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Malvín, una hermosa zona para vivir. Calles amplias y arboladas
articulan manzanas en las que toman su lugar coloridas casas y
chalets más bien unifamiliares, todas con su jardín
casi siempre poblado de flores y perfumes. Una fuerte cohesión
parece marcar la vida de su gente, que se conoce y se trata con
una cordialidad evidentemente mayor a la que suele darse entre
meros vecinos, formando lo que sería una gran familia que
comparte el barrio, el club, algún boliche, la escuela,
la playa y hasta un cine al aire libre.
Ese cine se volvió ruina, pero no solo el cine. De aquel
Malvín del recuerdo que era un ejemplo de plácida
vida, solo quedan rastros. El tiempo ha hecho brotar por aquí,
por allá y también más allá, feroces
ejércitos de lanzas apuntando al cielo. Ellas han fragmentado
la franja de jardines y han creado un muro de hierro entre las
casas y la siempre sombreada -pero por lo visto ya no tan amable-
calle. Como en tantos otros barrios, la gente vive tiempos de
penuria y se encierra, pensando contar así con una barrera
contra los violentos. capaz de frenar una delincuencia agazapada
que espera para pegar el zarpazo.
¿Es necesario decir que la gente de Malvín se ilusiona?
No, porque ellos ya lo aprendieron.
Como contrapartida, estos son tiempos de delicia no solo para
quienes delinquen, sino también para los herreros, quienes
disfrutan de una bonanza que les ha permitido capear cómodamente
la recesión y el desempleo tan generalizados. Porque no
son solo las casas, sino que los apartamentos de edificios de
toda altura exhiben rejas que cuadriculan cada ventana, ya que
quienes las habitan se han encerrado y han convertido sus habitáculos
en celdas.
Este es el mundo del revés. Las víctimas -voluntariamente-
se ponen presas mientras andan libres los que delinquen.
Tanto como se multiplican las rejas, se suprime esa apreciable
comodidad que son los "porteros eléctricos",
lo que obliga a cada vecino de un edificio de apartamentos a bajar
hasta la puerta de calle para abrirla y cerrarla, mediante su
respectiva llave (también, "de seguridad"), cada
vez que llega o se retira una visita. Y a propósito de
seguridad, crece como leche hervida la contratación de
vigilancia privada en las cuadras de los barrios y más
aun todavía en las empresas. Antes, otros y en otras partes,
vendían "protección" (contra ellos mismos),
ahora y aquí se volvió imprescindible la "seguridad".
Eso en las casas. Pero, ¿y en las calles? Da pavor. De día,
con ensañamiento, se golpea y se arrebata a quien sea que
camine cargando una cartera o con aspecto de llevar encima algo
más que el importe del boleto del ómnibus. Con furia
se rompe lo que sea de un automóvil estacionado para robar
el vehículo o lo que se encuentre en su interior, con la
más que probable complicidad de los guardacoches, que ahora
se parecen demasiado a ìcampanasî de los ladrones.
Con cobardía y abuso, desde una moto en marcha se arrebata
a quien camina o espera el ómnibus, o se rompe el vidrio
de un auto detenido esperando el cambio de luces para arrancar
lo que sea que esté en el asiento o en el brazo de su conductor.
En fin, que todos los días aparece una nueva modalidad
de "trabajo" y los delitos crecen en número y
más aún en demostración de pericia y voluntad
transgresora. Los atentados ya no se limitan a los bienes, cada
vez más atrapan a las personas, que son tomadas de rehenes,
inmovilizadas, heridas o asesinadas. Para cualquier vecino, terminar
siendo robado mueve más bien a dar gracias (a Dios) porque
la cosa no haya sido peor todavía.
A la delincuencia se suma un clima en el que rige la violencia
más o menos gratuita, individual -golpear a otro "porque
sí", matarlo porque le miró su mujer- o la
más cobarde, la colectiva, de patotas y barras bravas para
las cuales el anonimato es el amparo aprovechado para arrasar
con todo límite. Límites que ya no respetan una
edad mínima, tanto que un adolescente (14 años)
acaba de liquidar a su familia.
La escalada de la violencia no se detiene ante nada y no tiene
otro límite que la muerte, límite que es cada vez
más fácil de alcanzar y hasta es apto también
para resolver "pequeñas diferencias". En tanto
del otro lado, del lado de la gente, no hay sino estupor e indefensión
y rabia y ganas de empezar "a los tiros" o de pedir
a gritos que venga "quien sea" y arregle las cosas.
¡Pobre Montevideo! Si hasta parece que nunca hubiera existido
el tiempo aquél en que el lechero dejaba la botella en
la puerta, pero del lado de afuera, la que seguramente quedaría
allí hasta ser recogida cuando la doña abriera sigilosamente
la puerta de calle, cuidando que los vecinos no la vieran en camisón.
Muchos le han reclamado a Uruguay por haber vivido de espaldas
a Latinoamérica, y le exigían latinoamericanizarse.
Parece que lo está haciendo, pero copiando lo peor, la
violencia urbana. Un hecho que en el corto plazo parece tener
solo una posibilidad: extenderse.
PRIMERO A LAS CAUSAS
En Montevideo la violencia es el tema y cada vez más frecuentemente
las informaciones sobre ella trepan a la apertura de los noticieros
centrales de la televisión o bien ocupan sus primeros tramos.
Se habla mucho y pueden apreciarse dos clara zonas de consenso.
Una es la del reclamo de que la violencia debe ser detenida sin
demora. La otra dice que nadie hace nada o que nada de lo que
se hace es efectivo.
Ambos consensos son acompañados por un claro disenso, es
el que aparece a la hora de identificar causas: entonces surgen
marcadas y subrayadas, feroces divergencias. Unos hablan de las
carencias del sistema policial y otros enfatizan la decadencia
económica y la degradación social. No faltan los
que recuerdan los años de la dictadura. Hablando de causas,
parece que cada uno trata de llevar agua para su propio molino,
tanto que se menciona la necesidad de mejores sueldos y medios
materiales para la policía, y eso lo dice
la propia
policía. O se atribuye a la desocupación y la pobreza
el auge de delincuencia, y de éstas, es claro, son culpables
los políticos de los otros partidos.
En la teorización se percibe que cada uno encuentra una
ocasión que aprovecha para sacar ventaja. El bla bla
bla se dirige a defender intereses propios, lo cual siembra
el descrédito y aumenta la certeza de no encontrar amparo
por ningún lado.
QUE PASEN LOS CULPABLES
Son varios, son muchos, pero cada juez tiene sus preferencias.
De modo que resulta más práctico que vayan pasando
de a uno y que cada uno se esfuerze por identificar "su"
culpable.
Culpables son los ricos, Pero, ¿quienes son los ricos?
Aparentemente, en el inicio, son las víctimas, ya que ricos
son aquellos a quienes se les roba y ricos son aquellos que tienen
algo robable y tientan, por lo cual otro quiere apropiarse de
eso que tienta. Concepto que vale aun cuando el valor económico
del objetivo del robo haya ido bajando, y hoy resulta que se roba
-aun hiriendo o matando- unos pocos pesos o una campera colorida
made in China.
Se dice ahora, quizá se ha dicho siempre, que mucha gente
se enriquece fácilmente. El portero ve que el dueño
de la casa se enriquece y oye que se murmura que lo hace ilícitamente.
Y que por ser rico, permanece impune. Elemental, deducirá
que el crimen paga. De allí a pensar que ser rico es ser
ladrón, que toda riqueza es malhabida, hay un solo paso.
Y el que roba a un ladrón
Además la impunidad de los crímenes de cuello blanco
y de los ricos (hay quien dice que nunca vio un rico en la cárcel
)
es señalada por muchos que sostienen que el crimen mayor
incentiva al menor, dan un mal ejemplo.
Sí señor, los ricos son culpables. ¿En quién
no resuenan los ecos religiosos de esta sentencia? Ella hace ver
que el robo sería un acto de justicia, lo cual quizá
explique la descarada ambivalencia que, en el imaginario, rige
en enfrentamiento de la sociedad con el robo. Por un lado una
especie de convicción íntima de que la víctima
merecía lo que le pasó, que el ser robado es su
castigo; por otro lado, la convicción igualmente íntima,
de que el delincuente no es castigado, que si es apresado, entra
por una puerta y sale por la otra.
Culpables son los pobres. Es sabido que en estos años
(¿cuándo no?) las políticas de los gobiernos
hicieron que los ricos se hayan vuelto más ricos y los
pobres más pobres. Por otro lado se sostiene que la violencia
es fruto de la decadencia económica y de la degradación
social. Existen miles de familias cuyos miembros, en apreciable
proporción, han caído en el desempleo y se sostiene
también que progresan sin pausa hacia la marginalidad.
La población desempleada es puesta en el mismo canasto
que los niños abandonados, el otro ingrediente de la marginalidad.
Lo que resultó de todo eso fue el aumento del número
de delincuentes y de la violencia. De allí entonces la
mayor inseguridad de la población.
Ladrones natos. La asociación íntima entre
pobreza y delincuencia convence tanto a la derecha como a la izquierda
y ambas concuerdan en la fortaleza de esa relación privilegiada.
Para unos, el delito que comete el pobre es expresión de
un malestar social del cual es culpable el sistema vigente, la
delincuencia es un mal congénito del sistema que ellos
proponen cambiar por uno libre de esta tara. En tanto para los
otros, se trata de una relación congénita también,
pero entre ser delincuente y ser pobre. En ambos casos el delincuente
o el violento es un títere manejado desde la sombra, sea
por la sociedad, sea por los genes. O lo que es casi lo mismo,
dirigido por los hilos del destino
En los hechos, cualquiera que sea la inclinación política
de alguien que sufre la violencia, cuando la sufre es más
que probable que se se olvide de sus ideas y se descubra enfrentado
al sentimiento de ser víctima de alguna forma de delincuente
nato; y que argumente con variantes de la tesis que sostiene
que la "facha" lo dice todo. En ese momento no cabe
la explicación socio-política, el afectado piensa
inevitablemente en perversidad, en que es biológico, lo
que funda la solución que su emoción le propone:
que lo maten o que al menos lo hagan sufrir.
De hecho, parece que se está desempolvando la doctrina
tantas veces enterrada según la cual la criminalidad tendría
un componente innato. Es decir, la tesis de Lombroso, el psiquiatra
italiano que sostenía que determinada constitución
biológica está en la base de un determinado desvío
en el comportamiento. Esa tesis "explica" al que roba
y agrede sin piedad y aún al policía que tortura
a la tarde, y que a la noche va para su casa y se transforma en
amante padre.
Los argumentos dan por sentado que Lombroso tenía razón.
Lombroso habló de la inferioridad biológica como
asociada a la tendencia hacia la delincuencia y hacia la violencia
sin motivaciones. Inferioridd biológica que tanto invoca
la herencia como una infancia mal alimentada, con inferioridad
en las oportunidades. Quien comete el delito es alguien así.
Lombroso reivindicado. ¡Buena la estamos haciendo!
Espanta que una tesis de ésas gane cuerpo en la sociedad.
Si tuviera más crédito, nos encontraríamos
con que alguien tiene un problema, viene un médico y diagnostica
la figura de Lombroso, afirma que puede cometer un acto de gran
peligrosidad y ahí, ¿qué es lo que pasa? ¿Se
lo segrega? ¿Y los derechos humanos? Un plato bien servido
para el reaccionarismo, cualquiera sea el partido de su defensor.
Los muchos que apuntan a la miseria como una de las causas de
la violencia, olvidan ejemplos en la historia y de otros países
que, por lo menos, llevarían a dudar de la tesis de que
la pobreza por sí está asociada a la violencia.
Ellos más bien arriesgan pasar al banquillo de los acusados
por sostener que el pobre debe ser visto como un elemento peligroso
y el ocio como preludio del crimen.
No se puede probar que la pobreza en sí sea la causa de
la violencia, pero sí que los desposeídos están
siendo vistos como chivos expiatorios. Siempre existió
pobreza. La historia de la India, por ejemplo, no indica que la
pobreza traiga consigo un aumento de la delincuencia. En Occidente
hubo, esto sí, una redefinición de su significado;
en un tiempo los pobres fueron el pueblo elegido de Dios; después
de la Reforma pasaron a ser una maldición. El pobre es
el elemento maldito y el ocio precede al delito. Hasta los menores
carentes son presentados como monstruos, merecedores de castigos
terribles.
Se puede concordar con el medio mundo que dice que las causas
de la violencia son materiales, que pesa el desempleo y la miseria.
Eso puede ser básico, pero es poco. En la violencia existen
causas aún no identificadas, como la que, por ejemplo,
llevó a los operarios ingleses de Liverpool, altamente
bien pagos, a matar 36 personas en un estadio de Bélgica,
hace casi 10 años. Por eso, ante la violencia, es preciso
claridad y decisión, pero también humildad.
La culpa es de la policía. Nuestras preocupaciones
por las causas sociales, la miseria, el desempleo, no pueden apartar
nuestra atención de los medios conque cuenta la sociedad
para enfrentar el delito y la violencia. Es así que la
cuestión policial, junto a la necesidad de mayor rapidez
en la conclusión de los procesos judiciales, es considerada
por muchos como prioritaria.
Se supone que en las bases mismas del Estado existe un compromiso
de éste con la población para evitar y reprimir
el delito y la violencia contra la gente, sin complicidades, a
través de su organismo especializado, la policía.
Y tal parece que ese compromiso no es respetado o que no es cumplido
en la medida en que la gente espera.
Una ciudad grande exige eficiencia -y una manera de obtenerla
en estos tiempos es la tecnificación- en el combate al
crimen solitario u organizado, pero visiblemente el trabajo del
aparato policial está perdiendo la partida. A la vez el
policía trabaja con miedo, está desequipado en todos
los sentidos, en conocimientos y pericia, en medios, en interés.
Se argumenta en su descargo que la policía no está
especializada, ni tiene recursos materiales para cumplir sus obligaciones.
Pero cabría preguntarse por qué no los tiene, por
qué no crea condiciones para reclutar mejores hombres y
por qué no recurre a mejores medios.
Pero, hablando claro, la propia policía no está
muy prestigiada luego que algunos de sus miembros fueron descubiertos
como asociados a delincuentes o delinquiendo sin intermediarios.
Entonces ya no se sabe si la ineficacia se debe a falta de elementos
o a una deliberada actitud que debe considerarse corrupta, que
brinda amparo a algún sector de la delincuencia.
La culpa es de los jueces. Algunos son tan drásticos
en sus valoraciones que llegan a afirmar que "la impunidad
y la ineficiencia del aparato policial y de la Justicia propician
el surgimiento de la onda de violencia en los centros urbanos".
Ellos serían las dos ramas del margen de impunidad de que
parece gozar el delincuente.
Tal impunidad se funda, es claro, en la omisión de las
autoridades judiciales y policiales en la captura y condena, ya
que se ´puede hablar de impunidad tanto si nadie va preso,
como si el que va preso vuelve a las andadas a los pocos días
de haber sido detenido.
Una arraigada convicción sostiene que el Derecho Penal
riguroso sólo se aplica contra los pobres, y pobres son
aquellos que no gozan de los favores de la rosca de "defensores"
de delincuentes, la que parece que puede más que la Justicia.
La disponibilidad de ciertas personas para la delincuencia sólo
se transforma en acción cuando los costos de ese comportamiento
parecen bajos. Siquiera por aquello de que si nada pasa, no hay
por qué asustarse. "Si Fulano robó y no ocurrió
nada, yo también soy hijo de Dios"
Claro, el que se tienta puede olvidar que hay diferencias, que
otro puede tener una posición en una organización
delictiva mientras el sólo tiene un zapato agujereado.
Porque hay injusticia social y también injusticia judicial
QUEREMOS SOLUCIONES Y AQUI ESTAN
Buscar las causas de la violencia puede llevar muy fácilmente
a quedar empantanados es una vacía discusión académica.
Y en principio resulta claro que proponerse considerar soluciones
solo es posible sobre la base del adecuado conocimiento de la
realidad, conocimiento, por ejemplo, de estadísticas. Pero
las existentes son bien pocas e inexpresivas.
Los datos objetivos que mayormente no existen. Se mencionan valores
absolutos, números de denuncias, a veces las tasas de criminalidad.
Pero no interesa saber si el número absoluto de delitos
creció, si no se sabe si varió el número
de delitos por habitante, o las fajas etarias en que se distribuye
la población delincuente Sin las estadísticas, no
hay conocimiento real ni base para establecer acciones tendientes
a cambiar las cosas.
En los casos en que se individualiza a los delincuentes y ellos
son penados, ¿cómo se distribuyen las penas? ¿Cuántos
son reincidentes y a cuánto tiempo de estar en libertad
reinciden? Estos datos podrían aclarar la diferencia entre
lo que puede ser un delito cometido por alguien en un mal momento,
y lo que es un modus vivendi, y fundar entonces una política
penal específica para cada uno de los casos.
El clamor público, la entidad y divulgación de los
casos por los medios de comunicación como fuente de información,
no sirven de mucho ni son un buen indicador para la acción.
Más que al conocimiento, lo que "sale" en la
prensa lleva a acciones reactivas, tanto de la gente como de los
políticos, principalmente cerca de la época de las
elecciones. Porque de hecho la seguridad es absolutamente secundaria,
no da dividendos políticos, los dineros son aplicadas a
problemas mas visibles.
La situación es por demás compleja. Si verificamos
la edad de los actores de los delitos corrientes, vamos a encontrar
muchos jóvenes en torno a los 20 años. ¿Quienes
fueron sus padres? Exactamente aquellos que creyeron en el "milagro"
de los años 60 y 70 y creyeron que iban a llegar a participar
de los cambios que se decía (y aún dice) que eran
un objetivo alcanzable
Pero sus hijos fueron criados dentro
de un proceso de descenso social que bloquea perspectivas y genera
sentimientos de rabia, envidia y agresividad contra los "otros",
principalmente aquellos que exhiben su riqueza como una
provocación.
La violencia es un síntoma que sobreviene de innumerables
condiciones sociales. No adelanta nada querer engañar.
Cualquier iniciativa demanda tiempo, esfuerzo, recursos, competencia
y claras intenciones. Pero a pesar de todas las dificultades,
no hay quien no tenga preparada en su manga alguna solución
y quien esté convencido de que si se aplicara, otro gallo
cantaría. Todos saben qué es lo que debe hacerse,
y todos apuntan a que el problema no es simple y requiere la aplicación
de varias soluciones a la vez, por lo que las respuestas tocan
varios puntos lo que hace imposible clasificarlas. Una rápida
encuesta entre gente de diversa extracción nos permitió
armar la siguiente lista de propuestas, que optamos por trasmitir
tal cual, bueno, un poco resumidas, claro.
"Son necesarias colonias penales agrícolas para los
criminales y albergues nocturnos para los que vagan por las calles
a la noche".
"Evitar el éxodo rural con la reforma agraria".
"La impunidad de los ricos incentiva el delito. Hay que penar
los asaltos en la calle, pero también las falencias fraudulentas."
"Las soluciones para la violencia comienzan con un trabajo
intensivo, principalmente con el menor. La gente observa, en las
calles, niños de hasta cinco años, que ya se profesionalizaron
en la delincuencia"
"La policía que debería ser organizada y dignificada
para el ejercicio de su función".
"La solución fundamental es crear empleos, crear cooperativas
de trabajadores jóvenes, y estimular las pequeñas
empresas".
"Si la reforma agraria hubiese sido hecha, el campo no se
despoblaría y las ciudades no habrían sido invadidas.
Debemos hacer algo sin tardanza para evitar el síndrome
de Calcuta, impedir que la gente siendo parida y muriendo en las
calles mientras los ricos se atrincheran en campos de concentración
cercados por alambres de púas".
"Para combatir la violencia yo apuntaría las siguientes
posibilidades: ampliación de fuentes de trabajo en áreas
carentes. Volver a preparar a la policía, procediendo a
la creación de un centro de información integrado,
ligando a todas las reparticiones. Cursos de reciclaje de los
policías, aumentando la habilidad intelectual y técnica
en detrimento de la necesidad de recurrir a los métodos
violentos".
"Un programa de iluminación en las zonas mal iluminadas
y un programa de teléfonos públicos en los lugares
aislados. Ampliación de las posibilidades de trabajo, desarrollo
intelectual y espiritual en los presidios. Y, finalmente un programa
de integración del niño abandonado".
"Combatir el machismo, al comenzar, en las escuelas. Sería
uno de los caminos".
"Si el propósito es ir al fondo del problema, se va
a tener que reconsiderar a la educación, porque en este
país, con tan pocos analfabetos, es de suponer que la inmensa
mayoría de los delincuentes pasó por la Escuela.
Pasó, y ¿qué hizo la Escuela por ellos y por
sus víctimas? Habrá que revisar también la
política del menor abandonado".
"Si la intención es atacar el problema en el
corto y mediano plazo, todo el mundo conoce la solución:
perfeccionar el trabajo policial y acabar con esa retórica,
excesivamente liberal y académica, de que no es a través
de la policía que se resuelven las tasas de delincuencia.
Resuelve si la policía resuelve. Esa es la forma, a corto
y mediano plazo, de hacer bajar las tasas de violencia. Es preciso
un aparato policial que aumente la probabilidad de que el delincuente
sea realmente apresado".
"Hoy se entra en un apartamento, se roba y hasta se mata,
con una baja probabilidad de ir preso. Eso se está volviendo
un buen negocio, se gana en un asalto lo que no se gana en años
de trabajo. Es necesaria una policía técnica equipada,
con mas gente en la calle".
"Tendría que haber un control riguroso en la
venta de armas de fuego. Si relacionara los delitos contra personas
y se chequeara con una curva de licencias de porte de armas, se
verá una relación clara."
"Hay algunas medidas a mediano y corto plazo, para comenzar
a tomar ahora, así como el problema del sistema penitenciario
-que es un descalabro. Yo pasé un año preso, conocí
todo lo que podía ser conocido. Es algo que precisa ser
atacado de inmediato. En esa época, por lo menos el 50%
de la población carcelaria eran primarios, autores de delitos
graves o bien otros sin mayor seriedad, pero estaban todos mezclados.
Las bandas que actúan aquí afuera comienzan allá
adentro".
"La justicia es lenta. Si no se desburocratiza ella
anula la acción policial. La policía tiene razón
cuando dice que los aprehenden y la justicia los suelta. El formalismo
jurídico es increíble. El proceso jurídico
está lleno de trampas. Por un ridículo formalismo
de la justicia (el abogado ëexpertoí se agarra de
esas trampas y se sirve de ellas). Los detalles ponen mucha gente
en la cárcel y los detalles liberan a otros que cometieron
actos delictivos y a veces muy graves".
"Los jueces deberían usar un poco más la capacidad
de discernimiento, interpretar más la ley. Es verdad que
las trampas jurídicas -en algunas circunstancias- son también
garantía de los derechos individuales. Pero pueden tener
efecto contrario. La justicia no es justa, pues no es distribuida
con igualdad".
"El clima de impunidad es total. Es de arriba para abajo.
Esa mentalidad de que el delito compensa está en
lo cierto. El que roba es tan delincuente como quien pasó
un cheque sin fondos. Sólo que uno va a la policía,
el otro no. Es tonto creer que el asaltante no sabe eso. Ese sentimiento
de impunidad general y de injusticia entra en la conciencia de
las personas".
"La solución a la violencia es de naturaleza institucional.
Es necesario elevar drásticamente los costos de la acción
violenta y de la acción criminal, se trate de asalto a
mano armada, de atropellamiento con muerte o de falencia fraudulenta".
"Las soluciones no pasan por una intimidación mayor
del delincuente pobre. Ni por la pena de muerte. Este espectáculo
público es una daga de doble filo, en caso de que el condenado
sea inocente, la población se puede identificar con él
y liberarlo, como ya ocurrió en Francia. Más allá
de eso, los procesos son basados en preconceptos. Los policías
crean pruebas inexistentes, obligan a dar testimonios a los acusados
Lo que falta no es el castigo más severo, sino el ejemplo
de las autoridades. A corto plazo, se debe exigir más de
las policías civiles, incluso la condena de los policías
que actúan fuera de la ley. También debe haber una
Justicia bien organizada -de modo que el policía no se
vea como un representante de las autoridades, sino como un defensor
de la ley".
"Cuanto antes sea hecho el trabajo de prevención,
mejor. Es preciso crear escuelas profesionalizantes, pero no se
cómo sería, porque el mercado de trabajo no facilita
el empleo. También este negocio de mucho asistencialismo
se acomoda y funciona mal; nunca hay garantía de que los
pobres de verdad reciban sus beneficios
Y la policía
precisa de una recomposición: el policía debe ser
concientizado de que es policía y no delincuente. Actualmente,
la acción policial provoca críticas".
"La primera cosa que hay que hacer es el desarme, las únicas
personas que pueden usar armas son aquellas a quienes incumbe
el control social. Las penas para el porte ilegal de armas son
blandas. Deberían se más rigurosas, con sanción.
Ese es un medio de combatir la violencia. Otro sería la
concientización, por los medios de comunicación
social, de las responsabilidades de la persona."
Como se ve, hay para todos los gustos y algunas de las propuestas
hasta contradicen en todo a otras. Sin embargo es apreciable un
aire de familia que parece unificarlas. Es que más que
soluciones, ellas formulan lo que sería para cada proponente,
su versión del "mundo feliz" al que aspiraría
y es claro que en ese mundo no habría lugar para la violencia
y la delincuencia. Claro que si se tratara de llevar a la práctica,
de entrada surgiría el problema de cuál de esas
propuestas elegir, planteando una disputa que, es de esperar,
no tenga que resolverse a los golpes.
Pero en los hechos, mucha gente no espera a que le den soluciones
y se propone buscarlas. La cordura indica que es necesario protegerse
y hacerlo como se pueda, pero esta expresión encierra presagios
de tiempos sombríos si es que algunas de las "soluciones"
llegan a ser puestas en práctica tal cual son anunciadas.
Entre los frutos del espontaneísmo que se promete, se cuentan:
- armarse, la autodefensa, cosa no tan difícil porque las
armas se consiguen, y muchas veces los propios policías
venden ilegalmente las que quitan a los delincuentes;
- crear grupos de autodefensa;
- recurrir a vigilancias privadas;
- pedir la intervención de los militares, argumentando
que se vive un estado de conmoción interna y que en la
época del gobierno de facto la delincuencia estaba en receso
FINAL
¿Será cierto -o hasta qué punto lo será-
que hay alguna novedad en la violencia entre nosotros? Siempre
hubo miseria y la violencia existe desde siempre, en particular
en nuestra sociedad, según lo ha demostrado el historiador
José Pedro Barrán. No es bien claro cuánto
pudo haber cambiado, pero es claro que cambió la percepción
de la violencia. Aunque quizá haya mas perversidad ahora,
puesto que los psicólogos dicen que ciertos vejámenes
que los delincuentes imponen a sus víctimas, buscan probar
que ellos son mejores, como si estuviera en juego un conflicto
entre opciones de vida -y en efecto, al dolor por un robo se suma
la rabia por haber sido "superado" en viveza por el
ladrón. Pero no mezclemos a Freud en esto, que sin él
ya tenemos suficiente.
Marcia Caballero
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Mejor: renovar la convivencia
Una sociedad industrial tiene marcas violentas; es que vivimos una ruptura de valores y un proceso de erosión de las relaciones humanas, provocados por el propio desarrollo de esta sociedad, desarrollo que, entre otras cosas, lleva a que las ciudades segreguen a las personas.
Cuando uno comulga con el otro, cuando se sienta en la misma mesa, puede entender al otro en su humanidad. En cambio en las ciudades actuales se está acabando la capacidad de comunión. Las ciudades están aislando a las personas, quitándoles los espacios y las oportunidades de llevar a cabo esa comunión y confinándolas en determinados espacios, en el aislamiento.
En el marco de una visión funcional se dice, no sin orgullo, que la ciudad está racionalizada.. Porque las compras se hacen en un espacio especial, en el shopping, porque se trabaja en las zonas de trabajo, porque se vive en los lugares correspondientes, claro que cada uno dentro de su clase, es decir, los muy ricos tiene las propuestas del paraíso; los muy pobres, las propuestas del infierno. La idea que presidió la creación de Brasilia es quizá el ejemplo más claro de racionalidad y de sus límites y de algún modo está presente como meta en el desarrollo de las demás ciudades en nuestro tiempo.
Pero en cuanto progresa esa racionalización creando un orden falso, que parece lógico pero que es arbitrario respecto de la vida real, se mata a la ciudad.
La ciudad funciona como tal en la medida en que se parece a un gran mercado y eso se está acabando. La ciudad sin mezclas comienza a ser peligrosa; las calles más seguras son las que tienen un ama de casa mirando por la ventana, paseantes, un comerciante atento a la calle, las calles de mucho movimiento.
Pero los urbanistas se empeñan en separar y aislar y llevan a las personas a pensar que es distinguido aislarse. Ahí mueren, el aislamiento y la segregación son el caldo de cultivo del mal, y la consecuencia (¿inevitable?) de la desagregación es la violencia..
Mezclar la gente es humanizar la ciudad. Pero ocurre que no tenemos siquiera plazas dignas de ese nombre, lugares para que la gente se reúna y distienda, donde se junte solo para conversar, ni lugares de esparcimiento especialmente en los barrios pobres. Por su lado, el transporte público es estresante y cada vez insume más tiempo llegar a algún lugar y ni pensar en llegar caminando, dando oportunidad a renovar contactos.
¿Cómo cambiar esto? Seguramente sabemos poco acerca de cómo conseguir cambios, pero sabemos más acerca de cómo no pueden ser conseguidos. Lo sabemos porque lo estamos viviendo cada día.
En este mismo sentido integrador, deberían dejarse algunas zonas del manejo de la seguridad personal en manos de los vecinos directamente involucrados. Podrían crearse consejos comunitarios de seguridad, donde quincenalmente la policía y la asociación de vecinos se reunieran para discutir el problema de la seguridad en el área. Nadie mejor que los vecinos conoce qué pasa en su barrio y cómo funciona. Es apenas una idea. Y sobre este punto como sobre todos, los problemas solo pueden ser resueltos en el mediano y largo plazo. De un día para otro nadie cambia la realidad.
Saul Paciuk
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