Periódica e históricamente
el aborto aparece en el debate público de nuestro país. También históricamente
predomina la tendencia a simplificar las posiciones en "a
favor" o "en contra" reduciendo la complejidad de la
problemática al falso dilema del "a favor" o "en
contra" de la vida. La controversia así planteada ha sido tan
ineficaz como estéril para encontrar soluciones a un práctica social
de indiscutible incidencia.
Sabemos que al hablar
del aborto decimos mucho de lo que pensamos sobre la sexualidad, la
responsabilidad, la relación entre la moral y la política, la libertad
personal y la autonomía de las mujeres. Temas todos espinosos y
controversiales que se suman al ya por demás polémico. Por si esto
fuera poco, cuando aceptamos hablar sobre aborto lo hacemos bajo la
influencia -a favor o en contra- de lo que nos dice la religión,
especialmente la católica. Es un tema que la mayoría de las personas
siente que tiene costos si lo habla públicamente. Tenemos quizás,
también por eso, dificultades para debatirlo de manera razonada y
procurando llegar a algunos acuerdos. No se puede obviar, además, que
es una situación por la que alguna vez pudimos pasar o pasaremos
personalmente o a través de alguien cercano. Es una práctica que todas
y todos sabemos existe, a pesar de su clandestinidad e ilegalidad.
La persistencia del
aborto en el debate público sólo a lo largo de estos últimos 15 años,
tanto en Uruguay como en niveles regionales e internacionales, es prueba
y resultado de su innegable condición de problema social. Al mismo
tiempo que da cuenta de la ineficacia e invalidez de toda acción que
pretenda reprimir o condenar su práctica.
Hacen casi 10 años,
yo misma decía en un artículo ("No se puede prohibir" en
"Aborto, voces de una polémica", Arca, Montevideo, 1993) que
debíamos encontrar puentes de entendimiento entre defensores y
detractores de la descriminalización del aborto, porque perder el
tiempo en ese terreno se pagaba en perjuicios, sojuzgamientos,
abandonos, maltratos, mutilaciones y muertes de mujeres.
Todos los debates y
las polémicas que hemos sostenido no lograron evitar que en el 2001,
Sandra de 23 años, Paola de 19; Margarita de 43, María de 29 y Miryam
de 41 años murieran en el hospital Pereira Rossell por complicaciones
de abortos realizados en condiciones de inseguridad y clandestinidad.
En lo que va de este año
y en un solo centro hospitalario se han producido más muertes maternas
por aborto que las registradas en todo el país, en años anteriores.
Son claras las
evidencias, mantener su prohibición legal no sólo no ha puesto fin a
su práctica sino que ha agravado la situación de salud de las mujeres.
Muchos médicos y
profesionales de la salud cuestionan éticamente que su rol y
responsabilidad frente a la situación del aborto, como problema de
salud pública, quede reducido a atender las consecuencias graves de la
mal praxis clandestina y/o a firmar los certificados de defunción de
las mujeres que ingresaron a los servicios de emergencia con abortos mal
hechos. Una intervención sanitaria responsable implicaría realizar
acciones de prevención y contar con servicios que pudieran dar mejor
respuesta al problema. Distintas instancias de la Facultad de Medicina
están generando espacios de debate en los cuales fomentar la búsqueda
de posibles soluciones.
Legisladoras de la
Bancada Femenina han decidido desarchivar los proyectos de ley que han
sido elaborados desde 1985, los han presentado en la comisión de salud
de la Cámara de Representantes y están dispuestas a impulsar un debate
legislativo que promueva la aprobación de alguno, o la generación de
otra iniciativa que mejor respondan a la situación.
Los medios de
comunicación han vuelto a ocuparse del tema y habilitan un debate público.
Algunos espacios universitarios y académicos están proyectando
investigaciones e involucrándose más en el problema. Se suman las
personas e instituciones que no están de acuerdo en que la única acción
de un Estado laico frente al problema del aborto, sea una ley de 1938
que condena a las mujeres que lo practican, a los profesionales que lo
realizan y a aquellos que las acompañan. Leyes de estas características
que no resuelven los problemas y que no son acordes a la realidad social
que refieren, no sólo no garantizan ni promueven el ejercicio de los
derechos sino que no fortalecen las bases de una convivencia más justa
y democrática. Intervenir sólo para juzgar y condenar no es una buena
apuesta para el desarrollo de las personas ni de nuestras sociedades.
La diversidad como
condición moral de la humanidad es un principio bioético que refleja
la multiplicidad de dilemas que deben enfrentar los seres humanos, en
diferentes momentos y condiciones de vida y sobre las que deben tomar
decisiones que implican elecciones morales diversas. "La discordia
moral -plantea la antropóloga brasileña Debora Diniz en sus estudios
sobre bioética- ha sido parte de la vida humana organizada en
sociedades. Donde han habido seres humanos reunidos en sociedades, han
existido diferencias que condujeron a conflictos. La novedad para las
sociedades libres y defensoras de la democracia es tratar de lidiar con
los conflictos morales humanos de la manera menos violenta posible...
Quizás el desafío de la modernidad no consista (entonces) en salir a
buscar principios norteadores para alcanzar el bien-vivir universal,
sino el encontrar las estrategias para contener la intolerancia. Jamás
seremos sujetos plenamente tolerantes, este es un principio imposible,
lo mejor será convertirnos en sujetos controlados en nuestras
intolerancias".
Ser capaces de reducir
nuestros niveles de intolerancia podría constituirse ser uno de los
medios para articular esfuerzos que redunden en las soluciones que tanto
reclama temas como éste que jamás alcanzará el consenso universal.
El desafío de
priorizar un principio de solidaridad que nos permita ir aproximándonos
a aquellos que desacreditamos, no con la intención primaria de
convencerles sino con el propósito de entender sus razones, podría
habilitar acuerdos que nos permitieran avanzar en el fortalecimiento de
condiciones de convivencia más democrática. Ese es el desafío de las
sociedades que buscan ser plurales y defensoras de la tolerancia.
Los mecanismos que
apunten a superar inequidades parecen ser las respuestas más acertadas
en esta búsqueda. Otorgar herramientas (educación, información,
servicios, recursos) y garantizar igualdad de condiciones son mejores
medios para que las personas tomen decisiones conscientes y
responsables, que el tratar de imponerles nuestra opinión como hegemónica
(sea cual sea la opinión de la que estemos hablando).
Si el poder del
conocimiento se distribuyera de forma más equitativa y si se
reconociese la capacidad y sabiduría de las personas para tomar
decisiones responsables, estaríamos avanzado mucho en el principio de
respeto a la diversidad (mediante la vida de reducir nuestras
intolerancias). En caso de que quedaran dudas sobre esa capacidad de
decidir, deberían facilitarse cada vez más herramientas y promover
mejores condiciones para que las decisiones se fortalezcan el libertad y
responsabilidad. Manejar información, sensibilizarse, reflexionar sobre
estos temas aumenta las probabilidades de tomar decisiones más
adecuadas. A todos los niveles.
"La intolerancia
está en nosotros porque somos sujetos moralizados e infelizmente no
poseemos el don divino o la locura de aceptar a todos". Por lo
tanto en lugar de pretender que los demás piensen como uno, deberíamos
esforzarnos en reconocer y aceptar que hay diversidades. Para algunos
podrá ser inmoral que las mujeres aborten.
Para otros será
inmoral que lo hagan en condiciones que ponen en riesgo la salud y la
vida. Algunas argumentaciones podrán resultar mas o menos intolerantes
que otras. Las razones para su práctica irán adquiriendo distintos
grados de aceptación o rechazo como lo demuestra su tratamiento a lo
largo de la historia de la civilización humana.
En términos generales
hoy podemos evidenciar que el porcentaje de la población que no admite
ninguna justificación para la realización del aborto es menor. Sería
el sector que manifiesta los mayores niveles de intolerancia y que
ejerce su poder de manera autoritaria pretendiendo imponer -a cualquier
costo- sus posturas al resto de la sociedad. La regla de la mordaza
implementada por el gobierno de los Estados Unidos es ejemplo de esos
mecanismos de imposición a través del condicionamiento económico. De
esta manera sólo se logra cercenar el derecho a la opinión y
desconocer la multiplicidad de posturas y principios.
En el tema de aborto
como en muchos otros no se trata de sustituir una fe por otra, de hecho
no se trata de combatir la fe de nadie, sino de respetar las ideas de
todos y procurar hacer este mundo un poco más habitable. Imponer dogmas
o atemorizar a las personas no genera actos de conciencia. La ignorancia
produce siempre frutos amargos. Miedo, irracionalidad, odio, imposición
de creencias, falta de respeto a otras posturas y decisiones, no
resuelve la situación ni favorece una vida digna y democrática.
Podríamos tener otra legislación
sobre aborto que enfrentara y resolviera mejor el problema. Una
legislación que fuese decente y que no se ensañara con los más débiles
precisamente en sus momentos de mayor angustia. Podríamos tener políticas
y acciones que garantizaran mejores condiciones de vida para las
personas. No perdamos la oportunidad de conseguirlas. Sería un
importante paso en la construcción de una sociedad más justa, más
equitativa y menos intolerante.