su parte, así como la boca de la cerradura anticipa la forma de la llave que espera.

De modo general, descubrimos qué es lo que deseamos a través de dar forma al objeto y a nuestra parte en el acto que nos puede satisfacer. "Tengo sed" no es algo que dice un medidor del nivel hídrico interno, y la sed no se satisface si el agua llega por vía intravenosa. Tener sed es afirmar que haciendo tal y tal cosa -acercando a los labios a un vaso agua y sorbiéndola- esta tensión actual se calmaría.

En la alucinación, si la presencia del objeto resulta convincente para el sujeto, es precisamente porque tiene realidad, porque hay un contacto efectivo, una evidencia corporal de él dada por la fórmula motriz: la "acción específica" sirve de asiento a la convicción. Ella puede tener lugar con un objeto cualquiera y así la satisfacción puede llegar tanto si el bebe chupa el dedo, la sábana o lo que sea. Su alucinación es percepción porque toma por presencia completa del objeto lo que sería solo una presencia parcial, porque el dedo y la sábana se dejan chupar pero no aportan leche. Pero también pueden faltar la sábana o el dedo como origen de la sensación y la ejecución de la "acción específica" igualmente "representa" al objeto y puede bastar en tanto se puede des-conocer la ausencia del objeto. La polución y la masturbación serían ejemplo de estas situaciones.

Por supuesto que esa convicción acerca de la "realidad" de la satisfacción no es igual en todos los casos en que ocurre la "acción específica". En la vigilia se exige un entrecruzamiento de encuentros con el objeto, de evidencias y de pruebas, pero no sucede así en el sueño. Y la conciencia parece estar unida a la serie de operaciones de verificación que pueden fundar una experiencia, una convicción. De modo que la satisfacción alucinatoria lejos de ser una percepción sin objeto' estaría reafirmando el lugar del objeto, puesto que ella "realiza" una representación de su presencia. Y porque el objeto "está" es que tiene lugar esa forma de sastisfacción. En todo caso, de momento, el único que puede decir que el objeto llamado faltó a la cita, es el propio objeto convocado... y ausente.

Y POR SER NOMBRADO

La palabra, dicha o no, toma su lugar en este encuentro que es la percepción y se vuelve la forma de representación más compleja y rica.

La palabra ingresa a estas sinergias de la percepción al mismo título y en el mismo contexto vital que las otras perspectivas o versiones. Por un lado, porque ella es también una fórmula motriz en la que están co-presentes emisión y audición y como tal se integra a las otras versiones del objeto que dan los sentidos: ella también dice qué y cómo es tal objeto.

Por la misma delegación, por la misma función vicaria que hallamos en los sentidos, cada palabra puede a su vez ser reemplazada por otra que es tanto equivalente como diferente, trayendo consigo una ampliación del sentido, de lo percibible en la cosa, a partir de los parentescos que la imperfecta sinonimia concreta, de la nuevas remisiones que ella aporta.

La función vicaria entrañada en cada perspectiva acerca del objeto se asocia a la función vicaria que tiene la palabra por la cual cada palabra re-presenta a esas otras que delegan en ella.

Todas estas asociaciones entre varias perspectivas, y entre palabras diferentes y entre perspectivas y palabras, son todas asociaciones entre fórmulas motrices, están comunicadas por la unidad del objeto y por la unidad del cuerpo ejecutor de la fórmula motriz común. En este terreno común que es la fórmula motriz, ninguna perspectiva tiene algún secreto que no comparta con las otras, la co-pertenencia de las perspectivas (la palabra incluida) hace posible su asociación, que cada una sea otra versión, otra manera de verterse una misma cosa, por lo que con igual derecho cada una puede tomar el lugar de las otras. Y así también podemos hablar en nombre de las demás y comunicarnos.

Lo vicario de la palabra y de la percepción no aparecen solo en el interior del encuentro, en el mundo de los objetos, sino también en lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo. En esto último, porque se nombra con el nombre que "se" le da, que todos dan, en nombre de una socialidad de hecho que realiza el ser de la cosa y mi pretensión de representatividad, por cuanto lo que digo es en nombre de otros, de todos y por siempre. Y en lo intrasubjetivo, porque se nombra en nombre de todas las apariciones pasadas o futuras del objeto en mi vida: es en nombre de una historia.

La unidad tiene varios soportes: la constancia de la cosa que permite que ella se reitere de una y otra forma, en una y otra versión. Y también la recuperación de sus anteriores presentaciones en mi vida. La unidad de una y otra, de la cosa y de mi vida, son así solidarias. Y el cuerpo, lugar de las fórmulas motrices, se vuelve el garante de esa unidad con el mundo, conmigo y con el otro, una unidad virtual que a cada momento puede ser tanto puesta en cuestión como recuperada y actualizada, sin necesidad de aviso previo, en el encuentro perceptivo.

Es que esa función vicaria puede ser cuestionada desde que mi presencia al mundo y a otro tiene dos momentos. Aquel en que invoco mi ser en general que pide y espera reconocimiento como tal, como representante de todos y hábil reconocedor de lo que es, como nombrador competente. Y un segundo momento en que ese reconocimiento no llega, en que mi palabra puede ser contradicha, en que echa sus reales la negación. Y en este caso también mi cuerpo es el asiento de esta condensación de mi vida, de este surgimiento de mi facticidad, mi contingencia. En esa angostura me descubro como situado, como que soy así y así, que estoy en un cierto punto del curso de la vida diferente al que ocupan otros. Convertir esta angostura por la di-ferencia en motivo de di-vergencia es una forma de enmascarar esa angustia, y es también una forma de trabajarla.

REFERENCIAS

l) Freud, S.: Proyecto de una psicología para neurólogos. OC, tomo I, Biblioteca Nueva, Madrid.

2) Merleau-Ponty, M.: La estructura del comportamiento. Traducción castellana de Enrique Alonso, Ed. Hachette, Buenos Aires, l957.

3) Merleau-Ponty, M.: Fenomenología de la percepción. Traducción castellana de Emilio Uranga, Fondo de Cultura Económica, México, l957.

4) Paciuk, S.: De relaciones y mediaciones. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, N§ 62.

5) Paciuk, S.: Entre boca y pecho, otro. En revista Relaciones N§ 86, julio de l99l, Montevideo.

6) Viñar, M.: Alucinar y pensar, alternativas al desamparo. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis, N§ 67.

Fuente: "La problemática del cuerpo en el pensamiento actual", Actas de la II Conferencia Internacional de Psiquiatría y Psicología Fenomenológica, Bs. Aires, 1994.


Del Encuentro

Artículos publicados en esta serie:

(I) Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, N§ 123)
(II) La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, N§124)
(III) El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, N§126).
(IV) La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, N§127)
(V) El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, N§ 128/129)
(VI) Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, N§130)
(VII) Desafío y enigma La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, N§ 135)
(VIII) Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, N§ 136)
(IX) Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti N§ 137)(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, N§ 138)
(XI) Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, N§ 144)
(XII) ¨Qué hace un filósofo? María Luisa Pfeiffer, N§148)
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