El tecnosistema

Daniel Vidart

La tecnosfera está constituida por el reino de las técnicas, por el conjunto de los procesos tecnógenos y por la sumatoria de sus productos. Dichos componentes, en cuanto que causa eficiente desencadenada por un gatillo volitivo y efecto final de una racionalidad intrínseca, se hallan más allá del registro de las formas inorgánicas, orgánicas y organísmicas o sea vivientes comprendidas en el repositorio de la Naturaleza.

La esfera de la técnica es intencional, decía Kant. Donde termina la physis comienza la téjne, campo de maniobras de cierto tipo de sociedades, las humanas, cuyo signo es lo artificial y, en muchos casos, lo no utilitario.

En la actualidad la opinión pública, y aún la científica, considera a las técnicas y a sus productos como partes integrantes de la res extensa. El mundo de la técnica no sería entonces otro que el de la materia elaborada, el de las cosas fabricadas que ocupan un lugar en el espacio: ergo, la técnica y la tecnología pertenecen a la esfera objetual, y por lo tanto tridimensional, pergeñada por el trabajo humano. Pero los productos técnicos no son el fruto exclusivo de los procesos artesanales o maquinistas ni la técnica, en sí y por sí, tiene que ver únicamente con la manipulación y transformación de la materia.

Para los griegos la técnica era, inicialmente, un entender sobre algo a los efectos de llevar a cabo acciones enderazadas hacia un fin. Este fin, en cuanto que objetivo prefigurado en la mente y la intencionalidad del sujeto actuante se alcanzaba mediante operaciones de tipo poiético, o sea creativo. De tal modo se daba remate a una obra de carácter espiritual o material: un poema o un ánfora, un barco o un discurso. Las técnicas son el camino y los productos tecnógenos representan el fin del camino, la concreción del objetivo alcanzado mediante una labor intelectual o manual.

Toda técnica obedece a normas, a reglas. Tiene que ver con una serie de operaciones o pautas organizadas para obtener un resultado previsto. Según Aristóteles le téjne está por debajo de la episteme, el conocimiento racional, pero se halla por encima de la simple experiencia. No obstante la téjne es un saber, aunque disminuido: ello responde al concepto aristocrático, elitista, de los pensadores griegos, quienes despreciaban lo fabricado por la mano, fruto de las actividades propias del banausos, del obrero, y exaltaban lo proveniente de la theoria, de la contemplación ociosa del filósofo, el amante de la sabiduría. De tal modo la esencia de la téjne permanecía en el reino de lo mecánico, del trabajo que “engañaba” a la naturaleza y que, astutamente merced a su alianza con la invención, daba lugar a la artificiosidad objetual. La mirada del espíritu, la contemplación soberana de la mente reclamaba en cambio la ayuda de la episteme para descubrir los caminos y las posadas de la sabiduría.

 

En pos de una meta predeterminada

Capanna resume con claridad el concepto inicial existente sobre el ser de la técnica al decir que “los antiguos llamaban téjne o ars a ese saber pragmático que recoge la experiencia acumulada en la acción”(1). Pero no sólo para los antiguos vale esta definición. Hoy día también existe una corriente de pensamiento que, atenida a las fuentes de la palabra y el concepto, considera a la técnica como el “conjunto de procedimientos puestos en práctica para obtener un resultado determinado”(2).

Esto y no otra cosa es lo que se debe entender cuando se habla de técnica. Lo más común, sin embargo, es que la confundamos con los productos de la mecánica, interpretación que cobró fuerza a partir de la Edad Media si bien ya estaba claramente delineada en los círculos “selectos” de la antigüedad clásica.

La técnica, pues, no tiene que ver exclusivamente con la fabricación de cosas sino con los procedimientos mediales para hacer o para actuar. Puede decirse, en suma, que en sentido lato la técnica se refiere a todo sistema de acciones mediante el cual, y de acuerdo con un plan y una serie ordenada de procedimientos, el hombre actúa sobre su ambiente para satisfacer distintos tipos de necesidades, en las que también figuran las simbólicas. Toda técnica supone una metodología, un camino hacia. Una técnica, en el sentido primicial del término, da la espalda al conocimiento, pues éste reclama una actitud desinteresada del sujeto. La episteme brotaba de la contemplación en tanto que la téjne suponía una forma de acción encaminada a fabricar o hacer algo predeterminado por los intereses individuales de la areté o los sociales de la praxis, y por ello incorporados a una dimensión activa y pragmática de la cultura. Dicha dimensión está directamente vinculada con exigencias vitales, con necesidades de supervivencia convivencia que se desarrollan al margen de las quimeras, ensoñaciones y fantasías, por un lado, y de los pensamiento desarraigados de los imperativos del diario vivir por el otro.

Los problemas ambientales que afrontan las comunidades humanas provienen de los acontecimientos naturales o de los efectos desencadenados por los equipamientos y procesos consustanciales a la capacidad entrópica de cierto tipo de culturas o, si se prefiere, de ciertas relaciones sociales de producción. Un maremoto, un sismo, un ciclón, una gran sequía o un exceso de precipitaciones, así como la ocurrencia de epidemias o pandemias (la Peste Negra, el Sida), son azotes que no dependen de las voluntades humanas. Ocurrieron y ocurrirán aunque actualmente la ciencia y la técnica pueden prever y aún conjurar algunos de los efectos de los agentes patógenos y de las “fuerzas elementales” de la naturaleza.(3)

Otro caso es el de las técnicas, o mejor, el de los productos terminales de las mismas. Toda cultura es un sistema de técnicas. Técnicas para producir, técnicas para organizar el grupo humano, técnicas para entablar relaciones con los poderes sobrenaturales. El uso de algunas de esas técnicas tiene efectos ambivalentes: puede dañar irreversiblemente aspectos fundamentales de la geosfera y la biosfera, como en el caso de la desertización antrópica, y puede mejorarlo, como lo ha demostrado la geurgia del pueblo holandés(4); puede acabar con el suelo, los ecosistemas y los agrosistemas, como sucedió con la degradación y destrucción de los suelos en el Oeste de los EE. UU., donde las bad lands se convirtieron en fábricas de tempestades de polvo, y pueden crear sistemas agrícolas en equilibrio homeostásico con el medio, tal cual sucedió con los incas en el ayer y como aún hoy lo demuestran algunos pueblos prealfabetos, entre los cuales figuran los campa de la Amazonia peruana.(5)

Vuelvo a repetir, machaconamente, que hoy existe en el ámbito de las nociones cotidianas y aún en los conceptos del pensamiento científico un persistente error con respecto al ser y al quehacer de las técnicas. Al mentarlas se alude a los conglomerados objetuales de carácter artificial, a los productos que suman al repertorio espontáneo de la Naturaleza las concreciones de la obra humana en tanto que producción localizada en el espacio y como tal extensa, resistente, tridimensional y capaz de ser captada por los sentidos. Se confunde así a las técnicas propiamente dichas con los dispositivos fabricados por las mismas.

La técnica no tiene corporeidad material: no es un producto final sino un saber hacer en potencia y una serie de acciones procesales que, al cabo, se convierten en objetivaciones de la cultura en cuanto que artefactos y constelaciones simbólicas en tanto que mentefactos.

 

El mundo técnico es invisible

Lo que se percibe son las instalaciones y maniobras del proceso artesanal o maquinista; lo que ocupa lugares en el espacio son las concreciones tridimensionales de los objetos tecnógenos, esto es, los engendrados por la técnica. Del mismo modo, los dispositivos artificiales que se articulan con los marcos naturales, constituyendo así los paisajes humanizados, no forman parte de la esfera de las técnicas, sino de la esfera de sus cosificaciones concretas, que en la completitud encuentran su finitud, que en la extensión sujeta a la medida revelan su carácter de opus conclusus, que en la concreción visible y tangible manifiestan su corporeidad definitiva, si bien contingente.

Cuando se quiere rectificar este error y en vez de aludir a la técnica o la tecnología se menciona al mundo maquinista o a la civilización industrial se recae en la misma petición de principios. Las máquinas y las fábricas son eslabones fundamentales en la cadena de la producción pero no los productos en sí. Tienen, por cierto, carácter tridimensional, son artilugios materiales pero su vocación última es hacer cosas, engendrar productos, multiplicar objetos. La lógica de la fabricación antecede al sistema de lo fabricado. En suma, hay que buscar otras denominaciones para referirnos al universo de la cultura objetivada, esa segunda naturaleza material que en pocas ocasiones se articula armoniosamente con la originaria, que en la mayoría de las circunstancias la desorganiza y que, en ciertos casos, como sucede con la vandálica civilización del consumo, la destruye.

La técnica está en la orilla de los sujetos y no en la de los objetos. Una técnica es un proceso simbiótico: se desarrolla en el tiempo social donde el hacer y el saber hacer confluyen en el diálogo del Homo faber con el Homo sapiens. Una técnica es un hacer racionalizado si bien no estrictamente racional; es una potencia que se transforma en acto mediante las habilidades(6); es una práctica perfeccionada intelectualmente mediante la evaluación de los tanteos, los aciertos y los fracasos que la han convertido, a la larga, en un procedimiento valedero; es un modo ya experimentado de llevar algo a cabo con economía de medios y buen éxito en los resultados; es, en definitiva, un banco de datos previos a utilizar en el momento de la labor colectiva o la creación personal, ya en el orden de los sistemas objetivados, ya en el orden de los sistemas ideativos.

Si súbitamente desaparecieran todos los dispositivos materiales que constituyen un paisaje urbano a raíz de un terremoto, un incendio, o un bombardeo, los científicos, los ingenieros, los arquitectos y los obreros sobrevivientes volverían a reconstruirlo o a fabricarlo ex nihilo. Si de pronto un selectivo azote destruyera todos los libros de poemas los sobrevivientes poetas del mundo volverían a publicar nuevos libros y la poesía, en tanto que actividad del espíritu, que aventura de la sensibilidad y la imaginación, renacería en la viviente sociedad de los poetas. De tal modo la poesía como tal, como potencia y como acto, por fortuna no desaparecería de la faz de la Tierra.

Se han escrito muchas historias de las técnicas y se han efectuado múltiples clasificaciones de las mismas. Los historiadores hablan de edades eotécnicas, paleotécnicas y neotécnicas(7); de eras geométrico-matemáticas, mecánicas y energéticas(8); de la técnica del azar, del artesano y del técnico(9), y los taxónomos multiplican sus prolijas distinciones, no siempre acertadas ni congruentes. Esto no interesa mayormente en esta oportunidad. Alcance con anotar que es posible distinguir varios momentos relacionados con los sucesivos acentos históricos puestos por el desarrollo de la economía y de la ciencia a partir del inicial estadio dominado por lo sagrado y lo ritual. Estos momentos son cinco: 1¼, la mitificación -primitivos y aurora de las culturas clásicas–; 2¼ la imitación de la naturaleza –Grecia, Roma, Edad Media–; 3¼, la indagación de las regularidades que legalizan la realidad –Renacimiento y siglo XVII–; 4¼, la explotación intensiva de los recursos mediante el surgimiento de la máquina de vapor y la fábrica –Revolución Industrial–; y 5¼, la revolución científico-técnica contemporánea, metafóricamente designada por Heidegger como provocación a la Naturaleza, en tanto que pro-vocare es llamar ante sí, exigir la revelación de los mecanismos secretos del Universo y de la vida.(10)

Yo voy a manejarme con una clasificación que, sin pretender ser la más correcta, atiende al concepto que personalmente tengo del ser último de las técnicas en tanto que actividades humanas cuyo inicio arranca donde termina el orden de la Naturaleza.(11) De tal modo distingo las técnicas del cuerpo o fisiotécnicas, las técnicas mentales o psicotécnicas, las técnicas de interacción humana o demotécnicas, las técnicas de producción material o hilotécnicas, y las técnicas rituales, culturales y mágicas o hierotécnicas. Me referiré por separado a cada una de ellas:


Técnicas del cuerpo o fisiotécnicas

Estas técnicas fueron singularizadas y descritas por Marcel Mauss, quien las definió como “las maneras mediante las cuales los hombres de las distintas sociedades se sirven de su cuerpo según modalidades tradicionales”.(12) Se trata, en suma, de los aires de marcha, de las formas de sentarse, correr, nadar, trepar a los árboles, mover las manos, gesticular, descansar, dormir, asearse, fornicar, etc. En este caso su conocimiento y descripción no tienen relevancia inmediata aunque sí cabe destacar su valor heurístico. En efecto, en las técnicas del cuerpo se expresan las relaciones de la cultura con el ambiente mediante un código cuyo desciframiento permite comprender detalles que por otros caminos quizá permanecerían aislados en su ininteligibilidad esencial. La sociedad humana y su mundo simbólico encuentran en estos goznes corporales la forma de articularse tradicionalmente con el marco físico. El modo de caminar de los japoneses o el de dormir sobre apoyanucas de madera ciertos pueblos africanos, el acuclillamiento de los marroquíes o la manera de descansar de pie entre los dinka del Alto Nilo, la forma de trepar a las palmeras de los caribeños o la antropophyteia del coito en el área insular del Pacífico, revelan plásticamente las diversas tipologías de la inserción del cuerpo humano, producto natural y cultural a la vez, en el resquicio que los símbolos abren en el muro de la naturaleza.


Técnicas mentales o psicotécnicas

Se trata de las técnicas que organizan “el discurso del método” cartesiano o las “razones del corazón” de Pascal. Estas técnicas se encargan de encauzar el desarrollo de los pensamientos y la expresión de los sentimientos individuales. La ciencia, la filosofía y el arte recurren de continuo a su inmemorial repositorio, pero no hay que ascender a las cumbres académicas de la excelencia para encontrarlas. Ellas florecen por doquier: son las que utiliza l'uomo qualunque de todas las culturas para dar forma a sus modos de pensar y de expresarse afectivamente, de acuerdo con los padrones establecidos por la costumbre. Según Abbagnano estas técnicas cognoscitivas y artísticas pueden también denominarse simbólicas y abarcan a las técnicas de explicación, de previsión y de comunicación, aunque estas distinciones “no se excluyen mutuamente”.(13).

 

Técnicas de interacción humana o demotécnicas

El término demotécnica tal vez sea menos expresivo que el de sociotécnicas, pero quise conservar la congruencia impuesta por el enlace de dos voces de ascendencia helénica y no mezclar una latina con una griega, tal cual sucediera con el vocablo sociología, un centauro lingüístico más de una vez reprochado al descuido de Comte.

Existen técnicas para actuar en sociedad consagradas por las respectivas etiquetas y en este campo las culturas mundiales exhiben y/o reifican las características y procedimientos propios de los distintos estratos en el hojaldre estamental –lenguajes cortesanos y lenguajes populares– dentro de cada una de ellas. Del mismo modo una cultura , recurre a una idéntica escala de valores para juzgar a otra con el rigor global del etnocentrismo: el “perro infiel” así llamado desde la concepción cristiana tiene su pendant en el “perro cristiano” de la concepción islámica. El abanico abierto por este tipo de técnicas es inmenso: técnicas para persuadir según el arte de la oratoria, técnicas para enseñar según las distintas doctrinas y metodologías pedagógicas, técnicas para actuar en los salones donde reina la politesse o según las normas rufianescas de los bajos fondos, técnicas para celebrar las ceremonias de paso(14) o para arrancar confesiones mediante apremios corporales como lo cuentan los “manuales para inquisidores”(15), técnicas para vender productos o para gobernar a los hombres, etc. El recuerdo de algunos títulos de libros más o menos famosos confirma que dichas técnicas han recibido el aval doctrinario de autores que se han especializado en diversas orientaciones: la educación (el Emilio de Rousseau), la cortesía palaciega (Il Cortegiano de Castiglione), la política (El arte de amar de Ovidio), la persuasión (Las formas ocultas de la propaganda de Packard), etc.

 

Técnicas de producción material o hilotécnicas

Las hilotécnicas (de hyle, materia en griego), o sea, las técnicas que tienen que ver con la manipulación de la materia y las extensiones objetivadas de la cultura T, son las que acaparan los denotata del término. La técnica, en este sentido, equivale al mundo de las formas artificiales, de las masas paisajísticas, de los sistemas de objetos que constituyen el plexo T tangible, visible y palpable de lo que Braudel denominara “civilización material”(16). Es así que confundiendo los medios con los fines se habla de la “barbarie técnica”, del “materialismo deshumanizador de la técnica”, del “impacto destructor de las tecnologías en el ambiente” en sentido estimativo o de “la era de las técnicas” y la “revolución científico-técnica contemporánea”, en sentido enunciativo o declarativo.

En el dominio de las hilotécnicas prospera una vasta familia de sinsentidos que enturbian la acuidad de los sentidos propiamente dichos. Se confunde de continuo los sistemas mediales con los sistemas terminales, equiparando así las técnicas con sus resultados y los procesos con sus objetivos. Lo que resulta de las operaciones de las diversas técnicas enderezadas a obtener objetos materiales ya no es más téjne sino poiesis. La poiesis material tiene que ve con la creación de tecnofactos: ya de alfileres, ya de zapatos, ya de viviendas, ya de ciudades enteras. Estas extensiones de la cultura, estas objetivaciones de los proyectos de todo orden constituyen protesis artificiales y a la vez productos terminales. No son operaciones “para”, según la vocación y la aplicación de los procedimientos técnicos, sino concresiones tridimensionales, cuerpos desplegados en el espacio, materia organizada para desafiar el paso del tiempo. Tienen el signo de lo hecho, no el de lo que va siendo. Las hilotécnicas se desarrollan en el dominio de la duración y sus productos se instalan en el dominio de la extensión. Aquellas son las hijas del tiempo; estos, los generadores del espacio, entendido en el sentido leibniziano. Cuando lo fabricado se instala en el reino objetual doméstico o en los dispositivos paisajísticos caduca la ecceidad de la técnica y comienza la de lo tecnógeno. Lo tecnógeno es algo distinto a lo técnico propiamente dicho. Configura una objetivación de la cultura, en este campo una objetivación material que no por ello debe ser calificada como “cultura material”. La cultura y los sujetos portadores de la misma están separados por un corte epistemológico del enjambre de artefactos engendrados para satisfacer las necesidades humanas, ya utilitarias, ya puramente recreativas o rituales, mediatizadas por el símbolo.

Las hilotécnicas son confundidas con sus productos porque existe una serie de inercias mentales, una pereza intelectual que impide recurrir a los auxilios de aquella lógica viva propuesta por Vaz Ferreira a los efectos de esclarecer los diferentes momentos que conducen desde el quehacer a lo hecho, desde las maniobras operativas al producto final.

Estos momentos son cuatro: y a ellos me referiré a renglón seguido.

 

Primero, el momento de los sistemas naturales

No puede fabricarse nada si previamente no se dispone de materia prima. La proveedora de materiales en bruto para que con ellos se elaboren los distintos tipos de artefactos es la Naturaleza, ya en sus expresiones inorgánicas (geosfera), ya en sus expresiones metabólicas (biosfera). Esta proveedora cósmica de los materiales que demanda el homo artifex está allí, al alcance de la mano, en nuestro derredor, sobre nuestras cabezas y debajo de nuestros pies. Los recursos naturales se llamaron así porque se creía que eran inextinguibles: re-cursus significa recurrir una vez y otra y mil veces más a lo que guarda el mitológico cuerno de la abundancia. El agua, la tierra, los minerales, los vegetales, los animales: aquí el conjunto geofísico y biótico de bienes que se consideraban eternos y que hoy, ante una creciente demanda alimenticia e industrial, acompañada por una galopante degradación ambiental, ya no se les contempla como “inelásticos” sino como problemáticos. Algunos optimistas, con cierta razón, dicen que “los recursos no son sino que van siendo”(17) a medida que los conocimientos y las actividades del hombre, apuntalados por la ciencia y el método, perfeccionan las capacidades inventivas y productivas de nuestra especie. Pero estos aspectos no cuentan en este momento: escasos o no los recursos son imprescindibles para que sobre su materia se cumplan las operaciones de elaboración o transformación que los introducirán en el ámbito tecnógeno. El conjunto de los recursos que las distintas civilizaciones han utilizado para crear el mundo objetual y fabricar paisajes agrarios, industriales, viales y urbanos constituye una previa instancia material, y por lo tanto contable, mensurable, transportable. Cuando estos recursos se hallan en el país se les adquiere mediante el juego de la compraventa interna. Cuando se hallan en el exterior se importan mediante transacciones comerciales o se arrebatan emprendiendo las guerras de conquista que en nombre del honor nacional o la mayor gloria de Dios las naciones fuertes han llevado a cabo para sojuzgar a las débiles y arrebatarles sus minerales, sus cosechas o sus rebaños, cuando no la fuerza de trabajo de los hombres vencidos y esclavizados.

Dejando las valoraciones aparte, los juicios de realidad establecen que no puede ser posible hilotécnica alguna sin materia sobre la cual se ejerciten los procedimientos de elaboración, transformación o fabricación que constituyen la esencia misma de aquella.

 

Segundo: el momento de los sistemas mediales

Entramos ahora en la antesala del quehacer tecnógeno. Por un lado se cuenta con el repertorio técnico –ya el tradicional-artesanal, ya el científico-maquinista– atesorado en la mente y en la experiencia de los sujetos que pondrán en marcha el proceso tecnógeno. Por el otro se alínea el repertorio instrumental en estado de quietud y disponibilidad: manos hábiles y fuertes, utensilios que prolongan la mano, herramientas que combinan la funcionalidad de los utensilios, máquinas movidas por una energía que no es humana y autómatas donde el hardware y el software se entrelazan en el universo robotizado de la cibernética. No existe aún acto: todo se encuentra en estado de gracia, en “potencia” si cabe así llamar a la espera del fiat.

El repertorio técnico, en tanto que patrimonio histórico del género humano, es de carácter psicosocial y se encuentra almacenado en los archivos de la memoria, en el modelo empírico o matemático, en el cálculo de factibilidad del opus a realizar, en la habilidad adquirida para hacer un trabajo o dirigirlo, en la capacidad intelectual del ingeniero y en la experiencia laboral del obrero. El acervo instrumental, por su parte, en tanto que creación cumulativa del ingenio y del genio inventivos, responde al plan o, dicho de otro modo, al antiazar. Ha sido concebido para realizar operaciones tendientes al logro de objetivos calculados de antemano, y en tal carácter configura un sistema de tipo operativo, en sí mismo opaco y pasivo, dependiente de la voluntad humana que va a ponerlo en movimiento en el instante oportuno.

 

Tercero: el momento de los sistemas laborales

Hasta aquí nos hemos referido a los condicionantes aparentemente estáticos del proceso técnico y tecnógeno. Los recursos de la naturaleza y los de la cultura aparecen de tal modo en disponibilidad, inmóviles como una imagen fotográfica. Pero el tercer momento oficiará de gatillo y desencadenará, mediante el trabajo muscular humano o la supervisión (también humana) de las operaciones realizadas por las máquinas, sea cual fuere la energía que las anima, el proceso de elaboración. Las técnicas se ponen en movimiento, la materia entra en escena y se somete a los dictados ergonómicos de operaciones precisas, coordinadas y sucesivamente realizadas según el plan maestro de la obra preconcebida.

En este campo se dan las relaciones sociales de producción que ideologizan y alienan el trabajo humano. Surgen así los conceptos de valor de uso y valor de cambio, las modalidades correspondientes a la economía del bienestar o a la economía del derroche, las formaciones socioeconómicas de los pueblos ágrafos, de los campesinados tradicionales y de las civilizaciones más o menos maquinizadas y mecanizadas. Pero ninguna de tales características externas afectan la esencia de esta operación ni tampoco influyen los grados de distinto desarrollo o adecuación del instrumental. Lo que interesa es el proceso, el fluir encadenado de las secuencias que, ya con el utensilio, ya con la más sofisticada línea de artilugios robotizados, tienden a la fabricación de artefactos. Filosóficamente cuenta tan solo la vigencia de la actividad, signada por el qué-hacer y el de-venir, penetrada por la palpitación del movimiento, ordenada según una cadencia espaciotemporal predeterminada. Este momento es el de la apoteosis de la técnica, el de la duración pautada y configurativa, el de la actividad enderezada hacia una finalidad prevista, comandada por un saber hacer experimentado y dirigida hacia una meta conocida de antemano. Toda técnica es un sistema de operaciones mediales pero supone una prognosis. No se agota en su motricidad hacendosa: apunta a un blanco definido por el saber y el querer trascendidos de experiencia.

La materia bruta proveniente de la Naturaleza o la materia elaborada mediante procesos transformativos (los de la carboquímica o los de la petroquímica, por ejemplo) originada en el gran proveedor cósmico que es nuestro planeta, constituye el fundamento sine qua non de toda posible actividad tecnógena. Esta materia es sometida en el momento ergonómico a la manipulación de las técnicas; dichas técnicas se materializan mediante el trabajo humano programado de antemano. Dicho trabajo, por su parte, reviste diversas modalidades según los desarrollos del proceso civilizatorio: puede ser premaquinista, maquinista o post-maquinista. El trabajo premaquinista demanda la aplicación muscular y manual de un gran contingente humano. En el estadio del aborigen prealfabeto el utillaje es mínimo y elemental: la construcción de una canoa monoxila, por ejemplo, demanda la aplicación de muchas horas-hombre. En el estadio arcaico de las culturas tradicionales, las cuales utilizan artefactos sencillos como el torno del alfarero, la rueca o el telar, aparecen los mecanismos movidos por la fuerza humana. En un estadio más evolucionado comienza a utilizarse la fuerza animal en el arado y la noria, la fuerza eólica en el molino de viento, la fuerza hidráulica en el molino de agua. Pero hay que aguardar el cuarto estadio, el industrial, el de las máquinas movidas por el carbón y el vapor, para que a partir del mismo comiencen a actuar otras energías más poderosas que la humana o la animal. El siglo XVIII inglés inaugura la edad de la energía térmica; luego se suceden las etapas de la energía eléctrica, de la energía del motor a explosión, de la energía atómica. El advenimiento de nuevas energías y nuevas tecnologías propicia el apogeo de la edad industrial cuyos caracteres no solamente tienen relación con el mundo de las máquinas sino con las nuevas formas de organizar la economía y la sociedad, todo lo cual impacta sobre la cultura, la visión del mundo, las escalas de valores intra e intergrupales. Finalmente la cibernética, la informática y la robótica abren las puertas a la era postindustrial, escenario de la revolución cientificotécnica y de la denominada postmodernidad, cuyos caracteres han tratado de caracterizar la filosofía, la antropología y la sociología contemporáneas.(18)

 

Cuarto: el momento de los sistemas terminales

Los sistemas terminales son el estuario en el cual desembocan los sistemas naturales en su función proveedora de materia, los sistemas mediales que comprenden las tecnosofías y las tecnologías, cuyas características examinaremos luego, y los sistemas laborales o elaborativos que mediante operaciones coordinadas aplican distintos tipos de energías a diferentes repertorios de instrumentos y maquinarias a los efectos de fabricar un vastísimo repertorio de productos. Los productos significan, según la etimología latina del vocablo productum, las formas tangibles, las protesis visibles, los artefactos cosificados que ocupan lugares en el espacio y a la vez ordenan el espacio con sus dispositivos, todo lo cual “conduce hacia adelante”, “hace avanzar”, de acuerdo con el significado de dicho término. Los productos potencian lo humano-social con el complemento estructural y funcional de los artefactos, unos necesarios para la protección y decoro de la vida, otros suntuarios, otros puramente simbólicos. Dichos artefactos, que en griego se remiten al significado de la tecnopoiesis, multiplican la capacidad humana para crear un medio artificial que se conjuga con o se superpone al medio natural. Debajo de los adoquines está la playa, rezaba uno de los graffiti del 1968 parisino. Debajo de la piedra, el vidrio, el acero, el cemento y los demás materiales que conforman la panoplia de la civilización material se encuentra el cuerpo olvidado y destituido de la Naturaleza. Sobre el suelo primitivo que las distintas comarcas de la infancia del mundo compartieron con el del Paraíso Terrenal, es decir, sobre la originaria e incontaminada plenitud de los ecosistemas, se asentaron los cimientos de la ciudad de Henoc y su posterior progenie urbana, que al correr de los tiempos sería artesanal en el barrio ateniense del Cerámico e industrial en los arrabales de Londres.

Ante esta característica singular de la cultura Ortega y Gasset apunta lo siguiente: “Actos técnicos no son aquellos en que el hombre procura satisfacer directamente las necesidades que la circunstancia o naturaleza le hace sentir, sino precisamente aquellos que llevan a reformar esa circunstancia eliminando en lo posible de ellas esas necesidades, suprimiendo y menguando el azar y el esfuerzo que exige satisfacerlas. Mientras el animal, por ser atécnico, tiene que arreglárselas con lo que encuentra dado ahí y fastidiarse o morir cuando no encuentra lo que necesita, el hombre, merced a su don técnico, hace que se encuentre siempre en su derredor lo que ha de menester –crea, pues, una circunstancia nueva más favorable, segrega, por decirlo así, una sobrenaturaleza adaptando la naturaleza a sus necesidades–. La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto. Ya con esto bastaría para hacer sospechar que se trata de un movimiento en dirección inversa a todos los biológicos.”(19)

 


Referencias

  1. P. Capanna. La tecnarquía. Barral Editores. Barcelona, 1973.
  2. P. Foulquié. Diccionario del lenguaje filosófico. Labor, Barcelona, 1967. Conviene comparar esta definición con las proporcionadas por los Diccionarios y vocabularios filosóficos de Abbagnano, Ferrater Mora, Lalande, Krings, et al., etc. Abbagnano define a la técnica como “el conjunto de reglas aptas para dirigir eficazmente una actividad cualquiera”. Para Lalande la técnica es “lo relacionado con los procedimientos artísticos, científicos o industriales” si se la considera en tanto que adjetivo. Como sustantivo la técnica se refiere al “conjunto de procedimientos bien definidos y trasmisibles destinados a producir ciertos resultados que se consideran útiles”.
  3. Las “fuerzas elementales de la Naturaleza” pierden su carácter temible en las épocas de agobio cultural –ya por la opresiva politesse de la sociedad cortesana, ya por la saturación maquinista consustancial a la sociedad tecnotrónica– y se transforman en horizonte arcádico, en nostalgia de paraísos perdidos. La búsqueda de isolas fermosas, propias de las Utopías del Renacimiento y la exaltación del bon sauvage efectuada por Rousseau en el siglo XVIII encuentran su réplica en las aspiraciones de algunos grupos de outsiders contemporáneos– los hippies, por ej.– que procuran recuperar los antiguos gozos de la vida sencilla, en diálogo con los bienes y valores alojados en el nicho arcaizante de la juventutis mundi. Acerca del arcadismo en nuestros días consultar el capítulo segundo del citado libro de Capanna.
  4. La geurgia puede ser definida como la construcción de una nueva tierra merced a la intervención de tecnologías de rescate. Tal hazaña ha sido lograda por los holandeses mediante la polderización de su país, ganándole así terrenos al mar que lo había anegado en gran parte durante los temporales del año 1000, cuando las aguas vencieron la muralla costanera de dunas e invadieron la extensa depresión interior (Holland significa eso precisamente: tierra hueca). La primera etapa de dicha geurgia tuvo que ver con la recuperación de superficies utilizables; la segunda con su bonificación, fertilización y puesta a punto para ser cultivadas.
  5. Sobre el manejo del ambiente selvático por esta tribu ver S. Varese. Ecología de la selva amazónica. Ciencia Nueva, n¼ 33, Caracas 1977. Acerca de la etnografía de los campa consultar el estudio de J.H. Steward y A. Metraux, Tribes of the peruvian and ecuatorian Montaña. Handbook of South American Indians, vol. 3. Bureau of American Ethnology, Washington 1948.
  6. En cuanto a la relación entre técnicas y habilidades un antropólogo efectúa las siguientes consideraciones: “Una técnica es un conjunto de categorías y planes que se emplean para lograr una meta determinada”. En cambio, “por habilidad se entiende la capacidad adquirida para aplicar eficaz y diligentemente una técnica determinada. Se conoce o se desconoce una técnica; pero las personas que comparten el mismo conocimiento técnico pueden emplearlo con diversos grados de habilidad”. Ph. K. Book. Introducción a la moderna antropología cultural. Fondo de Cultura Económica. México 1977.
  7. “Teniendo en cuenta la energía y los materiales característicos la fase eotécnica es un complejo de agua y madera; la fase paleotécnica, un complejo de carbón y hierro, y la fase neotécnica un complejo de electricidad y aleaciones”. L. Mumford. Técnica y civilización. Emecé, Buenos Aires 1945. De acuerdo con los nuevos parámetros de la revolución técnico-científica lo que era neotecnia para Mumford ahora resulta paleotecnia para nosotros, los habitantes de la casa posmoderna, transitorizada, informatizada y cibernetizada.
  8. Esta distinción fue establecida por W. Wundt en el tomo 10 (Kultur und Geschichte) de su monumental Völkerpsychologie (Leipzig 1920). Antes de la fundación de la mecánica por Arquímedes habían aparecido la geometría y las matemáticas, no como abstracciones elaboradas por una mentalidad pre-empírica sino como hijas de necesidades prácticas, tales como las de controlar las crecidas del Nilo y parcelar nuevamente las tierras inundadas después del descenso de las aguas. No obstante la existencia de un dilatado período de maduración histórica la mecánica recién se consolida con Galileo en el Renacimiento. Del mismo modo la fase energética es inaugurada por la Revolución Industrial aunque el uso de las energías naturales era desde mucho tiempo atrás –por lo menos desde el neolítico– conocido por el hombre.
  9. J. Ortega y Gasset. Meditación de la técnica. Revista de Occidente, Madrid 1939. Las técnicas a las que se refiere Ortega son las “reformas que el hombre impone a la naturaleza para satisfacer sus necesidades.” Se refiere, por lo tanto, a las hilotécnicas, a las que tienen que ver con la elaboración de las materias primas, con la extensión, el peso y la medida de los artefactos objetivados en el espacio y sometidos al desgasta del tiempo. Con un especial desdén por los pre y protohistóricos y los actuales salvajes, actitud que sin duda proviene de su ignorancia etnográfica, el filósofo español homologa los actos técnicos con los actos naturales: no hay en las técnicas del azar el espesor cualitativo que otras culturas proponen mediante la cantidad y calidad de los instrumentos. Tampoco quien las ejercita tiene conciencia del acto técnico, o sea aquel que impone el dominio humano” sobre la alteridad en general “como expresa el filósofo venezolano E. Mayz Valenilla. (Fundamentos de la meta-técnica, Monte Avila/Idea, Caracas 1990).
  10. La provocación (Haurausfordeung) a la naturaleza no implica ni un reto ni una violencia sino un llamado. El hombre llama a la naturaleza ante el tribunal científico-técnico para pedirle cuentas, para demandarla, para asomarse a su legalidad oculta, esto es, a la normatividad escondida en la esencia de las cosas. M. Heidegger, Introducción a la metafísica. Nova. Buenos Aires 1959.
  11. Acerca de la diferencia existente entre la relación hombre-hombre (praxis) y hombre-naturaleza (poiesis, que en español significa hacer, producir o fabricar) consúltese el capítulo sobre la filosofía de la poiesis (pp. 12-100) en el libro de E. Dussel, Filosofía de la producción. (Editorial América. Bogotá 1984).
  12. M. Mauss. Les techniques du corps. In Sociologie et Anthropologie. (Sexta parte, primero y segundo capítulos). Presses Universitaires de France. Paris 1950.
  13. N. Abbagnano. Diccionario de filosofía. Fondo de Cultura Económica. México 1974.
  14. Las ceremonias de paso o ritos de tránsito se refieren a “un cambio de status o categoría en la escala social y en las funciones de un individuo entre los demás miembros de un grupo. El nacimiento, la iniciación, al estado adulto, el matrimonio y la muerte son ejemplos clásicos, en cualquiera de cuyos casos el grupo debe ajustarse al cambio que ha transformado al individuo o categoría de individuos.” D.E. Hunter, Ph. Whitten. Enciclopedia de antropología. Ediciones Bellaterra. Barcelona 1981.
  15. N. Eymerich; F. Peña. Le manuel des inquisiteurs, E.P.H.S.S. –Mouton, París 1973. La obra original fue escrita en 1358. Existe una edición en español.
  16. F. Braudel. Civilización material y capitalismo. Editorial Labor. Barcelona 1974.
  17. E.W. Zimmermann. Recursos e industrias del mundo. Fondo de Cultura Económica. México 1957.
  18. La bibliografía sobre este tema, que ya declina, es muy caudalosa. Entre otros títulos consultar los siguientes. N. Casullo. El debate modernidad-posmodernidad. Puntosur. Buenos Aires 1989; J. Pico. Modernidad y postmodernidad. Alianza Editorial. Madrid 1988; E. Díaz et al. ÀPosmodernidad? Editorial Biblos. Buenos Aires 1988; G. Vattimo et al. En torno a la posmodernidad. Anthropos. Barcelona 1990; L. Britto García. El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad. Editorial Nueva Sociedad. Caracas 1991; Juan José Sebreli. El asedio a la modernidad. Editorial Sudamericana. Buenos Aires 1991; J.-F. Lyotard. La condición postmoderna. Informe sobre el saber. R.E.I. Buenos Aires 1989; G. Lipovetsky. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Editorial Anagrama. Barcelona 1986.
  19. J. Ortega y Gasset, Op. cit.

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