Ponencia
Lilián Abracinskas
El
aborto y los derechos sexuales y reproductivos
Pertenezco a Cotidiano Mujer, una
organización feminista de comunicación y acción política que desde
1985 trabaja en coordinación con otras organizaciones sociales de
Uruguay y de la región. Integramos la Comisión Nacional de Seguimiento
de los Compromisos de Beijing, y formarmos parte de MYSU, Mujer Y Salud
en Uruguay, instancias convocantes de esta mesa redonda.
Revisando bibliografía sobre la
situación del aborto me encontré con un artículo del jurista peruano,
José Ugaz ("Los aportes del Derecho Penal y la despenalización
del aborto", en Mortalidad Materna y Aborto Inseguro, Flora
Tristán-Demus, Perú, 1999) en el que analiza la función del Código
Penal en tanto instrumento final que se da la sociedad para controlar
prácticas que se desvían. Ugaz enfatizaba que justamente el Código
Penal es un instrumento final porque debería actuar cuando otros
mecanismos han fallado. Antes de que el Código Penal actúe deberían
funcionar como mecanismos socializadores y trasmisores de conductas de
convivencia, la educación, la familia, las colectividades, las
religiones , los medios de comunicación y cuando todo esto falla,
recién entonces sería el momento que el Código Penal debería
comenzar a actuar.
Sin embargo frente a la situación del
aborto, en la mayoría de nuestras sociedades, el único mecanismo
explícito de intervención del Estado frente para controlar su
práctica es la ley que lo penaliza. No hay otros mecanismos previstos
que desde la educación, con información y prevención intenten regular
su práctica. Sólo se juzga y se pena. Ugaz afirma que, cuando esto
sucede, cuando el único elemento que actúa es el Código Penal, el
fracaso está por descontado porque no se está interviniendo desde
medidas que efectivamente enfrenten el problema para solucionarlo.
Está demostrado que las leyes
punitivas del aborto jamás lograron desestimular ni evitar su
práctica. Sólo la han clandestinizado, volviendo a la interrupción
voluntaria del embarazo una de las principales causas de muerte materna
en países donde el aborto está penado.
La ley del aborto en Uruguay no es una
excepción. Los artículos del Código Penal que pretenden regularlo
sólo han logrado expulsar a las mujeres a un circuito clandestino, a un
relacionamiento con la criminalidad, para el que no estamos preparadas,
menos aún cuando se trata de una situación que involucra a la salud y
el cuerpo. Sandra, de 23 años, por cometer lo que el Código Penal
considera un delito, fue castigada con la pena de muerte. Su decisión
de interrumpir un embarazo no fue considerada ni respetada. No contó
con servicios que la apoyaran ni orientaran, y muy probablemente el
miedo a la denuncia y a la cárcel hizo que demorara su consulta ante
las complicaciones.
La mortalidad materna por aborto, sea
cual sea su dimensión, es siempre dramática e injusta porque -en la
gran mayoría de los casos- es evitables. Así lo demuestran las cifras
a nivel mundial. En los países donde las interrupciones voluntarias del
embarazo son legales, la mortalidad materna por aborto es de 1 cada
3.700 intervenciones. En los países pobres o en desarrollo con leyes
punitivas se produce 1 cada 250. Evidentemente el riesgo no está en la
intervención sino en las condiciones en las que se realiza.
Esta deuda con la salud y la vida de
las mujeres, es una deuda de toda la sociedad que admite esta hipócrita
doble moral. Si se presenta el problema trato de resolverlo -con mayor o
menor angustia y con mayor o menor riesgo de vida según las
posibilidades económicas que tenga, pero luego trato de olvidarme de
que esto alguna vez sucedió. La gran mayoría de las personas han
tenido una experiencia directa o conocen a alguien que ha pasado por
ella, sin embargo es un tema del que se prefiere no hablar. Se hace pero
no se dice, lo admito para mí pero lo juzgo en otros casos, lo condeno.
El poder político, el poder judicial,
el poder legislativo, el poder médico y el poder religioso, también
tienen una gran deuda con las mujeres y una gran responsabilidad en la
situación de injusticia que representa el aborto.
Sin duda que todas las personas
tenemos derecho a opinar y, es más, debería garantizarse la libertad
de hacerlo y las condiciones para que todas las opiniones fuesen
respetadas. Pero, por otro lado también es cierto que la opinión de
algunas personas tienen mayor impacto e influencia sobre las condiciones
de vida de otras personas. Por ejemplo si ante una consulta médica
frente a una situación de aborto lo que prima es la opinión personal
de un médico o su posición filosófica y no su conocimiento
científico y profesional sobre el tema, hay muchas más posibilidades
de que se atente contra los derechos de la consultante que en frente a
otras opiniones. Lo mismo sucede con los políticos. En más de una
oportunidad las creencias personales u otros intereses como los
electorales han primado frente a la decisión de enfrentar un debate
sobre un proyecto de ley de aborto. La misma ley que nos rige desde 1938
es un excelente ejemplo, su inclusión en el Código Penal no fue
resultado ni de un análisis exhaustivo del problema, ni de una
evaluación de su dimensión ni de la consulta a las mujeres
-principales protagonistas de la situación- fue producto de acuerdos
políticos e intereses partidarios.
Ante esta situación sin duda se puede
afirmar que las decisiones tomadas por hombres determinan las
condiciones en las que viven las mujeres.
Los representantes parlamentarios y
los decisores políticos son quienes deberían generar los mecanismos
que garanticen una convivencia social democrática que respete la
diversidad de creencias y éticas personales. Por lo menos a mí me
gustaría que así fuese. También me gustaría que en su accionar
favorecieran la construcción de una ciudadanía responsable y que junto
con otros actores sociales buscaran soluciones a los problemas que se
evidencian como problemas graves de la sociedad.
Sin embargo, frente al tema del aborto
-salvo muy honrosas excepciones- la clase política prefiere dar la
espalda y evitar el tema, siempre que sea posible. Sus opiniones y
creencias personales adquieren más valor y tienen más importancia que
el problema al que deberían estar respondiendo.
Para que una ciudadanía se fortalezca
y desarrolle todas las personas deberían ejercer sus derechos (y asumir
sus responsabilidades) en igualdad de condiciones y sin
discriminaciones. Analizando algunas cifras de nuestro país, es obvio
que no sólo la mayoría de la gente no conoce sus derechos sino que
además no existen las condiciones necesarias para que pueden ejercerlos
en libertad y con justicia.
No contamos con programas formales de
educación sexual en la enseñanza pública. Los servicios públicos de
anticoncepción datan de 1996 y funcionan fundamentalmente en
Montevideo, y no en todo el país. El crecimiento demográfico se está
sosteniendo -cada vez más- en los sectores económicos y sociales más
carenciados. La población se está reproduciendo en su tercio más
pobre y las condiciones de marginación y precarización de la calidad
de vida de ese sector empeoran. El embarazo adolescente comienza a ser
causa de deserción escolar de niñas. En el total de nacimientos del
país el porcentaje de partos de mujeres adolescentes es del 16,5% pero
en el Hospital Pereira Rosssell el porcentaje es casi del 30. De las
mujeres embarazadas que se controlan en los servicios públicos, casi el
36% tiene deficiencias nutricionales. Pero en las adolescentes que
están cursando un embarazo y se controlan en los servicios públicos el
porcentaje con deficiencias nutricionales llega al 60%.
Hablar de derechos sexuales y
reproductivos no es una sofisticación, como algunos piensan. Hablar de
derechos sexuales y reproductivos es hablar también de la construcción
y fortalecimiento de la ciudadanía. Vivimos en una sociedad sexista
estructurada en una división de lo público como político y lo privado
como personal. Con roles que, arbitrariamente y por diferencias
biológicas, han construido y legitimado desigualdades sociales entre
hombres y mujeres pero también entre mujeres y mujeres. El aborto
ilegal y clandestino refleja y evidencia todas esas desigualdades. Como
afecta a las mujeres parece no ser una prioridad para la clase
política, y como está penado por ley las autoridades sanitarias no se
sienten responsable de conocer la dimensión de este problema ni se
toman las medidas para enfrentar el impacto que tiene sobre la salud y
la vida de las mujeres. Cómo se explica que frente a una práctica que
por más ilegal que sea se sabe que se produce y hasta se conoce
fácilmente las clínicas clandestinas que lo realizan, nadie actúe. No
hay datos oficiales ni confiables sobre la incidencia de abortos en
nuestro país, se admite que hay un subregistro en las muertes que
produce, se desconoce su impacto en la morbilidad materna. Aquello de
que todas las personas deberían tener igualdad de derechos provengan
del sector que provengan y sean de la clase, etnia, edad, religión y
preferencia sexual que sean, no se cumple frente a la práctica del
aborto a pesar de que se reconoce que es un derecho reproductivo de
todas las personas el decidir libremente la cantidad y espaciamiento de
hijos que se desean tener o no.
Querría detenerme un momento en esto
de los derechos sexuales y los derechos reproductivos. Son derechos que
han sido reconocidos como parte indivisible e integral de los derechos
humanos. Y se los suele nombrar en conjunto porque evidentemente están
vinculado pero en demasiadas ocasiones se enfatiza lo reproductivo y se
desconoce lo sexual. Resulta más tolerable reconocer la dimensión
salud y reproducción que la de sexualidad y derechos. Limitando además
la salud a lo materno-infantil y la reproducción al don divino de la
maternidad.
Pero los derechos sexuales y los
derechos reproductivos son un poquito más complejos y más amplios. Por
ejemplo, es un derecho reproductivo contar con información y
conocimientos adecuados y suficientes acerca de la sexualidad y la
reproducción. Contar desde niñas y niños, con la nutrición necesaria
para tener un adecuado crecimiento y desarrollo integral del cuerpo y
del futuro potencial reproductivo. Implica el derecho a la paternidad y
maternidad voluntaria, decidida y vivida por propia elección y no por
obligación.
Hay autores que dicen que cuando se
obliga a una mujer a tener un hijo que no buscó y que no quiso, se
está deshumanizando la maternidad. Las sociedades que supuestamente
glorifican la maternidad en demasiadas ocasiones obligan a ejercerla en
condiciones deshumanas.
Tener acceso y poder usar
anticonceptivos gratuitos o de bajo costo, con información actualizada,
seguimiento y con la garantía de que quienes los prescriban respondan
por sus defectos, también es un derecho sexual y reproductivo. Sin
embargo son muchos los testimonios que muestran que algunos médicos,
incluso médicos ginecólogos opinan o prescriben métodos
anticonceptivos siguiendo más sus creencias o prejuicios
(desestimulando o resistiéndose a que las jóvenes lo usen, por ejemplo
) que en función del conocimiento científico. Uruguay, hasta ahora, no
tiene en las curriculas universitarias la formación en sexualidad ni en
anticoncepción. Hasta hace unos años, la capacitación en métodos
anticonceptivos se realizaba desde organizaciones privadas como la
Asociación Uruguaya de Planificación Familiar o el CENAPLANF (sólo
para métodos "naturales"). Aparentemente recién se estaría
incorporando la formación en salud reproductiva y planificación
familiar en una de las Clínicas Gineco-obstétricas dependientes de la
Facultad de Medicina.
El ejercicio autónomo de la
sexualidad, el poder gozarla con o sin finalidad coital y de acuerdo con
las propias preferencias debería tener la protección legal que
garantizace su ejercicio sin discriminaciones. Sin embargo este derecho
sexual tiene muchas dificultades para ser reconocido fundamentalmente
cuando hablamos del ejercicio placentero de la sexualidad femenina o de
la preferencia homosexual. Que una mujer viva placenteramente su
sexualidad pero sin finalidades reproductivas es poco aceptado. Hay
cierta tolerancia a su decisión de no reproducirse cuando hay razones
de fuerza mayor que lo admiten (una violación, el honor de la familia,
la angustia económica, el riesgo de vida). Pero no se reconoce el
derecho a decidir libremente –por sus razones particulares- sobre esa
capacidad reproductiva, sobre su vida ni sobre su cuerpo. Continúa
siendo muy fuerte el mandato social de la maternidad, como vía de
realización y completitud del ser mujer.
Pero, irónicamente, si una persona
con preferencias homosexuales quiere tener un hijo, (recordemos el
debate del proyecto de ley sobre técnicas de reproducción asistida en
el que originalmente se le negaba el derecho a ser utilizada por mujeres
solas por el miedo a que las mujeres lesbianas recurrieran a ellas) el
mandato social deja de funcionar como si por ser homosexual se perdiera
el derecho a tener hijos.
Sin duda es un dilema el de si debe
legislarse o no sobre temas que hacen a la vida más íntima de las
personas y de su vinculación con otras. ¿Debe o no existir una ley que
regule el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos? La
respuesta no es fácil. Vale la pena preguntarse si, de hecho, las
decisiones íntimas y personales no están condicionadas por
legislaciones y normas ya definidas que generan discriminaciones y
atentan contra estos derechos. Quizás lo mejor sea explicitarlas para
poder transformarlas en acuerdos que mejor habiliten el respeto y la
convivencia de la diversidad. El derecho a reproducirse como el no
hacerlo debería poder estar garantizado sin mediar ningún tipo de
coacción, imposición o perjuicio para la vida de las personas.
Esto que parece tan obvio sin embargo
genera tantas resistencias que hay veces que no logro llegar a
desentrañar que hay detrás de ellas. ¿Cuáles son los verdaderos
motivos que están, por ejemplo, detrás de la decisión de Bush cuando
impone la ley mordaza? Su primer acción de gobierno cuando asume el 22
de enero de este año la presidencia de los Estados Unidos fue la de
recortar los fondos públicos de salud para los servicios de aborto y
condicionar el apoyo de la Agencia para la Cooperación (USAID) a toda
organización que en el mundo realice orientación, advocacy, o brinde
servicios de aborto.¿Por qué este ensañamiento? ¿Qué es lo que
está detrás? ¿Realmente le preocupa que nazcan todos los niños que
puedan ser fecundados? Yo no lo creo. Si la vida de los niños fuese su
principal fuente de preocupación, como la de otros muchos políticos,
millones de niños y niñas no deberían estar viviendo en las
condiciones de pobreza y marginación en la que viven. Para preocuparse
por la niñez vaya si habrán cosas por hacer para mejorar su calidad de
vida. Que no se resuelven, de ninguna manera, penalizando o tratando de
reprimir la práctica del aborto. Evidentemente es más fácil
declararse defensores de la vida para controlar el cuerpo y las vidas de
las mujeres, que para mejorar las condiciones de vida de la mayor parte
de la población en el mundo incluidos sus niños y niñas.
Un detalle no menor es que Bush en su
campaña electoral, para lograr los votos y el apoyo de los sectores
más conservadores del Partido Republicano había comprometido este tipo
de acciones. De la misma manera que Jorge Batlle comprometió frente a
la Unión Cívica, el no tomar ninguna iniciativa para la
despenalización del aborto para poder sumar votos en el balotaje para
alcanzar la presidencia de la República Oriental del Uruguay. Negociar
con la salud y la vida de las mujeres parece ser moneda corriente.
Los debates públicos sobre aborto
suelen generalmente polarizarse entre las pro aborto, que seríamos
nosotras, a las que se nos reconoce como las promotoras y defendensoras
del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, y del otro
lado los grupos autoproclamados "pro vida" supuestamente
defensores de la vida desde el momento de la concepción. Aunque
preocupación por la vida no se extienda a la de las mujeres que mueren
por abortos clandestinos e inseguros. Es más en los Estados Unidos los
"pro-vida" han matado a médicos por realizar abortos.
Pero querría detenerme en el concepto
de decidir sobre el propio cuerpo. Cuando defendemos este derecho suele
mal interpretarse. Por un lado se entiende como la proclamación y la
promoción del aborto "Mujeres aborten porque tienen el derecho a
decidir sobre su propio cuerpo". Por otro lado se interpreta como
un acto egoísta o una razón estética. Nada que ver. Cuando afirmamos
que las mujeres tenemos el derecho a decidir sobre nuestros propios
cuerpos estamos hablando de nuestra integridad corporal y nuestro
derecho de ciudadanía. Si no podemos decidir libremente sobre el
cuerpo, tampoco vamos a poder decidir y participar activamente en la
comunidad ni en la sociedad en la que vivimos. Históricamente, el
controlar la capacidad reproductiva de las mujeres responsabilizándonos
de todas las tareas reproductivas biológicas y sociales han sido las
vías de control para la excluir a las mujeres de la vida pública y de
las instancias de decisión política. Las mujeres debemos reproducirnos
pero desde el control y los intereses del poder masculino. Todos pueden
decidir sobre nuestra capacidad reproductiva y nuestro cuerpo -desde el
poder político, económico, religioso, legislativo, médico- pero
nosotras no.
La desconfianza de que las mujeres
podamos tomar decisiones responsables, refleja entre otras cosas, el que
nos consideran seres necesariamente tutelables que si no somos
controladas nos embarazamos y abortamos indiscriminadamente (también a
esto se le puede llamar misoginia). Quizás exista cierta envidia
masculina ante la capacidad de las mujeres de reproducir la especie
(algo así como la envidia al pene pero a la inversa), y el miedo a la
exclusión, aunque no siempre coincida con la responsabilización sobre
la descendencia, se traduce en necesidad de controlarnos.
La decisión de tener un hijo debería
ser un acto de profunda responsabilidad y las decisiones personales para
hacerlo o no son tan innumerables como personas hay en el mundo. Esa
individualidad es imposible de ser generalizada ni abarcada en ninguna
ley. Poner razones por las que sí se admite un aborto y por las que no
jamás abarcará la diversidad real de motivos. Cada acción del Estado
y cada servicio de salud debería considerar esas múltiples y diversas
individualidades. Porque junto a la individualidad deber coexistir la
igualdad. La igualdad en el sentido en de tener iguales posibilidades de
acceso e iguales garantías para la libertad de decisión.
Para terminar sólo quería mencionar
que los derechos sexuales y reproductivos como otros derechos se
expresan en dos niveles, el de la decisión individual y personal cuyo
ejercicio responde a creencias religiosas, ideologías, éticas, estilos
de vida, dimensión que debe estar sostenida por la libertad de cada
persona de decidir sobre su vida sexual y reproductiva como mejor
considere. Y el nivel social de los derechos donde debe garantizarse la
justicia para que la libertad individual efectivamente puede
ejercitarse. Oportunidades, recursos, acceso y garantías tienen que
estar dadas socialmente y respaldadas por un Estado laico que
salvaguarde esas libertades.
Las obligaciones de los Estados, los
Organismos Internacionales y nacionales se vuelven preminentes, ya que
la capacidad de las personas individuales para ejercer los derechos
sexuales y reproductivos depende de una serie de condiciones que no
están todavía al alcance de la mayoría de las personas en el mundo y
que no lo estarán si no se cuenta con la voluntad política y el
compromiso de todos los actores políticos y sociales. Gracias
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