Capítulo 6.-

El Octavo Día

         
         
¿Qué es el Octavo Día?
         
         
         
   

Es un símbolo.
Si tomamos como referencia a la semana,
después del séptimo día,
vuelve otra vez el primero,
porque así una parte de la civilización
dividió al tiempo.

Justamente dentro de los márgenes
de la civilización se narró la creación del Universo
en siete días.
Seis días trabajó y el séptimo descansó.
 

 


Dentro de esa narración no hay un octavo día: éste es un tiempo que desconocemos.
Como la dimensión desconocida.

         

En los tres primeros siglos del cristianismo,
este simbolismo estaba vigente
y desde ese punto de vista hablar del octavo día
era hablar de algo inexistente.
por eso algunos catequistas y obispos dijeron que
“Jesús resucitó el octavo día”.

¿Qué querían decir?
Querían decir que la Resurrección no estaba dentro de la creación de siete días,
sino que con el misterioso octavo día
se inauguraba la “nueva creación”, “el nuevo tiempo”, el definitivo.

 

 

         
   

Mientras recorremos y vivimos
en la creación de los siete días
,
a “la nueva creación” solamente se la puede entrever.
De ahí que digamos que la Eucaristía,
en donde se hace presente el Resucitado,
tomamos contacto con el octavo día.
La Eucaristía es el sacramento
donde de manera periódica recibimos
la fuerza y la luz del octavo día.
Así es como lo eterno va penetrando
en nuestra historia y
lo que vendrá se hace presente.
 

 

 

De Eucaristía en Eucaristía vamos traspasando el período de lo provisorio
y la fuerza de lo eterno vibra en nosotros,
y nos invita a vivir con los valores del Evangelio.

Y hay mucho más.
En cada Eucaristía entregamos los siete días vividos,
los ponemos delante de Dios,
y todo se va transformando.

 

         

El texto que ofrecemos a continuación, es de un gran científico y místico, el sacerdote
Pierre Teilhard de Chardin. quién se encontraba haciendo investigaciones
arqueológicas en Asia.

 

         
   

“Puesto que una vez más Señor, no ya en los bosques de Aisne, sino en las estepas de Asia,
no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura
majestad de lo Real,
 y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el sufrimiento
del mundo.

 El sol viene a iluminar, allá abajo, la franja extrema del primer oriente.

 

 

 
 

Una vez más, bajo la capa movediza de sus fuegos,
la superficie viviente de la tierra se despierta, tiembla,
y recomienza su enorme labor.
Pondré sobre mi patena,
oh Dios mío,
 la mies esperada
de este nuevo esfuerzo.
Verteré en mi cáliz la savia
de todos los frutos que hoy
serán cortados.


 

   

Mi cáliz y mi patena,
son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas
que, en un instante,
van a elevarse desde todos
los puntos del globo y la mística presencia
de aquellos a quienes
la luz despierte para una nueva jornada.

Uno por uno, Señor,
los veo y los amo,
aquellos que me diste apoyo
y alegría natural de mi existencia.
 

 

 

Uno a uno, los cuento,
los miembros de esta otra querida familia
que poco a poco reunieron alrededor mío
a partir de elementos tan diferentes,
las afinidades del corazón, de la búsqueda científica y del pensamiento.
Más confusamente, pero todos sin excepción,
evoco a todos aquellos que forman la masa anónima de vivientes:
aquellos que me rodean y me soportan sin que los conozca,
los que vienen y los que se van;
sobre todos aquellos que en la verdad o a través del error,
en su escritorio, en el laboratorio, en la oficina o en la fábrica,
creen en el progreso de las cosas, y hoy seguirán apasionadamente la luz…

         
         

Para tener en cuenta durante la semana

  
Te invitamos a contestar la siguiente pregunta:
     ¿Qué pondré delante de Dios esta semana?