Martínez Estrada, en la frontera de la modernización

Felipe Arocena




Hoy vivimos, quizá más que nunca, un mundo fronterizo para el que no tenemos ya modelos. Y precisamente en tres libros Ezequiel Martínez Estrada nos muestra el conflicto vivido y escrito por tres autores -Hernández, Hudson y Quiroga- ante un mundo de fronteras. Ellos, más el propio Estrada, son cuatro inadaptados frente a los cambios. Recordar estos ejemplos tal vez pueda ayudarnos tanto para no repetir proyectos que llaman al fracaso, como para pensar la modernización, uno de los principales desafíos de los países latinoamericanos.

Ezequiel Martínez Estrada escribió en un lapso de diez años tres libros: Muerte y transfiguración de Martín Fierro; ensayo de interpretación de la vida argentina (1948), El mundo maravilloso de Guilllermo Enrique Hudson (1951), y El hermano Quiroga (1957).Y durante toda su obra Estrada predicó que la modernización de América Latina debía estar cimentada, antes que nada, en su propia idiosincrasia. De lo contrario el resultado estaba a la vista en Buenos Aires, la París postiza y bárbara por dentro, o en la garçonne que se pintaba ojeras, usaba polleritas cortas y por dentro era una vestal incorruptible o, ya en un terreno propiamente político, en la reaparición sistemática de la barbarie simbolizada para él en el peronismo.

No es que para Martínez Estrada la autenticidad fuera folclórica, simplemente ella es la necesidad y el reconocimiento de que la modernización debe partir de la tradición. Lo contrario es el delirio de Sarmiento de querer ponerle frac al gaucho. El peso de la figura de Sarmiento fue tal vez el gran móvil de Martínez Estrada, una y otra vez intentará rebatirlo. Precisamente Hernández, Hudson y Quiroga son tres escritores con vidas y obras contrapuestas a la del autor del Facundo. En cada uno de ellos el conflicto entre la naturaleza y la cultura es la clave para entender sus obras, pero se resuelve de manera distinta a la del presidente argentino. Y en cada uno de ellos su vida es esencial para entender la obra. El patricio Hernández se vuelca a escribir sobre lo que su clase desprecia por vulgar y toma partido por el gaucho; Hudson es el autoexilado que pasa el resto de su vida contando las aventuras que vivió en América Latina y que no encuentra en la civilizada y aburrida Inglaterra; Quiroga es el diplomático que se encuentra a sí mismo en la soledad de la selva, que es planta en ésta y yuyo en la ciudad. Son tres inadaptados. Como también lo es el propio Martínez Estrada. Sus vidas y sus obras lo atestiguan.

¿Por qué le interesan estos tres autores a Martínez Estrada? Antes que nada por la razón del artista, los considera insuperables en sus estilos. Pero esto no es suficiente. Ellos le sirven en realidad para continuar lo inaugurado en su Radiografía de la pampa donde su principal tesis decía así: "Nuestra barbarie ha estado, bajo ciertos aspectos, fomentada por los soñadores de grandezas, y muchos de nuestros más perjudiciales males se deben a que esa barbarie no fue reducida por persuasión a las formas civiles, sino suplantada de golpe y brutalmente por todo lo contrario; en que, simplemente, se le cambió de signo". Hernández, Hudson y Quiroga son soluciones distintas al mito sarmientino que funda la Argentina moderna. Son el tañer de la otra campana.

En el mundo fronterizo que revela Hernández civilización y barbarie se confunden hasta que resulta muy difícil identificar dónde está cada cual. En los libros de Hudson, Estrada descubre no sólo el ambiente de la región que todavía no había sido nombrado, sino, tan importante como ésto, el vuelco definitivo hacia la naturaleza y la importancia de vivir en armonía con ella. Algo muy similar a lo de Quiroga, que lo lleva a la práctica hasta las últimas consecuencias. Pocos personajes (y obras) hay donde el conflicto entre naturaleza y cultura sea vivido tan intensamente como en Quiroga.

La vida de Martínez Estrada

El padre de Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) llega desde Navarra con la intención de hacer fortuna fácil en América y volverse a España. Su futuro será el mismo que el del padre de Hudson, comienza en esta tierra una lenta, aunque persistente decadencia económica y moral. Desarraigado, desencantado, con sus sueños hechos trizas, pierde la noción de quién es. Su madre, también española, era de familia más acomodada y no se adapta a la vida de provincia. Se separan luego de haber tenido tres hijos. También se separará Martínez Estrada de ellos siendo muy joven. A su madre no la vuelve a ver sino una vez más en la vida cuando ésta lo visita en su enfermedad. A su padre lo volverá a ver recién cuando tiene sus primeros libros de poemas publicados. Martínez Estrada nació y vivió en pueblos de provincia hasta que su familia debe trasladarse a Buenos Aires, en el comienzo del fin del paraíso infantil. Al período de su niñez lo recordará con gran nostalgia atribuyéndole el origen de buena parte lo que le pasó en su vida.

A los veinte años comienza a trabajar como funcionario del Correo Central, empleo que conservará durante tres décadas. Como Lugones, ocupó este cargo de empleado público con el único fin de tener asegurado su sustento. El temor y el masoquismo le hicieron querer este empleo de cuarta hasta sentirse dependiente del mismo. Era parte del acicate para desarrollar su oficio de escritor en el tiempo restante. "¿Qué será de mí el día que me jubile o disponga de todo el día para pensar con calma y ordenar mis ideas? Acaso me echaré a dormir". Se lo escribe a su íntimo amigo Horacio Quiroga, "el hermano mayor".

La fama y el reconocimiento lo reciben joven, es apoyado por el "Papa" Lugones que lo adopta como protegido. Su juventud es de poeta modernista y gana en 1927 el Premio Municipal de Buenos Aires. La influencia de Quiroga será decisiva en su cambio de rumbo hacia el ensayo, que se produce en 1929 cuando comienza a pensar en su Radiografía de la pampa. Con este libro, dirá, se cancela casi por completo lo que llama su "adolescencia intelectual" y a partir de entonces la poesía ocupará un lugar mínimo. Mínimo en lo que a la escritura en verso concierne, pero estará permanentemente en el estilo de su prosa, que se desarrolla con imágenes y metáforas de poeta. En 1929 gana el Premio Nacional de Literatura y con el dinero compra una estancia de 400 hectáreas. El cambio de poeta a ensayista no es sólo la influencia de Quiroga; en 1930 Yrigoyen es derrocado por un golpe de Estado y el país fácil de las décadas anteriores se complica por la crisis económica general y el agotamiento del modelo agrario. También estaba agotado el modernismo, socavado por las vanguardias del veinte y los febriles cambios de la modernización urbana. Martínez Estrada nunca estuvo cerca de los jóvenes (que no eran tanto más jóvenes que él, Borges era apenas cinco años menor). Sin embargo será el propio Borges quien hará una de las primeras y escasas reseñas iniciales de su Radiografía... (le pondera su estilo aunque ironiza sobre su tono que le resulta demasiado grandilocuente y medio patético; más tarde Martínez Estrada será uno de los personajes de su cuento-ensayo "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"). Como Quiroga, Martínez Estrada tampoco tiene afinidad con el movimiento renovador de la década del veinte, le parece demasiado postizo y pirotécnicamente superficial.

En 1950, apenas terminado el libro sobre Hudson, comienza su extraña enfermedad, tal vez el único rasgo verdaderamente legendario de la vida de Martínez Estrada. Todo su cuerpo se cubre de un eczema en la piel, que se le pone negra, dura, gruesa. Debe guardar cama cinco años enteros. Cuando cae el peronismo en 1955, se cura misteriosamente. "Estábamos enfermos el país y yo" fue su interpretación. Visceralmente antiperonista, Martínez Estrada se convierte en el símbolo de la enfermedad que, piensa, su país sufre. La reproduce en su propia carne, con la coincidencia agregada del oscurecimiento de su piel (con el peronismo irrumpen en escena los cabecitas negras). Su reaparición pública es violenta y solitaria (publica ¿Qué es esto?, y -canta- Las cuarenta). A los pocos años se va a Cuba fascinado con la revolución. Se establece allí y escribe su obra sobre la vida de Martí. Vuelve a morir en su patria, deja de existir en 1964. Logró lo que Lugones, su primer maestro, había conseguido en las primeras décadas del siglo. En la Argentina se escribió por mucho tiempo con o contra Martínez Estrada.

Otras tres caras de Martínez Estrada

No es ociosa la referencia anterior a la vida del escritor, pues la relación entre biografía y obra es uno de los puntos centrales sobre los que Martínez Estrada estructura los tres libros en que se centrará este artículo. En realidad también son tres las coordenadas sobre las que están construidos (sobre todo Muerte y transfiguración... y El mundo maravilloso...): biografía, contexto y obra. Las biografías actúan humanizando los textos y ese acercamiento produce un efecto narrativo como el de una novela. El contexto histórico, político, social y cultural es donde el ensayista vuelve una y otra vez a interpretar el país y hacer algunas veces extensivas sus ideas a toda Hispanoamérica: la necesidad de construir formas sociales y políticas a partir de lo que se es, las consecuencias negativas de querer implantar la modernización con modelos extranjeros sobre tradiciones vernáculas distintas, y la utilidad de pensar el conflicto entre barbarie y civilización mediante la crítica amplia de ambas, esto es, mediante el reconocimiento de las virtudes y aberraciones de las dos. En el análisis de las tres obras seleccionadas, Martínez Estrada se detiene particularmente en el mundo de los personajes que los escritores construyen, en la filosofía y los valores de los autores y obviamente -él es antes que nada un escritor- en la forma y el estilo con que se expresan.

Extendiendo un poco más la relación entre biografía, contexto y obra, tal vez podrían hacerse las siguientes equivalencias. El gaucho Martín Fierro, personaje construido a propósito por Hernández como un habitante común de la pampa es la complementación del Facundo, caudillo poderoso en que todas las características de los distintos tipos humanos de la llanura confluyen extraordinariamente dándole su carácter mítico. El propio Hernández es el alter-ego de Sarmiento al cual se opuso toda su vida. Horacio Quiroga es el símbolo de la autenticidad más plena entre obra y vida, es el modelo de persona sobre la que Martínez Estrada deposita toda su amistad y admira como hombre, aunque entendiendo sus profundas diferencias. Hudson, por su parte, es lo que Martínez Estrada hubiera deseado ser: escribir, sentir y pensar como él. Por estas razones es que las biografías de los tres autores forman parte central de los tres libros. En Muerte y transfiguración... las primeras cincuenta páginas son un intento de poner al día lo que se conoce de la vida de Hernández; en El mundo maravilloso... las primeras setenta y siete páginas refieren a la biografía de Hudson y el resto es un contrapunto continuo entre vida y obra; lo mismo puede decirse de El hermano Quiroga, el mejor retrato de los últimos años del escritor según Rodríguez Monegal, uno de sus biógrafos más reconocidos que escribió tres libros sobre Quiroga. Es que Martínez Estrada necesita identificarse con la persona sobre la que trabaja, precisa hacerlo no solamente porque cree que el objeto de estudio (las obras), se aprehende en su totalidad cuando relacionado con la biografía.

Hay también una cuestión moral en ello, una posición muy clara (y también muy discutible) de lo que significa el trabajo intelectual. Este, para Martínez Estrada, debe ser acompañado por una conducta de vida que lo avale. Hernández, Hudson y Quiroga cumplen para él este requisito, indispensable para interesarlo a fondo en sus obras; lo mismo que Sarmiento y Martí, otros dos héroes del olimpo estradiano.

Muerte y transfiguración de Martín Fierro

Muerte y transfiguración... es un vastísimo trabajo compuesto por dos volúmenes: el primero, subtitulado "Las figuras", tiene trescientas noventa y tres páginas, el segundo, "Las perspectivas" quinientas veinte. El primer tomo incluye el poema completo y está dividido en tres partes. La primera versa sobre "Las personas", una puesta al día de lo poco que se conoce hasta la fecha de la biografía de Hernández y un análisis breve de los personajes que componen el poema: Fierro, el sargento Cruz, los dos hijos del primero, Picardía -el hijo de Cruz-, el viejo Vizcacha -tutor del segundo hijo de Fierro- y el Moreno; a estos personajes principales se le agregan los "secundarios" -jueces, comandantes, gringos, mujeres, indios, etc- y los "inadvertidos": el caballo, las vacas, los perros. La segunda parte de este primer volumen describe "La frontera", o sea el mundo en el que se desarrolla la historia, sus habitantes, su territorio. La tercera y última es un análisis histórico del país. El segundo volumen tiene un contenido mucho más de crítica literaria ("Morfología del poema", "Las estructuras", "Lo gauchesco", "El habla del paisano") aunque vuelve sobre "El mundo de Martín Fierro" y "Los valores".

Trescientos de los cuatrocientos libros que Martínez Estrada utilizó para escribir la Radiografía de la pampa, los reutilizó para Muerte y transfiguración... y, como él mismo lo reconoce, el último no es más que un desdoblamiento del primero, como en verdad también lo son La cabeza de Goliat (1940), Sarmiento (1946) y Los invariantes históricos en el Facundo (1947).

Lo que hace Martínez Estrada en esta obra tal vez pueda verse como un ejemplo perfecto de lo que el antropólogo norteamericano Clifford Geertz llama "descripción densa" de un hecho cultural, en este caso un texto. A partir del poema se va tejiendo un entramado de asociaciones que, como en una tela de araña, su núcleo es el Martín Fierro, que está conectado a todos los puntos de la red. En el poema los personajes prácticamente no son personificados: sólo aparecen los nombres de Martín Fierro y Cruz, al resto se los identifica con sus motes (el hijo mayor, el viejo Vizcacha, Picardía, una tía, etc.). El paisaje apenas ocupa unos pocos versos, el lugar tampoco aparece precisamente ubicado, las divisiones políticas tampoco son mencionadas. La frontera, donde se desarrolla la obra es sí la confluencia entre la civilización y la barbarie, aunque éstas no son las mismas que para Sarmiento. El indio es bárbaro, pero permite la salvación de dos cristianos malamente perseguidos; los fortines son las puntas de lanza de la civilización pero la vida en ellos es esclavitud, Fierro mata, pero lo hace para defenderse, o cuando, luego de haber perdido tierras, familia y hacienda, está ciego de ira.

Entre los fortines y las tolderías indias, el único espacio verdaderamente de civilización son las estancias, diezmadas por los malones indígenas y el reclutamiento militar. La estrategia de Hernández de no caracterizar demasiado personas, lugares, o bandos políticos, tiene el efecto de que cualquiera pueda identificarse con su personaje. La historia de Fierro es la historia común de cualquier habitante de la Argentina, es el símbolo que puede encarnarse en infinitas personas concretas, o que puede transfigurarse, esto es, transformarse en distintas figuras. Martínez Estrada va todavía más allá, la transfiguración también opera en el tiempo superando el momento histórico concreto. Cómo él mismo lo dirá en Cuadrante del Pampero (1956): "hace más de treinta años que tomé partido por Martín Fierro contra la policía".

Si Radiografía de la pampa puede verse como un intento por reescribir el Facundo de Sarmiento, para Martínez Estrada el Martín Fierro representa la otra cara del Facundo. La oposición entre Hernández y Sarmiento no se agota en esas dos obras; ya antes el primero había escrito en contra del segundo, al que se opuso políticamente toda su vida. Ejemplo de este contrapunto entre ambos es un panfleto que Hernández había escrito sobre "El Chacho, un caudillo de la cepa más oriunda. Sarmiento, que era gobernador de San Juan cuando es asesinado, escribirá una Vida de "El Chacho" que, en cierto modo, puede servir de apéndice, como la Vida de Aldao, a su Facundo. Es un opúsculo contra lo gauchesco.

No debemos olvidar que el folleto de Hernández es una acusación personal contra Sarmiento, y que el Martín Fierro es el reverso del Facundo" (MYTMF, p. 36). Lo mismo volverá a decir más adelante, casi finalizando el primer volumen. "El Martín Fierro nace de una ida inversa. Para Hernández las ciudades -y en primer término la ciudad de las ciudades, Buenos Aires- encierran casi todos los males políticos: el germen de las discordias, el manejo arbitrario de las rentas, los gobiernos unitarios y despóticos, el olvido y desprecio del campesino". (p.303)

Sin embargo, siendo Hernández un hombre político, Martínez Estrada sostiene que el Martín Fierro no es una obra política en el sentido estricto del término. Por esta razón en el poema no aparecen casi mencionadas las disputas entre facciones partidarias, ni tampoco la relación entre el gauchaje y los caudillos, a los que seguían en sus combates. No aparece mención ni de Pavón ni de Cepeda, ni de nada que haga referencia explícita al mundo político argentino, también silencio sobre la guerra contra el Paraguay. Tampoco es mencionado que los fortines, a donde eran mandados los gauchos, en realidad cumplían otras funciones políticas que la general señalada en el poema. No era tanto la lucha contra el indio el objetivo del reclutamiento, sino la utilización del gaucho en las disputas políticas de los gobiernos (pp 311-313). Si el Martín Fierro no es una obra política en el sentido estricto sí lo es en una acepción más amplia, en su carácter de dar a conocer un mundo de injusticias localizado en la frontera de la civilización y la barbarie. Como dice el propio Martínez Estrada "en fin, el tema fundamental del Poema, el que cala más hondo, es el de la injusticia. Mucho más que lo político y lo social, configura un mundo fronterizo en el sentido lato de la palabra" (p. 380). Este es en verdad, mi princi

Tomando como punto de partida que es la vida en la frontera lo que Hernández quiere describir, Martínez Estrada le otorga la vigencia en el tiempo a la obra. Y, por la misma razón, el análisis de Martínez Estrada también se torna nuestro contemporáneo. Nosotros también vivimos actualmente un mundo de fronteras, tal vez no tan fácilmente delimitables, como las de entonces, pero sí con las mismas preocupaciones. ¿Qué cosas son las que perduran a pesar de los cambios? ¿Es posible hablar de ciertas invariantes que llegan a configurar una historia? ¿Tiene sentido hablar de lo auténtico? ¿De una identidad cultural? Estas son las preocupaciones con las que Estrada analiza el Martín Fierro.

El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson

Hudson tuvo una vastísima obra, escribió novelas, cuentos, memorias y libros de historia natural. No fue hombre de un sólo disparo como Hernández, aunque La tierra purpúrea haya sido el que sonó más fuerte. Martínez Estrada la conoce prácticamente en su totalidad y en El Mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson toca todas sus facetas. El libro tiene trescientas cuarenta páginas y está dividido en dos partes "Vida y mundo" y "Obra e ideas"; su objetivo aquí es bastante diferente del de Muerte y resurrección... . Hernández era un intuitivo y fue insuperable en la interpretación de lo gauchesco y en su denuncia del exterminio que sistemáticamente se practicaba desde Buenos Aires.

Hudson, en cambio, le revela a la Argentina otras cosas: cómo es su territorio, sus pájaros, sus luces, sus olores, sus animales, su clima, sus hombres, sus casas; hace visible lo que pasaba hasta entonces inadvertido. Si Hernández escribe mimetizado desde la psicología gauchesca -que no prestaba interés a estas cosas porque el gaucho sólo las vivía, no las abstraía- Hudson incluye a ésta en un saber universal, la trasciende sin falsearla. La palabra ignorante (anagrama de argentino como Sarmiento descubrió) es, según palabras del propio Martínez Estrada, la que corresponde aplicar a Hernández, ese hombre de genio. El caso de Hudson es tan distinto que puede ser el contrario. Hace un camino inverso pues se desprende de su cultura libresca para llegar a la simplicidad de lo que de tan común no resultaba interesante. Como apropiadamente lo describe Massingham el es "el gran primitivo" que en sus novelas se interesa por arrieros, peones, pastores, aldeanos, en quienes encuentra la armonía de vivir. No los interpreta con ingenuidad, es demasiado inteligente para ello, aunque hay que reconocer que su veta romántica es a veces exasperante (cosa que nunca podría haberse dado en Hernández). Es que Hudson poseía tanto una vivencia personal adquirida en treinta años de vivir el país, como además un acervo cultural refinado. Tal vez el mayor interés de Martínez Estrada en Hudson es que encontraba en su obra respuesta afirmativa a la siguiente interrogante "¿Y no estamos encontrándonos en él; no acudimos a su obra como a una fuente en que beber el agua clara que necesita nuestra sed; no forma parte él de nuestros númenes para adquirir conciencia de lo que somos?" (MMGEH, p.137).

Una de las muchas comparaciones que Estrada hace de los dos autores dice así: "Hernández recoge del campo otros materiales, mucho más pobres y reducidos. En Hudson están las praderas y los ganados, los árboles, las flores, los animales, las nubes, las lagunas, los hombres, los hogares, los niños, las costumbres" (MYTMF, p.43)

La obra de Hudson es claramente una toma de partido por la barbarie. Es emblemática en este sentido La tierra purpúrea. La novela comienza con el discurso de su protagonista -el inglés Richard Lamb- en el cerro de Montevideo maldiciendo la tierra en que desembarcó y lamentándose porque los inlgeses la dejaron perder. Finaliza invirtiendo los términos y alegrándose de la derrota de las invasiones inglesas que llevando su progreso la habrían arruinado. También pone en Abel, el protagonista de Mansiones Verdes, palabras de felicidad cuando llega a las selvas de Guayana no adulteradas por la civilización. En sus memorias sobre la Argentina se indigna con ciertos inmigrantes italianos por su depredación de los pájaros y de la naturaleza, así como la barbarie de los saladeros y la matanza descomunal de ganado.

Como Hernández, percibe la barbarie de la civilización. Pero Estrada marca los matices entre ambos permanentemente, como cuando en Muerte y transfiguración...escribió: "...de existir una tesis en el Poema, y de ser ésta la de que la civilización administrada desde los centros urbanos no tiene de tal sino la apariencia...carece de eficacia...Mucho más convincente es esa misma tesis en las obras de Hudson, particularmente en La tierra purpúrea, en que, fuera del alegato final, todo el panorama de un país pastoril pero poseedor de una energía extraordinaria enjuicia en bloque a la civilización fabril occidental" (p.314).

Hudson escribió su obra en inglés, se nacionalizó inglés, aunque nunca perdió el carácter forjado en las llanuras argentinas. Su hablar pausado, su acento castizo, su personalidad ascética, son los rasgos que nunca perdió y que sus amigos cercanos cuentan lo hacían a él mismo una figura extraña en Inglaterra. Sobre las llanuras escribe de memoria con fidelidad precisa de lo que había vivido en su juventud y, según su propia versión, los recuerdos le aparecían con una facilidad torrencial. Es capaz de recordar hechos, sensaciones y figuras desde los tres años de edad, el tiempo para él nunca fue perdido ni fue trabajoso retenerlo.

A Estrada le interesa Hudson en primer lugar porque es para él uno de los mejores exponentes de la literatura argentina (la cuestión de la nacionalidad no le preocupa y minimiza las críticas de "traidor" que le fueron formuladas a Hudson; éste lleva el país en su sangre). Sostiene, como Borges, que fue uno de los mejores en captar lo gauchesco sin caer en lo "pintoresco" o en la tan discutida mirada urbana sobre ello. Pero, a diferencia de Hernández, Hudson le revela a Estrada una Argentina desconocida. Es por eso que se detiene en el Mundo maravilloso... en analizar la forma en que Hudson habla del paisaje de la llanura, del viento, de la luz, del avestruz, del gorrión, del armadillo, de la vizcacha, del guanaco, del caballo, de las serpientes, de los perros, de los personajes del lugar.

Apenas como un ejemplo baste el del perro. En cuanto rancho había en la Argentina necesariamente vivía -y así continúa siendo hoy en día- por lo menos un perro, generalmente más de uno. La familia de Hudson tuvo a veces ocho, otras llegaron a quince. En varios de sus libros tiene leyendas sobre perros, como aquella en que cuando muere su dueño el perro se queda junto al cadáver para que no se lo coman los chimangos; ya seco va hacia la laguna más próxima y muere en el camino de sed. Habla de los perros salvajes, de los perros cazadores, de la relación entre los perros y los habitantes de la región, pampa o patagonia. Se detiene también largamente en la forma en que Hudson trabaja sobre los sentidos: la vista, el tacto, el olfato, el oído, el gusto, aplicados sobre un ambiente que va descubriendo. Por eso es que Estrada encuentra muy apropiada la descripción que hiciera Massingham en su libro Hudson, el gran primitivo; Hudson el amo del tiempo. Su escritura le revela aquello que el hombre urbano ya había perdido; y esto lo hace con la experiencia de lo vivido, con la precisión del naturalista, con historias magníficamente contadas. "Su hazaña consiste en que descubrió un mundo ya descubierto y que había quedado sepultado, como las ruinas de alguna ciudad bajo la tierra o la lava, por la insensibilización del hombre fabril occidental...En esta proeza de reconstruir el mundo de vida salvaje -no el pintoresco, sino el de las cosas vivas en sí- reconstruye al mismo tiempo una facultad perdida, la de entrar en comunión sana y comprensivamente con los demás seres...(él es capaz) de restaurar en nosotros facultades que nos resignábamos a considerar definitivamente atrofiadas". (MMGEH, p. 125).

Es fácil encontrar en El Mundo maravilloso... paralelos grandes con Simmel (uno de las influencias reconocidas por Martínez Estrada en su Radiografía de la pampa), pues en el libro hay gran número de apartados que podrían ser descritos como microsociología aplicada a los temas de interés de Hudson. Bien podría decirse que Estrada hace una lectura simmeliana de Hudson.

Si Hernández tenía el prodigio de retener cien palabras recitadas en el momento, formar frases y ordenarlas como quisiera, Hudson era capaz de silbar el canto de doscientos pájaros argentinos transcurridos cincuenta años de haberlos escuchado. Martínez Estrada dice que el ideal de Hudson habría sido "vivir en una cabaña, absolutamente sólo, que fue lo que Lao Tse hizo en la vejez y en la sabiduría" (MMGEH, 94). Este es, con la distancia debida, el intento destinado al fracaso desde el inicio, de Horacio Quiroga.

El hermano Quiroga

Este libro es muy diferente a los dos anteriores sobre los que gira este trabajo. Es pequeño, tiene noventa y dos páginas, e incluye cartas, recuerdos de vivencias compartidas y fundamentalmente un análisis de la persona y no tanto de la obra, aunque en Quiroga obra y vida son inseparables. El hermano Quiroga es, como sostiene Rodríguez Monegal (que ha escrito tres libros sobre el salteño), tal vez el retrato más logrado de la última época de su vida.

No hay otro escritor en el Río de la Plata, ni tal vez en toda América Latina, que se haya forjado una leyenda tan grande de hombre civilizado que desprecia la civilización. Hernández era un hombre simple y primitivo que vivió su vida guerreando, en una manera él estaba integrado en el mundo que le tocó vivir. Hudson huye porque el dolor de ver destrozado el entorno que amó es más fuerte que sus raíces, lo mantiene vivo en la distancia básicamente en su mente, en sus recuerdos, en su carácter. Quiroga es el homo faber que delira reconstruyendo su propio espacio materialmente. Sufre el destierro, como dice Martínez Estrada (y posteriormente Rodríguez Monegal titulará su biografía de Quiroga El desterrado,) porque las nuevas generaciones ya no leen sus libros -Borges, en uno de sus errores antológicos, dirá que Quiroga escribe lo que Kipling ya hizo antes y mejor. Martín Fierro (ahora la revista vanguardista y no el gaucho) lo margina. También busca la soledad porque su primer contacto con la selva cuando viajó con Lugones a las Misiones fue una revelación.

Quiroga no se sentía mal con la tecnología que avanzaba, a él le fascinaba la ciencia, arreglar motores; tuvo una motocicleta con la que desafiaba las leyes de la gravedad y de la inercia, inventaba máquinas, plantaba naranjas, algodón, pero todo lo hacía con la mentalidad del artesano, o con la del bricoleur. Arreglaba su casa, encuadernaba sus libros, cosía su ropa, fabricaba sus canoas, modelaba cerámica, desmalezaba la roza y de vez en cuando deliraba con montar una industria que vendiera fruta deshidratada (¡cinco mil naranjas en una damajuana de diez litros!). Hasta ofició de partero con su primera hija. Lo que él no soportaba era esa promesa de un mundo pastoso y carente de aventura que el predominio técnico auguraba.

Quiroga quiere crear un mundo propio en donde cultura y naturaleza estuvieran armonizadas. El sabe muy bien que es un hombre de cultura refinada y no reniega de ella, pero desprecia el hombre culto cuyo saber le hace impotente para bastarse a sí mismo.

El cultivo de sí no es solamente libresco, sino también práctico. Para él es un deber "hacer, amigo mío. Somos hombres; no hay que olvidarlo" (EHQ, p.61). Martínez Estrada lo compara acertadamente con el caracol que moldea su propia casa y vive sólo en ella. Quiroga siente la necesidad de crear con sus propias manos el entorno en que vive, hábitat, objetos, paisaje. No elige la soledad conscientemente, va expulsando los seres que lo rodean afectivamente por exigirles que vivan de su misma manera, que encuentren la misma necesidad y placer en sus raptos de ascetismo. Sobre sus primeras experiencias en el norte le escribe a Estrada: "Me levantaba tan temprano que después de dormir en un galpón, hacerme el café, caminar media legua hasta mi futura plantación donde comenzaba a levantar mi rancho, al llegar allí recién comenzaba a aclarar. Comía allí mismo arroz con charque (nunca otra cosa), que ponía a hervir al llegar allí y retiraba al mediodía del fuego. El fondo de la olla tenía un dedo de pegote quemado. De noche otra vez en el galpón, el mismo matete" (EHQ, p.87). Es el inicio de la caparazón de coral, con el tiempo la metamorfosis lo convertirá en araña. Su veneno se va vertiendo lenta e inadvertidamente sobre los seres que lo rodean, que no tienen ni la misma fortaleza física y psíquica, ni la voluntad de acompañarlo en su fantasía de náufrago. Su primera mujer, como la joven del almohadón de plumas, sucumbe; la segunda lo descubre a tiempo y le revela: "viviría a tu lado aterrorizada en la contemplación de una monstruosa araña". El lo acepta y agrega: "mi mujer no vió la araña en Buenos Aires; pero aquí acabó por distinguirla. Sin embargo, amigo, no la culpo mayormente. ¡Es tan dura esta vida para quien no siente la naturaleza en el ménage!" (EHQ, p.31).

En El hermano Quiroga no sólo aparece el retrato del amigo, a medida que Martínez Estrada va narrando sus vivencias compartidas aparecen invalorables rasgos de su propia vida y obra. Estrada se siente cómplice de Quiroga en varios aspectos. Estuvo él mismo a punto de irse a vivir e instalarse a su lado en el norte. Quiroga le insiste en varias cartas para que concrete la partida, le dice que ha desmalezado su terreno, que lo ayudará a construir su casa, que se sentirá pleno trabajando manualmente. El proyecto nunca fue concretado, Estrada es conciente que ello hubiera puesto en jaque su amistad y que el trato cotidiano, regular, con el amigo era imposible.

El origen de este proyecto era para Martínez Estrada una especie de retirada heroica, dice: "...yo había jurado no publicar más, después de la condena unánime por la "intelligentsia" de mi Radiografía de la pampa. Nuestro retiro en la selva misionera era dejarles las colas a los cazadores. Su desdén era tan grande como el mío por la cultura de fábrica. Iban sucumbiendo o esterilizándose los valores verdaderos, y avanzaba la ola de barbarie alfabetizada que pondría las letras en el nivel de la política" (EHQ, p.67).

Estrada no se va a la selva, pero más tarde se irá del país -a Cuba- por exactamente las mismas razones que se acaban de mencionar. Con esta especie de autoexilio, no hace más que seguir a su manera lo que habían hecho Hernández y Hudson. A diferencia de este último, vuelve para morir, a su tierra natal.

REFERENCIAS

Martínez Estrada, Ezequiel. Radiografía de la pampa, Edición Crítica coordinada por Leo Pollmann, Colección Archivos-FCE Argentina, 1993. Muerte y Transfiguración de Martín Fierro; ensayo de interpretación de la vida argentina, FCE, México-Bs.As., 1948. El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson, FCE, México-Bs.As., 1951 El hermano Quiroga, Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Uruguay, 1957. Antología, FCE, México, 1964.

Hudson, Guillermo E. La tierra purpúrea, Biblioteca Pluma de Oro, Buenos Aires, 1945. El Ombú y otros cuentos, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. Días de ocio en la patagonia, Libros de Hispanoamérica, Argentina, 1986. Allá lejos y hace mucho tiempo, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1979. Green Mansions, Random House, USA, 1944.

Quiroga, Horacio. Selección de cuentos, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, Montevideo, 1966. Novelas completas, Rafael Cedeño Editor, Argentina, 1994.

Rodríguez Monegal, Emir. El desterrado. Vida y obra de Horacio Quiroga, Ed. Losada, Bs.As., 1968.

Rubione, Alfredo V. "Ezequiel Martínez Estrada", en La historia de la literatura argentina, cap. 84, Centro Editor de América Latina, Bs.As., 1968.


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