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En
su muerte en la cruz en medio de facinerosos, Jesús llega a la peor
humillación y marginación.
Es una muerte en deshonra y desprecio, en las afueras de la ciudad
donde se ubica lo más bajo dentro de la escala social.
La
muerte en cruz fue y es un escándalo. Que el Hijo de Dios haya terminado
de esa forma quiebra todos los esquemas. Como decimos: “es algo de
locos”.
Hay
razones políticas y religiosas que explican su muerte.
Su predicación creó demasiadas inseguridades, trastocó valores
intocables para la sociedad de entonces.
Mostró un rostro de Dios muy diferente al pensado e imaginado por
los judíos. Jesús debía morir cuanto antes.
Esa fue la opinión compartida por las autoridades políticas y
religiosas.
Por
Caifás, el Sumo Sacerdote,
Jesús fue condenado como blasfemo y por Pilatos, procurador romano,
fue ajusticiado como subversivo.
Pilatos cedió a las presiones de los judíos. El no quería saber nada
del tema. Incluso hizo el simbólico gesto
de lavarse las manos.
Pero la condena a muerte salió de sus labios. Y nunca podrá eludir esa
responsabilidad, aunque
por él rezó Jesús cuando dijo en la cruz: “perdónalos, porque no
saben lo que hacen”.
Jesús nunca quiso su muerte ni la de nadie.
Pero
tampoco huyó de la confrontación
cuando ésta se hizo necesaria.
Según el evangelista Juan, cuando Jesús va a Jerusalén sabe que es
extremadamente peligroso. Que sería mucho más prudente
refugiarse en el norte y esperar
que las cosas se tranquilicen.
Una frase de Tomás, uno de los discípulos,
es muy reveladora:
“Vayamos a Jerusalén y muramos con El”
(Juan. 11, 16)
Hubo
épocas en las que se persiguió y
torturó a los judíos porque
estos
mataron a Jesús.
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En la actualidad se oyen voces que afirman que sería
bueno que el estado de Israel revise el proceso de Jesús como forma de
mejorar las relaciones entre judíos y cristianos.
Pero en realidad la
causa
de la muerte de Jesús
es el pecado que hay en
todos nosotros.
La
predicación del Reino,
su vida como la de Aquel
“que pasó haciendo el
bien”
era y es insoportable
para algunas autoridades.
La muerte de Jesús
no fue mala suerte, ni una simple circunstancia política.
San Juan lo
expresa de esta manera:
“la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas
no la recibieron”
(Juan. 1, 5).
El
mismo Evangelio nos muestra que cada sociedad y cada uno de nosotros
participa activamente
en la muerte de Jesús, cuando deja morir al
inocente, torturar al indefenso, oprimir y marginar.
Nosotros matamos a
Jesús y lo seguimos haciendo.
Así
como se trató de echar toda la culpa de la muerte de Jesús a los judíos,
también se quiso echar la culpa de su muerte a Dios Padre.
“El no sólo
permitió que lo asesinaran, sino que esa era su Voluntad y deseo”. De
esta forma la predicación con frecuencia, ha hecho de Dios
una muy mala
persona.
El
amor de Dios para con su Hijo es sin límites y nunca quiere su dolor ni
su muerte. Pero Jesús es humano como nosotros y por lo tanto inserto en
nuestra historia.
Dios no quiso la muerte de Jesús,
pero sí su Encarnación.
Ser consecuente con la Encarnación significa asumir la muerte del justo.
¿Por
qué murió Jesús?.
Murió por nuestros pecados
(Cfr. 1 Corintios. 15,3
y Romanos.
5, 8).
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