Insisto en afirmar que Uruguay no es una república bananera.
Le vuelvo a repetir que aquellos que se mofan de nuestro país,
o bien tienen intereses ocultos o no están capacitados
para reconocer que somos bien distintos del resto de los países
de América Latina. Nos llamaban la Suiza de América,
¿no lo recuerda? Nuestro pueblo es el más culto, nuestros
pobres realmente no son tan pobres, y nuestros científicos
alcanzan los mayores elogios en los países del norte.
Entiendo que están circulando algunos rumores por el mundo,
donde se nos quiere igualar a los demás países del
continente, sugiriendo que somos una república bananera.
Pero como verá a continuación, la evidencia que
se utiliza no es verdadera.
En primer lugar, no es verdad que en el último plebiscito
se hubiesen validado una serie de hojas de votación que
promovían el consumo de marihuana y otras cosas. En segundo
lugar, tampoco existe la corrupción, porque los pocos corruptos
que habían ya están presos.
La paz reina en las ciudades. Cuando se dice que las casas son
robadas varias veces, que los presos que salen en uso de licencia
no regresan, que los patrulleros no llegan dentro de los primeros
cinco minutos, o cuando se denuncia la connivencia de policías
con ladrones, en realidad se exagera.
De la misma manera, no tenemos prensa amarilla o sensacionalista;
ni los diarios ni la televisión dan amplios espacios a
los accidentes o los robos, ni se promociona la inseguridad pública
insistiendo en amplificar el número de delitos, a pesar
de que seguimos contando con los mejores índices de seguridad
en el continente.
La televisión es de lo mejor. Todos los informativos son
diferentes y nunca pasan una misma noticia; tenemos muchos programas
nacionales y muy pocos enlatados extranjeros; han habido manifestaciones
públicas contra Tinelli, y el ranking de audiencia de Hola
Susana es bajísimo.
Los políticos se tratan con cordialidad, en lugar de slogans
utilizan argumentos, y están a la vanguardia en la originalidad
de ideas y propuestas. Las empresas públicas avanzan y
ya todos olvidamos que el presidente de OSE alentaba el consumo
de agua sin límites, para luego decretar restricciones
en varios lugares.
Constantemente hemos protegido y alentado a los grandes pensadores
nacionales. Juan Luis Segundo, quien era uruguayo, y también
uno de los más importantes filósofos contemporáneos,
siempre pudo dar clases en la Universidad de la República;
sus colegas lo llamaban continuamente para seminarios y mesas
redondas.
Lo mismo sucede con la innumerable cantidad de talleres de literatura
que dicta Eduardo Galeano, uno de los dos autores uruguayos más
difundidos y leídos en el mundo; las universidades nacionales
promueven su participación y hay varios estudiantes realizando
tesis sobre sus obras. El que el primer estudio sobre sus escritos
fuese realizado en el extranjero es otra distorsión.
La reforma educativa marcha viento en popa, sin discusiones ni
polémicas. En el interior, los escolares y liceales están
encantados con tener que ir a estudiar a nuevos centros educativos
donde sus horarios no coinciden con el de los omnibuses
que cruzan las rutas.
Nuestro nivel cultural sigue en progreso. Tuvimos el privilegio
de contar, este verano, con un nuevo desfile de Giordano en Punta
del Este, donde la cultura y la estética van de la mano.
Casi toda nuestra población tiene los más altos
niveles educativos. Hasta las cajeras de tiendas y supermercados
saben manejar las más recientes computadoras, aunque es
simplemente un detalle el que deban apelar a que la máquina
registradora les diga cuánto es el vuelto.
Finalmente, y como prueba más enérgica, en Uruguay
no crecen las bananas.
E. Guíntaras
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