El cuerpo en la anorexia nerviosa
Susana Squarzon
Toda una tradición dualista ha ubicado el cuerpo como el elemento material del hombre, reservando para el espíritu la tarea de conocer la verdad de las cosas. La realización auténtica del hombre no se encuentra en el cuerpo sino que ha de hallarse en la existencia espiritual, para ello el alma tendrá que liberarse de su cuerpo, ya que este impide alcanzar la plenitud de la verdad; los sentidos, la materia, nos estorban en el camino hacia esta meta.
A la luz del pensamiento platónico, la dimensión corporal se revela como un obstáculo, haciendo presente la negatividad de lo material. A partir de allí distintas doctrinas continuaron con esta concepción. Así un cierto cristianismo (el cristianismo platónico al que se enfrenta Nietzsche) acentúa el carácter pecaminoso de la sexualidad, en Descartes el cuerpo es reducido a una máquina regida por puras consideraciones físicas de extensión y divisibilidad. Para el positivismo y el empirismo el cuerpo pasa a ser un objeto cuantificable y verificable, un mecanismo ciego y pasivo que simplemente se limita a reaccionar a los diferentes estímulos del medio exterior.
Básicamente, la tradición dualista nos muestra cómo es desvalorizada la dimensión corporal del ser humano idealizado al extremo su espiritualidad.
Mi cuerpo como experiencia del mundo
Frente a ello la fenomenología nos propone una concepción diferente que rompe con la visión que coloca tanto al cuerpo como al alma en dos realidades distintas. El cuerpo ya no es concebido como algo externo a mí, no puedo separarme de él, ahora cuerpo-espíritu devienen la unidad del Yo soy mi cuerpo.
"El cuerpo no podrá ser comparado con un objeto sino más bien con una obra de arte, pues en un cuadro, en una pieza musical, la idea no podrá nunca comunicarse si no es por el despliegue de los sonidos y de los colores" (Merleau-Ponty). Es así que la corporalidad se presenta como un nudo de significaciones y no como una yuxtaposición de órganos y sensaciones. A través de ella dotamos de sentido, habitamos y constituimos un mundo.
Como diría Merleau Ponty "el cuerpo humano es el movimiento mismo de la expresión que proyecta hacia afuera las significaciones dándoles un lugar, lo que hace que ellas vengan a existir como cosas bajo nuestras manos, nuestros ojos " Mi cuerpo es la apertura al mundo, percibo con mi cuerpo, así los objetos dejan de ser cosas para pasar a formar parte de la voluminosidad de mi cuerpo "la simple presencia de un ser viviente transforma el mundo físico". La percepción deja de ser una función pasiva para ser intencionalidad. Mi esquema corporal entonces, es la experiencia del cuerpo en el mundo, es a través del juego corporal entonces, es la experiencia del cuerpo en el mundo, es a través del juego intencional que me comprometo y significo el mundo, constituyéndolo y en este movimiento soy yo mismo quien me voy constituyendo. A través del cuerpo voy instalando coordenadas, somos un cuerpo en movimiento instituyendo espacios y tiempo. Nos proyectamos en un ayer, en un hoy y en un mañana, el aquí y el ahora no provienen sino de la experiencia de mi corporalidad existente aquí y ahora. El mundo en el que vivimos no es comprensible sin mi cuerpo.
La corporalidad como nudo de significaciones y expresión de nuestra existencia se hace presente como un lenguaje a través del cual me comunico con los otros, introduciendo por lo tanto la dimensión de la intersubjetividad.
Nuestra corporalidad se constituye en un mundo intersubjetivo, yo soy para otro, mi cuerpo es para otro, mi visión es la visión que el otro tiene de mí o que creo que el otro tiene de mí. Mi existencia en el mundo se confirma cuando otro reconoce mi corporalidad, mi presencia.
El "Ideal Etéreo" como apología de la perfección
El cuerpo no se reduce a algo que tengo sino que constituye el cuerpo que soy, esta es la dimensión que niega, precisamente, la problemática anoréxica, recreando en su existencia la antigua concepción dualista.
El cuerpo, para la anoréxica, es esa carga que arrastra, es ese mero objeto que intenta distanciar. La corporalidad es igualada a la pura materialidad, una materialidad que rechaza, así el rechazo se traduce en miedo intenso a la obesidad, pérdida significativa de peso y distorsión de la imagen corporal. Al mismo tiempo y en contraposición aparece en ella una exigente exaltación de la intelectualización, este mecanismo es utilizado compulsivamente y la ayuda a tratar de alejarse lo más posible de las "necesidades corporales", de lo sensual, de lo material, a fin de conseguir que este cuerpo cosificado desaparezca.
En este afán de lograr no tener corporalidad se sumerge en un control excesivo sobre la ingesta, control que cuánto más sacrificado es, más se vivencia como un triunfo. Todos sus esfuerzos están puestos en conseguir no tener hambre, como modo de no perder el dominio sobre su cuerpo. Así la corporalidad va perdiendo su obviedad, la habitualidad del mundo se va revelando negativamente. Ahora el cuerpo objetivado deviene un sufrimiento constante, ya que su cuerpo se convierte en obstáculo para su realización, su mayor deseo es ser transparente y existir paradójicamente de ese modo. Aspira a ser estimada por lo que cree ser (pura espiritualidad) y no por lo que es (realidad corporal encarnada), el cuerpo pasa a ser algo que ocultar. La anoréxica se nos presenta entonces, con sus vestimentas exageradamente holgadas, detrás de las que se encuentra su desvanescente anatomía.
Es así como poco a poco el cuerpo se va transformando en el único centro de atención y preocupación. El alimento al identificarse con lo material es considerado como un peligro constante que atenta contra el ideal etéreo que dirige su vida. Ideal que se convierte en imposible y sin retorno debido a que enfrenta su existencia a la ley del todo o nada, ser espiritual o no ser.
La espiritualidad pura adquiere entonces, el estatuto de máxima perfección, de este modo cree que no teniendo cuerpo amplía su libertad y su realización, aunque solo logra limitar, restringir y detener su proyecto existencial.
Cualquier aspiración se proyecta para después de alcanzar un peso ideal que nunca se logra, por lo tanto tampoco pueden alcanzarse los proyectos. La anoréxica se encuentra subsumida en una temporalidad intemporal, fruto de su propia inmovilidad. En este retraimiento y detenimiento va coartando poco a poco el entramado de hilos intencionales a través de los cuales el ser humano otorga sentido al mundo.
En su vida existe un solo y único criterio de acción, por lo tanto su existencia se transforma en una existencia monotematizada y por lo tanto alienada.
La negación de la corporalidad como dimensión comunicacional
Este ideal etéreo que orienta y dirige su existencia, esta corporalidad sin consistencia, condiciona y limita el vínculo y la comunicación con los otros. Frente a la imposibilidad de vivenciar plena y auténticamente el mundo con los otros, existe una falta de coloración afectiva en las relaciones que establece. Toda su energía está puesta en el yo. "Sentirse cuerpo de un modo tan provisorio, fugaz, sospechoso, inconsistente, perturba toda posibilidad de acercamiento " (Callieri, B.: "La perspectiva fenomenológica y la psicopatología". La problemática del cuerpo en el pensamiento actual. Rovaletti, M.L. Ediciones C.B.C., U.B.A., 1996.)
Si tenemos en cuenta que el cuerpo es apertura al mundo, que la corporalidad se presenta como lenguaje que se expresa, creando espacios intersubjetivos, se niega la dimensión del contacto comunicacional con el mundo. Lo que la anoréxica quiere es no ser mirada por los otros, al contrario de la histeria que utiliza su cuerpo como modo de exhibición. En este afán de ser transparente, casi invisible, aumenta su preocupación por evitar ser objeto observado, siente vergüenza de ser vista, de ser corporal.
El entierro de la sexualidad
Ahora bien, ¿a qué responde este extremo rechazo a lo corporal, este deseo de ser etérea?
Como primera aproximación podríamos suponer que este modo de comportarse y de situarse en el mundo estaría estrechamente ligado a la no aceptación del cuerpo como simbolización del cambio que se produce en el pasaje de la niñez a la adolescencia, al miedo que implica la separación de los vínculos infantiles, separación que lleva implícito el crecimiento, el compromiso y la responsabilidad de asumir poco a poco la adultez autónoma. De ahí que podríamos pensar que en la anorexia se encuentra presente la eternización de la niñez.
Todos aquellos que liguen a la sexualidad tratarán de ser sepultados. Su amenorrea es la negación misma de su desarrollo evolutivo, como si con ello pudiera lograr conservar la pureza y la inocencia de la infancia.
Si partimos del hecho que nuestra corporalidad se constituye en un mundo intersubjetivo, podemos suponer que esta "niñez eterna" en torno a la cual gira la problemática anoréxica es un emergente de significaciones atribuidas y sostenidas por los vínculos más primarios y más profundos que establece un individuo.
Así vemos cómo la madre de la anoréxica aparece como una persona sumamente controladora y voraz que favorece la falta de confianza y seguridad frente a la ruptura de los lazos simbióticos. Es dominante e invasora sobre todo con respecto al cuerpo de su hija, lo sexual no solo es reprimido y ocultado sino que es directamente excluido. Aquí el término excluido no es definido desde el pensamiento psicoanalítico, a modo fe forclusión, sino que es tomado desde lo cotidiano, tratando de reflejar aquella frase tan comúnmente utilizada "de eso no se habla".
Esta conducta desafectivizada y exigente sumerge a la anoréxica en una simbiosis patológica desde donde se sostiene que la separación sería catastrófica.
A esto podríamos unir la contribución del padre, que dada la poca firmeza que rodea su presencia se convierte en facilitador de estos lazos "pegoteados" entre madre e hija.
Frente a esta situación donde la autonomía impone un peligro inminente y ante el cual parecería no poseer la fuerza ni las herramientas necesarias para enfrentarlo, la anoréxica utiliza el único recurso del cual se puede aferrar: ser pura, etérea e inocente.
La naturalidad del ser corporal
¿Es posible lograr revertir esta objetivación y distanciamiento de la corporalidad para que esta devenga "mi carne, mi creación"?
Tal vez una respuesta a este interrogante giraría en torno al intento de elaborar aquellos miedos que obstaculizan el desarrollo de la autonomía de la anoréxica y por lo tanto el advenimiento y la aceptación de una existencia auténtica.
Habría que propiciar un re-vivenciar y re-conocer su cuerpo y su mundo, de modo tal que la afectividad y la sexualidad dejen de ser vividas en términos de amenaza, para poder devenir un modo de encuentro con los otros, de compromiso y de apertura al mundo.
Referencias Arias Muñoz, J. Cap. "La
estructura de la corporalidad". La antropología
fenomenológica de Merleau-Ponty. Ed. Fragua, Madrid,
1975. |
Del Encuentro Artículos publicados en esta serie: (I) Del "caso" al
encuentro (Bruno Callieri, Nº 123) |
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