Gobiernos
locales, descentralización y participación ciudadana en Montevideo
Seminario 10 años de
descentralización: un debate necesario
Documento
presentado por el IDES:
A 10 años de descentralización: una mirada hacia delante (*)
vecinet-notici@s
vecinet@chasque.apc.org
CAPITULO I
Un
contexto de
transformaciones
sociales
Sería
una tarea que va mucho más allá de este trabajo, relevar la totalidad de las
transformaciones ocurridas. Aquí simplemente queremos traer a colación algunos
aspectos que se entienden determinantes para comprender las nuevas relaciones
sociales que se entablan en el presente contexto, particularmente a efectos de
comprender el funcionamiento molecular de las sociedades actuales.
Tres
son los ámbitos en los que se pueden registrar estos cambios: el mundo del
trabajo, los contextos comunitarios y la estructura familiar. En estos tres
lugares de la sociedad se dio una cierta continuidad hasta principios de la década
del setenta del siglo XX, pero será a partir de entonces cuando comienzan a
reestructurarse radicalmente.
Este
momento histórico marca el final del tipo de unidad productiva característica
hasta entonces. La gran manufactura entra en crisis y termina por literalmente
disolverse con todos los nefastos efectos sociales que ello ha aparejado. Piénsese
en la cantidad de regiones industriales históricamente relevantes que a partir
de este crisis han visto cerrar sus fábricas y convertir a los otrora
florecientes parques industriales en verdaderas piezas de arqueología. O recórranse
zonas de Montevideo tales como Curva de Maroñas, Malvín Norte, La Teja, Nuevo
París, Cerro, Colón Norte, etc.
Nace
una nueva forma de producir, en donde lo central es el uso de un territorio
mucho más vasto, en donde desaparecen las fronteras nacionales; por su parte el
nuevo enjambre de trabajadores que continúan vendiendo su fuerza de trabajo (en
las distintas modalidades) para hacer posible la producción, también se
dispersan contribuyendo con muy variadas formas en el proceso productivo.
Es
posible sostener que este cambio ya estaba insinuado cuando las nuevas tecnologías
comenzaron a difundirse, haciendo posible su acelerada expansión. La
microelectrónica, las telecomunicaciones, la informática fueron dispositivos
de aceleración de un proceso que ya se había iniciado. La generalización de
las nuevas tecnologías que se produce aproximadamente a fines de la década de
lo ochenta tal vez lo que precipitó fue el gran desarrollo y hegemonía del
capital financiero en el conjunto de la economía mundial.
Se
trata de una nueva modalidad productiva en la cual se produce desde el mercado y
para el mercado, pero en una nueva situación en donde el mercado es el mundo.
Por lo tanto la circulación de los factores de la producción y la implantación
física de los procesos de trabajo es variable y se realiza potencialmente en
cualquier punto del planeta.
Ello
no solamente pone en crisis a los estados nacionales sino a las propias
sociedades nacionales que pasan a experimentar un doble proceso: por un lado una
integración mucho más intensa con el resto del mundo y, simultáneamente, una
muy fuerte reestructuración de la vida social.
Este
nuevo escenario de la producción se ve acompañado de otro enorme impacto dado
por el ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral e inclusive de jóvenes
que en el esquema anterior aún no lo hacían. Ello se explica por un incremento
en números absolutos de los puestos de trabajo (con fuertes diferencias por
región que se observe) aunque cualitativamente mayoritariamente en peores
condiciones tanto por el salario como por la precariedad.
En
Montevideo, estos cambios tuvieron su expresión más intensa en un doble
proceso de desindustrialización, acompañado de una extensión de los sectores
sociales asalariados. Una suerte de paradoja, dado que la pérdida de peso
relativo de la industria si bien trajo consigo mucha desocupación, también se
dio en paralelo un aumento de los puestos de trabajo en el sector de los
servicios, extendiendo la masa social de asalariados.
A
su vez, el mercado laboral incrementó sus diferencias y desigualdades, haciendo
crecer a las diversas modalidades del empleo precario o inclusive de aquél que
sin serlo ofrece condiciones laborales inferiores (desprotección, menor
salario, etc.).
Con
todo ello, el actor social característico del período anterior que había sido
el movimiento sindical, entró en un proceso de declive en cuanto a su
influencia real en la sociedad. Hoy esta crítica situación es objeto de debate
y se asiste a un proceso de búsqueda de alternativas a efectos de recuperar la
fortaleza necesaria para poder volver a ser una herramienta útil en la defensa
del trabajador.
A
nivel social, ello creó un hueco relativo en el tejido social, que por la vía
de los hechos se fue derivando hacia el incremento del individualismo y la
fragmentación social, culturalmente promovida por los centros hegemónicos, o
por nuevas formas de asociarse y encontrarse aún poco conocidas en el conjunto
de la sociedad.
El
entorno comunitario de las personas -entendiendo por tal aquellos espacios entre
el mundo del trabajo y la privacidad familiar- también sufre un gran cambio.
Los desplazamientos de la población sumado a nuevas circunstancias culturales
debilitan los antiguos tejidos urbanos que constituían las ciudades y que
operaban como un factor importante en la socialización de las mayorías
sociales.
Las
ciudades, lugar indiscutido de la centralidad de estos procesos se transforman
predominantemente en grandes continuos urbanos conformados por la sumatoria de
densas y extensas zonas dormitorio salpicadas por unas pocas sub centralidades
urbanas que convocan a grandes volúmenes de población para su consumo y
entretenimiento, reafirmando el anonimato y la impersonalidad del nuevo paisaje
urbano.
En
estos escenarios se percibe una propensión a las múltiples segregaciones dadas
por razones de ingresos monetarios, u otro tipo de diferencias. Ello ha llevado
a afirmaciones tales como que se vive la desaparición de las ciudades,
entendidas como entidades relativamente orgánicas con unidad a su interior. Sin
perjuicio de que efectivamente (con excepción de algunas regiones) las ciudades
han perdido esa tradicional organicidad, siguen siendo ciudades. De hecho son
las ciudades de esta nueva época.
Este
nuevo entorno urbano determina una redefinición de la socialidad de las mayorías.
El antiguo barrio, sede de intensos y continuos intercambios comunitarios, deja
su paso a las mencionadas áreas dormitorios, es decir, lugares de residencia en
donde en lo fundamental la mayoría de la población solamente los usa durante
las horas de descanso.
Correlativamente,
y en particular en las zonas del capitalismo periférico, pueden seguir observándose
extensas zonas urbanas pobladas por personas y hogares en situaciones de
pobreza. En ellas aún se detectan ciertos dispositivos de encuentro y
complementación, pero exclusivamente como una forma de mitigar las fuertes
carencias individuales a partir de una solidaridad básica con el propósito de
la subsistencia.
Esta
realidad del universo de la pobreza, observable inclusive en ciudades de
regiones y países ricos (piénsese en Nueva York y varias otras ciudades de
USA), ha agudizado la transformación urbana en un sentido de incrementar las
heterogeneidades manifiestas en los territorios urbanos conformando diversas
"ciudades" en una misma área urbana.
Los
efectos sociales de esta transformación son múltiples pero quizás uno de los
más destacables sea la sustitución de los anteriores dispositivos de
socialización con base en la estructura urbana que existía, por las nuevas
redes de relación, que pasan a articular las prácticas personales. Redes que
se constituyen con ocasión del trabajo, de la solidaridad, del entretenimiento,
por las afinidades culturales, religiosas, etc., ofreciendo una manera distinta
de relacionar aún poco conocida.
Montevideo
ofrece con singular claridad estos cambios, ya que en las últimas décadas ha
sido el escenario de un muy intenso movimiento de población a su interior.
Movilidad muy paradojal ya que la ciudad como tal no ha crecido ni social ni
naturalmente; pero contundente como resultado de la lógica (si así puede llamársele)
de un mercado inmobiliario que ha obligado a decenas de miles de montevideanos
en las últimas décadas a mudarse hacia lugares acordes a su capacidad de pago.
Este
fenómeno, sumado a otros aspectos de orden cultural, fueron factores
determinantes para la crisis del antiguo barrio tan característico del
Montevideo de la prosperidad, fuente de identidades culturales y arraigo de su
población. Como consecuencia, el nuevo tejido social ha perdido fuerza en la
organización de base territorial, dando lugar a la aparición de nuevas
modalidades entre las que destacan instancias del tipo de redes cuyos hilos
conductores radican en determinados temas de interés más allá de la
proximidad física o no de los colectivos.
Piénsese
en las comisiones temáticas de los Centros Comunales Zonales, las distintas sub
culturas juveniles (teatro, murga, percusión, poesía viva), las actividades de
verano en la playa, las redes de adultos mayores, etc. Hay allí organización
social, pero con frecuencia de nuevo tipo, tal vez más flexible y no siempre
determinada por la proximidad física existente en un mismo territorio.
La
estructura familiar es otro de los grandes pilares que habían sostenido el
desarrollo social que sufre también sustanciales modificaciones. Desde los
albores de la urbanización propiciada por el advenimiento del capitalismo, la
familia se constituyó en la célula básica en donde se efectuada la reproducción
biológica y social. Procreación e integración a la sociedad eran funciones
enfáticamente concentradas en la unidad familiar; desde la lengua materna hasta
la crianza y educación se producían en ese ámbito.
Su
estructura estuvo pautada por el denominado modelo patriarcal en donde la figura
paterna se elevaba claramente como el jefe del hogar, en la parte superior de
una jerarquía a la que la mujer concurría en segundo término y luego los
hijos. Si bien este modelo evolucionó del hogar extenso, comprendido por los cónyuges,
sus hijos, ascendientes y eventualmente otros parientes o allegados, a un hogar
nuclear constituido solamente por los cónyuges y sus hijos, será recién en la
segunda mitad del siglo XX cuando este modelo patriarcal comience a sufrir una
crisis irreversible.
La
evolución cultural ocurrida conjuntamente con el ingreso masivo de la mujer al
mercado laboral, son los factores que ponen fin al modelo patriarcal dando
inicio a una reestructura total y en profundidad de la unidad familiar.
¿Qué
es hoy la familia? Es una pregunta que no tiene respuesta fácil; desde la
ciencia social lo único que se puede hacer con cierta certeza es registrar las
nuevas modalidades de familia y alguno de los efectos que ello ha traído
aparejado.
Hay
que señalar en primer término como uno de los sucedáneos, las diversas,
variadas y expansivas nuevas formas de constitución del núcleo familiar:
familias ensambladas, (pareja con hijos de matrimonios anteriores), rotatividad
de la pareja, hogares con hijos repartidos en los nuevos núcleos familiares,
hogares monoparentales, hogares con madres adolescentes, y así sucesivamente
una gama original e inimaginada.
Toda
una nueva fenomenología de la vida familiar en donde sin aún tener claro sus
implicancias, sí van quedando de manifiesto algunos aspectos, entre los que
resalta, en primer término, el debilitamiento en la atención de los hijos
menores de edad. En esta fase de la vida tan determinante en la formación de la
personalidad, la familia ha disminuido su influencia y responsabilidad en la
crianza y educación de los niños, lamentablemente sin que existan mecanismos
claros a nivel de la sociedad en su conjunto que sustituyan este vacío
relativo.
Estos
cambios en la estructura familiar han alterado radicalmente los roles de las
personas en lo nuevos ámbitos creados. Seguramente el hecho más visible y
remarcable sea el nuevo protagonismo de la mujer que por primera vez en siglos
ha podido iniciar un camino seguro de emancipación de su histórico
sometimiento. La cultura y el acceso al trabajo remunerado fueron los
activadores de este gran cambio que aún está lejos de consistir en una
verdadera igualación entre los sexos.
En
alguna medida la mujer continúa con mayores responsabilidades en el interior
del hogar, en el trabajo padece de discriminación con respecto al hombre, y en
su carácter de asalariada también padece al igual que el hombre los mecanismos
de explotación inherentes al capitalismo. No obstante, la mujer hoy es otra
persona culturalmente hablando.
Pero
también el hombre ha sufrido cambios importantes. Tal vez en esto último
aunque sea lo que menos se analiza, esté uno de los principales problemas de
los nuevos escenarios de lo cotidiano. La condición masculina se haya en una
profunda crisis que ha relegado a buena parte de los hombres a conductas erráticas,
autodestructivas, y en lo esencial profundamente irresponsables.
La
pérdida de su jefatura del hogar por dejar de ser el único perceptor de
ingresos, la pérdida también de su hegemonía, sexual al haberse equiparado la
mujer en derechos y expectativas en el campo de la sexualidad y una nueva posición
ante los hijos; que gozan de una consideración mucho más respetuosa de sus
nuevos derechos, y culturalmente se han formado en un mundo diferente en
conocimientos e información; que relativizan la experiencia y el conocimiento
de las viejas generaciones, conforman una nueva realidad de pérdidas y
transformaciones profundas.
La
crisis de la condición masculina es uno de los problemas más graves de las
sociedades contemporáneas, responsable en buena medida de la extendida
violencia familiar y privada y, sobre todo, de un comportamiento masculino con
frecuencia irresponsable de sus actos en el campo de la paternidad. la pareja y
en general la vida en relación.
Cambios
tan profundos en las estructuras, las funciones y los roles de las personas
definitivamente conforman un cuadro social muy diferente con consecuencia en los
procesos sociales y los comportamientos individuales.
La
sociedad uruguaya y montevideana en particular han sido muy dinámicas en lo que
refiere a estas transformaciones. La nupcialidad, la tasa divorcios, el
crecimiento de hogares no nucleares (unipersonales, uniones libres, extensos, y
otros) muestran indicadores muy significativos de cambios.
Por
su parte, en lo referido a la presencia de la mujer en el mercado laboral,
Montevideo sigue siendo la ciudad con mayor porcentaje de mujeres en la población
económicamente activa en América Latina.
Obviamente
todo ello ha influido muy intensamente en las formas de la reproducción social
básicamente en lo que refiere a la atención de los niños y los adolescentes.
Los esfuerzos de la reforma educativa en alguna medida intentan responder a
estos cambios sociales, pero lamentablemente aún se está muy lejos de haber
podido construir un nuevos sistema institucional que sea capaz de atender
adecuadamente a los niños y los jóvenes en las actuales circunstancias.
Problemas
como el de los jóvenes inactivos que no estudian ni trabajan, el embarazo
adolescente, las adicciones tempranas, la violencia delictiva, son algunas de
las manifestaciones más visibles y negativas de esta nueva realidad. La ciudad
como colectivo más amplio pareciera que debe de encontrar alternativas para el
amparo y la continentación de estos sectores sociales.
Estas
transformaciones han estado acompañadas de cambios en las relaciones de
producción y el mercado laboral, caracterizadas por significativas escisiones.
El capitalismo desde sus orígenes conformó un sistema de clases sociales en
donde las desigualdades han estado presente; la diferencia con la situación
actual, es que las desigualdades tienden a consolidarse y profundizarse ya que
el sistema en su conjunto ha perdido su vocación integradora. Aparecen en casi
todas las sociedades, incluso las más ricas, sectores de la población
excluidos que pasan a quedar al margen de todo desarrollo posible.
La
magnitud entre incluidos y excluidos varía de sociedad en sociedad, pero
progresivamente se ha ido transformando en una característica de la actual fase
histórica del capitalismo.
La
exclusión social indica una marginación del mercado laboral, pero en lo
fundamental se asienta en una creciente distancia cultural entre los grupos de
integrados y excluidos. El conocimiento, la información, la capacidad de
aprender a aprender, son elementos determinantes en la discriminación entre
unos y otros.
El
universo de los excluidos es uno de los ámbitos en donde se reproduce con mayor
celeridad la irracionalidad del modelo económico imperante, se manifiesta en
bolsones de pobreza en todas sus manifestaciones, y en lo fundamental se
constituye en un ámbito en sí mismo reproductor de la exclusión.
Nociones
como pertenencia o no de capital social y cultural pasan ser fundamentales para
evaluar las posibilidades de los grupos y las personas.
Uno
de los aspectos de mayor relevancia en estas nuevas diferenciaciones, es la
movilidad que cada quien es capaz de protagonizar. Movilidad espacial (al
interior de la ciudad, entre regiones o internacionalmente), la movilidad social
(conocer y saber desplazarse entre diversos medios sociales) e inclusive la
movilidad cibernética dada por el acceso diferencial a la información.
Con
frecuencia los ámbitos de los excluidos tienen la particularidad de compartir
la información y en especial de las alternativas de consumo al igual que toda
la sociedad. En el pasado por lo general los sectores más relegados en la
jerarquía social "vivían" mundos muy distintos en cuanto a valores,
hábitos y consumo; ahora es frecuente que en un mismo territorio coexistan
ambos sectores de incluidos y excluidos con el agravante que estos últimos prácticamente
nunca podrán incorporarse a la realidad de los otros. He ahí una fuerte carga
de angustia e insatisfacción que es lo que permite explicar muchas de las
conductas desviadas del presente con apariencia en ocasiones de irracionalidad
incomprensible.
Estas
viejas y nuevas fracturas que sufre la sociedad están fuertemente vehiculizadas
por los nuevos dispositivos culturales.
A
través de la cultura las sociedades de todos los tiempos se han reproducido
garantizando cierta continuidad entre las generaciones. Los cambios iniciados en
las últimas décadas del siglo XX mucho tienen que ver con las nuevas formas de
la reproducción social y cultural. La transformación y crisis de la familia ya
anotada, ha estado acompañada a la pérdida de importancia de otras
instituciones antaño estratégicas en la reproducción: la Iglesia y el sistema
educativo conformado para la universalización del conocimiento por parte de
toda la sociedad.
La
denominada cultura “massmediática”, es decir, aquella que emana de los
medios masivos de comunicación (la TV, la radio, la prensa escrita, e inclusive
Internet), progresivamente se han constituido en los principales agentes de
socialización de un conocimiento que llega como nunca antes a vastas mayorías
sociales a través de las nuevas y cada vez más poderosas herramientas de la
comunicación, fundamentalmente en imágenes y sonido.
A
diferencia de lo que usualmente se piensa, la nueva realidad massmediática no
es un mero producto de la tecnología. Aquí como en tantos otros aspectos, la
tecnología ha sido tomada y orientada en un cierto sentido en función de
procesos sociales cuya racionalidad precede a la tecnología y en los que ésta
se pone a su servicio.
Convergen
los nuevos procesos de transformaciones económicas y sociales con las nuevas
alternativas en materia de telecomunicaciones, para constituir un nuevo
dispositivo cultural de alcances inimaginables. Este nuevo complejo cultural que
administra en buena medida los sentidos de la humanidad contemporánea, es
polimorfo y de una complicada extensión. Quizás sus principales características
son: una dinámica muy cambiante en su funcionamiento y despliegue; una
tendencia a su centralización en crecientes centros de poder y, en especial,
una naturaleza profundamente mercantil en su funcionamiento.
Dicho
de otra forma, podría afirmarse que el sentido fundamental de este complejo
cultural es el lucro antes que otro tipo de objetivos no mercantiles.
Hay
desde luego, una clara voluntad de informar y opinar al servicio del orden
constituido, y por tanto a su apología directa o implícita, pero ello no es el
propósito central. Se trata de expandir y profundizar la influencia “massmediática”
en cada vez más población a efectos de incorporar y consolidar una cultura del
consumo necesaria para la lógica productiva emergente. Hay que recordar, que
las transformaciones económicas ocurridas han propiciado un crecimiento
exponencial de la capacidad productiva que requiere indefectiblemente de más
mercado y más consumo: crecimiento horizontal (nuevos mercados) y vertical (más
consumo en los ya existentes).
Uno
de las matrices esenciales del actual complejo cultural es la publicidad. Esta
ha evolucionado de una mera modalidad de información acerca de productos
ofrecidos, en un dispositivo sumamente sofisticado de persuasión para convencer
de la necesidad de nuevos y más numerosos consumos.
Tan
importante ha sido el desarrollo del modelo publicitario, que sus rasgos
esenciales han impregnado la mayoría de los procesos de comunicación
existentes inclusive en campos del desempeño tan distantes como la política,
la religión, la difusión institucional o la propia enseñanza formal. La
publicidad es uno de los principales factores de conformación de los nuevos códigos
culturales.
Por
su parte, la potencia creciente de este complejo cultural no es homologable a la
creación de un imperio de las conciencias que actúa premeditadamente en el
sometimiento colectivo. En primer término, la tendencia anotada a la
centralización sufre permanentes cambios producto de las vicisitudes del
mercado: compra y venta de grandes cadenas, fusiones, quiebras, etc., y en
segundo término, en la medida que en última instancia este complejo cultural
es un dispositivo de ventas, no existe una política cultural coherente con
objetivos específicos, más allá de incrementar audiencias, para aumentar la
influencia en la promoción comercial.
Esta
forma de ver el problema es claramente diferente de la tradicional crítica
apocalíptica que solamente descalifica el mensaje y su función, satanizando a
los responsables. Esta manera de posicionarse, ha sido en buena medida, la
responsable de por qué la cultura “massmediática” ha tenido tantos críticos
y tan pocas propuestas alternativas.
Los
cambios sociales anotados con anterioridad, abrieron paso al incremento de la
influencia de los medios masivos de comunicación en las funciones de reproducción
social. La nueva hegemonía consolidada (entendiendo por tal la dirección política,
cultural y moral de la sociedad) se ejerce a través de los medios y en su
propio lenguaje..Es así que se asiste a una creciente influencia de la cultura
“massmediática” en la construcción del sentido común de las grandes mayorías
sociales.
A
diferencia de los formatos anteriores, característicos por vastos y coherentes
sistemas de pensamiento que respaldaban a los vehículos culturales de la
reproducción social, como lo fueron las religiones, los sistemas del
pensamiento o los modelos éticos; la cultura “massmediática” se ofrece
como algo magmático y cambiante en donde más que ser la expresión de
designios previamente formulados, se trata en la mayoría de la veces de
propuestas de entretenimiento que solamente buscan una rápida adhesión. Hay
desde luego allí un "currículo oculto" es decir, valores,
concepciones del mundo y de la vida e ideologías, pero que en la mayoría de
los casos son un valor agregado a un producto cuyo principal objetivo es otro.
Esta
característica es la que le da tanta fuerza al mensaje, ya que se interioriza fácilmente
y por tanto influye con más eficacia. Es desde este modelo que se puede
entender la acelerada homogeneización cultural que se ha producido a lo largo
de las últimas dos décadas.
Además,
los cambios estructurales ocurridos, produjeron fragmentación, aislamiento,
movimientos de población, todo lo cual en detrimento del diálogo social y la
comunicación cara a cara. Por lo tanto esta cultura “massmediática” se ha
transformado en uno de los pocos cementos sociales capaces de mantener
relativamente unidos los nuevos tejidos de las sociedades contemporáneas.
La
expansión del complejo cultural se ha realizado con extraordinaria celeridad,
en particular luego de finalizada la Guerra Fría. Mientras existía un mundo
bipolar, los medios no podían realizar plenamente su vocación mercantil, ya
que los centros del poder político insistían en usarlo como armas de persuasión
de sus respectivas ideologías. El fin de esa etapa histórica amplió los
territorios de influencia y además alejó los designios ideológicos de la
cultura “massmediática”.
La
expansiva empresa de igualación cultural que se ha desencadenado es más
potente y desde luego más pacífica pero al igual que la otra ha servido para
construir lenguajes comunes y debilitar las particularidades culturales.
En
Montevideo, ello se expresa con mucha fuerza en la crisis de la prensa escrita
cuya caída ha sido impresionante, siendo ampliamente sustituida por la televisión.
Piénsese por un momento que en el Uruguay a las 19 horas un millón de
uruguayos está mirando alguno de los tres informativos que ofrecen los canales
abiertos privados y los niveles de exposición a la programación televisiva,
alcanza una significativa cantidad de horas a la semana variando de acuerdo a
tipo de actor social de que se trate.
Esta
nueva realidad ha propiciado fuerzas en su contra. En particular en la última década
se comienza a observar una tendencia a la preservación y rescate de tradiciones
culturales autóctonas que venían siendo relegadas. Un movimiento relativamente
espontáneo que pareciera que expresa sentimientos más que propósitos políticos.
Una suerte de agobio por la universalización sufrida en detrimento de la
historia y la experiencia propias que empujan a verse a sí mismos a los
pueblos.
Este
contradictorio proceso cultural ha debilitado la dimensión nacional,
permitiendo el fortalecimiento de otras escalas culturales, como son las
identidades locales (regionales, urbanas) y la comunidad lingüística como ámbito
más amplio de comunicación y entendimiento entre las sociedades. Como puede
observarse, ambas escalas soslayan la dimensión nacional, operando en
consecuencia también como debilitadores de ella.
En
este nuevo cuadro de la reproducción social el sistema educativo no ha
desaparecido ni mucho menos. En casi todas las sociedades contemporáneas la
matrícula en los diversos niveles de la enseñanza (primario, secundario y
terciario) se ha incrementado. Ocurre que en las actuales circunstancias el
sistema educativo cumple una función esencialmente socializadora de información
en detrimento de los aspectos formativos.
A
su vez, el incremento de la matrícula ha acentuado la segmentación de la
oferta educativa entre los diferentes estratos sociales. Diferencias muy
notorias en la calidad de la educación dependiendo de si esta es pública o
privada, e inclusive dentro de estas categorías se generan otras
estratificaciones. Ello impide que la educación sea un factor igualador de
oportunidades, ya que si desde el arranque unos reciben más y mejor que otros,
la inserción final una vez completado el ciclo educativo tendrá características
notoriamente diferentes.
En
general se encuentra que por un lado existen instituciones (públicas y
privadas) actualizadas en sus tecnologías educativas, enseñando diversos
idiomas, ofreciendo una atención integral, con buenas condiciones materiales de
trabajo, en donde se realiza una intensa difusión de los valores dominantes (la
lógica mercantil, el pensamiento único, el individualismo), en definitiva un
lugar de encuentro entre niños y jóvenes integrados y con expectativas de
progreso personal.
Por
otro lado se da una oferta en la que solamente existen los rudimentos de la
lecto/escritura, hay atraso en los conocimientos impartidos, deterioro en las
condiciones materiales de la enseñanza, ausencia de mecanismos integradores y
de continentación que sustituyan la endeblez de las estructuras familiares
actuales, y falta de perspectivas éticas y culturales en lo que propiamente
podría denominares como la formación del individuo. Esta es la oferta
educativa básicamente implementada para los sectores de bajos recursos y con
tendencia a quedar transitoria o permanentemente excluidos de un sistema que
prescinde de ellos.
En
estos sectores sociales es donde con mayor intensidad opera la cultura
“massmediática” ya que ante el debilitamiento de la familia y la depreciación
de la oferta educativa, los mecanismos para asegurar la integración social se
reducen a las imágenes y los mensajes percibidos audiovisualmente.
De
esta forma es que se puede afirmar que se ha reconstituido la estructura del
imaginario social. La subjetividad de la gente ha pasado a expresarse a través
de una nueva sensibilidad lo cual significa un gran cambio en la comunicación.
Se interpreta socialmente lo que se percibe, de manera diferente a como se lo
hacía antes.
La
promoción y el aliento a los procesos de participación no puede soslayar estas
nuevas circunstancias. Se trata de adecuar la comunicación en los términos a cómo
hoy se despliegan los nuevos códigos culturales. De lo contrario los objetivos
de las políticas no serán comprendidos ni menos aún conocidos.
De
manera consciente o inconsciente, las personas ubican su propia experiencia en
un determinado horizonte. Este horizonte es el que en el presente se ha
trastocado. Nada mejor para comprender lo ocurrido comparar con el pasado.
En
los siglos XVIII y XIX estuvo muy presente en las diversas ideologías el
romanticismo, como una melancólica mirada al pasado intentando encontrar desde
allí las respuestas para los profundos cambios y conmociones que se daban.
En
el siglo XX solamente se miró hacia el futuro construyendo distintos tipos
ideales de sociedades para todos los gustos: desde las utopías más regresivas
hasta las más revolucionarias, pasando por todos los intentos efectivamente
realizados, buena parte de ellos reducidos a genocidios y masacres
inimaginablemente crueles
En
la actualidad, el siglo XXI solamente mira al presente. Un presente sin pasado
ni futuro que somete la experiencia a una inmediatez como nunca tal vez se había
dado en la historia.
El
cambio operado es de una enorme significación y en buena medida explica las
incertidumbres del presente y más aún los atributos de la sociedad actual.
Ante todo el encerramiento en sí mismo en donde el hiper desarrollo de la
individualidad ha pasado a ocupar un lugar principal y creciente en la
sensibilidad. Una individualidad hedonista y marcadamente egoísta en la
consideración de las acciones pautadas las más de las veces por el interés
personal.
Adicionalmente,
se produce el encerramiento en la comunidad de pertenencia sobre la base de
identidades culturales básicas o de manera más laxa en las diversas
subculturas en los que importantes sectores sociales buscan refugiarse. Aquí
quizás uno de los ejemplos más llamativos es el de las subculturas juveniles.
De
manera sintética podría establecerse que la realidad de la participación
social en el presente, y en especial las posibilidades de su desarrollo en
sentidos alternativos, debe tener muy presente estas transformaciones en curso
que se expresan en:
nuevas relaciones laborales
nuevas estructuras familiares
nuevos referentes comunitarios
estructurados por formas también nuevas de construir la subjetividad desde los dispositivos de la cultura “massmediática”
constituyendo
todo ello un nuevo cuadro de situación insoslayable para cualquier
perspectiva de análisis que se asuma.
Ahora
bien: ¿cómo inciden estas transformaciones en la política? ¿Y en la
democracia?
En
un mundo del trabajo afectado por una precariedad estructural (un modo de
dominación que trasciende largamente el ámbito de lo económico) sus
integrantes son apenas movilizables para sobrevivir a los avatares del presente
y no perder lo poco o mucho que se tiene. El futuro deseado -cuya construcción
es la razón de ser de la política- no figura en la agenda. Ni siquiera bajo el
rubro "futuro posible".
Paralelamente,
el complejo massmediático a menudo presenta al mundo político como una especie
de "microcosmos" entregado a las manipulaciones de unos personajes
mediocres, carentes de convicciones y guiados -cuando no por ambiciones
personales- por los intereses corporativos que los enfrentan.
Al
mismo tiempo, fenómenos tales como la escasa credibilidad en las utopías de la
modernidad, los frecuentes incumplimientos programáticos, la ineficacia y la
corrupción, coadyuvan a la pérdida de la histórica centralidad de la política.
Pero,
además, asuntos que antes se resolvían políticamente (empleo, trámites
jubilatorios, servicios telefónicos, etc.) ahora tienen otros canales y ámbitos
de resolución.
En
consecuencia, se produce un efecto global de despolitización o, más
exactamente, de desencanto de la política.
Vivimos
tiempos de lo que algunos investigadores sociales denominan "ciudadanía de
baja intensidad". Una ciudadanía que ciertamente valora la libertad y
postula la democracia, pero en la que simultáneamente el ciudadano tiende a
delegar en las autoridades constituidas la resolución de los asuntos que hacen
a sus necesidades.
Es
una ciudadanía menos basada en identidades y más intereses, de derechos
difusos y culturalmente orientada a lo privado e individual.
Esta
ciudadanía tiene una visión negativa de lo estatal. El
"contribuyente", "usuario" o "consumidor" son
elementos redefinidores de una ciudadanía que se relaciona con la valorización
de la sociedad civil, con la salida de las grandes organizaciones de masas y con
lo local (apuntar a lo más inmediata, a lo que se puede controlar, donde se
puede ser protagonista).
Es
una ciudadanía que deja de lado el modelo de acción colectiva y se pasa a otro
donde se prioriza la sociedad civil, lo público no estatal, las organizaciones
no gubernamentales y las formas de participación más desagregadas y puntuales.
Ese
modelo vinculado a los nuevos movimientos sociales, reconoce diferentes tipos de
movimientos: desde los de sobrevivencia entre los pobres estructurales hasta los
de calidad de vida en sectores medios altos, pasando por los de resistencia de
empleados públicos al ajuste neoliberal. Se trata de formas múltiples de
pertenencia donde hay intereses compartidos sin que ello implique permanencia,
totalidad, unidad de objetivos o comunidad de propósitos.
Es
una ciudadanía más pasiva y que expresa una tensión significativa: porque si
bien se da por sentado el comportamiento de las reglas institucionales, por un
lado se induce a la orientación al mercado y al consumo, pero por otro, la alta
competitividad, el desempleo y la exclusión que se propagan dejan fuera a
muchos, generando una extendida privación relativa.
Resolver
esa dicotomía es un reto de la democracia y una tarea de la descentralización.
(El
presente Informe fue elaborado en el marco del convenio suscrito el 20 de
diciembre de 2000 entre la Intendencia Municipal de Montevideo y el Instituto de
Investigación y Desarrollo)
INDICE
Introducción
Capítulo I: Un contexto de transformaciones sociales
Capítulo II: Estado y sociedad en la gestión municipal de Montevideo
Capitulo III: La descentralización desde la percepción de la población montevideana
Capítulo IV: Descentralización y eficacia
Capítulo V: La participación efectivamente ocurrida y sus sujetos
Capítulo VI: Sugerencias y recomendacionesVolver a Documentos
10 años de descentralización: un debate necesario
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